En los círculos taoístas es norma aceptada que cuando un discípulo se acerca a un maestro debe esperar, a menos que el maestro le pregunte: “¿Para qué has venido?”, y el maestro sólo lo preguntará cuando haya comprobado que tú no eres un curioso simplemente, que estás aprendiendo, que no has venido sólo de paso, que tu búsqueda no es poco entusiasta sino intensa, que estás ardiendo, que estás a punto de explotar.
Sólo entonces preguntará el maestro: “¿A qué has venido? ¿Qué quieres aprender?”.
¡Ésta no es la forma de acercarse a un maestro, y desde luego es absurdo hacerle una pregunta tan tonta! Es una tontería preguntar: “¿Por qué eres feliz?”. La pregunta es tonta; el “por qué” no tiene sentido. Si alguien es desgraciado puedes preguntarle: “¿Por qué eres desgraciado?”.
Pero si alguien es feliz no le puedes preguntar: “¿Por qué eres feliz?”. Alguien está enfermo; le preguntas: “¿Por qué estás enfermo?”. La pregunta es irrelevante. Pero si alguien está sano no le puedes preguntar: “¿Por qué estás sano?”. La pregunta es irrelevante. La salud es lo adecuado, la felicidad es lo adecuado. Si alguien enloquece puedes preguntar por qué ha enloquecido, pero si está sano no le preguntas: “¿Por qué estás sano? ¿Qué motivo tienes para estar sano?”. Esto no tiene sentido. Cuando te acercas a una persona feliz, a una persona realmente feliz, tendrías que mirar directamente en vez de crear una cortina espesa de pregunta. Tendrías que esperar, tendrías que ayudar al maestro, tendrías que absorber la energía que está circulando alrededor del maestro; tendrías que saborear la celebración que se está produciendo allí. Tendrías que permitir que su presencia penetre en tu ser. Tendrías que ser como una esponja para que te quedes lleno de la presencia del maestro; esa sería la respuesta.
Ahora bien, esto es una tontería, pero yo me he encontrado con millones de personas así.
Solía viajar por todo el país, e incluso en las estaciones ferroviarias… estaba a punto de coger un tren cuando alguien corría tras de mí para preguntarme: “¿Existe realmente un Dios? ¿Dios existe?”.
Yo estaba a punto de coger el tren, y mi tren se estaba marchando. Le decía: “Ven más tarde”. Esa persona me decía: “Pero déme sólo una simple respuesta. Una frase bastará”. Como si mi afirmación o negación le fuera a afectar. Gente tonta, gente estúpida; piensan que son religiosos, que están logrando un gran aprendizaje.
Por eso es que Lin Lei no se detuvo ni dejó de cantar.
“Tzu Kung continuó presionándolo hasta que el anciano se giró para mirarle y le respondió: “¿De qué tengo que arrepentirme?”.”
Observa ahora el cambio. Tzu Kung pregunta: “¿Qué es lo que le hace ser feliz?”. Y el maestro responde: “¿Qué es lo que tendría que hacerme ser feliz?”. Un cambio total; un giro de ciento ochenta grados.
“De niño, usted nunca aprendió a comportarse; como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo. En su vejez no cuenta con esposa e hijos, y se acerca la hora de su muerte”.
Trata de entender cada frase. Cada una está llena de gran significado.
“De niño, usted nunca aprendió a comportarse…”.
Normalmente, la gente piensa que si no aprendes a comportarte cuando eres niño, serás desgraciado toda tu vida.
Te arrepentirás de no haber ido a la escuela, de no haber aprendido modales, etiqueta, pautas sociales, formalismos; te arrepentirás toda tu vida. No obstante, Lin Lei dice: “No hay nada de que arrepentirse porque cuando era un niño nunca aprendí a comportarme. Nunca fui un esclavo. Fui libre desde mi propia infancia. Nunca permití que nadie me disciplinara. Nunca fui un imitador. He vivido mi vida como quería. Nunca he permitido que nadie me enrede entonces, ¿de qué tendría que arrepentirme? ¿Por qué? No hay motivo de arrepentimiento. Si hubiera permitido a las personas, a mi familia, a los amigos, a la sociedad, al cura, al político, al Estado, si les hubiera permitido disciplinarme, entonces tendría que ser infeliz por muchas cosas. Pero he vivido una vida en libertad; entonces, ¿de qué hay que arrepentirse?”.
