sábado, 11 de junio de 2016

Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.X






Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte X.
Cristo

Aprende a oír.

El que es puro no necesita escuchar con curiosidad; él sabe en sí, en lo más sagrado de su templo, lo que es importante. Todo lo demás, que aún está pendiente, aún no está maduro ni es aún importante.

Quien desea escuchar y escuchar con curiosidad, sólo tiene noticia de su yo inferior, que le intranquiliza y le activa de nuevo a pensar, hablar y actuar de forma contraria a la ley divina –es decir, a emitir de forma contraria a la ley divina–, para recibir a su vez lo contrario a la ley divina.

Aprende a oír. Nunca hagas preguntas curiosas, pues así te escuchas sólo a ti, tu yo inferior.

De todo lo que se te diga, entresaca la legitimidad de Dios y reconoce en ella a su vez la totalidad, y experimenta ésta al mismo tiempo en ti, en tu templo. En la legitimidad está contenida la totalidad de la ley, tal como en la totalidad de la ley está contenida la legitimidad. Esto es vivir en la ley eterna, y este es también el lenguaje de la ley eterna.

Quien trata de escuchar curiosamente en sí la palabra eterna, el SER, la ley, aún no es la palabra, el SER, la ley eterna. Y quien la escucha curiosamente –según el grado de madurez de su alma– sólo la escucha con curiosidad y aún no la conoce, porque todavía no se ha convertido en la ley de Dios.

Y a quien desea reconocer y experimentar el eterno SER según la letra, se le pasa la realidad de largo en lo que lee u oye. Y quien solamente escucha curiosamente lo que su prójimo transmite como verdad, crea ideas en imágenes, a partir de lo que escucha curiosamente. Esto nunca es la realidad de la vida, sino la apariencia; es el reflejo de la ley y no la verdad misma.

Quien por tanto sólo escucha curiosamente la verdad –ya sea en sí o de fuera, expuesta por personas–, aún no es la verdad misma, el SER. Quien aún no se ha convertido en la verdad, el SER, no se conoce como ser de la verdad, porque aún no ha encontrado el camino hacia el ser de la verdad, hacia su verdadero SER.

Sólo quien es la palabra eterna, el SER, la ley, está en la vida –y es la vida misma, porque es la esencia de la palabra sagrada, la verdad, la vida.

La palabra de los Cielos es Su palabra, la palabra de Dios, la ley eterna. Quien se ha convertido en la palabra de Dios, se ha convertido en un ser en Dios. El contempla también a hombres, cosas, acontecimientos y sucesos en la imagen de los Cielos, de la verdad, en el Yo Soy –y ya no en la imagen de su pequeño mundo, en el círculo visual del «yo quiero».

Cada pensamiento celestial, desinteresado, y cada palabra celestial, desinteresada, es una imagen celestial que lo alberga todo en sí. De forma similar a como una célula del cuerpo contiene un hombre entero, cada sensación desinteresada, cada pensamiento desinteresado, cada palabra desinteresada y cada acto desinteresado contienen el Universo entero como esencia.

El verdadero sabio pone la totalidad en todo lo que habla –también cuando de la totalidad solamente comunica una faceta de la verdad, haciéndola brillar.

Dios es la totalidad y es indiviso. Por eso en aquel que es la palabra divina, es activa la totalidad. El es un SER en el SER. El no está bipartido, como el hombre que habla de forma diferente a como piensa, y siente de forma diferente a como piensa y habla.

La ley eterna obra y se manifiesta en ti mismo. Todo es ley. Tú no la ves en el exterior; la reconoces y la ves únicamente en ti, como la totalidad.

Los ojos físicos perciben solamente cosas externas, y no lo que es manifiesto en lo más interno, en el SER puro, en el templo de Dios.

Los ojos físicos perciben sólo el débil reflejo de lo que hay en el Cielo.

Lo que es materia, es reflexión, y no absoluto.

El que ve en profundidad, percibe a Dios en todo lo que es –en cada flor, en cada arbusto, en cada piedra, en los astros, en los hombres–. Con cada abrir y cerrar de ojos, con su oído, con los sentidos del gusto, del olfato y del tacto se encuentra con Dios.

Para el que ve en profundidad, Dios está presente en todo.

Cuando hace su trabajo, Dios está presente. Cuando tiene una conversación, Dios está presente. Cuando va aquí o allá, Dios está presente.

Estos hombres han encontrado la piedra filosofal; dejan obrar a Dios a través de ellos. Quien mantiene los lazos que le unen a Dios, en todo lo que siente, piensa, habla y hace, camina verdaderamente en la luz de Dios, y a través de él Dios hace las obras del amor.

Mantened en todo esta consciencia: Dios está presente; Dios está en todo.

Si os habéis incorporado esta certeza, se retirarán de vosotros la soledad, el desamparo y la aflicción; obtendréis comunidad, felicidad interna y mayor comprensión.

Haceos conscientes de esto en cada situación: Dios está siempre presente –El está siempre ahí–. Hagáis lo que hagáis, dondequiera que vayáis, dondequiera que estéis, penséis lo que penséis –Dios está ahí; El está presente.

Dios está con cada uno de vosotros –da igual cómo penséis, habléis y obréis.

Si estáis en medio de una multitud de hombres exaltados: Dios está con vosotros. Sed silenciosos, confiaos a El; El os guía.

Dios es en la enfermedad la salud, en el sufrimiento la alegría.

Pensad en esto: Dios está siempre presente. Dios es amor; El ama a cada uno de vosotros.

No dejéis en vuestro saber el reconocimiento de que Dios está presente, de que Dios, nuestro Padre eterno, os ama a vosotros y a Mí, ¡a todos! Sólo la realización, es decir, el saber espiritual vivido, os trae la certeza y la energía en el Espíritu de Dios –la vida en el SER..

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