ÉL
Eran días de incertidumbre, desasosiego, temor… ¿Qué nos deparaba el destino ahora que Él no se encontraba con nosotros? Revivíamos una y otra vez los años que estuvimos juntos. Tantos momentos que no supimos comprender, perdidos es nuestras discusiones e ilusiones mundanas; pero era así como debía ser, nuestras almas estaban en la forja. Golpe a golpe, en el calor del fuego, íbamos adoptando una forma determinada; y no era Él quien los daba, éramos nosotros mismos, llenos de orgullo y vanidad, quienes sin saberlo gestábamos un nuevo ser en nosotros. ¡Nos quemábamos tanto! Y sólo así fue posible llegar al intenso fuego que acabó con nuestras expectativas banales. El mesías que esperábamos se fue, diluido en las enseñanzas de nuestros mayores que ya no nos confortaban.
¿Quién era Él? ¿Qué hizo con nuestras vidas que nunca más fueron las mismas? ¿Le comprendimos cuando ya era tarde? Esperábamos un reino físico aquí, en la Tierra, y no sucedió…
Durante cuarenta días después de su muerte estuvo desconcertándonos. Siempre nos decía que no le viéramos como a alguien superior a nosotros, que no hiciéramos caso de leyendas sobre Él. Nosotros teníamos información de primera mano, fueron tantas las veces que le interrogamos…
Era claro en sus respuestas:
–He nacido como vosotros, fruto de la tierra y del cielo. En cada uno de nosotros reside la esencia, la semilla que germina al ritmo de nuestros corazones. Mi madre y mi padre no son diferentes a los vuestros, ni yo soy diferente a vosotros, puede que mi corazón se haya abierto un poco más, pero sólo eso.
Eran días de incertidumbre, desasosiego, temor… ¿Qué nos deparaba el destino ahora que Él no se encontraba con nosotros? Revivíamos una y otra vez los años que estuvimos juntos. Tantos momentos que no supimos comprender, perdidos es nuestras discusiones e ilusiones mundanas; pero era así como debía ser, nuestras almas estaban en la forja. Golpe a golpe, en el calor del fuego, íbamos adoptando una forma determinada; y no era Él quien los daba, éramos nosotros mismos, llenos de orgullo y vanidad, quienes sin saberlo gestábamos un nuevo ser en nosotros. ¡Nos quemábamos tanto! Y sólo así fue posible llegar al intenso fuego que acabó con nuestras expectativas banales. El mesías que esperábamos se fue, diluido en las enseñanzas de nuestros mayores que ya no nos confortaban.
¿Quién era Él? ¿Qué hizo con nuestras vidas que nunca más fueron las mismas? ¿Le comprendimos cuando ya era tarde? Esperábamos un reino físico aquí, en la Tierra, y no sucedió…
Durante cuarenta días después de su muerte estuvo desconcertándonos. Siempre nos decía que no le viéramos como a alguien superior a nosotros, que no hiciéramos caso de leyendas sobre Él. Nosotros teníamos información de primera mano, fueron tantas las veces que le interrogamos…
Era claro en sus respuestas:
–He nacido como vosotros, fruto de la tierra y del cielo. En cada uno de nosotros reside la esencia, la semilla que germina al ritmo de nuestros corazones. Mi madre y mi padre no son diferentes a los vuestros, ni yo soy diferente a vosotros, puede que mi corazón se haya abierto un poco más, pero sólo eso.
¡Tan lejos estaban sus respuestas de lo que escuchábamos una y otra vez desde niños!
–Mi reino no es de este mundo, como no lo son vuestras almas. Nacemos, andamos sobre estas tierras ensuciándonos los pies, hundiéndonos en el barro, sufriendo a veces sin saber por qué, con un futuro incierto tras la muerte. Nos desesperamos, humillamos, cuando creemos que otros nos arrebatan la dignidad. ¡Nadie puede arrebatarnos lo que no es de este mundo! Podrán lastimarnos, arrancarnos la piel a tiras, despedazarnos, pero nunca llegarán a apoderarse de nuestras almas. Esta no es la realidad de la que os hablo, es sólo un sueño del que estáis despertando. Donde yo voy, vosotros ya estáis. No lo recordáis pues así lo decidisteis, para que vuestro crecimiento fuera acelerado con el calor del fuego de vuestro corazón y el martillo de vuestra voluntad.
Nuestra voluntad titubeaba, se debatía entre dos mundos. Lo que veíamos cada día, la dominación, el desprecio, la impotencia…, nos hacía mella. ¿Cómo compaginar sus palabras con nuestro día a día, donde la vida no vale nada y es sometida al capricho de unos pocos?
