jueves, 9 de junio de 2016

Maestría en Felicidad: Claves y enseñanzas para recorrer el camino de la vida plena (Chamalú) Carta-9


Carta-9
Esta noche, después de varios intervalos de silencio, el parpadeo de la oscuridad y un persistente maullido constituyeron el contexto de esta carta. 
Exhalé con lentitud, mi tiempo siempre esta ahí, pero no es el mismo. 
Se enlentece cuando hay peligro, se acelera cuando disfruto; es una red transparente que se tejió en varios espacios. 
La vida descansa en su regazo, el silencio, callado como siempre, parece esperar sin prisa que el transeúnte de esta experiencia, aunque sea por un momento, abandone sus cavilaciones y le sintonice. 
Meditar es detener la ciudad y, simultáneamente, mutilar el ruido, dar un portazo en la cara al estrés, desconectar las alarmas para dejar de estar al ataque o a la defensiva. 
No más supervivencia. Comienza a saborear la vida desde el sabor que otorga el silencio. 
La vida se ha detenido, algún pensamiento periférico se mueve en su rebeldía, se encienden más luces en la ciudad, bailan las sombras con el paso de los autos, desde la ventana vecina percibo la silueta de una persona que permanece hipnotizada ante una falsa ventana de luz azulada. 
No puedo comprender cómo tanta gente amobló su infelicidad y se acostumbró a vivir mal. Estaba allí el egoísmo cuando observé con atención al vecino. 
La envidia, procedente de un pariente, también estaba presente. La soberbia había construido al lado un castillo desde el cual observaba a todos, viéndolos pequeños. 
Intenté comprender por qué la vida había llegado a tal nivel de inhumanidad. No recuerdo haber visto últimamente al amor caminando por las calles del presente. 
Se notaba también la ausencia de la felicidad, en cambio, las menudencias que fabrican malestares abundaban por todas partes. Avanza la noche, el gato se aproxima, salta a la silla, su motor permanece encendido, contemplo mi agenda, encuentro la hora marcada para mi meditación. 
Comenzar el día meditando es una excelente decisión que garantiza la purificación de hoy. Habiendo cerrado el círculo del día que concluyó, extraída la enseñanza en la reflexión previa al descanso, la meditación matinal otorga el contexto ideal para elegir el día que queremos, más aun si visualizamos lo anhelado y le otorgamos categoría de real, incluso antes de que sea tangible. 
Como militante de una espiritualidad existencial, quiero compartir contigo mi enfoque de la meditación. 
Mucho se ha hablado al respecto. Desde Oriente, nos han inundado con explicaciones rimbombantes de lo que es la meditación, volviéndola inalcanzable, reservada para iluminados. Parafraseando a Lao Tze, podríamos decir que meditación que pueda ser definida no es meditación. 
No intentaré definir la meditación, no es necesario, quizá solo baste con comprender la importancia de su práctica diaria. Meditar para nosotros es convertirse en lo que haces. 
Si contemplas el mar, cómodamente sentado en la arena, tu meditación habrá comenzado cuando, abolida la separación entre el observador y lo observado, comienzas a saborear la unicidad. Suprimida la dicotomía, el resto es esa unidad superior a la que solo se accede desde otro nivel de conciencia, que emerge de un contexto meditativo. 
Si quieres aprender a meditar, primero olvida todo lo que escuchaste al respecto, porque explicar la meditación equivale a explicar el sabor de la sed. Comienza a meditar haciendo algo que amas. Podrías cantar o danzar, hacer el amor o nadar. Elegida la actividad meditativa, desconecta toda posible interferencia, apaga el computador y el teléfono, asegúrate de no ser interrumpido y a continuación limítate a hacer lo que decidiste hacer, hacerlo por el placer de hacerlo. 
Cuando juega un niño, no juega en broma, se convierte en lo que hace, inaugurando de esa manera sus primeras experiencias meditativas. Por ello, cuando se interrumpe su juego, se altera un nivel vibratorio, se le obliga quizá bruscamente a abandonar el presente, porque meditar es eso: vivir intensamente, profundamente, el presente. 
Redefinida la meditación, esta vuelve a estar al alcance de todos. Meditar es reinstalar lo sagrado en lo cotidiano, es ver la vida con otros ojos, hasta lo espiritual pasa a convertirse en algo diferente, así mismo la vida, el cuerpo y los demás, que se convierten en algo supremo. 
Meditar es instalarse mágicamente en el presente y, desde él, en la vida, abordada desde un alerta sereno, es decir, se puede vivir meditando, entonces descubrirás que la vida es una fiesta de aprendizaje y celebración.
Hay tantas formas de meditar como personas. 
Descarta las técnicas, conocerlas, incluso ser experto en algunas técnicas meditativas, no significa que sepas meditar. 
Encuentra tu manera de entrar en silencio, de convertirte en viajero de tu espacio interior. 
Cuando uno se implica profundamente en algo, se convierte en eso, entonces el resto deja de importar, por lo menos en ese momento, eso es meditación. 
Con frecuencia me preguntan qué siento cuando medito. Intentaré describirte lo que es para mi un momento meditativo, reiterándote la importancia de que encuentres tu estilo de meditar. Cuando medito, siento que mi alma se llena de luz, que camino por calles blancas, que el amor en forma de torbellino, de tornado, hace girar mis cuerpos energéticos hasta disolverlos y convertirlos en universo mismo. 
Siento que mis átomos se visten de colores, que la preocupación por lo cotidiano se duerme, que las flores del jardín de mi corazón florecen con pétalos transparentes, que las estrellas curiosas asoman a la hora vespertina, a la misma hora en que amanece la noche y se encienden las hogueras que desnudan los altares corporales y los gradúan de sagrados. 
Cuando medito, siento que todas las velas titilan en mi interior y las olas del mar se vuelven fosforescentes, que el silencio anuncia buenas nuevas y que la eternidad me abraza, me envuelve en láminas mágicas. Siento que mis pupilas devienen en cascadas de luz y que las campanas de las otras realidades me dan la bienvenida. 
Cuando medito, percibo cómo los instantes se entrelazan con hilos de seda cósmica y el silencio, convertido en rigurosa niebla, da la bienvenida a los abuelos invisibles, que me visitan por un instante sin tiempo y me entregan polvo de las estrellas, mensajes de otros tiempos y lágrimas color arcoíris, para cuando me visite la incomprensión. 
No sé si puedo poner palabras a eso que se siente cuando te arrodillas humildemente al fondo de ti mismo y desde tu corazón confiesas tu amor a la vida. 
Después de haber vivido de tantas maneras, de haber tenido miles de aprendices, quiero decirte lo que me enseñó la vida: quien no aprende a meditar, tendrá muy difícil su existencia, porque nunca llegará a conocerse profundamente, ni tendrá la capacidad de autogobernarse. 
Meditar es vivir con profundidad, es reactivar la intuición y recuperar la sensibilidad, es atravesar el infierno de la infelicidad y la ignorancia e instalarse en el paraíso, es una vacuna contra la depresión y el contexto más recomendable para inaugurar felicidades y otros despertares.
Meditar te purifica y armoniza, te facilita la fusión de lo sagrado con lo mundano, encaminando tu vida a una espiritualidad natural, donde percibirás que todo es uno y todo está vivo. Entonces, cada instante será percibido como lo que realmente es: gotas de eternidad esperando ser descubiertas. Mientras aún camino por la vida, quise compartir contigo mis más profundas sensaciones sobre la meditación. 
Mi objetivo: motivarte a entablar una profunda amistad con la meditación, que no es otra cosa que una posibilidad de tu alma para completar su historia evolucionaria, razón fundamental de tu paso por la Tierra. 
Quiero que a partir de hoy veas a la meditación como un estado alcanzable, accesible a las manos reverentes y a los pies humildes. 
Quiero proponerte en esta carta que inventes nuevas formas de meditar, que experimentes diferentes modalidades, que te enamores del silencio y te regales instantes luminosos, fruto del estar absorto, contemplando la vida y sus sorpresas. 
¿Quieres continuar caminando a mi lado? Nuestra próxima escala es la Madre Tierra y los secretos que los abuelos sabían, para beneficiarse de energía purificadora. Hasta pronto.
Chamalú.
Continua...
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Maestría en Felicidad: Claves y enseñanzas para recorrer el camino de la vida plena (Chamalú) Carta-8




