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viernes, 26 de junio de 2015
Libro Desde el Otro Plano Capitulo VI (Paul Ëluard)
Libro Desde el Otro Plano Capitulo VI (Paul Ëluard)
Hoy os dejo el Sexto y penúltimo Capítulo de este relato, Desde el Otro Plano, dedicado a aquellos de mente abierta, capaces de cuestionarse hasta sus creencias más queridas, que estén dispuestos a descubrir sus condicionamientos y, tal vez, tener otra visión de lo que siempre ha sido tomado por cierto, o de aquello que quieren que nos tomemos por cierto (el siguiente capítulo el viernes próximo).
Leer los capitulos anteriores.....
Capitulo 6
Aquel que no vea que en la Tierra se está llevando
a cabo una gran empresa, un importante plan en el
cual colaboramos como siervos fieles, está ciego.
(Winston Churchill)
Si hacía un momento deseaba partir de este lugar ahora comprendía que era necesario seguir, y al preguntarme por Amfas me encontré de nuevo a la Sala de Observación donde había regresado.
En un mundo donde todo debía estar claro había demasiadas cosas que no lo estaban, pensó mientras fijaba su atención en el Observatorio. En realidad nada era claro, se concentró y observó la inmensa confusión de líneas de energía, entidades de todo orden moviéndose en un enjambre de las más diversas influencias y ellos, en medio de ese fragor, tratando de sobrevivir tal como lo hacían todos. En este universo al final todo era supervivencia, nada más que eso, ¿serían tan confusos los espacios de los Sembradores de Mundos?
Buscó en las imágenes que aparecían a Aganan y lo encontró vagando por uno de esos barrios populosos y miserables que tanto abundan y se encuentran por todas partes. No era eso lo que ellos habían deseado, tantos receptáculos vacíos o viviendo vidas vacías sin más esperanza que llegar al día siguiente eran un desperdicio, pero por más que insistían en ello sus Aliados no parecían tener mesura, nunca tenían bastante, la guerra, la esclavitud, la enfermedad y el dolor que a todo ello iba unido nunca les parecía suficiente.
No conocía el futuro, pero las líneas de probabilidades lo mostraban oscuro, ya no eran sólo las destrucciones cíclicas y naturales que solían suceder cada miles de ciclos, sino otras más innecesarias. Si la destrucción llegaba sus Aliados y lacayos, como siempre, partirían y volverían cuando hubiese pasado todo para volver a dirigir ese mundo, quizás sin ellos podían perder el control sencillo que ahora tenían, pero hubiese preferido no tener que pasar por esos largos periodos de carencias, en los cuales casi debían entrar en ese estado de letargo que les dejaba exhaustos y hambrientos.
Hasta hace poco lo ignoraba, pero ahora sabía que sus Aliados tenían un plan para extenderse más allá de este mundo. En teoría ellos también podían beneficiarse de esa expansión, ganar con ella porque donde fueran irían con ellos a menos que… ¿Estarían los Sembradores de Mundos dispuestos evitar que esta vez aniquilaran este lugar si llegaban a saber que de aquí empezarían a partir en unas pocas decenas, o algún centenar o poco más de ciclos, los ejércitos que intentarían arrebatarles lo que con tanto trabajo habían construido y atacar sus propios mundos? ¿Podrían tal vez vencerles esta vez…?
También sabía que no estaban solos intentando controlar este mundo, que había muchas almas que habían tenido demasiado tiempo para pensar y profundizar, porque para dominar a los receptáculos de almas tan malo era el exceso de miseria y dolor como esa abundancia y comodidad que permitía fijar la atención en algo que no fuera la supervivencia. Entre los condicionamientos establecidos y sus propias debilidades pocos iban en realidad muy lejos, pero algunos no eran tan ingenuos y manejables, tan simples. Cuando alguna de esas almas más escépticas disponía de tiempo y medios para profundizar, abrían canales de energía que permitían a otras entidades penetrar este espacio para inspirarlas y, a veces, incluso protegerlas. Es cierto que eran pocas, las verdaderas eran escasas y cautelosas porque sabían que, al final, podían y solían ser suplantadas fácilmente por ellos, su influencia protectora no solía durar mucho tiempo, pero aún así eran una interferencia molesta. Aunque al final les corrompieran la mente y sus descubrimientos, había cosas que mejor hubiese sido no se supieran, o siquiera se pudieran imaginar.
