miércoles, 6 de enero de 2016

Dharma “Filosofia De La Conducta”, de Annie Besant


                                        
Capitulo -Nº 1

LAS DIFERENCIAS

Al hacer nacer, sucesivamente, las naciones sobre la tierra, Dios da a cada una -una palabra especial- la palabra que debe decir al mundo, la palabra particular que viene de lo Eterno y que cada una debe pronunciar. 
Echando una ojeada a la historia de las naciones, podemos sentir resonar esta palabra, saliendo de la boca colectiva del pueblo, pronunciada en sus actos, contribución de este pueblo 
a la humanidad ideal y perfecta. 
Para el antiguo Egipto, la pa­labra fue Religión; para la Persia, la palabra fue Pureza; para la Caldea, la palabra fue Cien­cia; para la Grecia, fue Belleza; para Roma, Ley; para la India en fin, la mayor de todas, el Eterno da una palabra que resume todas las de­más -la palabra DHARMA.- He aquí lo que la India debe decir al mundo. 
Pero no podemos pronunciar esta palabra tan significativa, tan grande por la potencia que encierra, sin inclinarnos a los pies de aquel que es la más alta personificación del Dharma que el mundo haya visto jamás; sin inclinarnos ante Bhishma, el hijo de Ganga, la más valiente encarnación del Deber. Retroceded conmigo por un momento cinco mil años atrás y ved a este héroe, acostado en su lecho de flechas sobre el campo de batalla de Kurukshetra. 
Allí el tiene a la Muerte en jaque hasta el momento en que suene la hora favorable. Allí encontramos mon­tones de guerreros degollados, montañas de ele­fantes y caballos muertos. En nuestro camino tropezamos con piras funerarias y gran canti­dad de armas y carros destrozados. 
Llegamos hasta el héroe extendido en su lecho de flechas, traspasado por centenares de ellas y reposando su cabeza sobre una almohada de flechas, por­ que él ha rehusado los cojines de suave plu­món para no aceptar más que la almohada de flechas preparada por Arjuna. Bhishma, cum­plidor del Dharma, siendo muy joven todavía, por el amor a su padre, por amor al deber filial, había hecho un gran voto: el de renunciar a la vida de familia y a la corona por cumplir la voluntad de su padre y satisfacer el Corazón paternal y Shantanu, con su bendición, le ha­bía otorgado una favor maravilloso: que la muerte no podría venir a él más que a su lla­mamiento y a la hora en que él consintiere en morir. 
Cuando Bhishma cayó, el sol estaba en su declinación austral y la estación no era pro­picia para la muerte de un hombre que no debía volver. Usó por tanto, el poder que le había dado su padre y rechazó la muerte hasta que el sol viniese a abrirle el camino de la paz eterna y de la liberación. 
Extendido ahí du­rante muchos y largos días, martirizado por sus heridas, torturado por las angustias del inútil cuerpo que le servía de vestidura, vio venir hacia él con numerosos Rishis, a los últimos reyes arios. Shri Krishna vino también para ver al fiel guerrero. Allí vinieron los cinco príncipes, hijos de Pandu, los vencedores de la gran guerra. Bañados todos en lágrimas rodea­ron a Bhishma y le adoraron, llenos del deseo de recibir sus enseñanzas. 
A este héroe sumido en tan crueles angustias vino a hablar Aquel cuyos labios eran los de Dios. Él lo libró de la fiebre, le concedió el reposo del cuerpo, la lu­cidez del espíritu y la calma interior y después le ordenó enseñar al mundo la significación del Dharma, a él que durante su vida, lo había en­señado siempre, que nunca se había separado del camino del justo, que como hijo, príncipe u hombre de Estado, había seguido siempre el sendero estrecho. 
Los que le rodeaban solici­taron sus lecciones y Vasudeva le pidió que les hablara del Dharma, puesto que Bhishma era digno de enseñarlo (Mahabarata, Shanti Parva, § 54).
