No estoy tratando de crear mahatmas aquí. ¡Ya está bien! Esos mahatmas ya han hecho suficientes tonterías en el mundo. Necesitamos gente hermosa, floreciente, fluida, vital. Sí, algunas veces se pondrán. tristes, pero ¿qué hay de malo en sentirse triste? Algunas veces se enojarán, pero ¿qué hay de malo en sentirse enojado de vez en cuando? Esto simplemente indica que estás vivo, que no eres una cosa muerta, que no eres un leño a la deriva. Algunas veces peleas, algunas veces lo dejas correr, tal como cambian los climas: algunas veces está lluvioso y lleno de nubes, otras veces está soleado y las nubes han desparecido. Además se necesitan todas las estaciones: la fría, la caliente, el invierno, el verano; todas las estaciones son necesarias. Y el hombre real, el hombre auténtico tiene todos los climas en su ser, sólo que con un punto de atención: cualquier cosa que hace, la tendría que hacer completamente y con plena atención; eso es todo, es suficiente: ahí tienes una hermosa persona. Pero la persona que pregunta está buscando al hombre perfecto.
Me han contado…
Una vez, un hombre viajó por todo el mundo buscando a la mujer perfecta. Él quería casarse, pero ¿cómo iba a poder aceptar a un modelo imperfecto? Él quería a una mujer perfecta. Regresó después de haber desperdiciado toda su vida porque no pudo encontrarla. Entonces, un día, un amigo le dijo:
-Ahora ya tienes setenta años y has buscado toda tu vida. ¿No pudiste encontrar a una sola mujer perfecta?
El hombre contestó:
-Sí, una vez encontré a una mujer que era perfecta.
-¿Y qué sucedió?
El hombre dijo entristecido:
-¿Qué sucedió? Esa mujer estaba buscando al hombre perfecto, así que no sucedió nada.
Recuerda, el ideal de perfección es un ideal egoísta.
Ronald Coleman le contó a Herb Stein la historia de un farsante de Hollywood que hablaba con un acento falso de Oxford, llevaba una insignia falsa de la universidad y pagaba con cheques falsos. Cuando llegó a una situación extrema, decidió suicidarse, así que fue a los rieles del ferrocarril de San Fe. Fumó con calma algunos cigarrillos de importación mientras tres o cuatro trenes de mercancías pasaban resollando. Un vagabundo que lo estaba observando exclamó irónicamente:
-Si lo vas a hacer ¿por qué no de una vez?
-No seas vulgar –respondió el farsante-. Un hombre como yo espera a que pase el talgo.
Un egoísta que se va a suicidar espera que pase el talgo, el mejor tren. Él dice: “No seas vulgar. Un hombre como yo espera a que pase el talgo”. Incluso para suicidarse quiere lo perfecto, no quiere un tren de carga.
El matrimonio es como el suicidio: lo puedes llevar a cabo en cualquier parte. No hace falta que esperes a que pase el talgo. La mujer que pregunta está buscando y le resulta imposible –por la forma en que ve las cosas condenándolas- encontrar a alguien a quien amar.
“Por favor, aclara la diferencia que hay entre un taoísta y un escapista perezoso”.
No hay mucha, y si la hay, es tan interna que sólo la persona lo sabrá; tú nunca serás capaz de juzgar desde afuera. Mírame. Yo también soy una persona perezosa. ¿Me has visto alguna vez hacer algo? Es muy difícil saber desde afuera. Además amo a los perezosos… sean o no taoístas: Amo a los perezosos porque nunca ha surgido un Adolf Hitler de un perezoso, ni un Gengis Khan, ni un Tamerlán. Los perezosos han vivido su vida en silencio y han desparecido sin dejar huella alguna en la historia, sin contaminar la humanidad. No han solucionado la consciencia. Han estado aquí como si no estuvieran. Si eres perezoso y estás alerta… te habrás convertido en un taoísta. Esto no quiere decir que te vuelvas inactivo. Quiere decir simplemente que la actividad obsesiva desaparece. Quiere decir que también te has vuelto capaz de no-hacer.
Una persona preguntó a uno de sus discípulos de un maestro zen:
-¿Qué milagros puede hacer tu maestro?
El discípulo le respondió:
-¿Eres un seguidor de alguien?
-Sí, sigo a un maestro –contestó el hombre-, un gran hacedor de milagros; él puede hacer grandes milagros. Una vez que yo estaba parado en esta orilla del río y él estaba en la otra orilla, me gritó: “Quiero escribir algo en tu libro”. El río tenía además un ancho de casi medio kilómetro, así que cogí mi libro, lo alcé y desde la otra orilla él empezó a escribir con su pluma y la escritura llegó a mi libro. Yo he visto este milagro y llevo mi libro conmigo; puedes verlo.
El discípulo del otro maestro se río y dijo:
-Mi maestro puede hacer milagros más grandes.
-¿Qué milagros? –preguntó el hombre.
