viernes, 4 de septiembre de 2015

LIBRO EL SENDERO DEL TAO (OSHO)



EL   SENDERO DEL TAO (OSHO)

Introducción


Una parábola taoísta:

Existe una estatua de Lao Tzu, el fundador del Tao. 
Un joven lleva años pensando en ir a las montañas y conocer la estatua de Lao Tzu.  El joven ama las palabras, la forma en que Lao Tzu ha hablado, el estilo de vida que ha llevado, pero nunca ha visto una estatua suya.  No existen templos taoístas, así que hay muy pocas estatuas y todas están en las montañas, al aire libre, talladas en la misma montaña, sin techo, sin templo, sin sacerdote, sin culto.

Pasan los años, y siempre muchas cosas se interponen.
Pero una noche decide finalmente que debe ir, además el lugar no está lejos, sólo queda a cien millas de distancia, pero como él es pobre tendrá que caminar. 
A media noche –elige la noche porque al estar dormidos la esposa, los hijos y la familia no se le presentará ningún problema- coge una lámpara en sus manos, pues la noche es oscura, y se aleja del pueblo.

Al salir del pueblo y dirigirse al primer mojón, surge en él un pensamiento: “¡Por Dios, cien millas, y sólo tengo dos pies! 
Esto me va a matar.  Estoy pidiendo lo imposible.  Nunca he caminado cien millas,  y no hay carretera…”.  El camino es estrecho, de montaña, sólo para caminantes y también peligroso, así que piensa:
“Vale la pena esperar a que amanezca.  Al menos habrá luz y veré mejor; de otro modo me despeñaré en algún punto de este estrecho sendero y desapareceré sin ver la estatua de Lao Tzu; sería el final, simplemente.  ¿De qué sirve suicidarse?”.
Estaba en esas, sentado a las afueras del pueblo, cuando se le acercó un anciano a la salida del sol.  Vio al joven sentado y le preguntó:

-¿Qué estás haciendo aquí?

El joven se lo explicó.

El anciano rió.  Dijo:

-¿No has escuchado el viejo refrán?  Nadie es capaz de dar dos pasos al mismo tiempo.  Sólo puedes dar un paso a la vez: los poderosos, los débiles, los jóvenes, los viejos; no importa.
Y el refrán continúa: “solamente paso a paso puede un hombre recorrer diez mil millas”, ¡y este camino sólo tiene cien!  No seas estúpido.  Además, ¿quién te está diciendo que sigas sin parar?  Puedes tomarte tu tiempo.  Éste es uno de los valles más hermosos y ésta es una de las más hermosas montañas, y los árboles están llenos de frutos, frutos que a lo mejor ni siquiera has probado.  De todas maneras, yo me dirijo allí. Puedes venir conmigo.  He hecho este camino miles de veces; además tengo por lo menos cuatro veces tu edad.  ¡Levántate!

El anciano era muy autoritario.  Cuando dijo: “¡Levántate!”, el joven simplemente se puso en pie, además;

-Dame tus cosas.  Eres joven, inexperto; cargaré con tus cosas. Tú sólo sígueme y ya descansaremos tanto como quieras.

Y lo que había dicho el anciano era verdad.  En cuanto se adentraron más profundamente en el bosque y las montañas, todo se fue volviendo más y más hermoso.  Y las frutas eran silvestres, jugosas.  Además, iban descansando: cada vez que el joven deseaba detenerse, el anciano accedía.  Le sorprendía que el anciano nunca dijera que era hora de descansar.  Pero, cada vez que el joven decía que era hora de descansar, el anciano esta dispuesto a hacerlo: descansaban un día o dos y luego retomaban la ruta.



De esta forma recorrieron sin problemas las cien millas y llegaron al final del sendero; entonces tuvieron acceso a una de las estatuas más hermosas de uno de los hombres más grandes que ha caminado sobre la tierra.  Incluso su estatua tenía algo; no era sólo una pieza de arte.  Había sido creada por artistas taoístas para representar el espíritu del Tao.

El Tao cree en la filosofía del dejarse llevar.  Cree que tú no tienes que nadar sino flotar en el río, simplemente debes permitir que el río te lleve a donde va, porque cada río llega finalmente al océano.  Así que no te preocupes; llegarás al océano.  No hay necesidad de estar tenso.

En aquel lugar solitario se alzaba la estatua y, precisamente junto a ella había una cascada, pues al Tao se le llama el camino de la corriente de agua.  Tal como el agua, sigue y sigue fluyendo sin manuales, sin mapas, sin reglas, sin disciplina… pero de una forma un tanto extraña, muy humildemente, porque siempre está buscando la posición más baja en todas partes.  Nunca va cuesta arriba.  Siempre va cuesta abajo, pero llega al océano, a su propio origen.

Toda la atmósfera del lugar era representativa de la idea taoísta del dejarse llevar.  El anciano dijo:

-Ahora empieza el recorrido.

El joven dijo:

-¿Qué?  Pero si yo creía que después de caminar estas cien millas la ruta había terminado.

-Así es precisamente como los maestros han estado hablando a la gente –contestó el anciano-.  Pero la realidad es ahora: desde este punto, desde esta atmósfera, comienza una ruta de mil y una millas.  Y no te voy a engañar, porque después de mil y una millas te encontrarás con otro anciano, posiblemente yo, que te dirá: “Ésta es sólo una parada, continúa”.  El mensaje indica continuar.

El recorrido mismo es la meta.

Es infinito.  Es eterno.

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