El mal no es tu enemigo
Secreto 8 (Segunda Parte)
Afecciones aparentemente incurables como el autismo infantil han sido sanadas por padres que dedican mucho tiempo y atención para sacar a un niño de la oscuridad.
La oscuridad era una distorsión de la conciencia que necesitaba luz para curarse.
La sombra en todas sus formas requiere conciencia en la forma de luz y amor, y el único límite para la curación es la medida en que estemos dispuestos a consagrarnos al proyecto.
La sombra en sí no es mala, y por tanto, no es tu enemigo.
Si las afirmaciones anteriores son ciertas, ésta debe serlo también.
Me doy cuenta de que para muchas personas hay una enorme barrera en la forma de “el otro”, alguien fuera de ellos mismos cuya maldad es incuestionable.
Hace cincuenta años, “el otro” vivía en Alemania y Japón; hace treinta años vivía en la Unión Soviética; hoy vive en Medio Oriente. A estas personas les resulta más fácil explicar el mal si no pierden de vista a “el otro”.
Sin un enemigo, tendrían que enfrentar la presencia del mal en ellas mismas. ¡Qué cómodo es saber de antemano que estamos del lado de los ángeles! Ver la sombra en uno mismo desarma toda la idea de “el otro” y nos acerca a la afirmación del poeta romano Terencio: Nada humano me es ajeno.
No obstante, ¿es posible eliminar tan rápidamente el mal absoluto?
Las encuestas muestran que la mayoría de las personas creen en la existencia de Satanás, y muchas sectas religiosas creen firmemente que el demonio anda suelto en el mundo y modifica secretamente la historia mediante sus obras malignas.
No parece que el bien tenga oportunidad de vencer al mal; tal vez su combate sea eterno y nunca se resuelva.
De cualquier forma, tú puedes elegir en qué lado deseas estar. Este hecho elimina el absoluto del mal absoluto pues, por definición, el mal absoluto vencería siempre y no encontraría obstáculos en la fragilidad de las elecciones humanas.
Sin embargo, la mayoría de las personas no acepta esta conclusión.
Contemplan el drama del bien y el mal como si él y no ellos tuvieran el poder, hipnotizados por imágenes de la última epidemia de crimen, guerra y catástrofe.
Ni tú ni yo podemos resolver como individuos el problema de la maldad en gran escala, y esta sensación de impotencia magnifica la creencia de que, al fin y al cabo, el bien no vencerá.
Pero para lidiar con el mal hay que mirarlo, no con horror ni como si fuera un espectáculo, sino con la atención que prestarías a cualquier problema que te interesara seriamente. Para muchas personas es tabú mirar al mal; el tema de la mayoría de las películas de terror es que si te acercas demasiado, recibirás lo que mereces.
Pero los hechos relacionados con la maldad personal son más triviales que terroríficos. En todos nosotros hay impulsos alimentados por un sentido de la injusticia.
O sentimos que alguien nos ha hecho un daño imperdonable por el que albergamos rencores y resentimientos.
Cuando eres tratado injustamente o sufres un daño en lo personal, la emoción natural es la ira.
Si esta ira no puede salir se encona y crece en la sombra. Arremeter mientras la contienes resulta inútil.
Esta ira conduce a un ciclo de violencia.
La culpa puede hacerte sentir como una mala persona simplemente por tener un impulso o abrigar un pensamiento. Eso significa estar en un doble aprieto: si arremetes y regresas el daño que recibiste, habrás hecho algo malo, pero si mantienes la ira dentro de ti, puedes sentirte igualmente malo. No obstante, la violencia puede domarse descomponiéndola en fragmentos manejables.
Las emociones negativas se alimentan de ciertos aspectos de la sombra que son manejables: La sombra es oscura.
Todos tenemos una sombra debido al contraste natural entre oscuridad y luz. La sombra es secreta. Almacenamos impulsos y sentimientos que queremos mantener en privado.
La sombra es peligrosa. Los sentimientos reprimidos tienen el poder de convencernos de que pueden matarnos o volvernos locos.
La sombra está envuelta en el mito.
Durante generaciones, las personas la han considerado guarida de dragones y monstruos.