Mal momento fue aquel que escogieron sus Aliados para permitirles otras herramientas que el arado que les mantuviera con los ojos fijos en la tierra para arrancar de ella su supervivencia, porque así no tenían tiempo ni fuerzas para cuestionarse ciertas creencias. Lo mejor era esa agua tibia en la cual podían adormecer las consciencias y cosechar los frutos lógicos que toda vida humana producía, la energía natural de su alma y la de la inevitable lucha por la superar los sufrimientos que toda existencia física conllevaba.
Siguió observando Aganan que ahora se desplazaba por valles y abiertas extensiones, pero no podía distinguir tampoco ahí fluctuación alguna en su energía, intentaba adivinar en qué estaría pensando pero no lo lograba, parecía que no pensaba en nada, que sólo contemplaba su alrededor, así que buscó sintonizar con su energía pero, por alguna razón extraña, una vez más su mente volvió sobre la destrucción del planeta y pensó en su propia existencia.
¿Qué habría después de ella? Desde que Az, el que había sido su mentor y amigo desde no recordaba cuanto, hubiese decidido dejar de existir pensaba a menudo en ello. Hacía una infinidad de tiempo que Az había adquirido ese color casi negro azabache que absorbía toda la energía que estuviera cerca de él, por pequeña que fuera. La oscuridad que iban adquiriendo a lo largo del tiempo sólo era el reflejo de esa capacidad de absorber luz, energía, la menor vibración, de tal forma ya no necesitaba tener la energía de las almas para alimentarse. Llegado al punto en que estaba Amfas, y otros como él, tomar a cargo un alma era sólo un mero ejercicio o desafío para aprender y evolucionar, como podía ser Saha. En realidad la propia energía que se desprendía de la actividad de la comunidad les era sobradamente suficiente.
Az había llegado a ese punto donde sólo observaba, apenas hacía comentarios sobre nada aparte de comunicar su experiencia a Amfas y otros como él que se suponía preparados para comprenderla, aunque lo que comunicaba era difícil de aceptar. Por ejemplo, era el único al que le había escuchado hablar sobre la posibilidad de que ellos sólo fueran una parte más de algo mucho más grande, que de la misma forma que ellos podían observar a través de sus Observatorios los mundos que estaban por debajo del suyo, era posible que ellos también fueran observados a su vez por otros. Era absurdo, pero tenía su lógica, al fin y al cabo, ¿dónde partían esas almas que se liberaban? ¿Por qué no tenían acceso a los espacios de los Sembradores de Mundos? ¿Realmente todo el Universo sería como el que ellos observaban, un lugar de necesaria depredación? Además, como señalaba Az, era cierto que a veces los más sensibles de entre ellos tenían la sensación de ser observados, de no estar solos, sentían alguien detrás de ellos pero al girarse no había nadie… Sin embargo, excepto su mentor nadie abordaba esos asuntos, decir algo en contra de la creencia instituida de su superioridad sobre todo el mundo que les rodeaba era un sinsentido, sería dudar de su libre voluntad y albedrío, de su grandeza y evolución conseguida a lo largo de eones. Una cosa era aceptar que había mundos a los que no podían acceder por ser diferentes a su naturaleza, y otra que hubiese alguien por encima de ellos.
Pero no era lo único extraño y casi todo lo que decía, especialmente la primera vez que era escuchado, provocaba un abrupto rechazo porque iba en contra de todo lo que siempre habían hecho, o creído. Pero para él fue su mentor, su maestro verdadero más allá de una mera palabra, y cuando partió todas esas palabras y muchas más reverberaban en su interior a menudo.
Es curioso, se dijo, que se hiciera la misma pregunta que tantas veces se hacían los humanos: ¿Qué habría tras la vida, tras esa existencia que estaba experimentando? Porque todo tenía un fin y el sabía que otros como Az habían partido antes que él, se habían disuelto en la nada y desaparecido. Sin embargo, los receptáculos de almas tenían a veces un vislumbre de lo que había después de su existencia, aunque ellos se encargaran de distorsionarlo, pero ninguno de ellos había tenido nunca la menor referencia de qué había después de la disolución de esa energía que eran. Sabía que cuando un alma humana lograba despertar y liberarse partía hacia un espacio energético diferente, un lugar que ellos no podía penetrar, ni siquiera desde el Observatorio, y lo que luego sucedía era un misterio, pero no parecía que su energía se disolviera. Aunque bien sabía que para ellos, desde el punto de vista de la vida física, era lo mismo que para él fue la partida de su mentor, una pérdida dolorosa.