Esto es tremendamente significativo. Y cuando te lo estoy diciendo, lo siento también en mí mismo. Yo también he vivido como he querido vivir. Nunca he permitido que nadie me enrede. Acertado o equivocado, bien o mal, tontamente o sabiamente, he vivido como he querido vivir. No siento arrepentimiento. No puede haber arrepentimiento alguno. Ésta es la manera en que quería vivir, ésta es la manera en que he vivido. Y la vida me ha permitido vivir como quería vivir. Estoy agradecido, estoy reconocido. Ahora se que si hubiera admitido a los bienintencionados, entonces habría sido desgraciado. No porque ellos hubieran querido realmente hacerme daño; ellos seguramente querían ayudarme; esa no es la cuestión en absoluto. Ellos pueden haber tenido buenas intenciones, pero una cosa es cierta: me estaban enredando, estaban tratando de forzarme a ir en ciertas direcciones que no llegaban a mí espontáneamente. Nunca he escuchado esto. He dicho a los bienintencionados: “Gracias por las molestias que os estáis tomando por mí, pero voy a seguir mi propio camino.
Si fallo habrá un consuelo: que he seguido mi propio camino y he fallado. Pero si os sigo a vosotros, incluso si tengo éxito siempre me arrepentiré: ¿Cómo saber cuál habría sido el resultado, cuál habría sido la consecuencia si hubiera seguido mi propio camino?”.
Me han contado de un gran doctor, un gran cirujano.
Había llegado a ser conocido internacionalmente, así que cuando envejeció y se iba a jubilar, todos los discípulos que tenía repartidos por todo el mundo se reunieron para celebrarlo. El día que lo hicieron se dieron cuenta de que el doctor estaba un poco triste, que estaba allí pero no del todo. Así que un discípulo le preguntó:
-¿Tiene algún problema señor? ¿Por qué se le ve tan triste? ¿Por qué? Ha tenido una vida exitosa, nadie puede competir con usted, usted es único en su especialidad, usted es el líder indiscutible y nadie será capaz de reemplazarlo durante siglos. Tiene todo lo necesario para ser feliz; además, mire a sus discípulos, a sus estudiantes; están esparcidos por todo el mundo. ¿Por qué está triste?
Y él respondió:
Me siento muy triste al contemplar todo este éxito, porque nunca quise ser un médico; quería ser bailarín. Ahora toda mi vida ha transcurrido, se ha desperdiciado, porque en el fondo me arrepiento de haber escuchado a otros. Sí, he tenido éxito, pero este éxito no me satisface porque es impropio. Es como si alguien te hubiera forzado a comer cuando no tenías hambre; una comida probablemente muy nutritiva, pero sentirías náuseas. Querías beber agua y alguien te ha forzado a beber leche, ciertamente mejor que el agua, pero tú querías beber agua. Tú te estabas sintiendo sediento, y la leche no te ha dejado satisfecho, te ha desilusionado.
Puedo entender a este hombre. Se sentía triste, su tristeza era significativa; estaba triste porque todo su éxito ahora no es más que un fracaso. En el fondo él ha fallado, ha fallado consigo mismo; no confió en su propia intuición y dejó que otros lo manipulasen.
Mira lo que está diciendo Tzu Kung de este anciano, Lin Lei: “De niño, usted nunca aprendió a comportarse…”.
¿Y de qué tiene que arrepentirse? Él ha vivido su vida, ha vivido su vida a su manera.
“Como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.”
Y nunca trató de lograr algo. Él no era ambicioso; entonces, ¿de qué hay que arrepentirse? Un hombre ambicioso siempre se arrepentirá. Alejandro murió triste, con una gran frustración, porque la ambición, por su propia naturaleza, es insaciable. Se dice que cuando Alejandro estuvo en la India fue a ver a un astrólogo y le preguntó por su futuro. El astrólogo miró su mano y dijo: “Tengo que decirle una cosa: será capaz de ganar este mundo, pero recuerde que no hay otro mundo. Por lo tanto, se quedará atascado. ¿Entonces qué hará?”. El astrólogo debió haber sido un gran sabio, y se dice que al escuchar este “no hay otro mundo”, Alejandro se entristeció. Desde luego, con esta idea: “Una vez hayas conquistado este mundo, ¿qué vas a hacer? No hay otro mundo…”, una mente ambiciosa se sentirá simplemente bloqueada; entonces ¿qué hacer?
