UN HOMBRE QUE SABE CÓMO CONSOLARSE
Capitulo II
Mientras Confucio vagaba por el monte T’ai, vio a Jung
Ch’i Ch’i caminando por el páramo de Ch’ang, con un tosco abrigo de piel y una soga en torno a la cintura, cantando mientras tocaba el laúd.
-Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría? –preguntó Confucio.
-Tengo muchas alegrías. Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría.
Hay personas que nacen y no viven un día o un mes, que nunca han abandonado los pañales, pero yo he pasado ya de los noventa. Ésta es mi alegría. La pobreza es común a la humanidad, y la muerte es el final. Así pues, siendo parte del común de la humanidad, y a la espera de mi final, ¿qué sentido tiene preocuparse?
-¡Qué bien! –dijo Confucio-. He aquí un hombre
que sabe cómo consolarse.
Esta parábola es hermosa, y no sólo hermosa sino muy sutil.
Si la miras sólo superficialmente, no te darás cuenta del significado. Las parábolas taoístas no son superficiales.
Son muy profundas; hay que penetrar en ellas, mirarlas y meditar sobre ellas, sólo entonces conocerás su verdadero significado. Superficialmente, parece como si esta parábola estuviera a favor de Confucio; superficialmente, parece como si la parábola estuviera diciendo que Confucio es sabio.
En realidad es precisamente lo contrario.
Hay una oposición enorme, diametral, entre la actitud taoísta y la actitud del confucionismo. Confucio está lo más lejos posible de la visión taoísta. Confucio cree en la ley, Confucio cree en la tradición, cree en la disciplina, Confucio cree en el carácter, en la moralidad, en la sociedad, en la educación. El Tao cree en la espontaneidad, en la individualidad, en la libertad. El Tao es rebelde; Confucio es muy conformista.
El taoísmo es el inconformismo más profundo que se ha desarrollado en el mundo, en cualquier época de la historia; esencialmente es una rebelión.
A tal punto ha sido una rebelión, que los místicos taoístas Lao Tzu, Chuang Tzu y Lieh Tzu no hacen más que ridiculizar la actitud del confucionismo. Ésta es una parábola sobre la ridiculez. Lo entenderás cuando te lo explique. Su ridiculez también es muy sutil, no evidente. Primero comprendamos el sentido superficial.
“Mientras Confucio vagaba por el monte T’ai, vio a Jung Ch’i Ch’i caminando por el páramo de Chiang, con un tosco abrigo de piel y una soga en torno a la cintura, cantando mientras tocaba el laúd.”
El canto, la música, la danza, es el lenguaje de la alegría, de la felicidad.
Es la expresión de una persona que no es desgraciada.
Pero puede que sea sólo en apariencia, puede que sólo sea una proyección, puede que sólo sea cultivada. En lo profundo, la situación puede ser precisamente la contraria. A veces pasa que tú sonríes porque las lágrimas acuden a tus ojos, y si no sonríes empezarán a rodar por las mejillas.
A veces tú mantienes una actitud, una pose cultivada, una máscara de felicidad, porque ¿qué sentido tiene mostrarle tu infelicidad al mundo? A eso se debe que la gente parezca tan feliz. Todo el mundo piensa que él es la persona más feliz del más infeliz del mundo, porque conoce su realidad, y sólo las poses de los otros, las poses cultivadas. Por eso el mundo piensa en lo más profundo: “Soy la persona más desgraciada; además ¿por qué lo soy cuando todo el mundo se siente tan feliz?”.
El canto y la danza son con certeza el lenguaje de la alegría, pero tú puedes aprender el lenguaje sin saber qué es la alegría. La humanidad ha hecho esto: las personas han aprendido a hacer gestos, gestos vacíos.
Pero Confucio se engaña. Dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”. La máscara ha engañado a Confucio; puede que el hombre esté contento, puede que no lo esté.