Carta-8
Suena el teléfono, es ella, me dice que se va de viaje, agradecí su presencia, agradezco su ausencia. 
Era dulce y tempestuosa, su pelo, cuidadosamente desarreglado, hablaba de su personalidad volcánica. 
Solía vestir pantalones con botas hasta la rodilla y una capa transparente de timidez, estratégicamente acomodada a cada circunstancia. Con ella aprendí muchas cosas, en especial a valorar mi tiempo en soledad. 
Hoy el cielo amaneció nublado, la lluvia parece estar pendiente de las nubes, la vida transcurre con insoportable normalidad. En este preciso momento, mientras alguien reza, otro hace el amor, uno se muere de cáncer o infarto, nace un niño, mientras hierve la olla que alimentará a quien otro día, más adelante, alimentará las raíces. 
La vida es un brusco regalo que no adjunta un manual de funcionamiento. Por eso, tanta gente se imagina que está viviendo, cuando en realidad solo sobrevive miserablemente. Hoy comencé el día nostálgico, extrañando algo que no existe: un mundo donde la gente sea feliz y solidaria, una humanidad donde los niños aprendan el lenguaje de los árboles y las abuelas nos enseñen a dialogar con las estrellas, que pronto visitarán personalmente. Me abro paso entre la nostalgia, me observo, me siento, estoy solo. Si aprendemos a estar solos, ese tiempo se traduce de calidad de vida, porque nos induce a transitar senderos de autoconocimiento que nos forma y transforma y nos enamora de la vida, y con ello, accedemos a las claves de la magia, suprema cita que nos otorga las llaves de lo multidimensional, que también habitamos de otra manera. Te confieso que ya escribí decenas de libros, sin embargo, estas cartas que se originan en mi corazón, donde el crepúsculo tiene el color de la eternidad, me mueven y conmueven. 
Por momentos los recuerdos me golpean; una parte mía, un par de pétalos quizá, se notan cansados, un instante solloza, un puñado de silencio tiene los bordes quemados por tanto pensamiento. Decido continuar escribiendo estas cartas, quizá transcribiendo mi sentir profundo, distribuyendo enseñanzas entre quienes descubrieron que trabajarse es la mejor inversión existencial posible. 
Es probable que estas cartas te proporcionen más claves que todos mis libros anteriores, lo que pasa es que ahora permanezco sigiloso, vigilando atentamente que mi vida no pase en vano. Un primer aprendizaje fundamental se refiere a saber disfrutar la soledad, sin llenarla de recreación frívola ni hacer pedazos el silencio. En ese contexto, podrás escuchar la voz de tu conciencia, desgarrador llamado de atención en algunos casos. Hay tanta gente que actúa como su peor enemigo. 
Si tu soledad quieres elevar a un nivel superior, el primer paso es no temerle. Estar solo en el fondo es estar con uno mismo. Aprovecha estos momentos para relajar tu cuerpo, para entrar en meditación (en la próxima carta te enseñaré mi forma de meditar, simple y profunda y al alcance de todos), para abrir espacios de reflexión donde puedas escuchar tu cuerpo, tu voz interior, observarte minuciosamente y, al conocerte, amarte y gradualmente aprender a manejar tu energía. 
Al conocerte podrás transformarte y con ello crecer y recuperar tu sensibilidad y la comprensión de tu misión. 
Vivir es un proceso maravilloso, desde que caminamos por el sendero del autoconocimiento. Al conocerte, podrás amarte y al amar, tu transformación y crecimiento serán un placer. Conocerte a ti mismo te ayudará a ser feliz. 
Conocerte también te proporcionará la posibilidad de fortalecer tu imperturbabilidad, aprendiendo a mantenerte en tu centro, esa vibración, esa actitud donde eres poderoso. 
Desde tu centro, acceder a tu poder será natural y eso te revestirá de una gran capacidad de autogobierno que será la base que te posibilitará la soberanía existencial, contexto en el cual, de la mano de la coherencia, podrás convertir el cumplimiento de tu misión en un estilo de vida. 
Fundamental que puedas comprender la importancia de darte tiempo para ti, de tener en tu agenda una cita periódica y puntual contigo mismo. En ese proceso de estar contigo, irás cultivando la posibilidad de ir liberando todo tu potencial, lo mejor de ti, además de permitirte ser tú mismo. 
Te propongo también, en este contexto, inaugurar un diario dionisíaco, es decir, un registro cotidiano de lo mejor del día, de tus mejores aprendizajes y en especial de tus momentos felices. Recuerda que la felicidad es una franja en la que puedes oscilar sin interrumpirla. 