Cuando Az los convocó para presenciar su muerte se quedó sumido en la pena, había decidido que había llegado el momento y quería que esa experiencia fuera presenciada por los más cercanos en comprensión, por si podían aprender algo de ello, porque para ellos también muerte era un misterio.
− ¿Por qué quieres partir maestro? −No se atrevió a decir morir.
Pero Az no tenía el mismo temor.
− Debo morir porque ya no tengo ninguna razón para seguir viviendo, ya he visto, escuchado y experimentado todo lo que podía desear, ya no tengo más deseos y sin deseos no hay vida… El único deseo que ahora me queda es saber qué hay más allá, si es que hay algo más allá, pero aquí ya nada me retiene.
Recordó la muerte de Az, la gran entidad de oscura energía fue reduciéndose a una esfera cada vez más pequeña al tiempo que se concentraba y se hacía más densa, con un campo de energía tan intenso que podía sentir como su propia energía era succionada, extraída, hasta que sólo fue un punto negro y luego estalló en una luz cegadora… Después de eso nada, donde antes estaba la masa impresionante de Az ahora sólo había vacío, había desparecido, había muerto.
Az le había dicho que llegaría un día en que ya no querría experimentar más, saber más, existir más porque habría dejado de tener sentido, lo cual se parecía mucho a lo que era la liberación de las almas y que había que evitar. También decía que sólo cuando estuviera dispuesto a dejar todo atrás, cuando ya no tuviera ninguna atadura de ningún tipo estaría preparado para partir, y que si no era así ni siquiera debía imaginar pensar en ello; mientras que tuviera la más mínima preocupación por nada de lo que fuera, por noble que su preocupación fuera, no solamente no podría partir, sino que ni siquiera debía intentarlo. Nunca explicó por qué, sólo una vez insinuó que intuía que podría llegar a sucederle lo mismo que le sucedía a las almas, que tuviera que volver para partir de nada. No tenía mucho sentido, pero muchas de las cosas que decía Az no parecían tener mucho sentido.
En el fondo se parecían mucho, ellos y esas almas de las que vivían… Esas almas habían elegido tomar esos receptáculos físicos para experimentar la vida física, por ello esos receptáculos eran sus víctimas, porque a través de ellos experimentaban su deseo de vivir y en este mundo en concreto lo pagaban muy caro la mayoría de las veces. Esa había sido su decisión y su último acto de libre albedrío, porque cuando entraron en la vida física ahí estaban ellos para hacer lo mismo, pero en vez de usar los cuerpos físicos ellos experimentaban la existencia a través de sus almas y además tomaban su energía, y para prolongar esa experiencia vida tras vida debían mantenerles en la ilusión y la oscuridad, por lo menos con aquellas almas que habían caído en la esfera energética que ellos controlaban.
Sin embargo, así era el orden de este Universo, ellos no eran peores para su rebaño de almas que los animales que esos receptáculos tomaban para su beneficio, tanto para disfrutar de su compañía como para alimentarse de ellos, de hecho eran bastante más benévolos, si les hubiesen tratado como ellos trataban a sus animales todavía se podrían lamentar, desde su punto de vista no consideraba que lo pudieran hacer, otra cuestión eran sus Aliados… Algunos de ellos hasta se unían con fuerzas oscuras de planos inferiores con tal de incrementar su poder, nunca nada era suficiente, ni nada que hicieran les inmutaba, para ellos todos esos receptáculos eran menos que el ganado que estos usaban para alimentarse.
Volvió a escrutar a Aganan, pero aparentemente e incomprensiblemente seguía igual de vacío, y su pensamiento volvió otra vez involuntariamente y sin saber por qué al proyecto que sus Aliados llevaban miles de ciclos preparando.
Quizás la expansión que tenían proyectada tuviera éxito y al contrario que la vez anterior pudieran vencer, pero quizás este intento terminaría con todo, estaban tentando mucho a la suerte. En el pasado había quedado en evidencia que los Sembradores de Mundos carecieron de la necesaria crueldad para vencerles definitivamente, pero… ¿Qué harían ahora cuando la amenaza alcanzara aquellos mundos que entonces quisieron proteger? No parecía probable que cedieran tan fácilmente, sólo quedaba la posibilidad de vencerles y eso era un apuesta arriesgada.
