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lunes, 20 de junio de 2016
Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XX Y ULTIMA.
Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XX.
LAS GRANDES ENSEÑANZAS CÓSMICAS DE JESÚS DE NAZARET A SUS APÓSTOLES Y DISCÍPULOS QUE PODÍAN CAPTARLAS
Parte XX.
En todo lo que se os presente, mirad primero lo más interno en el hombre. Cumplid por tanto en todo aquel que venga a vosotros la ley eterna, aunque sea sólo con una palabra desinteresada, con un gesto desinteresado o una ayuda desinteresada. Estos servicios pequeños, desinteresados, son más valiosos para la salud de su alma y para su vida espiritual que si le regaláis mucho externamente y con ello acaso le ayudáis a conseguir prestigio, riqueza y poder. Esta carga humana podría inducirle a caer más hondo.
Desde la ley de Dios lo más pequeño, ofrecido desinteresadamente, es lo más grande; sirve al alma y le otorga fuerza. Con el más pequeño servicio desinteresado permaneceréis además en el silencio, en el recogimiento de Dios, en Su plenitud, porque habréis dado de forma impersonal.
Dios se regala; sin embargo, de lo que Dios vierte como totalidad, cada cual puede recibir sólo tanto cuanto es capaz de acoger en su consciencia espiritual. Si él cree que ha de tomar más, para ganar capital para sí, lo perderá –y también aquello que ha logrado fatigosamente con su trabajo–; pues quien con lo divino, la verdad, aspira al prestigio externo y hace negocio, se perderá a sí mismo y todo lo que ha adquirido para sí personalmente. Por eso examinad lo que pensáis, y reflexionad antes de hablar y obrar.
Conservad el silencio, que no es ni sensación humana ni pensamiento humano.
Sé silencioso. Confíate a Dios –sí, fíate de El, y recibirás de la corriente de la vida lo que has de decir y hacer en el momento presente.
En todo lo que Dios te inspira, está la medida y la cantidad. Tú recibes por consiguiente sólo tanto cuanto has de dar y hablar en el momento presente.
Sé silencioso, y sabe que eres conducido. El Tú de tu alma sabe acerca de todo; lo conoce todo –está en todo.
Siendo Jesús de Nazaret, recordé una y otra vez a Mis apóstoles y discípulos que todo esto solamente es dado a aquellos que entregan su yo, que ya no son lo personal en la persona, sino el SER, el verdadero Yo divino.
Quien vive en Dios, vive en la plenitud y toma de la plenitud, porque vive en el origen que es Dios, y él, su ser, es divino.
Siendo Jesús, hablé en el sentido siguiente a Mis apóstoles y discípulos:
Vuestras sensaciones, pensamientos y palabras son las herramientas de vuestro cuerpo. Son vuestros pre-trabajadores. Con el acto vosotros sois sólo los ejecutores, los pos-trabajadores de vuestras sensaciones, pensamientos y palabras. Vuestras sensaciones, pensamientos y palabras preceden a vuestro actuar y a vuestros actos.
Sin vuestros pre-trabajadores: vuestras sensaciones, pensamientos y palabras, no podéis llevar a cabo nada. Vuestro sentir, pensar y hablar prepara para vosotros, por tanto, lo que luego lleváis a cabo –ya sea de forma personal, con vuestro intelecto, si vuestros pre-trabajadores han sido personales, o con vuestro corazón, si vuestros pre-trabajadores han sido impersonales, es decir divinos.
Cómo te va actualmente, en esta encarnación, te lo has ganado en tus anteriores existencias mediante tus pre-trabajadores, tus sensaciones, pensamientos y palabras, y luego con tu pos-trabajo, con tus actos. Tu trabajo, tu ociosidad, tus preocupaciones, tus problemas, tus golpes del destino y dificultades, tus penas y tus alegrías, tu salud y tu enfermedad, te los has creado ya en anteriores existencias. Nada se te puede presentar que no hayas programado con anterioridad.
Por lo tanto lo que has programado en anteriores existencias lo has prefijado para esta encarnación y eventualmente para posteriores. En tus próximas vidas terrenales volverás a sentir, pensar, hablar y hacer cosas iguales o parecidas. Nadie puede hablar tu yo; cada cual habla su yo, lo que ha prefijado en anteriores existencias o en esta encarnación, es decir, lo que ha traído consigo.
