sábado, 2 de abril de 2016

El MECANISMO DE DEJAR IR (Dr. David R Hawkins.)


DESEO
Capitulo VII (Segundo Escrito)
Tener-Hacer-Ser
A medida que nos liberamos de los estados de conciencia inferiores como el de la apatía y el miedo, entramos en el querer. Lo que antes era "no puedo" e imposible ahora se hace posible.
La progresión general de los niveles de conciencia, a medida que avancemos desde el más bajo al más alto, es pasar del tener al hacer y al ser.
En los niveles inferiores de la conciencia, tenemos lo que apreciamos. Es lo que tenemos lo que queremos. Es lo que tenemos lo que valoramos. Es lo que tenemos lo que nos da nuestra propia auto- imagen de valor y posición en el mundo.
Una vez que nos hemos demostrado a nosotros mismos que podemos tenerlo, que nuestras necesidades básicas pueden ser cubiertas, que tenemos el poder para mantener nuestras propias necesidades y las de las otras personas que dependen de nosotros, la mente comienza a interesarse más en lo que hacemos.
Entonces, pasamos a un sistema social diferente en el que lo que hacemos en el mundo es la base de nuestro valor y de cómo los demás nos califican. A medida que ascendemos en amor, nuestro quehacer está cada vez menos preocupado con el servicio a uno mismo y se vuelve cada vez más orientado al servicio de los demás. A medida que nuestra conciencia crece, vemos que ese servicio, que está amorosamente orientado a los demás, automáticamente deriva en el cumplimiento de nuestras propias necesidades.
(Esto no significa sacrificio. El servicio no es un sacrificio.) Finalmente, hemos llegado al convencimiento de que nuestras propias necesidades son cumplidas automáticamente por el universo, y nuestras acciones se convierten casi automáticamente en amor. Llegados a este punto, ya no es lo que hacemos en el mundo, sino lo que somos lo que cuenta.
Nos hemos demostrado a nosotros mismos que podemos tener lo que necesitamos, que podemos hacer casi cualquier cosa, con la disposición adecuada. Y ahora lo que somos, por nosotros mismos y para los demás, se vuelve más importante.
La gente ahora busca nuestra compañía, no por lo que tenemos, no por lo que hacemos ni por las etiquetas de la sociedad, sino por aquello en lo que nos hemos convertido.
Debido a la cualidad de nuestra presencia, la gente sólo quiere estar cerca de nosotros y sentirnos.
Nuestra descripción social cambia. Ya no somos la persona que tiene un apartamento de moda o un gran coche o una colección de baratijas, ni se nos etiqueta como el Presidente de esta o aquella Corporación o miembro de la Junta Directiva de ninguna organización. Ahora se nos describe como una persona espléndida, como alguien con quien la gente sólo ha de reunirse, sólo ha de conocer. Nos describen como una persona carismática.
Este nivel del ser es típico de los grupos de autoayuda.
En los grupos de auto-ayuda, nadie está interesado en lo que los demás hacen en el mundo, o lo que tienen. Sólo están interesados en si hemos logrado o no ciertas metas internas, tales como las de la honestidad, la transparencia, la generosidad, el amor, la disposición a ayudar, la humildad, la sinceridad y la consciencia. Están interesados en nuestra cualidad de ser.
El Glamour
El Glamour es un tema a entender de gran utilidad.
Una vez que lo entendemos, facilita en gran medida el dejar ir de los deseos. El libro Espejismo (Glamour): Un Problema Mundial (1950), de Alice Bailey, presenta todo el tema con maestría.
Si nos fijamos en algo que queremos, podemos empezar distinguiendo entre la cosa en si misma frente al aura, la pátina, el flash, y el efecto magnético de atracción de una calidad que podemos mejor describir como "glamour".
Es esta disparidad entre lo que una cosa es en sí misma, y el glamour con el que nos hemos unido a ello, lo que lleva a la desilusión. Muy a menudo hemos perseguido algún objetivo y, luego, cuando lo logramos, estuvimos decepcionados.
Esto es porque la cosa en si misma no coincide con nuestras representaciones de ella. Glamour significa que le hemos añadido sentimentalismo o lo hemos hecho más grande que la vida.
Hemos proyectado sobre una cosa una cualidad mágica que de alguna manera nos lleva a pensar que, una vez la adquiramos, mágicamente alcanzaremos un estado más elevado de felicidad y satisfacción.
Esto sucede muy a menudo con las metas profesionales.
Un hombre trabaja año tras año luchando por convertirse en presidente de la compañía o ser importante y destacar de alguna otra forma. Cuando lo logra, espera experimentar toda la satisfacción y el glamour asociado a ese nivel de éxito: el peloteo de los empleados, los coches llamativos, el despacho imponente, los tratamientos, la autoridad, y los lugares exclusivos.
