La contaminación
lumínica urbana no solo supone un derroche de recursos energéticos, también
perjudica el ecosistema y la salud de las personas. Ponemos el foco en sus
efectos negativos y sus posibles soluciones.
Hay ciudades que nos
deslumbran por sus monumentos, otras por su gastronomía, otras por el
entretenimiento que ofrecen o por sus gentes. El mundo está plagado de urbes
fascinantes, cada cual con sus encantos y diferencias que las hacen únicas. Sin
embargo, cada vez más todas ellas se asemejan en una corriente nada positiva:
la de la contaminación lumínica. Un problema que, aunque se considere fútil,
conlleva un deterioro del entorno natural y es perjudicial para el ser humano.
Según la definición de
la Comisión Internacional de la Iluminación, hablamos de contaminación lumínica
para agrupar todos los efectos adversos que provoca la luz artificial. La
asociación CEL Fosc desarrolla todavía más este concepto al indicar que
consiste en “la emisión de flujo luminoso de fuentes artificiales nocturnas en
intensidades, direcciones, horarios o rangos espectrales innecesarios para la
realización de las actividades previstas en la zona en que se han instalado las
luminarias”.
El problema del exceso
de iluminación artificial en las ciudades
Tal vez deberías
preguntarte cuándo fue la última vez que pudiste contemplar las estrellas desde
la ventana de tu casa. Si te cuesta evocar esa imagen o directamente no la has
experimentado, es más que probable que vivas en una localidad lumínicamente
contaminada. Esa barrera resplandeciente que te impide ver el cielo con
claridad al llegar la noche es consecuencia, sobre todo, de un alumbrado mal
diseñado e ineficiente, en el que la luz se proyecta no solo hacia el suelo,
sino también hacia los lados o hacia arriba.
El uso de bombillas
inadecuadas contribuye al derroche energético.
Pero hay otras causas
de este deslumbrante problema, como el exceso de potencia, el uso de bombillas
inadecuadas o luminarias de todo tipo que contribuyen al derroche de energía.
La imposibilidad de ver
el firmamento es una de las consecuencias más palpables de este efecto
característico de las ciudades modernas, pero existen otras menos visibles que
perjudican la salud de las personas y dañan el ecosistema. Por ejemplo, la
contaminación lumínica está asociada a trastornos del ánimo o alteraciones del
sueño de las personas, así como alteraciones del hábitat de animales nocturnos
o migratorios.
Es más, la
contaminación lumínica se acentúa cuanta más polución flota en el cielo de las
ciudades. Las partículas en suspensión contribuyen a dispersar todavía más la
luz artificial y son la razón de esa nube deslumbrante que recubre los núcleos
urbanos cuando las vemos desde lejos. Asimismo, este exceso se asocia al
aumento de dióxido de carbono puesto que cuanta más luz necesita una ciudad,
más electricidad debe generar para abastecer la demanda.
Causas de la contaminación lumínica y
una mala iluminación urbana
La contaminación
lumínica está producida fundamentalmente por el empleo ineficiente del
alumbrado de las ciudades. Esta problemática se identifica claramente en las
farolas que no solo proyectan la luz hacia abajo y a zonas concretas, sino que
también la dispersa hacia el cielo y espacios donde no se necesita. El peor ejemplo
a seguir en este sentido son las luminarias en forma de globo, que distribuyen
la luz artificial en forma de círculo y, por tanto, malgastan aquella que se
dirige arriba y hacia los lados.
El mal diseño del
alumbrado es la principal causa de la contaminación lumínica, pero existen
otros factores que también la propician, como son el exceso de potencia, el uso
de proyectores o cañones láser con fines comerciales o recreativos, los suelos
reflectantes o el prolongado horario de la iluminación ornamental, monumental o
de los comercios.
Calle con mala
iluminación
A veces, incluso, es
peor el remedio que la enfermedad. Las ciudades actuales, en su búsqueda de una
mayor eficiencia energética, han apostado por sustituir las bombillas
convencionales de su alumbrado por luces LED, las cuales reducen el consumo.
Sin embargo, un estudio publicado en la revista Science Advances sostiene que
esa tendencia ha devenido en un “efecto rebote” por el cual, aunque ahora se
emplea menos energía para generar luz artificial, cada vez se ponen más
bombillas de este tipo precisamente por ser más baratas. El resultado, como
concluye la investigación, es que las áreas iluminadas crecieron a un ritmo
anual del 2,2 por ciento entre 2012 y 2016.
Regulación de la
contaminación lumínica
La normativa que existe
internacionalmente para procurar un alumbrado más eficiente es muy variada,
pero no hay una regulación específica sobre la contaminación lumínica. La Unión
Europea cuenta con un Reglamento para el diseño ecológico de las luminarias
(245/2009), que se complementa con otros; pero más allá no existen más que
recomendaciones de organismos internacionales que invitan a limitar el exceso
de iluminación de las ciudades.
Hay países, como
España, en los que este asunto está regulado por las comunidades autónomas y
las medidas para evitar la contaminación lumínica están recogidas en diversas
leyes. Otros, como Estados Unidos, cuentan con Estados donde existen
limitaciones relacionadas con el diseño y la eficiencia del alumbrado, mientras
otros directamente carecen de toda concienciación al respecto.
Uno de los organismos
más activos en cuanto a la promoción de medidas contra la contaminación
lumínica es la Comisión Internacional de Iluminación, que dispone de estándares
que sirven de referencia para las metrópolis.
ENRIQUE GONZÁLEZ
Periodista experto en salud y bienestar