martes, 7 de junio de 2016

Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.IV)





Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte IV.

Ten presente:

Tú eres el templo del Uno, Santo, que habita en ti.

Por tanto, mantén puro tu templo, respetando el orden del templo.

Hazte cada día nuevamente consciente de que en ti habita el Omnisapiente, el Eterno, que sabe acerca de todas las cosas, que está contigo, que te habla, que conoce cada respuesta y cada solución.

Al despertar por la mañana, antes de cada conversación, antes de comenzar un trabajo, cuando te encuentres con tu prójimo y hables con él, piensa en esto:

El Omnisapiente, el Eterno, que sabe acerca de todas las cosas, habita en ti.

El te habla. El habla a través de ti. 

El te guía en las conversaciones. El obra a través de ti en toda situación. El es la fuerza durante el trabajo.

Ten presente:

No permitas que algo inútil o algo impuro dé vueltas en tu consciente o en tu subconsciente.

Quien vive conscientemente, está alerta y conoce los vagabundos que se acercan sigilosamente para tentarle.

Coge el látigo de la fuerza interna y expulsa de ti todo lo impuro que se acerca sigilosamente, para que no halle entrada al templo santificado.

Con el dominio de tus pensamientos y sentidos, tu templo interno se ha vuelto puro.

¡Expulsa de ti lo que se acerca sigilosamente, toda tentación!

Sin embargo, antes de expulsar de ti la tentación, saluda lo bueno en ella y permite que se mueva en ti.

El movimiento de lo bueno en ti, produce dolor en el malo, en el tentador que está detrás de las tentaciones.

El dolor es la conciencia, que llama a la puerta del malo y se hace notar como ayuda y fuerza para la transformación, ofreciéndose al mismo tiempo para ésta. Así lo malo tiene la posibilidad de autorreconocerse y purificar. 

Lo malo que viene de fuera es la tentación, tras la cual hay tentadores que dirigen las fuerzas negativas hacia ti para ponerte a prueba, para ver si acabas sucumbiendo a ellos.

Lo mismo ocurre por medio de ti, el liberador, sólo que en el transcurso inverso: lo bueno en ti llama a la puerta del malo, para moverlo a recapacitar, a autorreconocerse y a dar la vuelta.

Si se acerca lo malo, sitúate ante la puerta de tu templo interno y llévale al malo los dones de lo bueno.

En la reacción de los pensamientos fugaces que has percibido, notarás la reacción del tentador. Si sientes que tus dones desinteresados han hallado eco, es decir han sido aceptados, añade aún otros. Luego indícale al tentador la consciencia del Cristo de Dios y entra de nuevo en el santuario interno, en tu templo.

Allí, en lo más interno de ti, no permitas ni pensamientos ni reacciones humanos. Conserva lo bueno del tentador en lo más interno de ti y muévelo de vez en cuando; entonces le emites la ley universal. 

Le emites por tanto dones del amor desinteresado. 
Sin embargo, no actúes como receptor; eso déjalo al Cristo de Dios y a Su hijo, el tentador.

Cómo se comporte tu prójimo y lo qué emita, concierne únicamente al Padre eterno y a Su hijo.

Tú mantén el orden del templo: ¡calla!

Callar significa estar en el silencio.

A través de quien vive en el Santísimo, en Dios, vive y habla Dios.

En el templo de Dios no pueden existir pensamientos humanos. Permanece sin pensamientos, es decir silencioso, en ti.

Y cuando pienses, piensa de forma divina.

Y cuando hables, habla la Ley Dios –habla de forma divina.

Habla sólo de forma divina, y sólo cuando tu prójimo desee dones que provienen de la ley de la vida.

Ten presente:

Tus sensaciones puras y tus pensamientos puros son divinos.

Tus sentidos desinteresados, nobles, es decir éticos, son finos. Son las antenas dirigidas al Universo, que se elevan al Cielo, porque tú vives en el SER, en el Cielo, y por ello también recibes del Cielo.

No mires nunca hacia tu prójimo, pues si lo haces, sólo estás mirando hacia ti.

Sólo cuando hayas aprendido a mirar a través de ti en profundidad, desde lo más interno de ti, desde el Santísimo, traspasarás internamente también a tu prójimo.

Mientras no puedas traspasar internamente a tu prójimo, tampoco le habrás acogido en lo más interno de ti.

Sólo cuando hayas desarrollado lo divino de tu prójimo, que también está en ti, conocerás a tu hermano y a tu hermana en ti.

Mientras no puedas traspasar internamente a tu prójimo, te será extraño, porque también tú eres aún un extraño, lejos del eterno SER.

Cuando ambos os traspaséis internamente el uno al otro, ambos hablaréis el lenguaje del SER y estaréis conscientemente unidos y también unidos en Dios.

Nunca digas: «este hombre es un extraño para mí».

Aunque la envoltura del alma te sea desconocida, es decir extraña, permanece en esta consciencia: el contenido de la envoltura, lo puro en lo más interno del alma, es una parte de ti.

Si no conoces ni a tu hermano ni a tu hermana, tampoco te conoces a ti mismo, porque no has desarrollado la parte pura de tu prójimo que hay en ti.

Mientras separes lo «conocido» de lo «extraño», estarás lejos de Dios.

Por eso no te veas nunca como ser humano, sino mírate a ti y a tu prójimo como reflejo y como imagen y semejanza de Dios, y míralo como hermano tuyo o hermana tuya en ti. 

Entonces experimentarás en ti que la vida es el SER, porque es omnipresente en ti y en todo –lo más pequeño en lo grande y lo grande en lo más pequeño.

Reflexiona sobre la siguiente legitimidad:

Has hablado con un hombre que sólo conoces por su nombre, pues desconoces aquello de lo que él está compuesto. 

Tampoco tu prójimo, que sólo vive en lo externo, se conoce a sí mismo, pues él tampoco sabe de qué está compuesto. 
De modo que él no se conoce, y tú tampoco le conoces. 
Si por tanto ambos no os conocéis, tampoco conocéis a Dios; por eso cada uno de vosotros se siente solo. Dios, el Padre eternamente amante, conoce a cada cual, porque ama a cada hijo y lo tiene en Su gran corazón de Padre.

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