La sombra es irracional. Sus impulsos luchan contra la razón; son explosivos y obstinados. La sombra es primitiva.
Es indigno de una persona civilizada explorar este ámbito, apesta a osario, a prisión, a manicomio, a baño público.
La negatividad recibe su poder del hecho de que se alimenta de todas estas características a la vez: una maldad secreta, oscura, primitiva, irracional, poderosa y mítica es mucho menos convincente si la descompones en una característica a la vez. Pero este proceso de fragmentación del mal no resultará convincente mientras no lo apliques a ti mismo.
Hagámoslo entonces.
Piensa en un tema candente en este momento: el terrorismo. Desde cualquier punto de vista, infligir terror en personas inocentes es un acto de cobardía y maldad infame.
Ahora relaciónalo contigo. Imagínate tan encendido por la intolerancia y el odio religioso, que estás dispuesto a matar.
(Si el terrorismo no tiene una carga suficientemente fuerte para ti en lo personal, examina algún sentimiento que puedas tener basado en el racismo, la venganza o el abuso doméstico, cualquier tema que provoque un impulso asesino en ti.)
No importa cuan maligno sea tu impulso, puede descomponerse en pasos para resolverlo: Oscuridad.
Pregúntate si en verdad eres tú quien tiene ese impulso, el tú que ves en el espejo cada mañana.
La oscuridad se combate permitiendo entrar la luz.
Freud llamó a esto remplazar el Ello con el Ego, lo que significa que el “Ello” (lo indomable en nosotros) necesita ser acarreado de vuelta al reino del “Yo” (la persona que sabes eres).
Dicho de manera más sencilla: la conciencia necesita ir al lugar donde no se le permitió entrar.
Reserva.
Revela tu impulso maligno a alguien en quien confíes.
La reserva se combate enfrentando honestamente las cosas que parecen vergonzosas o culpables.
Abordas todos tus sentimientos frontalmente, sin negación. Peligro. Libera tu ira en voz alta y mantente con ella mientras disminuye. Proponte que esta liberación no sea simplemente dar rienda suelta a tu furia sino en verdad dejarla ir.
El peligro se combate desactivando la bomba; esto es: encuentras la ira explosiva que acecha en tu interior y la disipas.
La ira es el instinto primario de los impulsos malignos.
Como todos los impulsos, se presenta con distintas intensidades, e incluso una furia intensa puede desinflarse hasta convertirse progresivamente en furia controlada, ira justificada, indignación y, finalmente, en ofensa personal.
La ofensa personal no es difícil de disipar una vez que logras liberar la intensidad acumulada que se convierte en furia incontrolable.
Mito. Piensa en un héroe que manejara tus sentimientos de manera diferente y siguiera siendo heroico. La violencia es parte del heroísmo, pero también lo son muchas otras características positivas.
El mito es imaginativo y creativo. Por tanto, puedes pensar en cualquier mito y darle un giro distinto: Satanás se convierte en un personaje cómico en los milagros medievales, un ardid que lleva directamente a los cómicos villanos de las películas de James Bond. El mito no es sino metamorfosis; por tanto, este nivel nos presenta una manera poderosa de convertir a los demonios en ayudantes de los dioses, o en enemigos vencidos de los ángeles.
Irracionalidad. Concibe el mejor argumento para no dejarte llevar por tu ira. No lo hagas emocionalmente: imagínate como un consejero adulto de un adolescente caprichoso que está a punto de arrumar su vida.
¿Qué le dirías para que entrara en razón? La irracionalidad se combate con persuasión y lógica. Las emociones son mucho más apasionantes y poderosas que la razón, pero no serán capaces de escapar de su mundo, donde sólo los sentimientos prevalecen, mientras el proceso de pensamiento no les de una razón para sentirse de otro modo. Por sí mismos, sin la mente, los sentimientos se mantienen iguales y crecen en intensidad con el tiempo.
Un ejemplo común: imagina que estás enojado porque un niño de gorra roja rayó tu auto. El niño corre y escapa.
Al día siguiente lo ves y lo alcanzas, pero cuando se da vuelta, descubres que es otro niño. La ira se convierte en embarazo porque la mente pudo introducir una idea simple: persona equivocada.
