miércoles, 15 de junio de 2016

Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XVI





Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XVI.


LAS GRANDES ENSEÑANZAS CÓSMICAS DE JESÚS DE NAZARET A SUS APÓSTOLES Y DISCÍPULOS QUE PODÍAN CAPTARLAS


Parte XVI.

Más enseñanzas para autorreconocerse:

Exige de ti siempre el máximo, no lo fácil de alcanzar; entonces conocerás el potencial de fuerzas de tu alma.

Exhórtate a ti mismo una y otra vez, llamándote una y otra vez a ti mismo la atención sobre cómo quieres ser.

Si por tanto te llamas a ti mismo la atención, sabes cómo quieres ser. Compórtate así –entonces se manifestará en ti el Yo divino eterno que tú eres, en la eternidad, como ser de la eternidad.


El alma en el hombre, en la Tierra es sólo huésped. El alma se ha hecho hombre para desarrollar el tesoro interno y hacer lo bueno. Lo bueno viene a través de hombres –igualmente lo malo.

El hombre bueno, que vive en Mí, el Cristo, da buenos frutos. El hombre lleno de vicios, que se ha vendido a la oscuridad, trae lo oscuro al mundo.

Dichosos los que traen lo bueno, a través de los cuales viene lo bueno al mundo. ¡Ay de aquéllos a través de los cuales viene lo oscuro al mundo! Los unos van a la luz –los otros sufren en las tinieblas.

Sabed y sentid en vuestros corazones: cuanto más améis a Dios, tanto más os dará Dios. Cuanto más alegres distribuyáis los dones del amor, tanto más recibiréis de Dios. Solamente recibe el desinteresado, porque da a otros desinteresadamente. 

Quien da desinteresadamente, toma y da del eterno SER, del silencio infinito, que es Dios. Así se vuelve más silencioso y consciente de Dios, pues sabe que Dios da, al que da desinteresadamente a otros los dones del tesoro de su realización.

Yo, Cristo, Soy la llave para ser desinteresado, la llave del SER. Yo, Cristo, Soy la llave del portal de la vida. Todos los iluminados entran a través de Mí en el eterno SER, pues Yo Soy la luz del alma, la verdad y la vida.


Tal como Yo sirvo a todos –almas, hombres, animales, plantas y piedras–, también tenéis que servir vosotros desinteresadamente a todos los que están a vuestro alrededor: hombres, animales, plantas y piedras.

El amor desinteresado sirviente es la entrega interna. Inflama el corazón y alegra el alma; late en cada palabra desinteresada y en cada acto desinteresado. Hace al alma ligera y libre, y agiliza la forma de andar, porque alma y hombre personifican la ley del Universo.


Lo que hagáis, hacedlo desde el Espíritu, pues solamente las obras desinteresadas se hacen en y con Dios.

Aunque creáis que vuestra obra es buena, examinaos y ved si la habéis hecho desde el Espíritu, es decir desinteresadamente. Si la habéis hecho con la vista puesta en vuestro yo humano y en vuestro propio bien, puede tener repercusiones opuestas. Tarde o temprano tendréis que sufrir bajo ellas.

Por eso vivid desde el Espíritu y acordaos de la luz interna, que es vuestro ayudante y consejero, Cristo: Yo en vosotros, vosotros en Mí; Yo en ti, tú en Mí.


El verdadero sabio vive en Dios, y Dios vive a través de él. Lo que da, no lo da él –Dios lo da por medio de él–. Lo que hace, no lo hace él –Dios lo hace por medio de él.

El habla, pero no habla él –Dios habla por medio de él–. El trabaja, pero no trabaja él, porque Dios trabaja por medio de él.

El verdadero sabio vive en el mundo para el mundo divino y sólo es transformador del amor desinteresado, de la fuerza interna –él es donación desinteresada–. Por eso no es él quien habla ni actúa, sino Dios por medio de él.


Guarda lo bueno, el SER, como la joya de lo más interno de ti; entonces permanecerás también en lo más interno de ti y hablarás el lenguaje de lo más interno, la verdad.

