martes, 17 de marzo de 2015

ESCRITO II CONOCIMIENTO.- EL ESPÍRITU DEL HIJO



ESCRITO II CONOCIMIENTO.- EL ESPÍRITU DEL HIJO
El viejo auto y yo nos pusimos en marcha, atrás queda algo más
que vivencias y recuerdos, queda todo lo que uno ha sido y es.
Largo ha sido el camino recorrido hasta aquí: escarpadas
montañas, precipicios que te incitan a volar, valles llenos de vida
que te piden alojarte en ellos y echar raíces. Sin embargo algo en
lo más profundo de mi ser siempre me ha empujado a seguir
avanzando, ningún lugar era el adecuado y así me lo decía: “Juan,
hay que seguir adelante, aún no has llegado”.
Y ahora… voy camino del valle del Jordán. Presiento el
encuentro tan anhelado, no por mero deseo sino la consecuencia
de un destino escrito en el libro de la Vida. Sabiendo que no es
más que el siguiente paso, el punto de encuentro entre lo infinito
y lo finito, el eje en el espacio y el instante justo en medio de la
eternidad.

No hay vuelta atrás, mi alma está vacía, ya todo está entregado a
la Madre Tierra. Todo está decidido, la duda el viento se la llevó,
ahora parto ligero de equipaje. La entrega a la voluntad del Padre
ya es completa. Vacío de mí, simple mortal imperfecto; mas es así
como me quiere, entregado a su causa, la causa del Amor.
Llegué junto al río Jordán. Un autocar repleto de turistas se
alejaba del lugar. El Sol brillaba con todo su poder, un viejo olivo
me sirvió de cobijo. Nadie parecía encontrarse cerca y decidí
descansar un poco cerca del río que llevó las aguas que en otro
tiempo al Maestro bañaron…
Me despertó una bandada de palomas blancas que revoloteando
acabaron posándose en unos arbustos cercanos, parecían estar
esperando a alguien.

Al poco tiempo, todas giraron la cabeza al unísono y yo junto a
ellas, un extraño silencio se apoderó del lugar.
Sobre las aguas del Jordán una silueta iba tomando forma, mi
corazón parecía estallar, era Él, su cuerpo brillando como mil
soles, una aureola de luz tras otra le rodeaban. Se fue acercando
hacia donde me encontraba. Las palomas comenzaron a revolotear
sobre nuestras cabezas creando un ligero viento alrededor nuestro,
partículas de polvo se levantaron hasta conseguir que no viera
nada más allá de unos pocos metros.
Y ahí estaba frente a mí, su semblante no era el mismo, nunca le
vi como en este momento. Era Él y no era Él, su rostro en un
instante era joven y seguidamente se convertía en el de un
anciano, todo giraba a mi alrededor hasta sentirme mareado…
Me vi en medio del firmamento, sin forma, aun así contemplé el
más bello espectáculo que del Universo uno pueda imaginar, mas
no sólo veía sino que sentía cómo formaba parte de Él. Y el
Universo y yo éramos Uno. Miré y distinguí dos soles
acercándose, una gran explosión se produjo, todo desapareció y
de la nada fue surgiendo una niebla y de ésta una estrella recién
nacida. Me sentí atraído hacia ella hasta fundirme en su
incandescencia.
Todo lo sabía, todo lo sentía, era a la vez ínfimo y grandioso, mi
mente todo lo abarcaba y supe que el Espíritu de Dios estaba en
mí.

Sin saber cómo, me encontré de nuevo frente a Él, ahora su
rostro era el de siempre y me sonrió. Me tomó las manos junto a
las suyas y con sus dedos trazó en la izquierda un círculo que se
oscureció hasta volverse negro y en la derecha dibujó otro circulo
que brilló hasta volverse blanco. Con sus manos tomó las mías y
las unió dentro de las suyas. Una paloma se posó sobre ellas, al
momento una luz que brotó de ésta nos cubrió por completo, y mi
cuerpo se hizo como el suyo, no era de carne y de sangre sino de
Luz y mi espíritu era como el suyo y la Verdad nos habitó.
Él era yo y yo era Él.
Me soltó las manos, señalándome un puente sonrió
desapareciendo ante mis ojos.

EL ANCIANO JUAN

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