No obstante, los planes seguían avanzando incluso a pesar de que las divisiones que venían de milenios entre sus Aliados: Unos querían acelerarlo y no esperar a la necesaria evolución tecnológica, sino provocar algún desastre o algo que justificara que aparecieran del espacio sus hermanos de otros mundos como salvadores de la humanidad y otros, sencillamente, no querían seguir. Querían parar todos esos planes, dar marcha atrás en seguir aumentando la población y en la destrucción de los recursos e incluso permitir, o acelerar, alguna de las catástrofes naturales que hasta ahora habían podido evitar para devolver este mundo a la situación de hace miles de ciclos. Estos no estaban dispuestos a poner en peligro lo logrado, que era mucho, si intentaban salir de las fronteras establecidas hacía millones de ciclos.
Reflexionó sobre el cambio que se había producido: Desde el principio sus Aliados habían preferido aparecer como dioses y mantener la población en un tamaño reducido, provocando destrucciones y plagas cíclicas para controlarlos y especialmente aprovechar esos momentos, cuando su número era menor, para manipularlos y reducirlos física y mentalmente. Nunca se habían planteado ayudarles a crecer o evolucionar, sino impedirlo para poder mantenerles atrasados bajo la superstición y el miedo, hasta el día que decidieron que querían extenderse a aquellos otros mundos que les habían sido negados. Ese cambio se debía a que por fin habían logrado un tipo de receptáculo perfecto para ese objetivo, sin que se alejara demasiado del modelo original que necesitaban para su expansión. Hasta entonces tenían todavía demasiadas capacidades y era arriesgado poner en sus manos tanto poder, podían percibir la verdad y rebelarse. Pero para lograr ese objetivo tuvieron además que cambiar algunas cosas en la forma en que habían dirigido hasta entonces este mundo.
Eran algunos detalles realmente muy simples, pero que lo cambiaban todo: En primer lugar, debían dejarles salir del primitivismo en el cual los habían mantenido por cientos de miles de ciclos, millones, sólo así podría entender y manejar la tecnología necesaria para salir de este mundo y combatir con armas de un potencial muy superior al que nunca pudieron imaginar. Eso hizo necesario que desaparecieran como dioses y dirigentes de este mundo, sumergiéndose y ocultándose detrás de otros para seguir gobernándolo mientras les hacían creer que eran libres, y que todo ese cambio sólo se lo debían a ellos mismos y su inteligencia, a su maravillosa evolución, sin darse cuenta de que jamás nada de eso hubiese sucedido si ellos no lo hubiesen permitido e, incluso, deseado.
Por otra parte, necesitaban un número muy elevado de receptáculos de almas para crear los ejércitos necesarios para esa expansión y conquista de otros mundos, como bien sabían las batallas se podían ganar en el espacio o en el cielo, pero para ganar la guerra había que tomar el terreno, asentarse en el territorio, y sabían que los Sembradores de Mundos habían llevado el mismo tipo de receptáculos de almas a todos los que habían sembrado, ajustando las condiciones de esos mundos a los mismos y, por tanto, podrían fácilmente ocuparlos con sus ejércitos sin mucha dificultad porque sería sencillo para estos cuerpos adaptarse a esos nuevos lugares. Por eso también aparecían e interferían algunas razas ajenas en este mundo intentando con los receptáculos algún tipo de hibridación, porque sus Aliados los habían atraído a su bando, creando alianzas con esas otras razas que también estaban interesadas en esa expansión, en tomar los espacios de abundancia creados por los Sembradores de Mundos.
Este punto, preparar los ejércitos que partieran para esa colonización, aquí sería fácil de alcanzar gracias a la destrucción de los recursos, porque cuando las dificultades para disponer de lo más básico en ese espacio finito escasearan estarían dispuestos a salir de él sin hacer muchas preguntas, la desesperación y la necesidad les haría alistarse a algo que se presentaría como una aventura que les llevarían a descubrir nuevos mundos donde empezar una nueva vida, libre, mejor y hasta con riquezas… Él conocía bien esos receptáculos, sabía que eran egoístas y ególatras, tal como los habían transformado y condicionado sus Aliados para hacerles semejantes a ellos, por lo menos en su carácter. Nadie preguntaría si tenía sentido y estaba justificado llevar una sociedad de destrucción como esta a otros mundos, o qué razón habría para destruir sociedades enteras más pacíficas, ni a quien estarían realmente sirviendo, o si la crueldad que siempre habían demostrado bajo la dirección de los lacayos de sus ocultos y verdaderos gobernantes tendría sentido.