Se tiene que mirar al hombre directamente; su naturaleza, no su expresión. La expresión puede ser falsa: las personas tienen expresiones aprendidas. Algunas veces… ¿lo has observado? Alguien sonríe; en los labios hay una hermosa sonrisa, pero mira a los ojos, y los ojos dirán justamente lo contrario. Alguien te dice una cosa: “Te amo”. Pero mírale a la cara, a los ojos, a la vibración misma de la persona, y ¡parecerá que te odia! Pero sólo por cortesía te dirá: “Te amo”.
Confucio miraba sólo la apariencia: esto es lo primero que debe recordarse. Además, se engañó; se engañó hasta tal punto, que llamó al hombre “maestro”. Le dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?
Ahora bien, una vez más, la alegría no tiene motivo, no puede tener un motivo. Si la alegría tuviera un motivo entonces no sería alegría en absoluto: sólo se puede gozar sin motivo, sin causa.
Una enfermedad tiene un motivo, pero ¿la salud? La salud es natural. Si le preguntas al doctor:
“¿Por qué estoy saludable?”, él no podrá responderte.
Si vas al doctor y le dices: “¿Por qué estoy enfermo?”, él te puede responder, porque la enfermedad tiene una causa.
Él puede diagnosticar tu caso y encontrar la razón de tu enfermedad; pero nadie ha sido aún capaz de hallar el motivo por el cual una persona es saludable. La salud es natural, la salud es lo adecuado. La enfermedad es lo no adecuado, la enfermedad indica que algo ha estado mal. Cuando todo está bien, uno se siente saludable. Cuando uno está en armonía con el todo, uno se siente saludable. No existe un motivo para ello. No obstante, Confucio preguntó: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”.
Lieh Tzu bromea otra vez sobre Confucio; se trata de gente muy sutil. Está diciendo que toda la actitud equivocada del confucionismo se ubica allí, en la misma pregunta. Confucio piensa que la alegría tiene motivos. La alegría no puede tener motivo alguno. La alegría existe, simplemente, sin explicación, es inexplicable. Cuando está, está; cuando no está, no está. Cuando no está, puedes encontrar los motivos por los que no está, pero cuando está no puedes encontrar los motivos por los que está, y si puedes encontrar los motivos por los que está, tu alegría es entonces cultivada, no es real, no es auténtica, no es verdadera. No está fluyendo de lo más profundo de tu ser; tú sólo la estás manejando, la estás manipulando, la estás fingiendo.
Cuando la alegría es un gozo fingido, puedes encontrar el motivo. No obstante, cuando la alegría es verdadera, es tan misteriosa, tan primaria, que no puedes encontrar un motivo.
Si le preguntas a un buda: “¿Por qué estás feliz?”, él se encogerá de hombros. Si le preguntas a Lao Tzu: “¿Por qué estás dichoso?”, te dirá: “No preguntes. En vez de preguntar por qué estoy dichoso, averigua por qué tú no lo estás”.
Es algo que se parece a un pequeño manantial en la montaña: cuando no hay obstáculos, el manantial fluye; cuando hay rocas en medio, no puede fluir.
Al remover las rocas no estás creando un manantial, sólo remueves lo negativo, sólo remueves el obstáculo; el manantial ya existía, pero no podía fluir a causa de las rocas.
Cuando quitas las rocas no estás creando el manantial, el manantial ya estaba allí. Al quitar las rocas has quitado lo negativo, el obstáculo; entonces el manantial fluye.
En consecuencia, si alguien pregunta: “¿Por qué fluye el manantial?”. Pues porque está allí; por eso es que fluye. Si no está fluyendo entonces hay una causa. Deja que esto penetre en ti profundamente, porque éste también es tu problema.
Nunca te preguntes por qué eres feliz, nunca preguntes por qué uno es dichoso, de otra manera habrás hecho una pregunta equivocada.
Confucio está preguntando algo, y al preguntarlo muestra sus presuposiciones; Confucio cree que todo tiene una causa.