El pensamiento es amigo íntimo de la emoción, que luego estalla en la acción, un tridente al que hay que prestar atención. Recuerda que no somos dioses ni bestias, lo humano es una posibilidad para todo lo que tú quieras, sin embargo, precisas decidir, tomar posición, posibilitar el diálogo de tu razón con tu intuición, sin aspirar a que se entiendan completamente. Recuerda también que la felicidad tiene su propia lógica, que no precisas comprender todo ni explicar a nadie lo que estás haciendo, sin embargo, no dejes de autoevaluarte, hazlo periódicamente sin olvidar que lo que la gente ve es su propia interpretación. Los encuentros que tengas contigo mismo son el contexto ideal para atreverte a repensar tu vida, a realizar un inventario personal, identificando las prioridades. 
Presta atención a lo urgente, que muchas veces termina boicoteando lo importante. Observa cómo manejas tu tiempo, pregúntate en principio para qué vives, de esa manera tendrás a flor de piel la visión de tu misión, ese es el norte, el rumbo hacia el cual se enfoca tu vida. Rodéate de gente inteligente, de personas de las cuales puedas aprender y continuar creciendo. Evita generar complejo de superioridad o de inferioridad, es más, evita compararte. Aprecia todo lo que esté bien hecho, reconoce los méritos ajenos y cuando seas crítico hazlo desde el corazón. Asegúrate de que los pensamientos negativos duren poco. Tus tiempos de soledad también puedes usarlos para leer libros inspiradores, para hacer lo que amas, para profundizar en el proceso reflexivo y en ese contexto reinterpretar tu pasado, hasta sentirte a gusto con él. 
La soledad te permite estar contigo, ir al fondo de ti mismo, abrir tus ojos internos, desplegar tu alerta sereno, arder los miedos, desatar dependencias, abrir la pulpa de la vida y constatar que lo más sabroso de la existencia está reservado para quienes se despiertan. Ellos quieren vernos dormidos, con las alas marchitas y el corazón confundido, con el tiempo desgastado y el entusiasmo derribado. 
Para evitar eso, nunca digas que no tienes tiempo para ti, porque en él germina la comprensión de quién eres, de lo que tienes que ser y hacer. En ese contexto, y luego de darte cuenta, eliminarás todas las creencias que te impidan ser tú mismo. Poco a poco aprenderás a reconocer las otras voces, que también resuenan en tu interior, y poco a poco aprenderás a conocerte, a disfrutar de la soledad y la compañía, a aceptar lo que no puedes cambiar y a transformar lo que se puede modificar. ¿Cuál es el contenido principal de tu vida? ¿En qué gastas principalmente tu energía? 
Recuerda que una vez convertida la reflexión en hábito, deberás ser más lento para decidir y más rápido para identificar oportunidades. Por las noches, antes de dormir, podrás tener una cita reflexiva, enfocando tu reflexión en una breve evaluación de lo que aprendiste en el día. 
Cada día es un paso adelante, cada día significa más crecimiento, cada día mejores decisiones, y, por supuesto, la felicidad de sentirse vivo, porque la felicidad comienza con el reencuentro con uno mismo. 
No soy de los que esperan que pase algo en su vida. Me gusta ver crecer los árboles y la conciencia, atrapar cada momento y viajar al interior de mí mismo, encantarme con las sorpresas de la vida, llegar a casa, saber que alguien me espera (aunque no siempre), escuchar mi música predilecta, contemplar el horizonte, guardar el sabor de los mejores instantes, desatar nuevas ocurrencias, quebrar nuevamente alguna prohibición, sentirme vivo, selvático, estremecerme con una buena o mala noticia, acercarme a lo imposible, tener tiempo para lo que amo. Me gusta coleccionar hamacas y encender chimeneas, quedar atrapado en un sueño y saborear una fruta encendida por el sol. Estar conmigo es para mí una buena compañía; estar contigo mismo inaugura un tiempo sagrado, reservado para quienes se atreven a recibirse, mientras transitan la vida como camino de autoconocimiento y estudian la maestría en felicidad, donde nos graduamos de seres humanos. Si complementas el estar contigo con la práctica meditativa, encontrarás el pasaporte al paraíso. De eso quiero hablarte en la próxima carta.
Chamalú
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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.IX


Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte IX.

El silencio es la vida verdadera.

Por eso sé silencioso. El silencio es la palabra que lo sabe todo, la ley del Universo. Se manifiesta como el silencio en el silencio. Se contempla a sí mismo en el silencio como el silencio.

Todo es la ley que es el silencio sublime, infinito, que se habla a sí mismo, el Yo Soy.

El silencio es la ley y la sabiduría de Dios. Quien es sabio es silencioso, porque sabe acerca de todas las cosas, ya que todo lo penetra con su mirada y lo traspasa.

Lo absoluto es el silencio, es el orden del templo, que tú eres, el que es puro.

Cuando sabes quién eres, y cuando sabes que la consciencia del Yo Soy es la vida, vives y no te escandalizas con nada. Tampoco empujas nada violentamente, porque penetras con la mirada y traspasas todo lo que para la mirada del mundo es densidad, impedimento y choque.

Quien obra de día, ve las esquinas y los cantos y no se dará contra ellos, pues aprovecha la luz del día.

Lo mismo es válido para la luz eterna. A quien camina en la luz no puede sucederle nada; pues para aquel que cumpla las leyes del Espíritu de Dios, iluminará siempre la luz del amor, tanto si él es alma como si es hombre.

El intranquilo, el ruidoso, en el que las sensaciones y los pensamientos alborotan y braman, es el buscador que sólo mira hacia la superficie de la verdad –hacia las cosas, asuntos y palabras– y allí busca la solución. Con ello se propone a sí mismo adivinanzas, porque quiere adivinar y atrapar el reconocimiento.

Quien no es sabio, tampoco es quedo, es decir silencioso, porque sigue queriendo algo hasta que se encuentra a sí mismo en el origen primario, en el silencio –lo que él es, el Yo divino, la sabiduría y la belleza que provienen de Dios, la ley que lo sabe todo, Dios, la Sabiduría que es igual a la Verdad.

Tu prójimo, el uno, está tan cerca de ti, el que es puro, como el otro, porque a ti nadie puede serte lejano ni extraño, ya que Dios está en ti y tú estás en Dios y tus semejantes están en Dios y vosotros estáis en Dios. Esto es unidad. El uno está en el otro, y ambos internamente se traspasan mutuamente y traspasan a todos –y todos a ambos–. Esto es el Universo y la ley del amor y de la unidad.

Si el uno estuviera más cerca de ti que el otro, mirarías hacia delante, hacia detrás, hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba y hacia abajo para verle, porque no le contemplarías en ti.

El que es puro desea a su prójimo sólo lo que él mismo es: la ley eterna, Dios, lo puro.

El impuro, el no iluminado, con frecuencia desea a su prójimo lo que él mismo no posee: lo bello, lo bueno, lo apacible, lo dichoso –facetas de la verdad eterna en las que a él mismo aún le falta realización–. Lo que desea no penetra en el prójimo, porque no está traspasado por fuerza, verdad ni amor. Son deseos sin vida, que regresan al impuro, no iluminado.

La unidad universal es la sabiduría de Dios. Dios es todo en todo, la ley de la vida.

En todo lo que el que es puro dice, aborda la totalidad, lo grande en lo más pequeño y en lo más pequeño lo grande.

Quien a su prójimo sólo le habla o le desea facetas de la ley eterna, y así sólo introduce en sus palabras y en su obrar partes de la ley eterna, también está prefiriendo sólo partes de la ley eterna y diciendo de sí mismo que es imperfecto.

Con ello da testimonio de sí mismo. El prefiere a determinadas personas; a otras, por el contrario, las pasa por alto. Es decir, hace excepciones consigo mismo y con su prójimo.

El lenguaje de la ley es la totalidad de la ley, ya que todo está en todo, lo más grande en lo más pequeño y lo más pequeño en lo más grande. El que es puro expresa siempre toda la ley: desea el amor desinteresado a sus semejantes y aborda también todas las facetas de la ley eterna. Este es el lenguaje de la ley.

Cuando el que es puro desea la paz a sus semejantes, aborda a su vez la totalidad de la ley. Este es el lenguaje de la ley.

El que es puro habla siempre la totalidad de la ley, también cuando le desea la salud a un enfermo:

Si sólo desease al enfermo una faceta de la salud –por ejemplo, la salud de un órgano enfermo–, estaría abordando solamente la parte de la ley que está ensombrecida por la enfermedad. Al hacerlo así, pasaría por alto la actividad de la totalidad de la ley eterna. Con ello, en determinadas circunstancias impediría la actividad de la ley eterna en el enfermo.

Quien solamente desea el restablecimiento físico de su prójimo, aborda la enfermedad misma, que refuerza bajo determinadas circunstancias, en caso de que el enfermo se base en esa afirmación. Así hace caso omiso de la voluntad de Dios, que sabe acerca de Su hijo y quiere conducirlo del modo que redunde en el bien de su alma.

Los pensamientos egoístas influyen sólo sobre la superficie –es decir, sobre el efecto, el síntoma, la enfermedad– e impiden que la ley eterna pueda hacerse activa.

Quien solamente aborda la superficie de la vida, el reflejo, por ejemplo deseando la paz a su prójimo, y no tiene paz él mismo, aborda en su prójimo sólo la falta de paz, porque él mismo no tiene ninguna comunicación con la paz.

El verdadero sabio necesita como ser humano el lenguaje del mundo, para hacerse entender. A pesar de la limitación de las palabras, en palabras como «salud» y «paz» abordará la totalidad, la ley omniabarcante, Dios. Entonces también actuará la ley eterna, Dios, que deja el libre albedrío a cada hombre y lo conduce del modo que sirva a su alma y no exclusivamente a la envoltura, el ser humano.