Quien sólo fue engendrado por hombres, es decir por lo humano, como alma regresará también una y otra vez a los hombres y nacerá de hombres, de lo humano, y hablará el lenguaje de los hombres –hasta que aspire al nacimiento, Dios, al lugar de nacimiento único que es el SER–. Entonces regresará a Dios y vivirá eternamente en El, la corriente del SER; entonces también hablará el lenguaje del SER, por ser nuevamente el SER que ha tomado forma, en el que se mueve.

¡Habla el lenguaje del SER!

Nada está fuera de ti. No lo está la flor, la hierba, la planta, la piedra, el mineral –tú eres el SER, la flor, la hierba, la planta, la piedra y el mineral, porque tú estás como esencia en todo y todo está como esencia en ti.

Allí adonde vayas, donde estés, donde te halles –¡forma parte del templo eterno!; mantén el orden del templo; entonces también serás justo y alcanzarás justicia.


Ten presente:

Lo que no percibes en lo más interno de ti, en tu verdadero SER, tampoco lo has desarrollado aún en lo más interno de ti.

Lo que no está vivo en ti, tampoco lo captas ni lo ves en profundidad. Si tu prójimo no está vivo en ti, tampoco tienes acceso a tu prójimo ni tienes comunicación con Dios.


Examínate a ti mismo: cómo hablas muestra si estás en ti o si sólo hablas desde tu yo, la superficie.


Toma los alimentos en Dios. Tal como el bocado y la bebida entran en ti, actúan en ti e irradian desde ti.

Quien santifica el bocado y la bebida, mantiene viva la consciencia de la comida y de la bebida, consciencia que entonces entra en el alma como esencia y fuerza. La comida y la bebida no fortalecen entonces solamente el cuerpo, sino alma y cuerpo.

Acompaña con tu consciencia cada bocado y cada sorbo de la bebida en su camino dentro del cuerpo.

Las sensaciones, pensamientos y palabras que das a los alimentos y bebidas en su camino dentro del cuerpo, obran correspondientemente en alma y cuerpo.


Todo es energía; también la comida y la bebida son energía. Cómo sientes y piensas: con estas fuerzas magnetizas el alimento y la bebida; esto les das también para su camino dentro del cuerpo.

Permanece por tanto en lo más interno de tu templo también al tomar los alimentos, pues también la comida y la bebida forman parte del orden del templo, de la ley del templo.

Cada aspecto de la consciencia es igual al estado de consciencia. Tiene en sí la totalidad y se habla también a sí mismo correspondientemente al grado de consciencia.

También los frutos y la bebida –cada alimento– son consciencia y hablan el lenguaje de su grado de consciencia. Es decir, están en comunicación con la corriente en la que se mueven y tienen su existencia.

Tal como tú, el hombre, te comportas respecto al alimento y a la bebida, son las repercusiones en ti y en tu vida. Todo es vibración, que se manifiesta en ti y en tu vida, y que también te marca.


Mis palabras son Espíritu y vida. El que está madurando espiritualmente, que aspira a la luz, a Mí, se vuelve más sensitivo, más permeable para la vida interna. Reconociendo la vida, ya no tomará alimento muerto. Tampoco comerá glotonamente ni consumirá grandes cantidades de alimento.

El que está madurando espiritualmente, vive de dentro hacia fuera. Correspondientemente escogerá sus alimentos, de forma que su cuerpo físico reciba lo que necesita para vivir, pero no más que esto.

El hombre espiritual no vivirá voluptuosamente. Dará a su cuerpo lo que éste necesite. No lo llenará.

Comprended: muchos creen que si ayunan y se mortifican se acercarán más pronto a Dios. Esto es un error del entendimiento.

El crecimiento espiritual no va acompañado de un régimen alimenticio con ayuno o mortificación. Tampoco son precisas determinadas formas de oración. Lo importante es que el hombre viva desde el Espíritu; pues entonces todo se ordena por sí mismo, no hacen falta reglas –hace falta una vida consecuente, caminando el hombre cada vez más hacia adentro hasta el manantial de la vida, para tomar y dar del manantial del SER.