Si todo tiene una causa, entonces sólo puede existir la ciencia. Entonces no queda posibilidad para lo religioso, porque la ciencia es una investigación sobre la relación causa-efecto, una investigación sobre la causalidad. Así es toda actitud científica: dice que al existir algo, debe tener una causa; puede que la conozcas puede que no, pero la causa tiene que existir.
Si no la conocemos hoy, la conoceremos mañana o pasado mañana, pero la causa tendrá que ser conocida, porque debe haber una causa. Ésta es la actitud científica: todo puede ser reducido a una causa.
¿Cuál es entonces la actitud religiosa? La actitud religiosa dice que nada puede ser reducido realmente a su causa. Lo que puede ser reducido no es esencial. Lo esencial es, simplemente; existe sin causa alguna: es un misterio. Éste es el significado del misterio: lo que no tiene causa.
Confucio está haciendo una pregunta de acuerdo a sus presuposiciones, de acuerdo con su filosofía: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”.
¿Por qué lo pregunta? Porque si se conoce el motivo, otros también pueden cultivarlo. Si alguien dice: “Al ponerme de cabeza me vuelvo muy pacífico”, tú también te pones de cabeza y te vuelves pacífico. Alguien dice: “Soy feliz porque he renunciado al mundo” y tú entonces también renuncias al mundo y llegas a ser feliz.
La felicidad se vuelve, por consiguiente, algo que puede ser manipulado.
Así es la gente: unos imitan a otros y, en realidad, la felicidad no tiene motivo. El día que entiendas esto podrás ser feliz en cualquier momento. Si existe una causa, entonces la causa llevará un tiempo.
Tendrás que practicar, tendrás que practicar mucho.
La actitud radical del Tao en su conjunto expresa que tú puedes ser feliz en este momento.
¿Esto qué quiere decir? Quiere decir que no existe el motivo, así que no hace falta practicar. Es sólo un asunto de aceptarlo, ya está presente si lo aceptas. Si no lo aceptas, actúas como la roca; si lo aceptas, la roca queda removida.
Es sólo cuestión de aceptarlo. Dios está ahí, tú lo aceptas; eso es todo. Si no lo aceptas, él no entrará porque no puede destruir tu libertad, él protege tu libertad. Si tú dices no, él no va a entrar en tu ser. Si en tu puerta está escrito que no se acepta a nadie sin tu permiso, él esperará.
Él ni siquiera va a pedirte permiso; simplemente esperará, porque incluso al pedirte permiso está interfiriendo en tu libertad. Él esperará. Él no hará sonar el timbre; simplemente esperará. Dios está en todas partes, esperando, y espera muy silenciosamente… por eso no se siente su presencia, parece casi ausente. ¿No lo ves? Dios parece ser la mayor ausencia en el mundo. Por eso pueden existir los ateos, y pueden decir: “¿Dónde está tu Dios? Nosotros no vemos nada”.
Él no interfiere en absoluto; él te permite una libertad total y la libertad total implica ir contra Dios.
Tu naturaleza está en la dicha. Tú estás hecho del ingrediente llamado dicha. No obstante, tienes que admitirlo, tienes que relajarte, tienes que soltarte; no existen los motivos, sólo es necesario soltarse. En consecuencia, teóricamente, te puede suceder en este preciso momento; no se debe desperdiciar una fracción de segundo. Si hay una causa, entonces… entonces será necesario un largo tiempo y, aun así, uno nunca sabe: puede que tengas éxito, puede que no.
Capta la diferencia entre la actitud hinduista y la actitud taoísta. Los hinduistas, los jainistas, los budistas, todos ellos dicen que el karma de vidas pasadas se tiene que limpiar. Mucho es lo que se tiene que hacer, se necesita una gran disciplina; sólo entonces tendrás la posibilidad de lograrlo. Ashtavakra, Lao Tzu, Bodhidharma, Lin Chi, todos ellos dicen que no se necesita nada, sólo que lo aceptes. Relájate, acéptalo y en este mismo momento empezará a fluir en ti.