Además, no importa lo que logres, nada se habrá logrado porque la ambición seguirá aumentando más y más. Sólo una persona no ambiciosa puede ser feliz. Una persona ambiciosa inevitablemente va a estar siempre frustrada. La ambición viene de la frustración, y de la ambición viene más frustración; es un círculo vicioso.
Este viejo maestro no estaba preocupado por tener éxito en el mundo, por probar que era alguien. No estaba preocupado por ocupar un lugar en la historia. No tenía interés en dejar su huella, porque eso es una tontería. Incluso si ocupas un lugar en la historia, ¿de qué sirve?
Me han contado una anécdota:
Cuando Moisés estaba guiando a su pueblo fuera de Egipto, al llegar al mar y ver que era imposible cruzarlo, se dirigió a su agente de prensa (la parábola está actualizada) y le dijo:
-Tengo una idea. ¿A ver qué opinas? Le puedo pedir al océano que nos deje pasar, y el océano se abrirá en dos.
El agente de prensa le contestó:
-Si puedes hacer eso te prometo una cosa: en el Antiguo Testamento tendrás dos páginas.
No obstante, aunque tuvieras dos páginas en el Antiguo Testamento, o veinte, o doscientas, ¿cuál sería su significado? Además, a medida que la historia crece, esas dos páginas disminuirán cada vez más, y un día sólo serán notas de pie de página. Y luego, cuando la historia se alargue todavía más –y cada día se hace más larga-, las notas de pie de página desaparecerán en medio del apéndice, y poco a poco te habrás ido. Cuando tu vida se termina, ¿cuánto puede durar la huella que dejas? ¿Cuál es además el sentido de todo esto? La agudeza de este viejo maestro es grande.
“Cómo hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.” Entonces, ¿de qué hay que lamentarse? Si eres ambicioso te lamentarás, porque la ambición nunca se satisface. Si no eres ambicioso, eres feliz, porque la frustración no te podrá atrapar. Además, el anciano no tiene ni esposa ni hijos, así que ¿qué es lo que le puede hacer infeliz? Trata de entender su sentido. Él está absolutamente solo, nadie perturba su soledad. Su soledad es imperturbable. “Estoy solo, libre, soy el dueño absoluto de mí mismo. Nadie me arrastra de un lado para otro, no hay familia, ni relaciones; ¿de qué hay que lamentarse?”.
Recuerda, cuando estás solo, no estás solo, estás aislado, extrañas la compañía de otro. Extrañas la compañía del otro porque no has aprendido todavía a estar en tu propia compañía. Extrañas la compañía del otro porque no sabes cómo estar contigo mismo. El aislamiento es negativo: es la ausencia del otro. La soledad es positiva, es la presencia de tu propio ser. El aislamiento es misantropía, la soledad es retiro. El aislamiento es feo, la soledad es hermosa. La soledad tiene su propia luminosidad.
El Buda está solo, yo estoy solo, Lieh Tzu está solo, este anciano Lin Lei está solo. Cuanto tu te quedas solo, te quedas aislado, extrañas algo, simplemente. En el fondo estás buscando compañía, a dónde ir, qué hacer, en qué ocuparte para poderte evadir. Tú no has aprendido todavía cómo estar contigo mismo, todavía no has creado una relación contigo mismo, todavía no te has encariñado contigo mismo.
“En su vejez no cuenta con esposa e hijos…”
¿De qué hay que arrepentirse? Estoy solo como una gran cumbre de los Himalayas… solo. Todo es belleza, silencio y dicha.
“Y se acerca la hora de su muerte.”
La muerte, para los taoístas, no es más que regresar a casa; el recorrido ha terminado. Morir es volver al hogar, ir al origen, volver a la fuente, regresar al lugar de donde venimos.
“Y se acerca la hora de su muerte.”
Entonces, ¿de qué hay que arrepentirse? Soy feliz, simplemente; feliz sin más. Todo está simplemente bien; no hay nada más que esperar.
“De niño, usted nunca aprendió a comportarse; como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo. En su vejez no cuenta con esposa o hijos, y se acerca la hora de su muerte. Maestro, ¿qué felicidad ha conseguido que le hace cantar mientras camina recogiendo los granos?”.
