Hasta hace poco tiempo el Budismo Zen
era casi totalmente desconocido en Occidente, con excepción de unos pocos
orientalistas cuyo interés por el tema era principalmente académico. [...]
El Zen es tan definidamente distinto
de cualquier otra forma de Budismo, y hasta podría decirse de cualquier otra
forma de religión, que ha provocado la curiosidad de muchos que normalmente no
hubieran pensado en mirar hacia Oriente en busca de sabiduría práctica.
Una vez que se provoca curiosidad, no
es fácil aplacarla, pues el Zen ejerce una particular fascinación sobre las
cansadas mentes de la religión y la filosofía convencionales. Desde un comienzo
el Zen se aparta de toda forma de teorización, instrucción doctrinaria y
formalidades desprovistas de vida; éstas son tratadas como simples símbolos de
la sabiduría, y el Zen está fundado en la práctica y en una experiencia íntima,
personal, de la realidad que la mayoría de las formas de la religión y la filosofía
no encaran más que como una descripción emocional e intelectual. No se quiere
decir con eso que el Zen es el único camino verdadero que lleva a la
iluminación; se ha dicho que la diferencia entre el Zen y otras formas de
religión reside en que "todos los otros caminos trepan lentamente por las
laderas de la montaña, pero el Zen, al igual que un camino romano, arroja a los
lados todos los obstáculos y se mueve en línea recta hacia la meta".
Después de todo, los credos, los dogmas y los sistemas filosóficos son
solamente ideas acerca de la verdad, del mismo modo que las palabras no son
hechos sino que hablan acerca de los hechos; mientras que el Zen es una
vigorosa tentativa de ponerse en contacto directo con la verdad misma, sin
permitir que teorías y símbolos se yergan entre el conocedor y la cosa
conocida. En cierto sentido el Zen es sentir la vida en lugar de sentir algo
acerca de la vida; no muestra ninguna paciencia hacia la sabiduría de segunda
mano, hacia la descripción que haga cualquier persona sobre una experiencia
espiritual, o las meras concepciones y creencias. Si bien la sabiduría de
segunda mano es valiosa como cartel que señala el camino, con demasiada
facilidad se la confunde con el camino mismo, y hasta con la meta final. Son
tan sutiles las formas en que las descripciones de la verdad pueden presentarse
como la verdad misma, que el Zen es con frecuencia una forma de iconoclastía,
una destrucción de las simples imágenes intelectuales de la realidad viviente,
cognoscible solamente a través de la experiencia personal.
Pero es en sus métodos de instrucción
donde el Zen es único. No hay en él enseñanza doctrinaria, ningún estudio de
escrituras, nada de programas formales de desarrollo espiritual. Aparte de unas
pocas recopilaciones de sermones de los primeros maestros Zen, que son las
únicas tentativas de una exposición racional de sus enseñanzas, la casi
totalidad de nuestros antecedentes de la instrucción Zen son un número de
diálogos (mondo) entre los maestros y sus discípulos que parecen dedicar muy
poca atención a las normas usuales de la lógica y el razonamiento sano, a punto
tal que aparecen a primera vista como carentes de sentido. [...]
Pero el Zen no trata de ser
inteligible, es decir, de poder ser comprendido por el intelecto. El método del
Zen es desconcertar, excitar, intrigar y agotar al intelecto hasta que se
perciba que la intelección es solamente acerca de; habrá de provocar, irritar y
volver a agotar a las emociones hasta que se vea claramente que la emoción es
solamente sentir acerca de , y luego discurrir, cuando el discípulo haya sido
sometido a una impasse intelectual y emocional, sobre cómo salvar la brecha que
existe entre el contacto conceptual de segunda mano con la realidad y la
experiencia de primera mano. Para lograr esto pondrá en juego una facultad más
elevada de la mente, conocida como intuición o Buddhi, denominada en ocasiones
"Ojo del Espíritu". Resumiendo: el Zen aspira a concentrar la
atención sobre la realidad misma, en lugar de hacerlo sobre nuestras reacciones
intelectuales y emocionales ante la realidad; siendo la realidad ese algo
siempre cambiante, siempre creciente, que conocemos como "vida", que
jamás se detiene ni por un instante para que nosotros la hagamos encajar
satisfactoriamente dentro de un rígido sistema de casilleros e ideas.
Es así como cualquiera que haga la
tentativa de escribir sobre Zen, tiene que enfrentarse con dificultades
insólitas: no puede jamás explicar, sólo puede indicar; tan sólo puede ir
planteando problemas y proporcionando indicios que, cuando mucho, apenas
alcanzaran a acercar al lector a la verdad, pero en el mismo instante en que
trata de llegar a una definición exacta, la cosa se le desliza de las manos, y
la definición termina siendo nada más que una concepción filosófica.
Fuente: Osho Gulaab