Primitivismo. Sin excusas ni racionalizaciones, expresa tu furia como una bestia desbocada: gruñe» aúlla, retuércete, suelta tu cuerpo. Permite que lo primitivo sea primitivo, dentro de límites seguros. Los sentimientos primitivos se combaten en su propio nivel, como vestigios del cerebro primario.
Te quitas el disfraz de persona civilizada.
Este nivel de conciencia es aún más profundo que el de la emoción: el área más primitiva de todas, conocida como cerebro reptil, interpreta el estrés como una lucha de vida o muerte por la supervivencia. En este nivel experimentas tu sentido “razonable” de la injusticia como pánico ciego y ferocidad ciega. Aunque tus impulsos no alcancen nunca la violencia, los impulsos ordinarios se intensifican en la sombra, donde no puedes verlos.
Siempre que te sientas resentido o enojado sin motivo, al borde de las lágrimas sin razón, sin poder explicar por qué súbitamente tomaste una decisión precipitada, estás sintiendo los efectos de la energía que se acumula de manera encubierta en la sombra.
La sombra se ha acostumbrado a estar reprimida; por tanto, el acceso a esta región de la mente no es sencillo.
El ataque frontal tampoco funciona. La sombra sabe cómo resistir; puede azotar la puerta y ocultar su energía oscura todavía más. Si recuerdas el concepto de catarsis de la tragedia griega, se pensaba que sólo al provocar un temor profundo en el público, éste podría abrirse y sentir piedad. La catarsis es una forma de purificación. En este caso se lograba de manera indirecta, haciendo ver al público acciones aterradoras de la vida de un personaje en el escenario. Pero este truco no siempre funciona. Tú puedes ver una película de terror y salir del cine completamente impasible, con el cerebro superior rezongando: “He visto esos efectos especiales antes”. (Del mismo modo, las noticias televisivas, después de 50 años de transmitir imágenes horripilantes de guerra y violencia, han hecho poco menos que habituar a sus espectadores a ellas, o peor, las han convertido en entretenimiento.) Sin embargo, la descarga es natural para el cuerpo, y por el simple hecho de observar estas energías de la sombra les damos acceso al nivel consciente de la mente.
Las personas asumen que el lado oscuro de la naturaleza humana tiene un poder incontenible; Satanás ha sido enaltecido como el equivalente de un dios negativo.
Pero cuando se le descompone, el mal resulta ser una respuesta distorsionada a situaciones cotidianas. Imagina que es de noche y estás en una casa a solas. En algún lugar de la casa se produce un ruido. Inmediatamente reconoces el crujido de una puerta que se abre. Cada uno de tus sentidos se pone en alerta máxima y tu cuerpo se congela.
Con dificultad reprimes el impulso de gritar, pero eres presa de una terrible ansiedad. Un ladrón! ¡Un asesino! Todos hemos sufrido segundos agonizantes como éstos, sólo para descubrir que el crujido se debía a una tabla suelta o a la llegada inesperada de alguien.
Pero, ¿qué ocurrió realmente en ese momento de pánico?
Tu mente tomó un insignificante trozo de información del entorno y le adjudicó un significado. El crujido de una puerta no tiene significado en sí mismo, pero si inconscientemente albergas temores de ser atacado en la oscuridad —y es imposible no albergar temores como ésos— el salto de un trozo de información sensorial a la ansiedad máxima parece automático.
Pero en el intervalo entre el ruido y tu reacción se coló una interpretación, y fue la intensidad de ésta (“¡Alguien está entrando! ¡Me va a asesinar!”) la que creó el peligro.
Mi planteamiento es que el mal nace de la separación entre cuerpo y mente. No existe un poderoso gobernante en el reino del mal. Satanás comenzó como un momento de estímulo sensorial que se salió totalmente de control.
Piensa en el miedo a volar, una de las fobias más comunes.
Las personas que la padecen suelen recordar vividamente cuándo comenzó. Iban en un vuelo y de repente —tal como con el crujido de la puerta— un ruido o una sacudida del avión hipersensibilizó su percepción.
