jueves, 9 de junio de 2016

Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.VI)







Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte VI.

Reposa en ti –tú eres.

Tú eres el SER, que no se roza con nada, no se altera por nada ni se escandaliza por nada. Tú eres el SER –tu mirada penetra todo y a todos; por eso también traspasas todo y a todos.

Quien se mueve en el antepatio del templo o en las calles que llevan al templo; quien por tanto aún no ha entrado en el templo, vive aún en el desorden de su mundo de sensaciones y pensamientos. Como consecuencia se ve sólo a sí mismo, su yo inferior, y habla sólo de sí mismo, de su yo inferior, porque su consciencia todavía no es capaz de captar ni traspasar el desorden.

Un hombre así, por tanto, solamente habla su yo y sólo se ve a sí mismo y sólo se oye a sí mismo –y por eso tampoco puede ver en profundidad a su prójimo, ni entenderlo ni oírlo, porque solamente se ve a sí mismo y sólo habla su yo y sólo se oye a sí mismo.

Tales hombres no sienten a su prójimo. Lo que su prójimo dice, no lo entienden, porque no se entienden a sí mismos, ya que no tienen la capacidad de penetrar con su mirada, a causa del desorden de sus sensaciones, pensamientos, palabras y actos, y a causa de sus sentidos toscos y ávidos. Están confundidos, porque su mundo de sensaciones y pensamientos es confuso.

Lo verdadero y lo que lo traspasa todo, tiene lugar únicamente en lo más interno de tu templo, en lo más sagrado –con el Santísimo y por el Santísimo, Dios.

Únicamente en ti ves y comprendes cuánto puedes dar a tu prójimo, de los dones del tesoro de lo más interno –lo que él es capaz de acoger, para crecer y madurar espiritualmente–. 

En ti, por tanto, ves y oyes qué cantidad puedes dar a tu prójimo, que además resulte provechosa para él.

Has de saber que cuando te hayas convertido en el SER, todo y todos estarán en ti. En ti y a través de ti verás, oirás, olerás, gustarás y tocarás, pues todo lo que lo externo alberga en sí, será la vida en ti.

Por eso, habita en ti; entonces en todo te verás también a ti, el Yo divino, porque tú serás el Yo divino, el SER, y todo será a su vez el Yo divino, el SER. Entonces verás la parte de tu Yo divino verdadero en el mineral, en el mundo vegetal, en el mundo animal y en los astros; y en ti, el que es puro, percibirás todo lo puro, como luz, como fuerza, como una parte de ti. Lo que ves en el exterior, tiene en el interior, igual que tú, luz y fuerza en sí; está por tanto como esencia en ti y por ello es una parte de ti.

Quien viva en esta consciencia noble, fina y pura, no destruirá intencionadamente ninguna forma externa de vida, porque entonces alteraría esta parte de vida en sí mismo y con ello se convertiría en el alterado que destruye todo aquello que cree no le sirve. Por esta externalización surgieron la guerra, el asesinato y la desunión.

Comprende, esto indica que lo que matas intencionadamente, hombres, animales o plantas, lo ensombreces en ti; alteras tu propia vida y sigues siendo el alterado, el hombre- ya que influye destructivamente sobre su entorno.

Tú ves el SER en todo únicamente en ti mismo. Por eso no necesitas mirar alrededor –tienes en ti mismo la visión que lo abarca todo.

Lo que hay en el Cielo, lo hay también en la Tierra –sólo que apartado de Dios–. La Ley, Dios, es amor desinteresado, impersonal; regala y se regala y da a cada cual por igual.

La ley de siembra y cosecha surgió por medio del amor propio, por medio del amor centrado en personas, que dice: el uno está más cerca de mí que el otro. Quien está más cerca recibe más –el otro recibe menos–. Este es el amor centrado en personas, el amor propio, el amor egoísta.

Lo que hay en el Cielo, lo hay de forma modificada en la Tierra. Por eso la Tierra, el Universo material y los planos de purificación, son sólo el espejo del eterno SER. La ley de siembra y cosecha hay que considerarla como imagen de reflejo.

El Cielo es el SER, lo puro, la ley que irradia todo traspasándolo, Dios. La ley de siembra y cosecha es el «ser» del hombre, que está formado por el «mío» y «para mí», que ha surgido y surge del yo inferior.

Lo puro es el SER, el Yo divino, el Yo Soy, la vida impersonal, la Ley, Dios. Los seres puros son lo puro, el Yo divino, el SER, lo impersonal, la Ley, Dios. Su sentir, sus palabras y su obrar son la Ley, Dios, el Yo divino, el SER, lo impersonal, lo puro. Ellos, la Ley –pues su cuerpo etérico es ley–, se sienten y hablan a sí mismos, lo puro, el SER, el Yo divino, lo impersonal, la Ley, Dios.

La ley de siembra y cosecha puede llamarse globalmente la ley de las cargas. Está formada por los muchos componentes del yo humano, que se convirtieron en la ley de yoidad de cada hombre específico. La ley de yoidad de cada individuo se compone de sus sensaciones, pensamientos, palabras y actos contrarios a la ley divina. La ley de yoidad puede llamarse también ley de la persona, porque se refiere a la persona, que emite su yo y a su vez recibe el mismo potencial de emisión.

Quien ha creado su ley de la persona, vive en ella y, a través de su alma, la activa allí donde está grabada, en los astros. Tu prójimo no puede apropiarse de tu ley de yoidad, a no ser que cree algo igual o parecido mediante sensaciones, pensamientos, palabras y actos negativos iguales o parecidos.

Los seres puros se mueven en la ley eterna; hablan la ley y ellos mismos son la ley eterna.

Cada hombre cargado se mueve en su ley de yoidad, en su pequeño mundo, que ha creado con su yo, el «mío» y «para mí». El habla su pequeño mundo, aquello con lo que ha edificado su ley de yoidad; correspondientemente a ésta, se siente a sí mismo, se piensa a sí mismo, se habla a sí mismo y obra tal como siente, piensa y habla. Por tanto, él siente, piensa, habla y obra correspondientemente a su yo inferior, su «ser» inferior.

El yo humano, el yo inferior por tanto, no tiene ojos ni oídos ni sentidos para el prójimo, sino sólo para sí mismo.

El yo humano no halla acceso al Yo divino, a lo más sagrado, y por eso tampoco puede sentir, reconocer, penetrar con la mirada ni experimentar a su prójimo, porque en el hombre externalizado el altruismo aún no se ha desarrollado.

El yo humano, el yo inferior, no tiene nada en común con el Yo divino, con el Yo Soy que irradia traspasándolo todo.

El que es puro habla lo puro, la ley eterna, Dios. El impuro habla sus impurezas, su ley de yoidad, el yo inferior.

Por tanto, cada cual habla su yo: el que es puro, el Yo divino absoluto, el Yo Soy; el impuro, su yo inferior, su ego inferior, que sólo está centrado en la persona.

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