Él zanjó de golpe nuestras dudas… Se mostró tal y como era ante quienes le seguimos, días después de su muerte. ¿Cómo podía ser? Y sin embargo fue. Creíamos en su reino, lejos, más allá de lo conocido. Y ahí estaba Él, compartiendo momentos como si nada hubiera pasado. Calmo, sosegado y en paz. Una paz que nos calaba los huesos y hacía caer cualquier barrera. Su mundo estaba y está aquí junto a nosotros. “Lo que yo hago vosotros haréis, donde yo voy vosotros iréis”, nos repetía una y otra vez. Venció a la muerte…
Un día, cuando manifestó que ya no era necesaria su presencia, nos dijo que cuando flaquearan nuestras voluntades recordáramos su paz, la volviéramos a experimentar como si sucediera otra vez en el presente. Y así acontecía.
–La paz que os dejo la lleváis siempre con vosotros, es vuestra, como vuestro es el fuego que respira en vosotros. Reside donde está vuestro corazón y se extiende hasta donde vuestra voluntad alcanza. Su llama crece con el amor que sois capaces de dar, ella os mostrará el camino hacia un fuego mayor con el que os fundiréis cuando ya nada deseéis para vosotros.
Así supimos, cada uno en su momento, de qué nos hablaba. El fuego que nos quería trasmitir era la propia Vida; el que hace y deshace cuanto existe y se recrea una y otra vez; el que eleva a quien se hace humilde, lleva la luz donde la sombra impera. Un fuego que reaviva lo que creíamos marchito y purifica cuanto en nosotros aborrecemos.
Estamos de paso, como el invierno da paso a una nueva primavera que con seguridad llega. En muchas estaciones hemos de vivir aún, mas ya sin incertidumbre, sabiendo que el destino no está en el futuro sino aquí y ahora, donde Él está.
Ángel Hache http://escrito-en-el-viento.blogspot.com.es/
–Mi reino no es de este mundo, como no lo son vuestras almas. Nacemos, andamos sobre estas tierras ensuciándonos los pies, hundiéndonos en el barro, sufriendo a veces sin saber por qué, con un futuro incierto tras la muerte. Nos desesperamos, humillamos, cuando creemos que otros nos arrebatan la dignidad. ¡Nadie puede arrebatarnos lo que no es de este mundo! Podrán lastimarnos, arrancarnos la piel a tiras, despedazarnos, pero nunca llegarán a apoderarse de nuestras almas. Esta no es la realidad de la que os hablo, es sólo un sueño del que estáis despertando. Donde yo voy, vosotros ya estáis. No lo recordáis pues así lo decidisteis, para que vuestro crecimiento fuera acelerado con el calor del fuego de vuestro corazón y el martillo de vuestra voluntad.
Nuestra voluntad titubeaba, se debatía entre dos mundos. Lo que veíamos cada día, la dominación, el desprecio, la impotencia…, nos hacía mella. ¿Cómo compaginar sus palabras con nuestro día a día, donde la vida no vale nada y es sometida al capricho de unos pocos?
Él zanjó de golpe nuestras dudas… Se mostró tal y como era ante quienes le seguimos, días después de su muerte. ¿Cómo podía ser? Y sin embargo fue. Creíamos en su reino, lejos, más allá de lo conocido. Y ahí estaba Él, compartiendo momentos como si nada hubiera pasado. Calmo, sosegado y en paz. Una paz que nos calaba los huesos y hacía caer cualquier barrera. Su mundo estaba y está aquí junto a nosotros. “Lo que yo hago vosotros haréis, donde yo voy vosotros iréis”, nos repetía una y otra vez. Venció a la muerte…
Un día, cuando manifestó que ya no era necesaria su presencia, nos dijo que cuando flaquearan nuestras voluntades recordáramos su paz, la volviéramos a experimentar como si sucediera otra vez en el presente. Y así acontecía.
–La paz que os dejo la lleváis siempre con vosotros, es vuestra, como vuestro es el fuego que respira en vosotros. Reside donde está vuestro corazón y se extiende hasta donde vuestra voluntad alcanza. Su llama crece con el amor que sois capaces de dar, ella os mostrará el camino hacia un fuego mayor con el que os fundiréis cuando ya nada deseéis para vosotros.
Así supimos, cada uno en su momento, de qué nos hablaba. El fuego que nos quería trasmitir era la propia Vida; el que hace y deshace cuanto existe y se recrea una y otra vez; el que eleva a quien se hace humilde, lleva la luz donde la sombra impera. Un fuego que reaviva lo que creíamos marchito y purifica cuanto en nosotros aborrecemos.
Estamos de paso, como el invierno da paso a una nueva primavera que con seguridad llega. En muchas estaciones hemos de vivir aún, mas ya sin incertidumbre, sabiendo que el destino no está en el futuro sino aquí y ahora, donde Él está.
Ángel Hache http://escrito-en-el-viento.blogspot.com.es/