Quien por su parte está enfermo y desea la salud a su prójimo, aborda a su vez en el prójimo sólo la enfermedad, y eventualmente aquellos aspectos que coinciden con su propia enfermedad; pues lo que parte de él vuelve a entrar en él y eventualmente también en el prójimo en el que hay síntomas de enfermedad iguales o parecidos. Esto sucede conforme a la ley «los iguales se atraen y se refuerzan».

Quien desea la paz a su prójimo y carece él mismo de paz, puede reforzar en su prójimo los aspectos faltos de paz, si éste carece de paz, porque los iguales se activan entre sí una y otra vez y desean cumplirse.

Quien desea el amor a su prójimo y él mismo carece de amor, puede agravar en su prójimo, que también carece de amor, la falta de amor, porque los iguales se atraen entre sí una y otra vez y desean cumplirse –de nuevo conforme a la ley «los iguales se atraen y se refuerzan».



Comprended:

Cada sensación, cada pensamiento, cada palabra y cada acto son energía.

Lo que el hombre emite, puede activarse en el prójimo cuando en éste hay algo igual o parecido. Algo igual o parecido vuelve al hombre que ha emitido; pues quien emite, recibe.

Quien desea salud y paz a su prójimo y él mismo está enfermo de alma y cuerpo o lleva en sí la falta de paz debido a no haber realizado las leyes eternas, influye sobre la enfermedad y la falta de paz de su prójimo y las refuerza, porque no ha dejado que se activasen en sí mismo los deseos de paz y restablecimiento que comunica a su prójimo.

Si deseas a tu prójimo lo que tú mismo aún no has llevado a cabo, por ejemplo lo puro, noble, bello y bueno, esto no llega a su interior, porque no ha sido vivificado por ti –o bien la superficie, la apariencia, su yo inferior, lo acoge y se siente adulado y honrado, y así se refuerza su individualidad inferior, el yo inferior.

Desea a tu prójimo sólo lo que poseas en ti mismo, es decir, lo que esté realizado y así vivificado, y aborda en todo la totalidad de la ley eterna. Ya que todo está contenido en todo, afirma toda la ley, Dios, en lo que desees a tu prójimo. No mires sólo hacia la superficie, hacia lo que ha de producirse en el cuerpo del prójimo o en su entorno. Ten presente que la salud de su alma es decisiva y que el cuerpo espiritual puro es a su vez la totalidad de la ley.

Lo que desea a su prójimo el que es puro –lo que él mismo lleva a cabo–, parte de lo más interno de su templo y entra también en el templo del prójimo. El lleva en cierto modo los frutos de la ley eterna al templo del prójimo, porque trae a su prójimo la ley eterna como don de amor, que a su vez es la ley misma.

Por tanto, no desees a tu prójimo detalles de la ley eterna, pues si lo haces, abordas en él y en ti sólo partes de la ley eterna. Con ello dejas sin utilizar todas las demás facetas de la ley eterna. Esto significa que te contentarías con algunas facetas y por ello darías testimonio de tu impureza y abrirías las puertas al impuro, para que te tentara.

Aun cuando, en la materia, sólo abordes un ámbito, pon en él la totalidad. Esto es verdadero vivir, esto es vivir en la ley eterna, Dios.

Aprende a ver en profundidad.

El curioso mira con curiosidad hacia adelante, hacia atrás, hacia la derecha y hacia la izquierda, hacia arriba y hacia abajo –y se ve una y otra vez a sí mismo, pues la curiosidad activa una y otra vez lo que el propio curioso es–. Los iguales se activan, para comunicar entre sí.

Aprende a ver en profundidad a través de ti, a ver en profundidad desde el templo de tu interior, y entonces reconocerás la legitimidad en todo y también en tu prójimo –y en la legitimidad, la totalidad–. Esto es vivir en la ley eterna, este es el lenguaje de la ley.

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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.VIII)



Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte VIII.

Has de saber:

El SER en todo es el Dios que habla; El te habla desde el asunto, desde la cuestión, desde la dificultad, desde el problema, desde la situación, desde el acto, desde cada conversación.

Todo es consciencia. Lo puro es consciencia, y lo impuro es consciencia. Lo puro habla en lo más sagrado –en ti, a ti y al mismo tiempo desde ti.

Lo impuro habla lo impuro; habla la carga, habla desde el desorden. Habla el desorden, y así sólo puede darse de nuevo desorden en el mundo.

Tus ojos son la luz del alma.

Te ves sólo a ti, te oyes sólo a ti.

Con tus sentimientos, sensaciones, pensamientos, palabras y acciones dibujas la imagen de tu alma.

La imagen de tu alma es tu consciencia.

Cada estado de consciencia percibe lo que corresponde a su estado.

Eso entra en él, eso es él, eso irradia y eso transmite al mismo tiempo.

¿Puede ver tu prójimo la misma imagen que tú has dibujado con tu mundo de sentimientos y pensamientos, con tus palabras y actos?

Cada cual ve lo que le describes, por otra parte, de modo diferente –enteramente según su consciencia de imágenes.

Cada ser humano ve también su entorno de modo diferente, a su vez enteramente según las imágenes de su consciencia, que él se ha dado a sí mismo.

También los sonidos que se presentan en tu vida de imágenes los oye cada cual de forma diferente.

Si llamas la atención de tu prójimo sobre determinados sonidos o colores o formas, él oirá a su vez, a pesar de tu descripción, los sonidos de modo diferente a ti, y verá a su vez los colores y formas de modo diferente a ti.