No se trata del bien corporal, sino de la actitud espiritual, de lo que hacéis o no hacéis.


Examinad por tanto si lo que queréis hacer corresponde a lo más interno de vosotros y sirve a vuestro crecimiento espiritual. Sed por tanto honestos con vosotros mismos. No hagáis nada que se oponga a la verdad eterna, al eterno SER, pues a Dios nada Le es oculto. Algún día lo que hayáis ocultado se hará manifiesto y vosotros mismos tendréis que ver si vuestra forma de pensar y obrar fue honrada y sincera.

Mientras dirijáis vuestras miradas a cosas terrenales, no habréis entrado en el Reino de Dios y edificaréis sobre un reino externo que es irreal.

Cuando pidáis por la sanación del cuerpo, el ayuno externo sólo puede ser saludable si al mismo tiempo dejáis de lado vuestros pensamientos humanos –lo que hayáis reconocido de humano–, volviéndoos así libres para la irradiación de la luz.

Cuando aprecies lo más sagrado en todo, conservándolo en ti como tesoro y vida y dejándolo obrar a través de ti, te sentarás a comer a la mesa del Señor en el lugar más sagrado.

Permanece por tanto en cada situación, en todo lo que hagas –también al tomar el alimento– en lo más interno de tu templo; pues el templo de lo más interno de ti está erigido con la esencia de todos tus semejantes y con la esencia de los reinos de la naturaleza.


Lo divino en tu prójimo, y toda fuerza en el mineral, en la piedra, en la planta, en el animal, es una piedra de edificación de tu templo interno, en el que habita el Santísimo.

Si falta una piedra de edificación de tu templo, estás desavenido con hombres o con ámbitos de la naturaleza. Entonces también tu templo es imperfecto. Esto significa que no estás en la ley de Dios ni eres la ley de Dios. Entonces tampoco puedes entrar en lo más sagrado de ti, para habitar allí.

Entonces tampoco te sentarás a la mesa del Señor, sino a la mesa de los hombres que –al igual que tú– toman descuidadamente la vida, los dones de Dios. Entonces vas errante y eres una oveja descarriada que se deja desorientar, ya que es ciega y a menudo mantenida ciega porque es adicta a ciegos que la llevan a un templo erigido por manos humanas.

En cambio, si estás dispuesto a erigir, purificar y terminar de construir tu templo interno mediante una vida en Dios, también te alzarás y verás claro.

En la medida en que perfecciones tu templo interno, mantendrás el orden del templo y hallarás entrada al templo interno.

Si tu templo es perfecto, tú eres uno con todos los hombres y seres, con todo lo que es. Entonces también eres uno con el Universo y sus leyes, y habitas asimismo en lo más sagrado, porque tú estás en el Universo y éste en ti y vosotros sois de eternidad a eternidad.

El Reino de Dios es el reino interno. Sólo puedes percibirlo con los ojos internos y sólo puedes oír con los oídos internos lo que las leyes internas te dicen.

El verdadero SER, tu herencia, solamente puedes oírlo en el interior. El te habla y habla contigo, porque Yo Soy el «Yo Soy» y tú eres el Yo Soy. Por eso tú eres Yo y Yo Soy tú, y donde tú estás estoy Yo, y donde Yo estoy estás tú, porque todos y todo están en ti –tú y Yo como unidad en todo.

Tú y Yo –la fusión de ambos en el Yo Soy– lo puedes experimentar solamente en lo más interno de tu templo, en lo más sagrado donde está todo –el Tú en el Yo y el Yo en el Tú–. No hay nada en lo que no estemos Tú y Yo como unidad, porque Dios es el Tú y el Yo, la consciencia de la unidad. Dios es el Tú; tú eres el ser divino. Cuando has captado esto, no buscas a tu prójimo –no le llamas–. El está presente –¡en ti!–. Estés donde estés, él está contigo, porque él está en ti –el Tú y el Yo fundidos en el Tú, en la Ley, Dios, el Yo Soy en ti.

