jueves, 12 de marzo de 2015

LOS NIÑOS NACEN SIN EGO



LOS NIÑOS NACEN SIN EGO
Los niños nacen sin ego. El ego lo enseñan la sociedad, la religión, la cultura.
Seguramente habréis observado a los niños pequeños. No dicen: «Tengo hambre». Si el
niño se llama Bob, dirá: «Bob tiene hambre. Bob quiere ir al baño». No tiene sentido del
«yo». Se refiere a sí mismo en tercera persona. Bob es como la gente lo llama, y él se
llama a sí mismo Bob. Pero llegará un día... Cuando empiece a hacerse mayor le
enseñaréis que eso no está bien. «Bob es como te llaman los demás; tú no tienes que llamarte Bob a ti mismo. Tienes una personalidad distinta y tienes que aprender a decir
"yo".»
El día en que Bob se convierte en «yo» pierde la realidad del ser y cae en el oscuro
abismo del delirio. En cuanto empieza a referirse a sí mismo como «yo» se pone en
funcionamiento una energía completamente distinta. El «yo» quiere crecer, fortalecerse;
quiere esto, lo otro. Quiere elevarse cada vez más en el mundo de las jerarquías, siente
el imperativo de conquistar más y más territorios.
Si alguien tiene un «yo» mayor que el tuyo, te crea un complejo de inferioridad.
Haces todos los esfuerzos posibles por demostrar que «yo soy superior a ti», «yo soy más
santo que tú», «yo soy más grande que tú». Dedicas tu vida entera a algo absurdo, que
ni siquiera existe. Inicias un sendero de sueños, y seguirás avanzando por él, haciendo
crecer tu «yo» cada día más, lo que te creará la mayor parte de tus problemas.
Incluso Alejandro Magno tenía enormes problemas. Su «yo» interno quería ser el
conquistador del mundo, y casi llegó a conquistarlo. Digo «casi» por dos razones. En su
época, no se conocía la mitad del mundo, por ejemplo América. Y además, entró en la
India, pero no la conquistó; tuvo que retirarse.
No era muy mayor, solo tenía treinta y tres años, pero durante aquellos treinta y
tres años se había limitado a pelear. Se había puesto enfermo, aburrido de tanta
batalla, de tanta muerte, de tanta sangre. Quería volver a su patria para descansar, y ni
siquiera logró eso. No llegó a Atenas. Murió en el camino, justo un día antes de llegar
allí, veinticuatro horas antes.
Pero ¿y la experiencia de toda su vida? Cada vez más rico, más poderoso, y después
su absoluta impotencia, al no ser capaz ni siquiera de retrasar su muerte veinticuatro
horas... Había prometido a su madre que una vez que hubiera conquistado el mundo
volvería y lo pondría a sus pies como regalo. Nadie había hecho semejante cosa por una
madre, de modo que era algo único.
Pero aun rodeado de los mejores médicos se sintió impotente.
Todos dijeron:
—No sobrevivirás. En ese viaje de veinticuatro horas morirás. Será mejor que
descanses aquí, y quizá tengas alguna posibilidad. Pero no te muevas. Ni siquiera
creemos que el descanso te sirva de mucho... Te estás muriendo. Te acercas cada vez
más, no a tu patria, sino a tu muerte, no a tu hogar, sino a tu tumba.
»Y no podemos ayudarte. Podemos curar la enfermedad, pero no la muerte. Y esto
no es una enfermedad. Eres casi como un cartucho descargado. En treinta y tres años
has gastado tu energía vital en luchar contra esta nación y contra la otra. Has
desperdiciado tu vida. No es enfermedad, sino simplemente que has gastado tu energía
vital, inútilmente.
Alejandro era un hombre muy inteligente, discípulo del gran filósofo Aristóteles, que
fuera su tutor. Murió antes de llegar a la capital. Antes de morir le dijo a su comandante
en jefe:
—Este es mi último deseo, que debe cumplirse.
¿Cuál era aquel último deseo? Algo muy extraño. Consistía en lo siguiente:
—Cuando llevéis mi ataúd a la tumba, debéis dejar mis manos fuera.
El comandante en jefe preguntó:
—Pero ¿qué deseo es ese? Las manos siempre van dentro del ataúd. A nadie se le
