viernes, 15 de mayo de 2015

LA MONTAÑA



Cuanto más ascendía por la montaña, más tenía la sensación de ir hacia el interior, pero de qué. Miraba el imponente paisaje, montañas cuyas cumbres lucían nevadas, impolutas. ¿Quién podría sobrevivir en estas tierras?
Hacía largo tiempo que había iniciado este viaje, pero nada sale como uno desea, quizás algo en mí me guiaba, y yo, ya sin objetar nada, me dejaba llevar.
Cuando niño, uno imagina una vida de adulto donde todo está en orden, siguiendo las estelas dejadas por los antepasados, dando sólo un paso más en la supervivencia de la especie humana. Quizás no haya grandes pretensiones, salvo algún sueño que uno siente que nunca se hará realidad, un destino anodino. Pero en lo más profundo de mi ser algo se revela y se niega a aceptar tal existencia…
Casi sin darme cuenta me vi envuelto en una espiral de situaciones que derrumbaron mi estatus mental. Acontecimientos, que sin pretenderlos, me “hablaban” de otra realidad que convivía con ésta. No ha sido obra de un día ni dos, sino de años, décadas… Un hecho inexplicado llevaba, no a otro, sino a un “acoso y derribo” y cuando todo parecía volver a la estabilidad, vuelta a empezar. Ocurrían en días y fases lunares concretas, queriendo decir que hay una inteligencia tras ellos, que la casualidad nada tiene que ver en todo esto. Me negaba una y otra vez a encajarlo, de nada me servía.
De este modo emprendí un viaje precedido de un extraño sueño, en que mi muerte parecía ser el eje central, me equivoqué…
Me llevó a rincones del planeta, que más bien eran mis propios “rincones”. Pude ver cara a cara toda la podredumbre que se escondía agazapada, esperando el momento propicio para ver la luz y apoderarse de ella. ¡La luz! ¡Qué palabra…! La luz que parecía guiarme se apagaba, de tal modo que durante un tiempo sólo percibía sombras, las mías. No me dejaban vivir en paz…, el mundo se había convertido en mi enemigo y luché contra él. Y éste me tragó.
Era necesario emprender este peregrinaje a la fuente pasando por las cloacas. Me resistía a vivir una agonía perpetua y saqué fuerzas de mi flaqueza. Supe el valor de la voluntad, había vivido demasiado tiempo sin conocerlo, guiado por fuerzas ajenas a mí, por la inercia de una civilización que vive su propia tribulación, que también era la mía.
Cuando toqué fondo, en la noche más oscura, en que mis propios demonios se presentaron cara a cara, antes ocultos tras una apariencia angelical, supe que iba a morir. Mi muerte fue sólo el comienzo. Un chasquido, un fogonazo de luz, hizo que todo cambiara… Un acto de voluntad… ¡la mía!, determinó el giro inesperado. Y las sombras desaparecieron como si nunca hubieran estado. Mi inconsciencia, mi existencia dormida estaba despertando a otra realidad y ésta estaba aquí, donde siempre estuvo.
Así es como me encontré ascendiendo a la cumbre de mi montaña interior.
Y en este paisaje, aparentemente inerte, supe que estaba y está lleno de vida. Esperas que la experiencia de la ascensión sea tan personal que en ella no haya nadie, quizás por la fuerza de la costumbre, de la “vieja costumbre”, pero no fue así. Ni siquiera iba sólo, pues otras y otros peregrinos estaban, un tiempo, como yo, caminando por estrechas sendas, y cuando éstas desaparecían, escalando con las propias manos, siempre con la mirada puesta, no en la cumbre, sino compartiendo con quienes estaban al lado, viviendo su propio ascenso, su metamorfosis. Ya no importaba el destino, el trayecto en la montaña se había transformado en el propio fin. De este modo experimenté en mí el renacimiento, me convertí en la misma montaña, me fusioné con ella y comprendí que estaba formada y habitada por quienes emprendieron su propio peregrinaje a la fuente tiempo atrás.
La Luz ilumina el interior de la montaña, fuera, en su cumbre, la nieve perpetua refleja los rayos del sol como un faro que nos guía en la noche oscura del alma. Tras ésta, hay un amanecer colmado de vida, la muerte ha quedado atrás.

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