No obstante, el discípulo confuciano no pudo entender. Él repitió su pregunta. No se dio cuenta. Oyó pero no llegó a escuchar; aquello que pasó por encima de su cabeza. “¿De qué tengo que arrepentirme?”. Un gran planteamiento, lleno de experiencia, profundamente revolucionario, pero el confuciano no se dio cuenta.
El erudito siempre deja pasar la verdad. El pandit es la persona más incapaz de escuchar; su mente está completamente llena de sus propias ideas. Tzu Kung debe tener mil y un pensamientos en su mente, debe estar preparándose para hacer más preguntas, para lo que preguntará enseguida. Da la impresión de que está escuchando, pero no escucha.
“Maestro, ¿qué felicidad ha conseguido, que le hace cantar mientras camina recogiendo los granos?”.
La pregunta vuelve a ser significativa: “¿Qué felicidad ha conseguido…?”. Recuerda, si la felicidad tiene causa, la causa tiene que estar en el pasado. Las causas siempre están en el pasado. Si estás feliz, la pregunta es: “¿Qué te hace feliz?”. Y lo que te ha hecho feliz se ha ido hacia el pasado. Por tanto, una felicidad motivada mira hacia el pasado. Lo que mira hacia el pasado se refiere a algo que ya no es más; es algo ficticio, es imaginario, es ilusorio.
La felicidad real mira al presente, nunca mira hacia el pasado. La felicidad real surge aquí, ahora, en este preciso momento; no hay un tiempo que la motive. Es una unión de causa y efecto. Trata de comprenderlo. Si dices: “Me siento feliz porque nací de padre rico”, hay un retroceso de setenta, cien años. La felicidad que te llega de algo que ha pasado hace cien años es sólo un producto de tu memoria. Tú dices: “Estoy feliz porque me otorgaron el premio Nobel hace diez años”. ¿Te dieron el premio Nobel hace diez años? Tu felicidad está cubierta de polvo. Diez años… mucho polvo se ha acumulado; no está fresca; está rancia. Eres una persona muy pobre; estás comiendo alimentos que han sido preparados hace diez años.
La felicidad real está aquí, ahora. No tiene interés en el pasado, no tiene interés en el futuro. Algunas veces te alegras por el futuro; tienes esperanzas de ganar la lotería, o tienes esperanzas de que algo va a pasar mañana: tu novia viene mañana y eso te produce excitación. ¿Por qué? ¿Por un mañana que todavía no ha llegado? Estás loco. Tu felicidad, o bien está orientada hacia el pasado, o bien está orientada hacia el futuro. Ambas son falsas porque el pasado no está ahí y el futuro tampoco. El pasado ya no forma parte de la existencia y el futuro aún no ha llegado. La felicidad real, auténtica, está aquí, ahora. Surge en este momento, de la nada. No hay dos momentos juntos; por eso no tiene causa, porque, para que existan la causa y el efecto serán necesarios al menos dos momentos: uno para producir la causa y otro para producir el efecto, pero sólo es aprovechable este momento individual, completo, singular.
Nuevamente, el que interroga hace la pregunta equivocada: “¿Qué felicidad ha conseguido, que le hace cantar mientras camina recogiendo los granos?”.
“Los motivos de mi felicidad todos los humanos los comparten…”. El anciano dice nuevamente algo hermoso: “Los motivos de mi felicidad todos los humanos los comparten…”. Eso no tiene que ver conmigo; todas las personas los poseen, pero no se dan cuenta. No sólo no se dan cuenta, sino que los buscan alrededor de ellos. No sólo los buscan, “sino que en vez de disfrutarlos, se preocupan por ellos”.
Por los mismos motivos, por ejemplo, estos cuatro motivos: “Los motivos de mi felicidad todos los humanos los comparten”- dijo Lin Lei sonriendo-, pero, en vez de eso, se preocupan por ellos”.
Tú estás preocupado porque en tu infancia no fuiste bien educado, no se te envió a Harvard o a Oxford o a Cambridge, porque tus padres fueron pobres, porque no se te formó tan bien como te hubiera gustado, porque no se te preparó, porque perdiste muchas oportunidades. Eso te apena, eso te inquieta. Tendría que ser un motivo de alegría, todo tendría que ser un motivo de alegría; sólo entonces una persona puede ser feliz. De otra manera, el pobre sigue lamentándose y llorando por haber sido pobre; y el rico también sigue lamentándose y llorando por haber sido rico. He conocido a personas ricas que dicen que sus padres les destruyeron porque les proporcionaron tantas comodidades en su infancia que ellos nunca aprendieron a valerse por sí mismos. Tú lo has visto, debes haber observado que es raro encontrar a un hijo de un hombre rico que sea inteligente, muy raro. Todos ellos son estúpidos, tienen que serlo, porque ¿qué necesidad tienen de volverse inteligentes? ¿Para qué preocuparse? Ya tienen todo lo que necesitan. Ya disponen de todo lo que pueden conseguir con la inteligencia, así que ¿para qué cultivar la inteligencia? En las universidades suspenden; suspenden en todas partes. No les preocupa en absoluto.