Cada sensación humana y cada pensamiento humano, cada palabra humana y cada acto humano son en cierto modo una encarnación: el hombre imprime sus aspectos humanos en su alma. Con ello marca su cuerpo terrenal actual y eventualmente su futuro cuerpo terrenal.
Lo que tú fuiste ayer, es decir, en vida terrenal pasada, vuelves a serlo hoy –a menos que alma y hombre lo hayan purificado a tiempo con la fuerza de la ley eterna.
En este circuito pueden hallarse alma y hombre, bajo determinadas circunstancias, durante milenios. Ellos vuelven una y otra vez, y son una y otra vez los mismos. Ellos determinan hoy su mañana. Vuelven una y otra vez con otros rostros y otros cuerpos, con otros nombres y apellidos, y en realidad son los mismos, porque de nuevo sienten, piensan, hablan y hacen cosas iguales a las de ayer. Su rostro, su cuerpo, su nombre y apellido corresponden a su pasado, a la irradiación de sus anteriores existencias.
Lo que el hombre muestra hoy, su forma actual de pensar, hablar y sentir, debería reconocerlo, purificarlo y llevarlo a cabo hoy. Quien no lo lleva a cabo hoy, quien por tanto no aprovecha la energía del día, que le muestra su forma de pensar y hablar, tampoco pasará con éxito la escuela terrenal. Un hombre así vuelve a prefijar ya hoy lo que él será mañana.
Cada hombre está expuesto cada mañana a sí mismo, pues según lo que ese día le traiga y según lo que haga con el hoy, será su día mañana y su vida terrenal; pues el día de cada hombre específico es su vida, es lo que él mismo ha introducido en los astros.
Cada hombre puede leer hoy en sí mismo quién o qué será mañana. Tal como él sienta, piense, hable y actúe mañana –es decir, en una encarnación posterior–, habrá sentido, pensado, hablado y actuado hoy –en esta encarnación–. Su ocupación de hoy puede ser su ocupación de mañana.
Lo que el hombre crea con su bajeza, sus obras, no son las obras de la eternidad. Sus obras perecen –y con ellas, su yo inferior.
Con el circuito de nacimiento y muerte se originó la rueda de la reencarnación. El hombre introduce una y otra vez en su alma lo que parte de ella, aquello con lo que la programó en su día. Los astros correspondientes grabaron los respectivos programas con los que se originó una enorme red de comunicación causal. Esta red de comunicación causal es la ley de causa y efecto, que a su vez forma la rueda de la reencarnación.
La rueda de la reencarnación, la ley de siembra y cosecha, consta de innumerables sistemas solares de substancia de tipo más o menos grueso o sutil. Después de la muerte física, el alma es atraída magnéticamente por aquel plano y por el planeta que han registrado programas de ella que son activos y están pendientes de ser purificados. La rueda de la reencarnación –con sus planos de purificación, que son de substancia más sutil, y la materia de substancia gruesa– es un gran registro, que ha registrado cada causa no purificada de cada alma específica y de cada hombre y que a su vez las reemite al alma y al hombre.
El alma que en el Más allá ha purificado poco o nada de su culpa anímica, vuelve a traer consigo, a su siguiente vida terrenal, lo que aún se adhiere a ella. Ella es entonces, como hombre, lo que había sido como alma y como hombre en sus anteriores existencias. Todo hombre puede leer por sí mismo en su forma de pensar, hablar y comportarse, quién fue él en su día y eventualmente todavía es hoy y será mañana.
El entrar en
la carne y salir de ella se efectúa hasta que el hombre ha recorrido con éxito la escuela de vida Tierra, y, su alma, con los dones y valores espiritual-divinos, es capaz ir a mundos más elevados que existen fuera de la rueda de la reencarnación.
Entonces el circuito de nacimiento y muerte tiene su final. El ser espiritual, el alma purificada, regresa a su origen, a Dios, su Padre, a la ley eterna, porque se ha convertido de nuevo en la ley eterna, en el verdadero Yo divino, que él vuelve a hablar entonces porque él es la ley.
Estas y otras legitimidades les di, siendo Jesús de Nazaret, a Mis apóstoles y discípulos, para su camino de vida por la Tierra, y se las doy, como Cristo, a todos los hombres, para que caminen por el camino que lleva a la vida interna, en el que Yo, Cristo, les acompaño.
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