Pero lo que encuentra es que todas estas cosas son superficiales. Son compensaciones muy insuficientes por la pérdida de energía y la agonizante molienda diaria que, en realidad, requiere el puesto. Aunque imaginaba que iba a recibir admiración, lo que a menudo se encuentra en los niveles superiores es crueldad, competitividad, envidia y la interminable adulación y las manipulaciones fraudulentas que les ocurren a la gente en el poder, incluyendo los ataques paranoicos de los competidores.
Él descubre que su energía está tan agotada que no le queda energía para su vida personal; sus relaciones se deterioran.
Su esposa se queja de que está demasiado cansado para hacer el amor, demasiado consumido para darle la energía que ella necesita, demasiado gastado para ser un buen padre, y demasiado cansado incluso para disfrutar de su actividad recreativa favorita. Lo mismo ocurre con las mujeres en las áreas tradicionalmente femeninas de éxito.
Una mujer piensa, por ejemplo, que si se pone el vestido de cierto diseñador para una fiesta, el vestido atraerá la atención,
la adulación y la admiración, y que conseguirá cierto estatus social. Con mucho sacrificio, gasta una gran cantidad de dinero y esfuerzo en el vestido, de aquí para allá buscando complementos.
Pero, ¿qué sucede? Que en la cena de la fiesta, hay algunos comentarios pasajeros sobre su vestido y eso es todo.
Nadie baila con ella más de lo habitual. No es más conocida de lo que lo era antes de la fiesta. Y no recibe ninguna genuina atención adicional a la que recibía antes de la fiesta.
Recibe algunas miradas hostiles, de envidia de las otras mujeres que reconocen lo que probablemente pagó por el vestido.
Durante la noche, ella tiene la usual conversación con su acompañante, y se van a casa en coche sin apenas dirigirse la palabra, igual que en el pasado.
A medida que las mujeres consiguen éxitos en los ámbitos políticos y empresariales, se enfrentan a la decepción que acompaña el anhelado y glamoroso rol del liderazgo en la opinión pública.
Lo que se predijo que aumentaría el prestigio y la estima traerá la crítica, la envidia y la hostilidad, -incluso el de las otras mujeres. La experiencia de lograr su objetivo a menudo no es como pensó que iba a ser.
Recibe interminables críticas por ser una mujer conocida y por su aspecto, y puede sentir la persistente sensación de inquietud interior de que le está fallando a su familia por buscar la realización profesional. "Ganar" no es a veces tan liberador como el glamour nos quieren hacer creer.
Las metas emocionales también son idealizadas por el sentimentalismo y la emotividad.
Una cierta excitación es proyectada sobre acontecimientos emotivos (por ejemplo, una reunión, una primera cita, o ser elegido presidente de la clase).
Se hace para que parezcan más importantes de lo que realmente son en el curso general de los acontecimientos.
Después de que el acontecimiento pasa, la vida sigue igual y se produce la decepción. El investir de glamour, por supuesto, es absolutamente obvio en la publicidad.
Aquí la vemos sui generis. El cowboy es investido del glamour de la masculinidad, y la bailarina de ballet es investida del glamour de la feminidad. Los hombres se sienten atraídos por la personalidad, no por la marca; así, el cowboy representa el glamour de lo masculino que es resistente, fresco, suave, y está al mando.
Las proyecciones de los consumidores sobre el producto es que les dará esos rasgos de personalidad deseados.
La glamorización es vivir en un nivel de fantasía.
Por lo tanto, cuando procedemos a dejar lo deseado, hay que diseccionar lo que hay de exageración, fantasía y romanticismo. Una vez que hemos renunciado al glamour, será relativamente fácil entregar el propio deseo.
Si dejas el romanticismo del cowboy, por ejemplo, el cigarrillo o la hamburguesa de queso que tenia entre las manos en el anuncio perderá su atractivo.
De hecho, para nuestra sorpresa, encontramos una y otra vez que el deseo que se adjuntó a la fantasía glamorosa; no era real desde el principio. Porque no había ninguna realidad en el, el mundo está constantemente vendiéndonos deshonestidad, sirviendo a nuestro deseos de aspecto romántico, glamorizado.
Nos prometen hacernos más importantes de lo que realmente somos. El glamour a ese nivel de deshonestidad es una falsificación.
La mente protesta: "¿Tengo que renunciar a toda esa emoción del glamour? ¿Tengo que dejar mis imágenes de gratificación emocional y excitación?" La respuesta es, obviamente, "No."