ocurre llevar un ataúd con las manos del cadáver fuera.
Alejandro replicó:
—No tengo muchas fuerzas para explicártelo, pero para abreviar, lo que quiero es
mostrar al mundo que me voy con las manos vacías. Pensaba que era cada día más
grande, más rico, pero en realidad era cada día más pobre. Al nacer llegué al mundo
con los puños apretados, como si sujetara algo en mis manos. Ahora, en el momento
de la muerte, no puedo irme con los puños apretados.
Para mantener los puños apretados se necesita vida, energía. Un muerto no puede mantener los puños cerrados. ¿Quién va a cerrarlos? Un muerto deja de existir, se le ha
escapado toda la energía, y las manos se abren por sí solas.
—Que todo el mundo sepa que Alejandro Magno va a morir con las manos vacías,
como un mendigo.
Pero me da la impresión de que nadie ha aprendido nada de esas manos vacías,
porque en las épocas posteriores a Alejandro la gente ha seguido haciendo lo mismo, si
bien de distintas maneras.
El EGO ES EL ORIGEN DE TODOS LOS PROBLEMAS DE LA PERSONA, de todos los
conflictos, las guerras, los celos, el miedo, la depresión. Sentirse fracasado, compararse
continuamente con los demás hiere a todos, y hiere terriblemente, porque no se puede
tener todo.
Si hay alguien más guapo que tú, te hiere; si alguien tiene más dinero que tú, te
hiere; si alguien es más culto que tú, te hiere. Existen millones de cosas que pueden
herirte, pero no lo sabes, esas cosas no son las que te hieren, a mí no me hieren. Te
hieren a ti por tu ego.
El ego no para de temblar de puro miedo, porque sabe muy bien que es un recurso
artificial creado por la sociedad para que sigas corriendo en pos de unas sombras.
Este juego del ego es la política de subir cada vez más alto.
El ego y todos sus juegos... El matrimonio es uno de sus juegos, el dinero es otro
de sus juegos, y también el poder. Todos son juegos del ego. Hasta ahora la sociedad
no ha parado con sus juegos; es como si existieran unos Juegos Olímpicos incesantes,
por todo el mundo. Todos intentan subir y todos les tiran de las piernas, porque en la
cima del Everest no hay sitio para tantos.
Es una lucha a muerte, y llega a ser tan importante que acabas olvidando que ese
ego te fue implantado por la sociedad, por tus profesores. ¿Qué hacen desde la guardería
hasta la universidad? Fortalecer tu ego. Cuantos más títulos añaden a tu nombre, más
importante te sientes.
El ego es la mayor de las mentiras, que tú has aceptado como una verdad; pero
los intereses creados lo favorecen, porque si todos aceptaran la ausencia del ego, la
competición olímpica que se desarrolla en el mundo entero sencillamente se paralizaría.
Nadie querría subir al Everest, sino que disfrutaría del sitio donde está y se alegraría de
ello.
El ego te mantiene a la espera: mañana, cuando triunfes, te alegrarás.
Naturalmente, hoy tienes que sufrir, tienes que sacrificarte. Si quieres triunfar mañana,
tienes que sacrificarte hoy. Has de merecerte el triunfo, y para eso haces toda clase de
ejercicios. Solo es cuestión de sufrir durante algún tiempo y después te alegrarás. Pero
ese mañana nunca llega. Nunca ha llegado.
Mañana simplemente significa lo que nunca llega. Supone retrasar la vida, una
estrategia estupenda para seguir sufriendo.
El ego no puede sentir alegría en el presente, no puede existir en el presente; solo
existe en el futuro, en el pasado, es decir, en lo que no es. El pasado ya no existe, el
futuro aún no existe; ambos carecen de existencia. El ego solo puede existir con lo no
existente, porque en sí mismo no existe.
En el momento puramente presente no hallarás ningún ego en tu interior, sino
una alegría silenciosa, una nada silenciosa y pura.
OSHO

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