Cuando estaba en la universidad tuve un alumno que suspendió mi asignatura durante cinco años. Le pregunté –esperé cinco años para hacerlo- al sexto año, cuando volvían otra vez los exámenes: “¿Qué planes tienes? ¿Vas a volver a suspender?”. Él contestó: “¿Qué más da? Mi padre es rico. Sólo los pobres se preocupan por eso”. Si has nacido en medio de una familia rica, entonces tampoco eres feliz. Si has nacido en medio de una familia pobre, por supuesto, ¿cómo vas a ser feliz? Si estás sano no eres feliz, porque al estar sano nunca piensas que la salud es motivo de alegría. Una persona sana nunca piensa en la salud. Si estás enfermo eres infeliz. Observa la lógica de tu mente. Te ocupas simplemente de todo lo que te hace desgraciado, y te olvidas de todo lo que te hace feliz; no te das cuenta de ello.
“Pero en vez de disfrutarlo, se preocupan por ellos. Puesto que no he sufrido aprendiendo a comportarme cuando era joven, y nunca me esforcé por lograr algo ya de mayor, he sido capaz de vivir durante todo este tiempo. Debido a que no tengo esposa e hijos, ahora que estoy viejo y que la hora de mi muerte se acerca, puedo ser muy feliz”.
Esto lo encontrarás en todas las escrituras orientales una y otra vez: repeticiones constantes. La explicación está en que las verdades son tales que los maestros tiene que repetirlas, porque si se dicen una vez no son entendidas. El Buda solía repetirlo todo tres veces, incluso las pequeñas cosas. Él le preguntaba al discípulo: “¿Me has escuchado? ¿Me has escuchado? ¿Me has escuchado?”. ¡Tres veces! Lo hacía con gran compasión. Cuando las escrituras budistas fueron traducidas a idiomas occidentales, la gente se quedó muy sorprendida: ¿Por qué? ¿Hablaba el Buda para gente muy estúpida? ¿Por qué se repetía tanto? No, ellos eran tan inteligentes como tú, como la gente de cualquier lugar lo ha sido siempre. No es cuestión de inteligencia, es una cuestión de atención consciente. Ellos no estaban atentos. Estaban tan desatentos como lo estás tú.
Yo tengo que repetirme continuamente. Mis editores se sorprenden, se sorprenden de mis repeticiones. Les gustaría arreglarlas. Yo no les dejo. Les digo: “Déjalo como está, porque las verdades son tales que puede que no te des cuenta la primera, la segunda vez; espero que pongas un poco de atención la tercera vez…”. Tengo que seguir repitiéndolo: es como si lo machacara en tu cabeza. ¿Durante cuánto tiempo puedes seguir sin darte cuenta? Es una guerra entre yo y tú.
El anciano lo repitió, pero una vez más no fue comprendido. Tzu Kung dijo: “Es humano querer una larga vida y detestar la muerte; ¿por qué alegrarse de morir?”.
Lo básico no se ha captado. Él ha captado sólo una cosa de las cuatro: la última. Pero sólo se puede entender la última si las tres precedentes han sido entendidas… “De niño, usted nunca aprendió a comportarse; como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo. En su vejez no cuenta con esposa e hijos, y se acerca la hora de su muerte.” Míralo, simplemente: la primera pertenece a la infancia, la segunda a tu juventud, la tercera a tu vejez, luego viene la muerte. Es un corolario natural, es absolutamente lógico; tienes que empezar por el mismo comienzo. Pero Tzu Kung se ha olvidado de las tres primera, y ha saltado a la cuarta. Seguramente tenía miedo, seguramente era un hombre que tenía miedo a la muerte. Eso captó su atención.
No obstante, a menos que las tres sean comprendidas, la cuarta se escapará.