Sensaciones insignificantes como la vibración de la cabina o el sonido irregular del motor, repentinamente se volvieron siniestras. Entre estas sensaciones y la reacción del miedo,
hubo un intervalo de una fracción de segundo.
Aunque pequeño, dicho intervalo dio lugar a que una interpretación (“¡Vamos a estrellarnos! ¡Voy a morir!”) se adhiriera violentamente a lo que el cuerpo estaba sintiendo.
Un instante después, los síntomas típicos de la ansiedad —manos sudorosas, boca seca, pulso acelerado, mareos y náusea— contribuyeron a la persuasión de la amenaza.
Los fóbicos recuerdan ese primer momento de pánico incontrolable sin ser capaces de dividirlo en segmentos.
Por lo tanto, no se dan cuenta de que ellos crearon esa reacción. El temor fue consecuencia de los siguientes ingredientes: Situación. A una situación normal se le matiza con algo inusual o ligeramente estresante. Respuesta corporal.
Experimentamos una reacción física relacionada con el estrés. Interpretación. A estos síntomas físicos se les interpreta como señales de peligro, y de manera inconsciente, la mente salta a la conclusión de que el peligro debe ser real.
(La mente inconsciente es precisa; ésta es la razón por la que las pesadillas parecen tan amenazadoras como los sucesos reales.)
Decisión. La persona elige pensar: “Estoy asustado ahora”. Como estos ingredientes se fusionan rápidamente, parecen una sola respuesta cuando en realidad es una cadena de breves acontecimientos. Cada eslabón de la cadena es una elección.
La razón por la que no damos a cada sensación una interpretación reside en que la mente humana fue construida para encontrar significados en todas partes.
Las fobias pueden tratarse dirigiendo lentamente al individuo fóbico por esa primera cadena de sucesos y permitiéndole elaborar nuevas interpretaciones.
Al retrasar la respuesta y darle tiempo a la persona para analizarla, el nudo del miedo puede desatarse.
Gradualmente, los ruidos asociados con el vuelo regresan a su terreno neutral e inofensivo. El fugaz intervalo entre sensación e interpretación es el lugar de nacimiento de la sombra. Cuando entras en el intervalo y ves cuan intangible es todo, los fantasmas empiezan a dispersarse.
Actualmente el terrorismo está muy presente en la mente de las personas, por lo que no podemos pasar por alto el asunto de la maldad colectiva. Las dos preguntas más perturbadoras son: ¿cómo fue que las personas comunes consintieron en participar en tal maldad? y ¿cómo fue que personas inocentes llegaron a ser víctimas de tales atrocidades?
El experimento de la prisión de Stanford y nuestro examen de la sombra se acercan a responder estas preguntas, aunque no puedo dar una respuesta que satisfaga a todos: siempre que surge el tema de la verdad, todos nos vemos confrontados por nuestras propias sombras.
¿Qué pude haber hecho por Auschwitz?, dice una voz en nuestro interior, generalmente en tono culpable y acusatorio. Ninguna respuesta revertirá el pasado, pero es importante darse cuenta de que no debe esperarse eso de ninguna respuesta.
El mejor enfoque a propósito de la violencia colectiva no es seguir recordándola sino renunciar completamente a ella en tu interior, de manera que el pasado se purifique a través de ti.
Mi mejor respuesta a “¿cómo fue que personas comunes consintieron en participar en tal maldad?”, está en las páginas que acabas de leer. El mal nace en el intervalo. El intervalo no es propiedad privada de nadie, contiene respuestas y temas colectivos.
Cuando una sociedad entera acepta el tema de “los intrusos” que causan todos los problemas, el mal tiene en cada individuo un padre y una madre.
No obstante, en todos los casos de maldad colectiva hubo individuos que no se identificaron con el impulso común; se resistieron, huyeron, se escondieron e intentaron salvar a los demás.
Es la elección individual la que determina si nos sintonizamos con el tema y consentimos en llevarlo a cabo.
La segunda pregunta, “¿cómo fue que personas inocentes llegaron a ser víctimas de tales atrocidades?”, es más difícil porque la mente de casi todos ya está cerrada.
Quien pregunta no quiere una respuesta nueva.