Confucio dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”.
Dígame cómo lo ha logrado. Dígame cuál fue su proceso, qué metodología siguió, qué principios qué disciplinas, qué escrituras. ¿Cómo lo ha logrado? Ahora Confucio se muestra codicioso. Quiere alcanzar el mismo estado, en el que cantar es natural y la música fluye y uno celebra.
Él está tremendamente impresionado con este hombre porque iba “con un tosco abrigo de piel y una soga en torno a la cintura, caminando mientras tocaba el laúd”.
Un hombre pobre no tiene nada que motive su felicidad, no tiene por qué sentirse feliz.
Si estuviera amargado sería comprensible; si estuviera deprimido sería comprensible.
Confucio habría pasado delante de él sin notar siquiera su existencia. Pero este hombre pobre que no tiene nada, con una soga en torno a la cintura, ¿está cantando? ¿Canta una canción de amor? ¿Y toca el laúd?
Confucio está impresionado, magnetizado, pero hace una pregunta equivocada.
Un taoísta no hará jamás una pregunta semejante. La alegría existe,sencillamente existe. No tiene ningún motivo, de ahí que no sea posible encontrar un método, sólo la comprensión.
El hombre dijo: “Tengo muchas alegrías”.
Si tienes muchas alegrías, no has entendido qué es la alegría, porque sólo hay una alegría. No puede haber muchas.
Puede haber muchas enfermedades, pero no puede haber muchas “salubridades”. Tú puedes tener tu enfermedad, yo puedo tener la mía y alguien más la suya; no obstante, si yo estoy saludable y tú estás saludable y alguien más está saludable, ¿cuál es la diferencia? ¿Puedes hacer una distinción entre mi salud y la tuya? No hay ninguna posibilidad; la salud es universal, y la enfermedad es personal.
La enfermedad proviene del ego, la salud no proviene del ego. La enfermedad proviene del cuerpo, de la mente; la salud proviene del más allá, y el más allá es uno. Mi cuerpo difiere del tuyo; naturalmente yo tendré una enfermedad diferente, tú tendrás una enfermedad diferente, pero ¿la salud? La salud es una, simplemente: tiene el sabor, siempre el mismo sabor, eternamente el mismo.
Alguien le preguntó al Buda: “¿Qué sabor tiene tu estado búdico?”. Él dijo: “Ve y saborea el mar, saboréalo por todas partes; por esta orilla, por cualquier orilla o en cualquier playa. O ponte en medio del océano y saboréalo, o ve a la otra orilla y siempre encontrarás el mismo sabor, el mismo sabor salado.
El estado búdico tiene un sabor”. Todos lo que se han convertido en budas han llegado al mismo sabor.
La salud tiene el mismo sabor. Si un niño es saludable, un joven es saludable, un anciano es saludable, todos tienen también un mismo sabor. Si una mujer es saludable y un hombre es saludable tendrán el mismo sabor.
No obstante, las enfermedades son diferentes.
En la actualidad, la ciencia médica afirma que incluso cuando dos personas sufren de la misma enfermedad, las dos enfermedades no son las mismas.
Sucede en consecuencia que si padeces una enfermedad –a lo mejor tuberculosis- y tu esposa sufre la misma enfermedad, las mismas medicinas no servirán para los dos. Tú necesitas una medicina y tu esposa necesita otra clase de medicina. Por eso se necesita un médico; de otra manera con el farmacéutico será suficiente. Si se ha decidido que para la tuberculosis hace falta esta medicina, entonces ¿qué necesidad hay de ver al médico? El farmacéutico puede suministrarla.
En la actualidad, cada vez más, debido a que la ciencia médica está profundizando en el fenómeno de la salud y la enfermedad, se están dando cuenta de que cada enfermedad lleva consigo una personalidad: va con la persona.