“Es humano querer una larga vida y detestar la muerte; ¿por qué tendría usted que alegrarse de morir?”.
No es humano; a lo mejor es cosa de hombres, pero no es humano. Tienes que entender estos dos conceptos. En los diccionarios son sinónimos, pero no lo son en la realidad. Tal como te dije que soledad y aislamiento son sinónimos en el diccionario pero no en la realidad, hombre y humano son también dos cosas diferentes. Hombre es un concepto estático, como “perro”, como “búfalo”, como “burro”. “Hombre” es un concepto estático, nada más que el nombre de una cierta especie, una de las especies. Los monos forman una especie, los búfalos otra, el hombre otra. ¿Lo has observado? En el caso del hombre tenemos dos términos: hombre y humano. Para los perros tienes sólo un término: perros. Para los búfalos sólo uno: búfalos; para los burros, burros. ¿Por qué? ¿Por qué este “humano”? Tiene un significado: hombre se refiere simplemente a una especie biológica; humano no tiene nada que ver con la biología. Humano es un concepto en desarrollo, un concepto abierto; hombre es un concepto cerrado, hombre significa que eres un ser. Humano significa que eres un proceso, que estás yendo, que eres un recorrido, que eres un peregrinaje, que eres una continuidad, que eres un “ir más allá”.
Friedrich Nietzsche ha dicho: “Lo que más amo en el hombre es que él no es la meta sino el puente. Lo que más amo en el hombre es que él es un proceso continuo, no un fin sino un medio, un recorrido”.
“Humano” se refiere al puente, a un puente entre el hombre y Dios. “Hombre” se refiere al hombre, simplemente, no hay en ello ninguna apertura. La palabra humano está abierta, va más allá de hombre. “Humano” es un puente, “humano” es un recorrido, un peregrinaje; uno va en alguna dirección, uno busca algo, uno está tratando de llegar a ser. “Hombre” es estático, “humano” es dinámico. “Hombre” se refiere a una cosa. “Humano” es un proceso, como un río, algo que fluye, que está llegando al más allá, que busca a tientas en la oscuridad. “Hombre” es inactividad, no ir a lugar alguno, estar lisiado, muerto, como una tumba. “Humano” es un río que no sabe dónde está el océano, pero está haciendo un gran esfuerzo por alcanzarlo.
Recuérdalo: el hombre le tiene miedo a la muerte. ¿Humano? No, no es humano tener miedo a la muerte. Una persona que está en un peregrinaje está preparada para morir si eso hace falta para continuar; está preparada para ir más allá, está preparada para usar la puerta de la muerte para cruzar al más allá.
El hombre dijo: “Es humano querer una larga vida…”.
No, no es humano querer una larga vida. Sí, es relevante en lo que concierne al concepto “hombre”. Los perros le tienen miedo a la muerte, los búfalos le tienen miedo a la muerte, los burros le tienen miedo a la muerte; el hombre también. Pero al ser un humano, uno se excita con la posibilidad; uno quiere saber qué es la muerte. Cuando uno ha vivido su vida, empieza a sentir: “Ahora que se lo que es la vida, me gustaría saber qué es la muerte. La vida se ha conocido, ha sido hermosa. Ahora veamos qué es la muerte, dejemos que sea otra aventura”.
Sócrates fue humano cuando estaba muriendo, cuando se le estaba dando el veneno. Sus discípulos lloraban y gemían, y él dijo:
-¡Parad! Lo podéis hacer cuando me haya ido, pero no ahora. Es un desperdicio, un gran desperdicio. Una cosa tan importante está sucediendo, me estoy muriendo, ¡y vosotros estáis llorando!
Y ellos dijeron:
-Maestro, te estás muriendo, ¿no tienes miedo?
Él respondió:
-¿De qué? He vivido mi vida, la amé, fue hermosa. La he conocido, pero no hace falta seguir repitiéndola para siempre. Ahora, algo nuevo; la muerte es algo nuevo. Estoy encantado, estoy impresionado, la aventura es grande –dijo Sócrates-. Ahora me gustaría ver qué es la muerte.
Uno de sus discípulos, Crito, dijo:
-Pero, maestro, todo el mundo le tiene miedo a la muerte.
-No lo se –dijo Sócrates-. No entiendo por qué la gente tiene miedo a la muerte. Si los ateos están en lo cierto de que uno muero del todo y nada queda, entonces no hay por qué temer; Sócrates no estará allí; entonces, ¿qué hay que temer? Yo no estaba allí antes de nacer y no tengo miedo de ello.