No tenemos que renunciar a ello en absoluto. Y podremos alcanzar las metas sin esfuerzo y más fácilmente una vez que seamos conscientes de lo que estamos eligiendo.
Podemos tenerlas directamente. Podemos ser atractivos, pero no lo conseguiremos de una manera falsa, como por conducir un cierto estilo de coche.
Vamos a conseguirlo mediante el abandono de nuestra pequeñez y apropiándonos de nuestra grandeza, y de este modo reflejándola al mundo.
Podemos convertirnos fácilmente en esa persona emocionante que la gente está ansiosa por conocer. Sólo tienes que elegir ser esa persona y dejar los bloqueos que surgen al desear ser así.
Podemos tener lo que queremos directamente sin desviarse a través de alguna promesa fraudulenta que nos conducirá a la frustración y la decepción.
El camino para convertirse en esa persona emocionante que la gente quiere conocer es muy fácil. Simplemente imagina el tipo de persona que queremos ser y entrega todos los sentimientos negativos y bloqueos que nos impiden ser eso.
Lo qué sucede, entonces, es que todo lo que necesitamos tener y hacer automáticamente se coloca en su lugar. Esto es porque, en contraste al tener y hacer, el nivel del ser tiene mayor poder y energía. Cuando se le da prioridad, automáticamente integra y organiza las actividades de uno.
Este mecanismo se evidencia en la experiencia común, "Lo que mantenemos en la mente tiende a manifestarse".
El Poder de Decisión Interior No se trata de posiciones filosóficas, sino de procesos prácticos que pueden ser probados por la experiencia. Es fácil experimentar con estos conceptos y ver los automáticos resultados que tienen lugar.
Debido a la tendencia de la mente a querer atribuir el mérito a cualquier otra cosa, otra que no sea el poder de nuestra propia conciencia, es bueno llevar un diario donde anotar las metas que nos gustaría alcanzar y luego verificarlas y hacer un seguimiento. ¿Por qué? Porque vamos a necesitar tiempo antes de que creemos que es verdaderamente nuestro propio poder el que está cumpliendo con estos fines.
Este es un ejemplo interesante sobre la negación del poder interior. Un hombre, que estaba desesperado por un trabajo y bastante agitado por ello, fue instruido sobre la forma de aplicar la técnica de dejar ir a su situación laboral.
Como era de naturaleza religiosa, se le aconsejó que se olvidara de conseguir el trabajo, dando vueltas en torno a Dios, y que entregara su deseo sobre el tema mientras permanecía abierto a lo que pudiera pasar.
Una semana más tarde, contó: "Pues bien, el día después de que entregara el querer un trabajo, no pasó nada. Después recibí una llamada telefónica de larga distancia de mi cuñado, y voy a unirme a su empresa. Si no fuera por mi cuñado, nunca habría conseguido un trabajo. ¡Es cosa buena que no tuve que esperar a Dios!" Este es un buen ejemplo de lo que la mente tiene tendencia a hacer.
Fue su propia entrega, por supuesto, la que trajo la llamada de su cuñado. Él deseaba tan desesperadamente el trabajo que el deseo estaba bloqueando el cumplimiento de esa meta.
Cuando dejó de querer un trabajo, rápidamente apareció en las siguientes 24 horas. Sin embargo, la tendencia de la mente es a no reconocer su propio poder y proyectarlo en cualquier otra cosa del mundo. Esta es la razón de porqué la gente piensa por propia valoración que son impotentes.
Tienen el poder, pero no han hecho más que proyectarlo sobre fuerzas externas. Todos somos seres poderosos que nos hemos vuelto inconscientes de nuestro propio poder; hemos negado y proyectado en los demás el sentimiento de culpa y nuestra propia sensación de pequeñez. La mayor parte de lo que pasa en nuestra vida es el resultado de alguna decisión que hemos tomado en algún momento del pasado, ya sea consciente o inconscientemente.
Ya que esto es así, muy simple, entonces, vemos nuestras decisiones pasadas buscando en nuestra vida y haciendo un seguimiento hacia atrás.
Este principio es demostrado por una mujer que vino a psicoterapia. Ella necesitó tratamiento porque, según sus palabras, "Mis relaciones nunca funcionan". Ella tenía una relación amorosa insatisfactoria tras otra y siempre era dejada sintiéndose usada y abusada.
Estaba llena de resentimiento, autocompasión y depresión.
El problema, por supuesto, se daba en su primera frase:
"Mis relaciones nunca funcionan". Debido a que negamos el poder de nuestra propia mente, no vemos lo absolutamente obvio.
Es muy curioso cómo hemos llegado a ser tan inconscientes.