Nadie haría otra cosa que lanzarse a esa aventura de destrucción con la misma ceguera con la que se habían lanzado a otras tantas en el pasado dentro de este mundo… No sólo la necesidad, sino incluso la desesperación, mezclada con una buena dosis de manipulación y fanatismo lograrían con facilidad eso y mucho más, sus Aliados para organizare ese tipo de asuntos tenían ya mucha experiencia y eran muy eficaces.
Lo pensó sin saber por qué con cierta tristeza, seguramente porque tenía la sensación de que aquello no podía terminar bien, los receptáculos de almas realmente tenían inteligencia pero, como era sabido, también estaban dotados de no poca estupidez que les llevaba a cosas muy contradictorias, como necesitar sentirse importantes y creerse cualquier cosa que les diera seguridad y confort, aunque no tuviera el menor sentido y fuera indemostrable, o esperar y buscar siempre salvadores que bajaran del cielo, lo cual les hacía ser muy manejables y unas víctimas perfectas para los planes establecidos… Sin embargo, ¿qué podía reprocharles esos receptáculos? Al fin y al cabo ellos habían contribuido a hacerles sordos y ciegos, habían ayudado a reducir lo que era el enorme potencial de sus almas a eso que ahora eran, unos seres débiles, siempre hambrientos, constantemente insatisfechos y, al carecer de memoria, con una vida demasiado corta como para poder saciarse jamás del deseo de vivir…
Y de pronto se sobresaltó, porque mientras se dejaba llevar por esos pensamientos había seguido el deambular de Aganan distraídamente y, justo ahora, observó que estaba muy cerca de Saha, ¿cómo había llegado ahí, por qué, para qué, qué hacía ahí?
(seguirá…)
Pastilla de Felicidad
Amado Corazón: Tú no estás solo. Jamás lo has estado y nunca lo estarás. Dios está contigo en cada segundo de tu vida, más cerca de tus propios pensamientos. Sólo es tu idea la que te hace creer que Dios te puede abandonar, pero eso es imposible.
Déjame explicártelo: Dios está en el aire que estás respirando y te da la vida. Si te pones la mano en el corazón, verás que ese latido de vida es Dios en tu corazón. El sol que nos viene a alumbrar cada mañana es una bendición de Dios para ti, para que vivas y seas feliz.
¡Tú no tienes por qué estar triste nunca! El estado natural del hombre es alegría. Lo que pasa es que vivimos quejándonos por todo lo malo en vez de dar las gracias por todo lo bueno que tenemos, y esto no s entristece. ¡¡¡Comienza ya!!! A dar gracias por el aire que respiras, por cada objeto de vestir o de adorno que llevas en el cuerpo, por cada pedacito de comida que te llevas a la boca, por cada canción que te sabes. Cada vez que pienses en quejarte, busca algo por lo cual dar gracias a Dios. Acostúmbrate a decir: “Gracias Padre” por todo. Verás como comienza a cambiar tu mundo.
Comienza a sonreírle a todo, ya que (no importa lo que la gente pueda decir) es mejor sonreír que estar mal encarado. Sonríele al policía, al médico, al abogado, al barrendero, al ascensorista, al cajero, a los que cocinan, al chofer, a la enfermera. Sonríele al mundo y veras que el mundo te sonreirá de vuelta.
El rencor y el odio es la madre de la infelicidad. ¡¡¡Comienza a perdonar ya!!! A todo el mundo, no importa lo que te hayan hecho o dicho. Eso es problema del que condena, el tuyo es el de perdonarlos. Diles: “Te doy mi amor y mi perdón”.
Si hablan mal de ti, si te critican o te condenan… eso no importa. De los más grandes seres se han dicho las peores cosas. Piensa: “Si eso es lo que dicen, ¿dónde está lo que hacen? Yo soy un ser que hago y sólo se entiendo con los que hacen, no con los que dicen. Decir… pues, cualquiera ‘dice’; para Hacer hay que Saber, y yo soy un ser de acción”.