-Mi maestro puede hacer milagros –contestó el discípulo, y es tan capaz… tan capaz que tiene también la capacidad de no hacerlos.
Tiene también la capacidad de no hacerlos; mira la belleza de esto. Él es tan capaz que también tiene la capacidad de no hacerlos.
Un taoísta es una persona que hace sólo aquello que es absolutamente necesario. Su vida es casi como un telegrama. Cuando tú vas a la oficina de correos no escribes una carta larga si quieres enviar un telegrama. Vas recortando el mensaje, lo que se puede recortar aquí y allá, hasta que te quedan nueve o diez palabras, o las que sean. Si escribes una carta nunca escribirás sólo diez palabras. ¿Has observado además una cosa? Un telegrama es más expresivo que cualquier carta. Dice mucho más con muy pocas palabras. Se deja lo innecesario y sólo se conserva lo más necesario.
Un taoísta es telegráfico, su vida es como un telegrama. Lo obsesivo, lo innecesario, lo febril se ha abandonado. Él hace sólo lo que es absolutamente necesario. Y déjame decirte que lo absolutamente necesario es algo tan pequeño que verás a un taoísta casi como si fuera un perezoso.
Recuerda, sin embargo, que no estoy alabando la pereza. Simplemente condeno la actitud egoísta. Estoy más a favor de la pereza que del egoísmo. Pero no estoy a favor de la pereza en sí misma; la pereza tendría que estar llena de atención consciente. Entonces tú estás más allá, tanto de la actividad como de la pereza. Entonces te vuelves trascendental. No eres activo ni inactivo; estás centrado. Haces lo que es necesario, no haces lo que no es necesario. No eres un hacedor ni un no-hacedor. Dejas de concentrarte en el hacer. Eres consciencia.
Así que, por favor, no tomes lo que he dicho en el sentido de que te estoy ayudando a que seas perezoso. Ser realmente perezoso no quiere decir ser inactivo, sino estar tan lleno de energía que te conviertes en un acumulador de energía, perezoso en lo que respecta al mundo, pero tremendamente dinámico interiormente, no indolente.
Un taoísta es perezoso en lo exterior; en lo interior se ha convertido en un fenómeno similar a un río, está fluyendo continuamente hacia el océano. Ha abandonado muchas actividades porque estaban sustrayendo innecesariamente su energía. El peligro siempre está ahí –en todo lo que digo hay peligro-, el peligro de la interpretación. Si digo “se activo”, existe la posibilidad de que te vuelvas egoísta. Si digo “se inactivo”, existe la posibilidad de que te puedas volver indolente. La mente es astuta. No deja de interpretar a su manera; no deja de encontrar razones, racionalizaciones, trucos para defenderse a sí misma. Quiere permanecer como es. En eso consiste todo el esfuerzo de la mente: quiere permanecer como es. Si es perezosa quiere seguir siendo perezosa. Si es activa –muy activa, obsesivamente activa-, quiere seguir siéndolo. Por tanto, tienes que ser cuidadoso para no defender tu mente cuando yo diga algo. Tienes que desembarazarte de tu mente.
El hombre entró furioso por la puerta, arrancó a su esposa de las rodillas del extraño y le preguntó iracundo:
-¿Cómo es que lo encuentro besando a mi esposa?
-No lo se –respondió el extraño-. ¿No será que usted ha regresado a casa antes de lo acostumbrado?
La gente puede encontrar razones. Tú mantén la atención. Y mantén la atención con respecto a tu propia persona, no con respecto a otros. Lo que otros hacen no es asunto tuyo. Ésta tendría que ser una de las actitudes básicas: no pensar en lo que el otro está haciendo. Esa es su vida. Si él decide vivir así, eso es asunto suyo. ¿Quién eres tú para tener siquiera una opinión al respecto? Incluso tener una opinión significa que estás listo para interferir, que ya has interferido.
Una persona religiosa es aquella que trata de vivir su vida de la mejor forma, de la forma más completa que le es posible, de la forma más atenta que le es posible; lo intenta. Además, no interfiere en la vida de otros, ni siquiera con una opinión.
¿Lo has visto, lo has observado? Si pasas delante de alguien y tienes cierta opinión sobre él, tu cara cambia, tus ojos cambian, tu actitud, tu forma de caminar. Si eres criticón, todo tu ser empieza a irradiar crítica, disgusto.
No, tú estás interfiriendo. Ser verdaderamente religioso implica no interferir. Otorga libertad a las personas; la libertad es su derecho de nacimiento.
Sucedió una vez que me alojé en cada de uno de mis profesores, de mis maestros. Aunque yo era un estudiante y él mi profesor, había de su parte mucho respeto por mí. Él era un hombre religioso, especial, pero era un bebedor, y cuando estuve en su casa, le dio mucho miedo beber en mi presencia. ¿Qué iba a pensar yo? Yo le observaba, sentía un desasosiego, así que al día siguiente le dije:
-Hay algo en su mente. Si no se relaja me marcharé inmediatamente e iré a un hotel; no me alojaré aquí. Hay algo en su mente. Siento que usted no está relajado; mi presencia está creando algún problema.