¿Has tenido miedo alguna vez de no ser antes de haber nacido? ¿Te asalta algún miedo? Ninguno. Tú dirás: “Tonterías porque entonces yo no era, por tanto, ¿qué sentido tiene tener miedo?”.
Y Sócrates dijo: “Yo desapareceré de nuevo si los ateos tienen razón; entonces, ¿de qué tener miedo? No habrá nadie que tenga miedo. O puede que los creyentes dispongan de la verdad y yo esté allí. Si voy a estar allí, entonces ¿por qué tener miedo?”.
Ahora bien, éste es un hombre que ha vivido una vida dinámica, una vida de crecimiento, una evolución. Si tú has vivido una vida de evolución, entonces la muerte viene como una revolución, como un cambio súbito hacia una realidad desconocida. ¿Por qué tendrá uno que tener miedo? Humano, no, esto no es humano.
Pero no todos los hombres son seres humanos, recuérdalo.
Muy raramente… en algún lugar… un Sócrates, un Lieh Tzu, un Buda; éstos son seres humanos. Normalmente existen hombres y mujeres, pero no seres humanos. Volverse un ser humano implica convertirse en un proceso, convertirse en un interrogante, convertirse en una pasión por lo imposible… en un buscador, en un buscador de la verdad.
El anciano dijo: “La muerte es el retorno a donde salimos para nacer. Por tanto, ¿cómo puedo saber que cuando muera aquí no naceré en otro lugar?”. La misma actitud socrática: “Por tanto, ¿cómo puedo saber que cuando muera aquí no naceré en otro lugar? ¿Cómo puedo saber que vida y muerte no son tan buenas la una como la otra? ¿Cómo puedo saber que no es ilusorio anhelar la vida con ansiedad? ¿Cómo puedo saber que la muerte presente no sería mejor que mi vida pasada?”.
¿Cómo puedo saber?...”. Observa la insistencia. Él no está diciendo: “Yo se”, él no está proclamando algún conocimiento. Ningún sabio ha reivindicado jamás conocimiento alguno. Por eso Sócrates dice: “Posiblemente los ateos tienen razón, posiblemente los teístas tienen razón, pero eso no importa. Dejemos que cualquiera de ellos tenga razón; yo sigo imperturbable”.
La sabiduría, la verdadera sabiduría, es siempre agnóstica. Recuerda esta palabra: agnóstica. Un buscador real es agnóstico. Nunca dice: “Yo se”, y tampoco dice: Ésta es la verdad”. Él está muy abierto, no está cerrado. No tiene dogma, no tiene credo, él simplemente está consciente y atento, preparado para enfrentar cualquier realidad, la que sea. Cualquier realidad que le sea revelada, él está preparado para abordarla. Él confía en la vida. La gente que no confía en la vida inventa creencias, dogmas, teorías para protegerse a sí misma. El verdadero sabio es vulnerable; no se protege. Está expuesto a las lluvias, a los vientos, al sol, a la luna, a la vida, a la muerte, a la oscuridad, a la luz; está expuesto a todo. Él no tiene protección; su vulnerabilidad es total.
Recuerda el agnosticismo de este hombre. Una persona de cien años empieza a tenerle miedo a la muerte. Uno empieza a pensar: “El alma debe ser inmortal”. Uno empieza a imaginar: “Ahora me recibirán en el paraíso con mucha fanfarria. Dios seguramente está esperando y debe haber un palacio de mármol preparado para mí”. Uno empieza a imaginar cosas, empieza a soñar. Pero este hombre dice: “¿Cómo puedo saber?”. Él no reivindica conocimiento alguno. Simplemente dice: “No conozco este camino o ese otro. Soy completamente ignorante, no he saboreado todavía la muerte, así que ¿cómo puedo saber? ¡Déjame saberlo! Para empezar, ¿de qué tendría que tener miedo? Puede que la muerte sea mejor que la vida. ¿Quién sabe? Deja que suceda”.
Recuerda, la verdadera comprensión está siempre esperando para darse en el momento. Nunca decide con anticipación, nunca planea con anticipación; es espontánea.