Si has perdido algo, te han robado… o lo has perdido todo, eso tampoco importa. Acuérdate que lo verdaderamente valioso y eterno en ti nadie te lo puede quitar. Me refiero a tu Ser y tu derecho soberano de sentir y de pensar. “Lo maravillosos de cuando todo se pierde es que solamente nos queda Dios”.
Acostúmbrate a bendecir en vez de maldecir o decir malas palabras, y verás que las cosas se transforman. Di constantemente “Dios te bendice”, a todas las cosas y a todas las personas, no importa lo que sean, hagan o digan.
Cada vez que no sepas qué hacer y estés desesperado y no te acuerdes de nada, repite simplemente el nombre de Dios tantas veces te sea necesario… y… ¡verás milagros!
por Rubén Cedeño
UN NUEVO AMANECER: EL FIN DE LA CO-DEPENDENCIA
Tú no puedes salvar a nadie. Puedes estar presente con ellos, ofrecer tu estabilidad, tu cordura, tu paz. Incluso puedes compartir tu camino con ellos, ofrecer tu perspectiva. Pero no puedes quitarles su dolor. No puedes recorrer su camino por ellos. No puedes ofrecerles respuestas correctas, ni tampoco respuestas que no sean capaces de digerir en ese momento. Ellos tienen que encontrar sus propias respuestas, plantear sus propias preguntas o bien perderlas, ellos tienen que hacerse amigos de su propia incertidumbre. Ellos tendrán que cometer sus propios errores, sentir sus propias tristezas, aprender sus propias lecciones. Si realmente quieren estar en paz, tendrán que confiar en el camino de sanación que se vaya revelando paso a paso. Pero tú no puedes sanarlos. No puedes ahuyentar su miedo, su ira, sus sentimientos de impotencia. Tú no puedes salvarlos, o arreglarles las cosas. Si presionas demasiado, ellos podrían perder su tan singular camino. Tu camino podría no ser el de ellos.
Tú no creaste su dolor. Pudiste haber hecho o dejado de hacer ciertas cosas, dicho o no dicho ciertas cosas, detonando el dolor que ya estaba dentro de ellos. Sin embargo tú no lo creaste, y no eres culpable, incluso si ellos dicen que así fue. Tú puedes asumir la responsabilidad de tus palabras y acciones, sí, y podrías lamentarte por un pasado, pero no puedes borrar ni cambiar lo que ya pasó, y no puedes controlar el futuro. Sólo puedes encontrarte con ellos aquí y ahora, en tu único lugar de poder. Tú no eres responsable de su felicidad, y ellos no son responsables de la tuya.
Tu felicidad no puede venir de fuera. Si es así, entonces se trata de una felicidad dependiente, una felicidad frágil que se convertirá en tristeza muy rápidamente. Y después te verás atrapado en una red de culpa, remordimiento y persecución. Tu felicidad está directamente relacionada con tu presencia, con tu conexión a tu aliento, a tu cuerpo, a la tierra. Tu felicidad no es pequeña, y no puede ser eliminada por el miedo o la ira, o a la más intensa de las vergüenzas. Tu felicidad no es un estado, o una experiencia pasajera, o incluso un sentimiento que los demás puedan darte. Tu felicidad es inmensa, siempre presente, es el espacio ilimitado del corazón, donde la alegría y la tristeza, la felicidad y el aburrimiento, la certeza y la duda, la soledad y la conexión, incluso el miedo y el deseo, pueden moverse como el clima, como la lluvia y el sol, todo acogido en la inmensidad del cielo.
Tú no puedes salvar a nadie, y no puedes ser salvado si buscas quién te salve. No hay ningún yo que salvar, ningún yo que perder, ningún yo que defender, ningún yo que hacer perfecto o perfectamente feliz. Deja ir cualquier ideal imposible. Tú eres hermoso en tu imperfección, escandalosamente perfecto en medio de tus dudas; amoroso, incluso en medio de tus sentimientos poco amorosos. Todas esas partes han sido dadas, todas son partes de la totalidad, y tú nunca fuiste menos que la totalidad.
Estás respirando. Sabes que estás vivo. Tienes el derecho a existir, a sentir lo que sientes, a pensar lo que piensas. Tienes derecho a tu alegría y derecho a tus tristezas. Tienes derecho a dudar también. Tienes derecho a recorrer tu camino. Tienes derecho a estar en lo correcto, y derecho a equivocarte; tienes derecho a esta gigante felicidad que conociste cuando eras pequeño. Estás respirando, y eres inseparable de la fuerza de la vida que anima todas las cosas, que se conoce a sí misma como todos los seres, que se descubre a sí misma en cada momento de esta increíblemente maravillosa existencia.