Es posible que tu prójimo incluso oiga más sonidos que tú o vea más matices de color que tú, o que las formas tengan para él una figura diferente a como tú las ves.

¿Quién puede demostrar a quién, que él oye el sonido correcto o ve el color correcto o la forma correcta? Ningún hombre puede demostrar nada a otro, porque cada uno ve, siente, experimenta y piensa de diferente manera.

Muchos hombres dicen: «puedo demostrarlo», cuando otro hombre les ha robado.

¿Puede el hombre demostrar verdaderamente que le han robado –o sólo se le ha vuelto a quitar lo que él hurtó a su prójimo en una existencia previa?

Ambos, el que ha sido robado y el que hurtó, han infringido la ley de Dios, porque ninguno de los dos debería hurtar nada a su prójimo y llamarlo propiedad suya.

Dices que puedes demostrar que tu prójimo ha mentido. ¿Ha mentido realmente tu prójimo –o sólo ha dicho lo que tú estás moviendo en tu mundo de sentimientos o pensamientos, lo que en último término tú mismo eres?


Comprende: todo tiene dos caras –a menos que seas divino; en ese caso tú eres la verdad y vives consciente de todo.

En ese caso no te alterarás, sino que hablarás la verdad, pondrás todo en claro y así lo dejarás.

Quien tiene que censurar a su prójimo algo que hace tiempo que a él le altera, puede estar seguro de que él mismo está afectado por esa censura.

Con lo que tienes que censurar a tu prójimo te expones a ti mismo, por el principio «emitir y recibir», a aquellas fuerzas que has llamado con tus sentimientos, sensaciones, pensamientos y palabras.

Reconócete a ti mismo y cambia, para que puedas entrar transformado a los lugares de la salvación.


Os doy un ejercicio para el autorreconocimiento:

Cada cual contempla por ejemplo el mismo ámbito de un paisaje. Cada cual ve en él aspectos diferentes. Lo que uno ve, es su imagen y no la imagen de su prójimo.

En la imagen del paisaje se mueve un pequeño animal. Cada cual percibe el animal –y sin embargo cada cual lo ve y siente de modo diferente.

La percepción de cada uno forma parte de su imagen y no de la imagen de su prójimo.

La imagen de cada uno es la imagen de su estado de consciencia.

Tal como cada uno ve y oye, siente, experimenta y piensa, es su estado de consciencia, con el que percibe la imagen, ve los colores y formas y oye los sonidos.

¿Quién puede demostrar que el pequeño animal se parecía a lo que él percibió? Todo es relativo, ya que cada cual ve, oye, huele, gusta y toca desde su perspectiva, desde la irradiación de su consciencia de ese momento.

Ya que cada hombre tiene un estado de consciencia diferente, percibe correspondientemente las reflexiones que él llama materia.

Comprended: quien tiene en cuenta los muchos aspectos que conducen a la libertad, trae la paz a sí mismo y también a su prójimo. Por eso nunca influyas sobre la irradiación de la consciencia de tu prójimo, creyendo que tienes que poner orden en su vivienda, en su habitación, de acuerdo con tu consciencia.



Ten presente la siguiente legitimidad:

Deja a tu prójimo su reino, es decir, no cambies la irradiación de su consciencia. La irradiación de tu consciencia y la de tu prójimo repercuten en las habitaciones que tú habitas o que tu prójimo habita. Deja a tu prójimo su pequeño reino, pues así se sentirá en casa. Si tienes en cuenta esta legitimidad, él se alegrará cuando le visites.

Entra en su habitación sólo cuando seas bienvenido, y déjalo todo en su habitación tal como tu prójimo lo había colocado, pues esta es la perspectiva de su consciencia.

Si te sientas en una silla o coges un objeto, vuelve a colocar luego la silla como estaba o deja el objeto de nuevo en su lugar –tal como estaba antes.

No cambies nada, aunque a ti te gustaría más estuviera de otra manera y creas que sería más bonito como tú lo ves. Con ello influirías en la irradiación de la consciencia de tu prójimo, y con tu aparente orden traerías desorden a su vida, a la irradiación de su consciencia; pues tal como lo ve el prójimo es bueno para él en ese momento. El no quiere que tú lo cambies –a menos que te lo pida.

Quien tiene en cuenta esta legitimidad, respeta a su prójimo y también a sí mismo.

También en las cosas más pequeñas tiene validez la siguiente legitimidad: lo que no quieras que te hagan a ti, tampoco lo hagas tú a nadie.

Nunca seáis curiosos. No miréis por curiosidad hacia atrás, hacia la derecha y hacia la izquierda, para ver y oír; pues sois responsables de lo que veis u oís.

Lo visto u oído os incita a pensar –sois responsables de cada pensamiento–. Lo visto y oído os incita a hablar y actuar –también sois responsables de ello.

El que es puro no mirará con curiosidad alrededor, no producirá pensamientos, no buscará palabras ni tampoco reflexionará sobre cómo, en qué y cuándo ha de actuar y obrar. El que es puro tiene todo en sí y está en todo, porque él es la verdad, que a su vez está en todo.

Si contemplas a tu prójimo, contemplas el Universo, y contemplas al Padre eterno en ti, y contemplas a tu prójimo en ti –pues sois la imagen y semejanza del único Padre santo eterno, porque en El sois divinos, los hijos por El creados, que El contempla en Sí, por medio de Sí y en el Universo.

Si has contemplado a tu prójimo en ti, has contemplado a tu Padre eterno; pues el Eterno y Su hijo puro son uno.

Dado que a tu prójimo lo conoces y contemplas en ti como una parte de ti, también conoces al eterno Uno, Santo, porque eres Su imagen y semejanza, la ley eterna –que tú conoces, pues tú eres ella, ya que eres divino.