Hay demasiada ira justificable, demasiada certeza de que Dios volvió la espalda, de que nadie quiso arriesgar su vida para detener el terrible mal hecho a otros. ¿Estás seguro de estas cosas? Estar seguro es lo opuesto a estar abierto.
Cuando me pregunto por qué murieron seis millones de Judíos o por qué fallecieron multitudes igualmente inocentes en Ruanda, Camboya o en la Rusia estalinista, mí motivo es liberarme en primer lugar de mi ansiedad.
Mientras me invada la angustia, la ira Justificada o el horror, mi capacidad de elegir estará totalmente inhabilitada.
Lo que debería elegir con toda libertad es la purificación, una vuelta a la inocencia hecha posible por la impresión causada ante lo que ocurre cuando no se cultiva la inocencia.
Tú y yo somos responsables por nuestra participación en los elementos del mal aun cuando no los llevemos a cabo en gran escala. Creer en ellos mantiene activa nuestra participación.
Es nuestro deber no creer en la inocuidad de la ira, los celos y el enjuiciamiento de los demás.
¿Hay alguna razón mística por la que una persona inocente se convierte en blanco del mal? Por supuesto que no.
Las personas que hablan del karma de las víctimas como si algún destino oculto hubiera provocado esa lluvia de destrucción, hablan desde la ignorancia.
Cuando una sociedad entera participa en la maldad colectiva, el caos externo refleja el desorden interno.
La sombra ha hecho erupción a gran escala.
Cuando esto ocurre, las víctimas quedan atrapadas en la tormenta, no porque tengan algún karma oculto, sino porque aquélla es tan violenta que traga a todos.
No considero que la relación del bien y el mal sea una lucha de absolutos; el mecanismo descrito, en el que las energías de la sombra acumulan poder privando a la persona de libre albedrío, me resulta muy convincente.
Puedo ver que esas energías oscuras operan en mí, y tomar conciencia es el primer paso para iluminar la oscuridad.
La conciencia puede reelaborar cualquier impulso.
Por tanto, no acepto que existan personas malas, sólo personas que no han enfrentado sus sombras. Siempre hay tiempo para hacerlo, y nuestras almas están abriendo caminos constantemente para dejar entrar la luz.
Mientras esto ocurra, el mal nunca será esencial para la naturaleza humana.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL OCTAVO SECRETO
El octavo secreto trata sobre la “energía oscura” de la mente, para tomar una expresión utilizada en
física.
La sombra está fuera de la vista.
Para encontrarla debes consagrarte a un viaje de descenso.
Piensa que este viaje consiste en regresar para recuperar partes de tu vida que abandonaste porque
te sentías muy avergonzado o culpable por ellas.
La ira que surge de la sombra está vinculada con sucesos del pasado que nunca se resolvieron. Ahora, esos sucesos han quedado atrás, pero sus
residuos emocionales no.
La vergüenza, la culpa y el temor no pueden abordarse mediante el pensamiento.
La sombra no es
una región de pensamientos y palabras.
Aun cuando recuerdes repentinamente esas emociones,
estás utilizando una parte del cerebro superior —la corteza— que no puede alcanzar la sombra.
El
viaje de descenso empieza sólo cuando encuentras la puerta al cerebro primario, donde la
experiencia se organiza no con base en la razón sino en sentimientos intensos.
Hay un drama desarrollándose en tu cerebro primario (identificado con el sistema límbico, que
procesa las emociones, y el cerebro reptil, que reacciona en función de amenaza y supervivencia
puras).
En este drama, muchos asuntos que serían interpretados razonablemente por el cerebro
superior (quedar atrapado en el tránsito, perder en un negocio, ser ignorado para un ascenso en el
trabajo o rechazado por una chica al invitarla a salir) desencadenan respuestas irracionales.
Sin que
te des cuenta, los acontecimientos cotidianos provocan que tu cerebro primario llegue a las
siguientes conclusiones:
Estoy en peligro. Puedo morir.
Debo atacar.
Estoy muy lastimado, nunca me recuperaré.
Estas personas merecen morir.
Me están haciendo sufrir.
No merezco existir.
No hay esperanza; estoy perdido en la oscuridad para siempre.
Estoy maldito.
Nadie me ama.