Tu autoestima no está ligada a lo que los demás piensen de ti. Está ligada a la luna, a la expansión infinita del cosmos, a los cometas que se lanzan hacia destinos desconocidos, al olvido del tiempo y al amor a la soledad, y a esta inefable gratitud por cada nuevo amanecer, inesperado, dado.
- Jeff Foster
LA RAÍZ DE LAS ADICCIONES
Publicado por Julieta Herrera en Universo Espiritual Comunidad.
http://universo-espiritual.ning.com/
Durante los últimos años he platicado con cientos de personas de todo el mundo que se autodenominan “adictos”. Seamos claros - no sólo los “adictos” son adictos. Todos somos adictos de diferentes maneras, al trabajo, al alcohol, a la pornografía, al juego, al sexo, al poder, a tener siempre la razón, a probar nuestra valía, a revisar nuestro correo electrónico cada 5 minutos. Incluso, podemos hacernos adictos a las enseñanzas espirituales, a la meditación, a los gurús, a los retiros, a libros, a los satsangs. Pero la raíz de toda adicción es la misma - nuestra adicción hacia nosotros mismos. Nuestra adicción a mantener y a nutrir “mi” historia. Y subyacente a esto, nuestra adicción a salir de este momento, a escapar de las molestias buscando alguna clase de liberación. Nuestra adicción hacia el momento siguiente…
Recuerdo que de pequeño regresaba de la escuela sintiéndome a veces solo, triste e incomprendido, probablemente después de haber sido intimidado por mis compañeros o después de que se burlaban de mi en el autobús de la escuela. Llegaba directamente al refrigerador o a la despensa y, cuando nadie me observaba, me devoraba cualquier bocadillo que pudiera encontrar. La comida hacía que mi tristeza se fuera, o así parecía. Por unos pocos y preciosos instantes me sentía reconfortado, satisfecho, lleno - ya no había ese vacío en mí ni me sentía incompleto. Aparentemente la comida hacía que mi “hambre” desapareciera. Había llenado el vacío. Y mi estómago…
En realidad no quería comida, por supuesto, sino amor y aceptación. Comía para que el dolor de vivir desapareciera. Incluso a esa temprana edad, ¡comía para vivir! Pero, por supuesto, no tenía forma de articular esto en ese momento. ¡Simplemente me sentía hambriento! sólo tenía la urgencia de comer. No era realmente comida lo que yo quería - era amor, y vida. Tenía deseos de sentirme vivo. Estaba intentando y fallando al comerme la vida. Estaba tratando de comerme a mí mismo.
Ésta era un hambre cósmica, un anhelo muy profundo de ser tomado en cuenta, de ser incluido, de ser visto, de ser validado. Y si los otros no podían hacerlo, tal vez los chocolates sí. Todo eso era una expresión de una profunda hambre por la vida, hambre de recordar lo que yo era realmente - ese vasto océano de consciencia en donde las olas de pensamiento, sensaciones y sentimientos están completamente autorizados para surgir y desaparecer. Yo estaba ignorando mi verdadera adicción - con el deseo de recordar lo que yo era me estaba volviendo falsamente adicto a algo. Me tomó años y años darme cuenta de esto y empezar a enfrentar mi dolor en lugar de huir de él, a recordar en lugar de olvidarme de mí mismo, a descubrir que eso que realmente soy, jamás podría ser adicto a nada.
Más tarde, mis adicciones cambiaron hacia otros objetos y hacia otras personas y después, finalmente, todo este asunto se proyectó hacia mi búsqueda por la iluminación. La iluminación se convirtió en el objeto de adicción final. Vivía y respiraba enseñanzas espirituales hasta que empezaron a generar efectos secundarios. Pero no estuve satisfecho hasta que todo ese ciclo se rompió, justo en donde había comenzado.