El que es puro es el ojo del templo sagrado.

El que ve en profundidad penetra con su mirada a todos y todo.

Lo más interno es el silencio, que se contempla a sí mismo y penetra todo con su mirada.

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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.VII)


Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte VII.

Sé silencioso.

En el silencio interno te harás consciente de que eres un ser que proviene de Dios, que está en Dios, pues el Padre eterno universal y tú, Su hijo, sois uno. Tú, ser puro, vives en lo más sagrado, en ti, en el Yo divino, pues eres el templo de Dios, y el Santísimo habita en ti.

Sé silencioso.

En ti está el silencio, y tú estás en el silencio.

Si te has vuelto silencioso, ya no tienes sensaciones, pensamientos, palabras, emociones ni tendencias humanos; te traspasa el silencio universal, Dios.

En ti se desarrollan sensaciones y pensamientos sagrados; hablas palabras llenas de vida y actúas de manera impersonal para la gran totalidad.

El Yo divino verdadero, el omniabarcante, el poderoso Yo Soy, se comunica contigo, y tú eres el resplandor de la belleza, tú eres lo puro, lo noble y lo fino, lo elevado –porque habitas en ti, en el Yo divino eterno, en el SER, y porque eres lo que el Cielo es: la belleza, la pureza, la nobleza, lo fino, lo elevado, la bondad, el amor desinteresado.

El sol del amor tiene el lenguaje de la luz. El sol del amor ilumina en ti y a través de ti.

Tu ser es el resplandor del sol, del amor desinteresado.

Sé silencioso, totalmente silencioso. Nada ni nadie se agita en ti.

El orden sagrado del templo, que tú eres, es el amor irradiante, desinteresado, el sol de la justicia, el gozo de tu vida, el Yo Soy.

Sea lo que fuere lo que pienses hacer o llevar a cabo –el Yo divino verdadero en ti, el SER, siente, piensa, habla y obra a través de ti.

Tu forma de sentir y pensar elevada, desinteresada, es el SER, lo divino, que tú eres.

El verdadero SER está únicamente centrado en el asunto y en la cuestión, y establece comunicación con lo puro en el asunto y en la cuestión. Lo puro en el asunto y en la cuestión te dice en tu interior cómo has de organizar el asunto y la cuestión, cómo has de planificar, cómo puedes poner en claro cualquier situación, cómo puedes transformar el desorden en orden y cómo puedes purificar lo que no está purificado.

En cada pregunta está el SER, la respuesta para ti.

En cada respuesta está el SER –y eventualmente de nuevo la pregunta para ti.

En cada conversación obra el SER –tú lo experimentas en ti.

En cada palabra está el SER –te habla.

En todo lo que ves y en lo que se te presenta está el SER –se muestra a ti y te habla.

Si estás en lo más interno de ti, tu templo es puro y estás en comunicación con lo puro.

Oyes lo que otros no oyen; ves en profundidad lo que otros no ven; sabes lo que otros no saben; te das cuenta de lo que otros no se dan cuenta; sientes lo que otros no sienten; hueles y gustas lo que otros no huelen ni gustan; percibes lo que otros no perciben –porque tú eres la verdad, el silencio del templo, el amor desinteresado, la Ley, Dios.


Comprende:

Cada asunto, cada cuestión, cada dificultad, cada problema, cada situación, cada conversación; sí, cada palabra se habla a sí misma.

El SER en el asunto, en la cuestión, en el problema, en la dificultad, en cada situación, en cada acto y en cada pensamiento habla a su vez el poderoso Yo divino, el SER.

La envoltura, lo humano, se habla a sí misma. La fuerza en la envoltura, el SER, se habla igualmente a sí mismo; es el Yo Soy.

Quien se ha convertido en el SER, en el Yo divino desinteresado, está en comunicación con lo puro. El ve con los ojos de la verdad; él pone en claro, ordena, purifica, planifica y habla desde el eterno SER, el Yo divino desinteresado.

El yo inferior no conoce el Yo Soy; pero el Yo Soy conoce el yo inferior, porque el Yo Soy, el SER, lo traspasa todo.

El que es puro, el que respeta el orden del templo, se esforzará en poner en claro cada situación a partir de la ley, en llevar cada conversación legítimamente, en solucionar cada asunto, cada cuestión, cada problema y cada dificultad a partir de la Ley, Dios.

Si el yo humano quiere solucionar el asunto, la cuestión, la dificultad, el problema, la situación o la conversación con su yo inferior, o bien permanecerá sin solucionar, o conducirá al caos.

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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.VI)







Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte VI.

Reposa en ti –tú eres.

Tú eres el SER, que no se roza con nada, no se altera por nada ni se escandaliza por nada. Tú eres el SER –tu mirada penetra todo y a todos; por eso también traspasas todo y a todos.

Quien se mueve en el antepatio del templo o en las calles que llevan al templo; quien por tanto aún no ha entrado en el templo, vive aún en el desorden de su mundo de sensaciones y pensamientos. Como consecuencia se ve sólo a sí mismo, su yo inferior, y habla sólo de sí mismo, de su yo inferior, porque su consciencia todavía no es capaz de captar ni traspasar el desorden.

Un hombre así, por tanto, solamente habla su yo y sólo se ve a sí mismo y sólo se oye a sí mismo –y por eso tampoco puede ver en profundidad a su prójimo, ni entenderlo ni oírlo, porque solamente se ve a sí mismo y sólo habla su yo y sólo se oye a sí mismo.

Tales hombres no sienten a su prójimo. Lo que su prójimo dice, no lo entienden, porque no se entienden a sí mismos, ya que no tienen la capacidad de penetrar con su mirada, a causa del desorden de sus sensaciones, pensamientos, palabras y actos, y a causa de sus sentidos toscos y ávidos. Están confundidos, porque su mundo de sensaciones y pensamientos es confuso.

