lunes, 2 de marzo de 2015

CARTA A MI EGO por Javier Amer

Hola compis.
Ayer tarde, en un momento de “vagueo”, tumbado con los ojos cerrados, mi mente me llevó de viaje y estuve deambulando por los territorios del Ego. Me surgieron algunas impresiones que me han llevado a observarlo desde otra perspectiva. Tanto es así, que creí oportuno, a modo de reconocimiento y homenaje, escribirle una…
Carta a mi Ego.
Hola Ego. Sí, no pongas esa cara, te nombro así y no con nuestro nombre habitual, porque quiero resaltar el hecho de que esta carta va dirigida única y exclusivamente a ti.
Siento que no te va a gustar el principio de lo que te voy a decir, así que te pido un poco de paciencia y que intentes escucharme hasta el final sin distraerte.
Verás; A veces se te ha pasado por la mente pensar, cuando no creer, que en algún otro momento, tú habías sido un gran duque o un aldeano árabe o un leal caballero del temple o una sacerdotisa griega. Pero no; tú no has sido nadie y nunca serás nadie fuera de quién ahora eres porque jamás has existido y jamás volverás a existir.
Espera; déjame terminar. No, no eres tú, es la corriente que transita a tu través la que conecta con el duque o el aldeano, la que vivió la lejana experiencia como sacerdotisa, pero tú no. Tú no has sido nada antes de ahora porque, repito, nunca has existido y jamás volverás a existir. Esa es tu “maldición” pero también tu gran hazaña. A ti sólo te está permitida una oportunidad; y eso, que aparenta tan tamaña injusticia, se transforma en el regalo más valioso que has podido hacer a la vida; porque sin ti, la vida, tal como la conocemos, no tendría manera de existir.
Fuiste deliberadamente creado con fecha de caducidad desde el primer instante y tú siempre lo has sabido; sí, aunque me lo niegues con aspavientos; o al menos, naciste con esa firme sospecha anidada en tu corazón. De dónde, si no, ese terror ancestral y profundo que padeces ante la muerte. Fuiste creado sólo para ser usado, con el único fin de ser el ancla que asegura en el fondeo pero que se desecha al arribar al varadero de desguace. Sin embargo, a cambio, mi querido compañero, Dios te otorgó como premio el privilegio de protagonizar el más grande gesto de generosidad del que el alma pueda ser testigo; y eso que nunca te lo hemos sabido expresar. Me explico: Eres un ejemplo de altruismo, pues, quizá sin saberlo, no solo entregas tu vida sino que entregas toda posibilidad de existencia para que la Corriente de Vida pueda optar a manifestarse en éste tu mundo.
Y yo, luchando contra ti; incluso deseando matarte sin percibir que tu nacimiento, vida y muerte, estaban dedicados, desde mucho antes de tu gestación, exclusivamente a mí; es tu manera de darme la oportunidad de descubrir mi origen. Ya no sé si a sabiendas o ignorante, siempre diste los pasos necesarios para que cumpliera mi cometido.
No puedo negar que has sabido aprovechar las enseñanzas de tu gran maestro. Jesús de Nazaret, hijo de José y de María, existió una vez y dejó de existir tras su muerte; y nunca más existirá. Quién resucitó no fue él sino la Conciencia que en él habitaba, el Ungido que, al hacerse uno con Dios, reconoció a su personalidad terrena, a su Ego, como su portador y su más fiel compañero, y con él y en él, a todos los Egos de los mundos inferiores y de los mundos superiores.
Sin tu entrega, el impulso de Dios, que todo lo impregna, se quedaría sin escenario al igual que la sangre se quedaría estancada si no pudiera usar las venas que la conducen. Tú eres la senda por la cual la Vida se desplaza. Sin la arena de tu trazado sólo existirían ciudades fantasmas y el regreso a Ítaca se tornaría una quimera. Por eso, tú eres el Camino.
Y te has hecho uno con la inseparable estructura corporal que te da forma. Así, sin las yemas de tus dedos, Dios se vería impedido de ofrecer una caricia; sin tus mejillas, privado del placer de recibirla; sin tu garganta, el verbo enmudecería; y sin tus pies, el camino se tornaría intransitado y estéril. Por eso, tú eres la Vida.
Tu persona, ese constructo cuerpo/mente, es lo único real en la realidad de tu mundo, nuestro mundo. Es la única verdad. Tu cuerpo, tu vida y tu mundo, es la mayor ofrenda que has podido hacerle a la Vida; por eso son adecuados, perfectos y sagrados. Y por eso, eres la Verdad.
El “negarse a sí mismo” de Jesús, no lo entiendas como una negación de ti, sino como una afirmación, como un reconocimiento de tu ofrenda, como una muestra de agradecimiento por tu inmolación. Tú entregas tu vida, y con tu entrega redimes mis errores. Tú te crucificas para que el alma siga viva y tenga una nueva oportunidad de búsqueda; sin ti, no sobreviviría.
Desde esta tarde te descubro a través de otra mirada. Veo en ti a ese hermano que disimula con aparente desinterés pero al que no se le escapa nada, siempre pendiente de si yo llego a la meta.
Besotes.
Javier Amer
formación en PSICOTERAPIA ANALÍTICA

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