Como individuos, todos somos adictos, en el sentido en que huimos del momento presente en cierto grado. Todos evitamos pensamientos y sentimientos, tratamos de no sentirlos, los ignoramos, nos distraemos de ellos, nos medicamos o meditamos o nos vamos de compras. Por un instante, pareciera como si la comida, el alcohol, el sexo, el gurú, la droga, la fama, tuvieran el “poder” de eliminar la tristeza, el dolor; el sentimiento de soledad, de vulnerabilidad y de aislamiento, y por último, la muerte misma. Pareciera como si la persona, el objeto o la sustancia tuviera el poder de “arreglar” la vida. Pero, por supuesto, pronto el “efecto” desaparece, el “subidón” desaparece y luego viene una especie de bajón, una especie de culpa y todas esas olas rechazadas y no deseadas regresan, algunas con mayor intensidad, y estamos de vuelta en esa fuerte identificación. Y después se nos antoja todo de vuelta. Posteriormente sentimos una mayor necesidad de la persona o de la sustancia. Y el ciclo continúa. ¿Qué es lo que rompe el ciclo?
RECONOCER NUESTRO MALESTAR EN LUGAR DE HUIR DE ÉL, AUNQUE SUENE MUY DESCABELLADO. Ahí es en donde el ciclo puede empezar a romperse. Reunirnos con estas olas antes rechazadas y darnos cuenta que todas ellas tienen un hogar en nosotros - la tristeza, la soledad, el miedo, la vulnerabilidad. Como el océano de la consciencia, somos lo suficientemente vastos como para aceptar cada una de ellas. Tienen permiso para entrar en nosotros, pero no pueden definirnos. Y así, enfrentar nuestros impulsos en lugar de evitarlos, encontrando una forma de estar con nosotros mismos en el ahora sin tener que movernos hacia un “futuro”. Así es como el mecanismo de la adicción puede empezar a disolverse.
Normalmente cuando surge algún impulso o urgencia, o tratamos de ignorarlo, tratamos de no sentirlo, o bien, actuamos sobre él. Solemos juzgar el impulso como malo o erróneo o incluso “enfermo”. Sin embargo, hay un punto medio - el encuentro del que yo hablo, esta profunda aceptación, este “estar con”, sin una agenda. Encontrarse con el impulso o la urgencia hace que ésta desaparezca y se rinda sin tiempo, y además, sin daño. Sentarse con la urgencia, dejando que se queme, permitiendo que esté allí con toda su intensidad, y después observar cómo todos esos pensamiento e imágenes surgen - ya sabes, la imagen de un delicioso pastel de chocolate, de una cerveza; esa película del pensamiento en donde te ves felizmente comiendo o bebiendo, de cuando tus problemas han desaparecido, esas películas de una liberación y una salvación inminente, de amor, de paz - y permitiéndoles estar ahí también. Y estar ahí con todas las sensaciones que surjan, incluso las incómodas. Y después también permitir la ira - con esa extraña superstición primaria de que si permitimos que la urgencia permanezca ahí terminaremos “actuando en consecuencia”, o que nos quedaremos “atascados” y nunca saldremos de ello, o que simplemente nos vencerá. Todos los juicios rondando. Sintiendo que necesitamos de inmediato “hacer algo” sobre esa urgencia. Y, después de todo esto, recordarte como ese amplio espacio abierto, el vasto océano de la vida en donde todas las olas ya han sido aceptadas. Y saber, después, que ninguna cantidad de alcohol, sexo, drogas, chocolate, palabras, imágenes o sentimientos puede generarte ese punto de profunda aceptación en este momento - porque eso es lo que tú ya eres y lo que siempre has sido. Aquello que tanto deseas, en un nivel más profundo, ya está aquí. Tú ya eres eso que buscas, como todas las enseñanzas espirituales a través de los años nos han estado recordando.
Estamos solamente buscándonos a nosotros mismos, en millones de formas diferentes, y el chocolate o el alcohol o los casinos nunca han tenido el “poder” de llevarnos de vuelta a casa, nunca. Nuestros gurús nunca han tenido el poder que nosotros proyectamos en ellos. Perdemos la fe en los gurús del cigarro y del alcohol, y regresamos a nosotros, confiando profundamente en nuestra propia experiencia una vez más, en una forma en que nunca pudimos hacer cuando éramos pequeños.
La adicción se deshace desde dentro. Ya que lo que somos está naturalmente en paz, naturalmente no-adicto, naturalmente completo, sin la necesidad de gente externa u objetos que lo complementen. Es aquí donde el círculo de la adicción - que es el ciclo del ser - puede ser roto, justo donde empezó. Esta es la exploración que toda adicción e indudablemente todo sufrimiento nos invita a hacer, independientemente de que nos veamos a nosotros mismos como “adictos” o no.
JEFF FOSTER
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