Para comunicar estos sentimientos tuve que verbal izarlos,
pero en realidad la manera más
apropiada de verlos es como energía: fuerzas pujantes e impulsivas con ímpetu propio.
No importa cuan ajeno te sientas a estas energías de la sombra, están en ti. Si no fuera así, estarías
en un estado de libertad y alegría ilimitadas. Estarías en la unidad, el estado de inocencia que se
recupera cuando la energía oculta de la sombra ha sido purificada.
Hoy puedes empezar a encontrar el camino hacia la sombra mediante tus sentimientos.
Las
energías de la sombra se manifiestan cuando:
No puedes hablar de tus sentimientos.
Te sientes fuera de control.
Sientes un ataque de pánico o terror.
Quieres sentir intensamente, pero tu mente se pone en blanco.
Rompes en llanto sin razón.
Sientes una aversión irracional contra alguien.
Una discusión razonable termina en riña.
Atacas a alguien sin provocación.
Hay muchas otras maneras en que la sombra se entrelaza con las situaciones cotidianas, pero éstas
se cuentan entre las más comunes. Lo que tienen en común es que se rebasa un límite: una
situación controlada provoca inesperadamente ansiedad, ira o temor. La siguiente vez que
experimentes esto, verifica si te sientes culpable o avergonzado de ti mismo; sí es así tocaste,
aunque sea brevemente, la sombra.
Permitir una erupción de sentimientos irracionales no es lo mismo que liberarlos. Dar rienda suelta
a tus emociones no es lo mismo que purificarlas. No confundas arrebato con catarsis. La energía
de la sombra se purifica mediante los siguientes pasos:
Surge el sentimiento negativo (ira, pesar, ansiedad, hostilidad, resentimiento, autocompasión,
desesperanza).
Tú pides liberarlo.
Experimentas el sentimiento y lo sigues adonde quiera ir.
El sentimiento se va a través de la respiración, el sonido o las sensaciones corporales.
Sientes liberación y comprendes el significado del sentimiento.
El último paso es el decisivo: cuando una energía de la sombra se va, la resistencia desaparece y
ves algo que no veías antes.
La comprensión y la liberación van de la mano.
El viaje de descenso
consiste en hallar tu sombra muchas, muchas veces. Emociones tan intensas como vergüenza y
culpa se revelan sólo un poco cada vez, y conviene que así sea.
Sé paciente contigo y sin importar
cuan poco creas haber liberado, di: “Ésa es toda la energía que estaba dispuesta a soltarse ahora”.
No tienes que esperar erupciones violentas de la sombra.
Dedica un tiempo a una “meditación de la sombra” en el que te permitas sentir lo que quiera
surgir.
Entonces puedes comenzar el proceso de pedir que se libere.
Ejercicio 2: la escritura como catalizador
Otro catalizador para llegar a las energías de la sombra es la escritura automática: toma una hoja
de papel y empieza escribiendo la oración; “Me estoy sintiendo muy ___ ahora”. Llena el espacio
en blanco con cualquier sentimiento que surja —de preferencia uno negativo que hayas guardado
ese día—, y sigue escribiendo. No te detengas, escribe lo más rápido que puedas y anota cualquier
palabra que quiera fluir.
Otras oraciones para iniciar este ejercicio:
“Lo que debí decir fue ___.”
“No puedo esperar decirle a alguien que yo ___.”
“Nadie puede impedirme decir la verdad acerca de ___”
“Nadie quiere escucharme decir esto, pero ___.”
Mediante estos catalizadores, te estás dando permiso de expresarte, pero lo más importante es tener
un sentimiento prohibido. Por eso las palabras no importan.
Una vez que accedas al sentimiento
podrá empezar el trabajo real de liberación.
Necesitas seguir adelante, sentirlo plenamente, pedir
su liberación, y seguir adelante hasta que logres comprenderte un poco más. Tal vez sea necesario
un poco de práctica antes de lograr una liberación profunda, pero los muros de la resistencia se
vendrán abajo paso a paso.
La sombra está sutilmente entrelazada en la vida cotidiana.
Pero nunca
tan oculta que no puedas sacarla a la luz.
Deepak Chopra.
http://rosacastillobcn.blogspot.com.es/
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