Por tanto, dicen: no trates la enfermedad, trata a la persona. No te preocupes demasiado por la enfermedad. Mira a la persona, a su personalidad en conjunto, su forma de vida, sus actitudes, sus pautas de comportamiento. Míralos y entonces encontrarás que el nombre “tuberculosis” puede ser el mismo, porque sería muy difícil tener nombres separados para cada cosa, pero cada tuberculoso sufre de una manera diferente y se hace necesario que su tratamiento sea distinto al de los demás.
Las enfermedades son personales, pero ¿la salud? La salud es impersonal, universal. Lo mismo la alegría.
La infelicidad es una enfermedad; la alegría es salud, bienestar.
Ahora bien, Confucio ha hecho una pregunta equivocada y ha provocado una respuesta equivocada. Además, obviamente, el hombre no sabe nada sobre la alegría. Él dice: “Tengo muchas alegrías”, dice muchas.
¿Muchas? Entonces algo no está bien. La alegría es una. Cuando dices que tienes muchas alegrías no sabes lo que es la alegría. Puede que hables de placeres, puede que hables de tus llamados “momentos de felicidad”, que en realidad no son momentos de felicidad, sino de menor infelicidad.
Una persona es muy infeliz; entonces un día se siente menos infeliz y dice: “Me siento muy feliz”. Esto es simplemente relativo; esa persona no sabe qué es la felicidad.
Sólo conoces algunas veces una infelicidad muy intensa, y otras veces una infelicidad menos intensa. Cuando no es tan intensa dice: “Me siento feliz”. Tú puedes observarlo en ti mismo. ¿has sabido alguna vez lo que es la felicidad? ¿Conoces su sabor? Tú sólo has conocido diferentes estados de infelicidad.
Algunas veces la infelicidad es tan grande que se hace insoportable.
Algunas veces es soportable, controlable, la puedes tolerar. Pasas de menos infelicidad a más infelicidad, de más infelicidad a menos infelicidad, pero no sabes lo que es la felicidad, porque una vez sabes lo que es, entonces no es necesario en absoluto ser infeliz, porque tienes la clave. Puedes abrir esa puerta cada vez que decidas abrirla. No obstante, tú no puedes abrir la puerta de la felicidad; esto simplemente te indica que no tienes la clave.
Tú sólo conoces los estados relativos del mismo fenómeno: algunas veces está muy oscuro y no puedes ver en absoluto, otras veces no está tan oscuro, hay penumbra; pero tú no conoces la luz. La luz no es un estado relativo de oscuridad, la luz no es menos oscuridad. Recuerda: la luz es una clase totalmente diferente de energía; no tiene nada que ver con la oscuridad. La luz y la oscuridad no pueden existir juntas en la misma habitación. La luz es algo positivo, la oscuridad es algo negativo; la infelicidad también lo es.
El hombre dijo: “Tengo muchas alegría.
Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría”.
Aparentemente esto parece muy significativo, atrayente. Porque satisface al ego humano. El ser humano siempre ha pensado de sí mismo que es la creación suprema de la existencia. El ser humano siempre ha pensado que casi es Dios, y se siente muy feliz. No obstante, ¿cómo puede ser posible la felicidad con un ego? La infelicidad viene con el ego. Y éste es uno de los mayores argumentos del egoísta: el hombre casi es Dios, y esto lo decimos solamente para ser corteses.
En el fondo sabes que Dios es casi como tú.
La idea misma del “yo” lleva consigo una implicación de ser el primero, siendo lo demás secundario. Friedrich Nietzche es más sincero que muchos otros; él dice: no puedo admitir que Dios exista porque entonces quedo en segundo lugar y no puedo quedar en segundo lugar. No acepto mi posición de segundón. Si Dios existe, entonces yo siempre seré secundario.
No importa cuánto crezca o a dónde llegue, seré secundario, nunca seré primario, el primero. Esto no es aceptable así que dice: “Dios ha muerto y el hombre es libre”.
Dios es esclavitud. Él es consistente, en cierta manera. Digo “en cierta manera”, porque en el fondo todo el mundo lo piensa así: cada ego quiere ser el primero.
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