-Ya que has planteado el problema –me dijo él-, me gustaría contártelo. Nunca te he dicho que bebo muchísimo, pero siempre bebo en casa y me voy a dormir. Ahora que te alojas aquí no quiero beber en tu presencia, y por eso ha surgido el problema. No puedo pasar sin beber, pero no me puedo imaginar bebiendo delante de ti.
Me eché a reír.
-Qué tontería –le contesté-. ¿Qué tengo yo que ver con ello? ¿No me obligaría a beber?
-No, jamás.
-Entonces, asunto concluido; el problema está resuelto. Usted bebe y yo le haré compañía. Yo no beberé pero puedo tomar otra cosa, Coca Cola o Fanta. Le haré compañía, usted beba. Le puedo llenar el vaso, puedo ayudarle.
Él no podía creer, pensó que yo estaba bromeando, pero cuando por la noche llené su vaso, él empezó a llorar.
-Nunca llegué a pensar que tú no tendrías un juicio sobre esto. Además, yo te he estado observando –dijo-, y tú no tienes ninguna opinión sobre mi forma de beber, sobre mi conducta, sobre lo que estoy haciendo.
-Tener un juicio sobre usted es simplemente una tontería –contesté-. No es algo muy significativo que no tenga un juicio sobre usted. En primer lugar, ¿por qué tendría que tenerlo? ¿Quién soy yo para tenerlo? Su vida le pertenece. Si quiere beber, beba.
Tener un juicio sobre ti significa que, profundamente, de alguna manera, quiero manipularte. Tener un juicio sobre ti significa que, de una manera u otra, tengo un deseo profundo de tener poder sobre la gente. Eso es lo que define a un político. Una persona religiosa no tendría que interferir.
¿Por qué nos aferramos al pasado? ¿Por qué tenemos miedo a lo nuevo?
Existe una razón natural para ello. Con lo viejo uno es eficiente, con lo nuevo uno es torpe. Con lo viejo tú sabes qué hacer; con lo nuevo tienes que aprender a partir del abecedario. Con lo nuevo empiezas por sentirte ignorante. De lo viejo tienes conocimiento, has hecho algo una y otra vez; lo puedes hacer mecánicamente, no necesitas mantener una atención consciente alguna. Con lo nuevo tendrás que estar alerta, consciente; de otra forma puedes equivocarte.
¿No lo has observado? Cuando estás aprendiendo a conducir estás muy atento. Cuando ya has aprendido, te olvidas de ello; cantas una canción, escuchas la radio, hablas con un amigo o tienes mil y un pensamientos mientras que conducir continúa siendo algo mecánico, a la manera de un robot; tú no eres necesario. Lo viejo se vuelve mecánico, habitual. Por eso con lo nuevo viene el temor. Por eso los niños son capaces de aprender. Cuanto más viejo te hagas, menos capacidad tendrás de aprender. Es muy difícil enseñar nuevos trucos a un perro viejo. Él repetirá los viejos trucos una y otra vez, aquellos trucos que conoce.
Una vez me contaron esta historia:
Un diplomático extranjero no sabía hablar inglés, cuando sonó el timbre anunciando el almuerzo en la asamblea de Naciones Unidas, se colocó detrás de un hombre que estaba junto al mostrador y le escuchó pedir pastel de manzana y café, así que también ordenó pastel de manzana y café. Durante las siguientes dos semanas continuó pidiendo pastel de manzana y café. Finalmente, decidió probar otra cosa, así que escuchó atentamente mientras otro hombre pedía un bocadillo de jamón.
-Bocadillo de jamón –le dijo al camarero.
-¿Blanco o de centeno? –le preguntó aquél.
-Bocadillo de jamón –repitió el diplomático.
-¿Blanco o de centeno? –preguntó otra vez el camarero.
-Bocadillo de jamón –repitió el diplomático.
El camarero enrojeció de la ira.
-Mira, Mac –le gritó, sacudiendo su puño cerca de la nariz del diplomático- ¿Lo quieres con pan blanco o de centeno?
-Pastel de manzana y café –respondió el diplomático.
¿Qué falta hace preocuparse? El asunto se pone muy peligroso, por eso uno sigue con lo viejo. Pero si vives con lo viejo, no vives en absoluto, sólo vives aparentemente.
La vida sólo existe con lo nuevo. Sólo con lo nuevo y únicamente con lo nuevo existe la vida. La vida tiene que estar fresca. Sigue siendo un aprendiz, no te conviertas nunca en un entendido. Permanece abierto; no te vuelvas cerrado. Continúa siendo ignorante, no dejes de desprenderte del conocimiento que acumulas, automáticamente, con naturalidad. Cada día, a cada momento, libérate de todo lo que has conocido y vuelve a ser como un niño. Volverse tan inocente, como un niño, es la manera de vivir y de vivir abundantemente.
Osho