He aquí a una mujer que tiene la respuesta esperándola justo ahí, pero ella no ve que es la respuesta. Ella no ve realmente el poder de su propio sistema de creencias.
Nuestra mente es tan poderosa que, si tenemos en mente un solo pensamiento como, "Mis relaciones nunca funcionan," entonces lo más probable es que suceda así en nuestra vida.
Nuestro genio inconsciente, que sólo puede recibir órdenes y no tomar decisiones, se encarga de que nuestras relaciones no funcionen. Por supuesto, ella obtiene un montón de recompensas de su historial de relaciones decepcionantes.
Ella llegó a experimentar la autocompasión, el resentimiento, los celos, la envidia y todas esas satisfacciones de las que el pequeño yo se alimenta sin cesar.
Si nos fijamos en esa pequeña parte de nosotros mismos, veremos que este es el tipo de cosas en las que le encanta revolcarse.
El pequeño yo se glorifica en lo miserable que es la vida, su correosa suerte, lo horribles que han sido nuestras experiencias y lo mezquina que ha sido la gente con nosotros.
Pero pagamos un precio muy alto cuando escuchamos este conjunto de programas. Su corolario es obviamente cierto.
Si nuestra mente, por su decisión, tiene el poder de hacer que las cosas negativas sucedan en nuestra vida, tiene entonces igual poder en dirección opuesta, la positiva.
Podemos elegir todo de nuevo. Esta vez podemos elegir lo positivo. Podemos cancelar los viejos programas, y podemos hacerlo al comenzar a renunciar a la gratificación que estábamos obteniendo de las recompensas negativas.
Ahora que hemos visto un poco el tema, podemos ir al término que describe mejor este conjunto de emociones: "egoísmo".
El mero uso de la palabra inmediatamente establece una resistencia debido a la culpa. Todos nos sentimos culpables por el egoísmo. Esto nos coloca en una posición imposible ya que, a fin de llevar a cabo lo que el mundo nos ha enseñado, tenemos que caer en lo mismo por lo que luego nos condena: el egoísmo.
Para estudiar el tema, primero tomaremos la decisión de que no vamos andar dándonos golpes por ello y entrar en la autoindulgencia de la culpabilidad.
Eso es lo que es la culpa, en realidad, ¿no es así? Auto-indulgencia. En lugar de eso, echemos un vistazo a la palabra "egoísmo" como una mera descripción de las motivaciones colectivas y modos de operar del pequeño yo que es un aspecto genético de la mente y que, debido a nuestra propia ingenuidad, permitimos que sea programado, y ahora estamos resueltos a des-programar a la inversa, como la "desinstalación" de comandos en un ordenador.
La razón para dejar el egoísmo no es la culpa. No es porque sea un "pecado". No es porque sea un "error". Todas esas motivaciones provienen de la conciencia inferior y la auto-crítica.
Más bien, la razón para dejar el egoísmo es simplemente porque es poco práctico. No funciona. Es demasiado costoso.
Consume demasiada energía. Retrasa el cumplimiento de nuestros objetivos y la realización de lo que queremos.
Por su propia naturaleza, el pequeño yo es quien crea la culpa y su continuador; es decir, por el sentimiento de culpa nos esforzamos por lograr y alcanzar el éxito. Luego, cuando logramos el éxito, nos sentimos culpables porque lo tenemos. No hay ganador en el juego de la culpabilidad. La única solución es renunciar a él, dejarlo.
A nuestra mente le gustaría hacernos creer que la culpa es laudatoria, y a los traficantes de culpas del mundo les encanta hacer un ídolo de ella. ¿Qué es más importante: sentirnos culpables o cambiar a mejor? Si alguien nos debiera dinero, ¿querríamos que se sintiera culpable por ello o que nos pagara el dinero? Si tenemos la intención de sentirnos culpables, por lo menos deberíamos elegirlo conscientemente en lugar de ser inconscientemente dirigidos a ello.
Cuando dejamos de ser yo-istas con "y" minúscula, nos adentramos en ser Yo-istas con "Y" mayúscula. Pasamos de nuestro pequeño yo a nuestro Yo superior. Pasamos de la debilidad al poder, y del auto-odio y la pequeñez al amor y la armonía.
Pasamos de la lucha a la facilidad, y de la frustración a la realización. En resumen, entonces, en lugar de la motivación del egoísmo y el deseo, podemos con mucho menor esfuerzo traer a nuestra vida lo que queremos visualizando lo que queremos que suceda.
Hacemos esto mediante la afirmación de nuestra intención, al aceptarla, al decidirla, y por el acto de elegirla conscientemente.

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