Tzu Kung escuchó pero no entendió lo que el anciano quería decir. Regresó a contárselo a Confucio. No puedo entender porque era un gran erudito, el discípulo más cercano a Confucio. Ya estaba saturado de conocimientos; no pudo entender. Se lo manifiesta a Confucio, su maestro, ¿y qué dice Confucio? Escucha:
“Sabía que sería una persona de mérito como para hablar con ella…”.
El hombre instruido siempre lo está proclamando. Ahora dice: “Sabía que sería una persona de mérito como para hablar con ella…y lo es”.
Él está tratando de decir a sus discípulos: “Estaba en lo cierto, mi deducción era válida: vale la pena hablar con este hombre”. Pero no puede aceptar lo que ha dicho el hombre; es algo que además le sobrepasa. Dice: Pero él es un hombre que ha encontrado, y aún así no lo ha encontrado todo”.
Ahora bien, esto es absurdo. La verdad no se puede dividir: o bien la has encontrado, por completo, o no la tienes en absoluto. Es imposible tener un pedacito de verdad. No se puede fragmentar, no se puede cortar en pedazos. La verdad es total, la verdad es completa; o la tienes o no la tienes. No es posible tener un poquito de verdad; pero si vas a un experto, él tiene que decir algo para probar que sabe.
Confucio dice que este hombre ha encontrado la verdad. Lo dice porque ha enviado un discípulo y ahora tiene que demostrar que estaba en lo cierto. Pero no puede admitir que el otro sepa, así que dice: “Sabe un poquito, pero no todo”.
Suele suceder. Un hombre instruido siempre protege su ego. Esta declaración no puede ser absurda. Pregunta a un Buda, pregunta a un Lao Tzu, pregunta a un Jesús, pregunta a un Krishna, y ellos te dirán que la verdad no se puede dividir. No es una cosa que puedas dividir. Es una experiencia; cuando sucede, sucede. Cuando sucede, sucede completamente. Tú despareces en la experiencia. Confucio dice, sin embargo: “Él la ha encontrado, pero no del todo”. La misma declaración muestra la ignorancia, pero el experto siempre tiene que proteger su pericia. Tiene que decir algo aunque sea absurdo.
Confucio dice: “Ha encontrado, pero no lo ha encontrado todo”. Ese es todo el comentario que hace cuando este anciano no ha hablado de una profunda filosofía y ha dado el mensaje completo del Tao: se anárquico, se auténticamente verdadero con tu propio ser. Escúchate únicamente a ti mismo. No permitas que nadie te discipline. No permitas que nadie te esclavice, no permitas que nadie te condicione. Curas y políticos: evítalos, evita a los que “lo hacen por tu bien”. Recuerda que tienes que ser simplemente tú mismo y no alguien más. Esta anarquía, esta libertad caótica… Y no seas ambicioso, porque eso es algo mediocre. Simplemente vive tu vida tan completamente como te sea posible. No trates de dejar una impronta en las páginas de la historia; no tiene sentido. Y no te preocupes siempre por los demás. Poco a poco aprende a estar sólo, disfruta de la soledad: ese es todo el significado de la meditación.
Y, finalmente, recuerda que la muerte no es una muerte, es un nuevo comienzo. Además, ¿quién sabe?, puede que te lleve a una vida más elevada. Si el cosmos tiene su propio ritmo, tiene que ser así. Tiene que estar llevándote a una vida más elevada. Has aprendido mucho, te has vuelto más digno; naturalmente la muerte te debe llevar a un plano más elevado del ser. Parece algo simple: una persona que ha vivido, amado, experimentado, meditado, que ha pasado por tantas situaciones en la vida se ha vuelto más digna, se le tiene que otorgar una vida más elevada. Si esta existencia tiene alguna compasión, entonces la muerte va a ser una plenitud más elevada, una cumbre mayor.
Espera con excitación, con un gran sentido de aventura. Espera con un gozo tremendo, con deleite y celebración. La felicidad es natural; uno no tendría que buscarla, uno simplemente tendría que disfrutarla. ¿Y qué dice Confucio de un mensaje tan grandioso? Que este hombre ha encontrado, pero no lo ha encontrado todo… ¡como si Confucio lo hubiera encontrado todo!
Estas parábolas son muy sutiles. Son unas grandes demoledoras del ideal confuciano, pero de una manera muy refinada. Si no profundizas puede que nunca entiendas.
Medita sobre estas parábolas; llevan grandes mensajes, descodifícalos. Tu vida se enriquecerá tremendamente con ellas.
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