miércoles, 6 de mayo de 2015

EL FICUS Y EL ERMITAÑO



El viejo ermitaño salió de su cobijo, una pequeña oquedad en la montaña, como casi todos los días. Se sentó sobre una piedra ya habituada a él, muchos años de mutua compañía, contemplando un árbol, un ficus gigantesco. Silencio, sólo el viento agitaba silbando el árbol. El ermitaño le preguntó sin decir palabra: ¿Tu vida es útil a alguien? No esperaba, lógicamente ninguna respuesta…

Pero a sus oídos llegó un sonido que no era del viento. Escuchó: “Mi vida, larga ya, es más útil de lo que los humanos creéis, cuando el Sol se pone, yo absorbo lo que a vosotros os envenena y lo convierto en oxígeno, necesario para vuestra vida. Como ves, mi vida contemplativa, anclada en este lugar por muchos años aún, tiene sentido” –era el gran ficus quien le hablaba–. ¿Y tú, qué haces alejado del mundanal ruido por la humanidad, encerrado en una cueva?

Tras recuperase de la impresión, nunca pensó que un árbol podría “hablar”. Le contestó: 

«Así es como piensan muchos de mí. Me alejé del mundo habiendo saboreado sus mieles, pero no saciaron la sed de mi alma y, busqué una fuente que lo lograra. Tras algunos años deambulando de un lado a otro sin calmarla, acabé con mis pasos en este lugar. Tú ya estabas aquí entonces… He luchado con mi mente largo tiempo, creí volverme loco, hasta que, por fin, cansado, encontré la calma; dejé de luchar y comprendí que mi mente podría ser mi aliada y no mi enemigo. La silencié y, escuché el sonido de un manantial, no en la cueva, sino dentro de mí. No era de agua sino de fuego, un fuego que no quemaba y recorría todo mi ser de abajo a arriba y de arriba abajo. Me convertí en ese fuego que, tan pronto se expandía como que se reducía a un punto de luz… y yo era esa luz.  Y siendo luz, viajé a través de la luz, pues todo cuanto me rodeaba era también luz, eso sí, de diferente intensidad. Llegué a donde viven los demás hombres, ellos no me veían, ni siquiera percibían su propia luz... Y vi sus sombras, como vi las mías tiempo atrás, su conflicto les amargaba la vida, eran infelices y compartían con otros su malestar. Y la ciudad donde viven está envuelta por una espesa capa de oscuridad, mas nadie la percibía, pero sus almas sí que la sentían. Y pensé, ¿qué puedo hacer por ellos desde mi rincón del mundo? Al instante de este pensamiento, se acercó a mí una persona que vagaba por la calle, evidentemente no me vio, y en medio de la oscuridad percibí una chispa de luz en su pecho. Seguí sus pasos,  el lloraba, sentí en mí su abatimiento, cerré mis ojos y dejé que mi alma se expresara, sin palabras. Mi luz alcanzó, no sé cómo, su chispa de luz y ésta se hizo más grande, más luminosa… Dejó de llorar y respiró profundamente, diciendo en voz alta: “Después de todo puede que haya vida después de esta vida y nos volveremos a encontrar”. Supe, sin entendimiento, que era a su amada a quien echaba de menos. Y a su alma hablé: “Ten por seguro que así es”.

»No me importa lo que piensen de mí los demás, “Gran Ficus”. Sé que mi vida tiene ahora sentido, he encontrado el manantial que buscaba, lo tenía tan cerca… Y, en silencio, sin ruido, sin aplauso, estoy más cerca del otro de lo que estuve cuando vivía entre ellos.»

–Y, no piensas volver a vivir entre ellos –le preguntó–, “Gran Ficus”. 

–Cuando mi alma así lo sienta. De momento sigo a tu lado, “Gran Ficus”, amigo “ermitaño”, viviendo nuestras “inútiles” vidas.

Dedicado al ángel que me inspiró.


Ángel Hache
http://escrito-en-el-viento.blogspot.com.es/

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