El Tú de Dios es la dualidad. En Dios dos llegan a ser uno. Todos los números desembocan en el Uno, en el SER-Uno, porque Dios une todo y a todos y todos los seres son imagen y semejanza del Uno, de Dios.

Tú eres Mi pensamiento, el pensamiento del Padre universal, la Ley. El Mi es tuyo; pues el Eterno, que Yo Soy, y tú, somos uno.

Tú, el que es puro, hablas el Yo divino, porque tú eres el Yo divino. Por eso te hablas a ti mismo, y en todo y en todos te diriges al Yo divino, a ti en el prójimo y en todas las cosas, acontecimientos y sucesos.


La palabra del que es puro es el Yo divino, que está en todo. La Ley se habla a sí misma y se crea a su vez a sí misma, porque todo está en todo –ella es siempre la totalidad.

Tú hablas en todo a la totalidad, y en cada faceta de la verdad, de nuevo a la totalidad. La irradiación de consciencia correspondiente, la faceta, te contesta en ti, y tú por tu parte también percibes la totalidad en ti.

No te hace falta preguntar por el estado de consciencia. Dirígete siempre a la totalidad, porque en lo más pequeño está lo grande y en lo grande lo más pequeño.


Desde allí hacia donde está irradiando el pensamiento de la Ley, irradia él a su vez a la Ley.

Lo que contiene el pensamiento de la Ley, ya se ha cumplido en ti, porque la ley eterna es igual a cumplimiento.

El pensamiento de la Ley no puede ser destruido o desviado. Al emitirse ya se ha cumplido en ti.

En el mundo exterior el pensamiento de la Ley se cumple, conforme a la ley del libre albedrío, cuando halla entrada al corazón del hombre.

Sin embargo, el pensamiento de la Ley no conoce impedimentos. El irradia a través de toda condensación y todo impedimento, y espera hasta que es recibido. El sigue el camino del cumplimiento también a nivel externo, porque él es una parte de la ley eterna que se encuentra en lo más interno del hombre.

El pensamiento de la Ley no conoce el tiempo; él es la Ley y es intemporal. El camino hacia el hombre hasta el exterior, puede significar, para el hombre, un retraso, porque el pensamiento de la Ley conoce el instante para actuar y permanece como cumplido en el aura del hombre hasta que halla entrada.

En la sensación legítima y en el pensamiento legítimo no hay ningún retroceso ni disolución de la sensación o del pensamiento, porque ellos son la ley eterna, la fuerza universal.


Yo, Cristo, siendo Jesús de Nazaret, enseñé las leyes eternas sagradas a algunos apóstoles y discípulos que podían captarlas. A pesar de sus conocimientos espirituales, una y otra vez tuve que pararlos cuando estaban a punto de caer en lo humano, en la realidad engañosa, y explicarles una y otra vez el pensamiento sagrado –el Yo divino eterno–, que ellos dejaban salir una y otra vez de su más profundo interior porque les parecían más cercanas las falsas apariencias, la realidad engañosa, el pensamiento humano.

Les hablé con palabras como éstas:

La palabra sagrada, que es la fuerza de Dios y que ha nacido en vosotros, solamente podéis envolverla con el yo humano –que se forma en el consciente y en el subconsciente– si no la conserváis en vosotros como Yo divino verdadero, si a pesar de lo que sabéis la sacáis de vuestro más profundo interior mediante la duda, los miedos o la impaciencia.

El núcleo de los pensamientos y palabras humanos es la palabra de Dios. Ella sigue siendo divina. La envoltura, sin embargo, se orienta contra vosotros y se convierte en carga para vosotros.

Cada sensación legítima y cada pensamiento legítimo parten de la fuerza eterna, Dios, y de la comunicación con Dios. Aunque estén envueltos por el yo humano, el núcleo –la vida– permanece en Dios.

La Ley, Dios, es: emitir y recibir. La ley eterna se emite a sí misma y se recibe a sí misma. Por eso ninguna energía se pierde. Por tanto la ley eterna se habla a sí misma, y la respuesta es a su vez la ley, el Yo divino, porque todo es Su ley y todas las formas de vida puras son la ley y todas ellas tienen su existencia en la ley fluente.

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