Lo verdadero y lo que lo traspasa todo, tiene lugar únicamente en lo más interno de tu templo, en lo más sagrado –con el Santísimo y por el Santísimo, Dios.

Únicamente en ti ves y comprendes cuánto puedes dar a tu prójimo, de los dones del tesoro de lo más interno –lo que él es capaz de acoger, para crecer y madurar espiritualmente–. 

En ti, por tanto, ves y oyes qué cantidad puedes dar a tu prójimo, que además resulte provechosa para él.

Has de saber que cuando te hayas convertido en el SER, todo y todos estarán en ti. En ti y a través de ti verás, oirás, olerás, gustarás y tocarás, pues todo lo que lo externo alberga en sí, será la vida en ti.

Por eso, habita en ti; entonces en todo te verás también a ti, el Yo divino, porque tú serás el Yo divino, el SER, y todo será a su vez el Yo divino, el SER. Entonces verás la parte de tu Yo divino verdadero en el mineral, en el mundo vegetal, en el mundo animal y en los astros; y en ti, el que es puro, percibirás todo lo puro, como luz, como fuerza, como una parte de ti. Lo que ves en el exterior, tiene en el interior, igual que tú, luz y fuerza en sí; está por tanto como esencia en ti y por ello es una parte de ti.

Quien viva en esta consciencia noble, fina y pura, no destruirá intencionadamente ninguna forma externa de vida, porque entonces alteraría esta parte de vida en sí mismo y con ello se convertiría en el alterado que destruye todo aquello que cree no le sirve. Por esta externalización surgieron la guerra, el asesinato y la desunión.

Comprende, esto indica que lo que matas intencionadamente, hombres, animales o plantas, lo ensombreces en ti; alteras tu propia vida y sigues siendo el alterado, el hombre- ya que influye destructivamente sobre su entorno.

Tú ves el SER en todo únicamente en ti mismo. Por eso no necesitas mirar alrededor –tienes en ti mismo la visión que lo abarca todo.

Lo que hay en el Cielo, lo hay también en la Tierra –sólo que apartado de Dios–. La Ley, Dios, es amor desinteresado, impersonal; regala y se regala y da a cada cual por igual.

La ley de siembra y cosecha surgió por medio del amor propio, por medio del amor centrado en personas, que dice: el uno está más cerca de mí que el otro. Quien está más cerca recibe más –el otro recibe menos–. Este es el amor centrado en personas, el amor propio, el amor egoísta.

Lo que hay en el Cielo, lo hay de forma modificada en la Tierra. Por eso la Tierra, el Universo material y los planos de purificación, son sólo el espejo del eterno SER. La ley de siembra y cosecha hay que considerarla como imagen de reflejo.

El Cielo es el SER, lo puro, la ley que irradia todo traspasándolo, Dios. La ley de siembra y cosecha es el «ser» del hombre, que está formado por el «mío» y «para mí», que ha surgido y surge del yo inferior.

Lo puro es el SER, el Yo divino, el Yo Soy, la vida impersonal, la Ley, Dios. Los seres puros son lo puro, el Yo divino, el SER, lo impersonal, la Ley, Dios. Su sentir, sus palabras y su obrar son la Ley, Dios, el Yo divino, el SER, lo impersonal, lo puro. Ellos, la Ley –pues su cuerpo etérico es ley–, se sienten y hablan a sí mismos, lo puro, el SER, el Yo divino, lo impersonal, la Ley, Dios.

La ley de siembra y cosecha puede llamarse globalmente la ley de las cargas. Está formada por los muchos componentes del yo humano, que se convirtieron en la ley de yoidad de cada hombre específico. La ley de yoidad de cada individuo se compone de sus sensaciones, pensamientos, palabras y actos contrarios a la ley divina. La ley de yoidad puede llamarse también ley de la persona, porque se refiere a la persona, que emite su yo y a su vez recibe el mismo potencial de emisión.

Quien ha creado su ley de la persona, vive en ella y, a través de su alma, la activa allí donde está grabada, en los astros. Tu prójimo no puede apropiarse de tu ley de yoidad, a no ser que cree algo igual o parecido mediante sensaciones, pensamientos, palabras y actos negativos iguales o parecidos.

Los seres puros se mueven en la ley eterna; hablan la ley y ellos mismos son la ley eterna.

Cada hombre cargado se mueve en su ley de yoidad, en su pequeño mundo, que ha creado con su yo, el «mío» y «para mí». El habla su pequeño mundo, aquello con lo que ha edificado su ley de yoidad; correspondientemente a ésta, se siente a sí mismo, se piensa a sí mismo, se habla a sí mismo y obra tal como siente, piensa y habla. Por tanto, él siente, piensa, habla y obra correspondientemente a su yo inferior, su «ser» inferior.

El yo humano, el yo inferior por tanto, no tiene ojos ni oídos ni sentidos para el prójimo, sino sólo para sí mismo.

El yo humano no halla acceso al Yo divino, a lo más sagrado, y por eso tampoco puede sentir, reconocer, penetrar con la mirada ni experimentar a su prójimo, porque en el hombre externalizado el altruismo aún no se ha desarrollado.

El yo humano, el yo inferior, no tiene nada en común con el Yo divino, con el Yo Soy que irradia traspasándolo todo.

El que es puro habla lo puro, la ley eterna, Dios. El impuro habla sus impurezas, su ley de yoidad, el yo inferior.

Por tanto, cada cual habla su yo: el que es puro, el Yo divino absoluto, el Yo Soy; el impuro, su yo inferior, su ego inferior, que sólo está centrado en la persona.

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