Entonces se aproximaron a él los hijos de Pandu, teniendo a su cabeza a su hermano ma­yor Yudhisthira, jefe de los guerreros que ha­bían herido a Bhishma a golpes mortales. 
Yu­dhisthira temía acercarse y hacer preguntas, pensando que siendo en realidad suyas las fle­chas disparadas por tal causa el era responsable de la sangre de su primogénito y que no era conveniente solicitar sus enseñanzas. 
Viéndole vacilar, Bhishma, que con espíritu equilibra­do, había seguido siempre el sendero difícil del deber sin separarse a derecha ni izquier­da, pronunció estas memorables palabras: “Si el deber de los Brahmanes es practicar la caridad, el estudio y la penitencia, el deber de los Kchatriyas es sacrificar su cuerpo en los combates. Un Kchatriya debe inmolar a sus padres, abuelos, hermanos, preceptores, pa­rientes y aliados que vinieren a presentarle batalla por una causa injusta. 
Tal es el deber marcado, oh Keshava. Un Kchatriya que sepa su deber, inmole en el combate hasta a sus mismos preceptores si estos apareciesen llenos de pecado y concupiscencia y olvidados de sus juramentos.
Interrógame, hijo, sin ningún “temor”. Entonces, lo mismo que Vasudeva, hablando a Bhishma, le había reconocido el derecho de hablar como maestro, éste, dirigiéndose a su vez a los príncipes, expuso las cualidades nece­sarias a los que quieren pedir aclaraciones sobre el problema del Dharma. 
Que el hijo de Pándu, dotado de inteligencia, dueño de si mismo, pronto a perdonar, justo de espíritu, vigoroso y enérgico, me haga preguntas. 
Que el hijo de Pándu, que siempre, por sus buenos oficios, honra las personas de su familia, sus huéspedes, sus servidores y los que dependen de él, me haga preguntas.
Que el hijo de Pándu en quien están la verdad, la caridad, las penitencias, el heroísmo, la dul­zura, la destreza y la intrepidez, me haga pre­guntas” (Ibíd. § 55.) 
Estos son algunos de los trazos que caracte­rizan al hombre que quisiera comprender los misterios del Dharma. Estas son las cualidades que vosotros y yo debemos tratar de desenvolver en nosotros para poder comprender las en­señanzas, para ser dignos de solicitarlas. 
Entonces comenzó aquel discurso maravilloso, sin igual entre los discursos de la tierra. Ex­puso los deberes de los reyes y de los vasallos, los de cada categoría de hombres, deberes distintos y correspondientes a cada período de la evolución. 
Todos vosotros deberíais conocer este grandioso discurso y estudiarlo no por su be­lleza literaria, sino por su sublimidad moral. Si solamente pudiéramos seguir el camino que Bhishma nos ha trazado ¡cuanto se aceleraría nuestra evolución! 
¡Como vería la India apro­ximarse la aurora de su redención! La moralidad, asunto relacionado estrecha­mente con el Dharma y que no se puede com­prender sin saber lo que significa el Dharma­ es, para algunos, una cosa muy simple. 
Esto es cierto visto a grandes rasgos. El bien y el mal, en las acciones ordinarias de la vida, están de­lineados de una manera clara, simple y recta. Para el hombre poco desenvuelto, para el de inteligencia estrecha, para el poco instruido, la moralidad parece bastante fácil de definir. Pero para aquellos de profundo saber y de elevada inteligencia, para los que evolucionan hacia los niveles superiores de la raza humana, para los que deseen comprender los misterios, la mora­lidad es cosa muy difícil. 
“La moralidad es muy sutil” decía el prín­cipe Yudhisthira, llamado a resolver el proble­ma del matrimonio de Krishna con los cinco hijos de Pandu. Una autoridad más alta que el príncipe había hablado de esta dificultad. Shri Krishna, el Avatar, en su discurso pronunciado sobre el campo de batalla de Kurukshetra, ha­bía hablado precisamente de la dificultad que tenía para saber actuar. He aquí sus palabras:
“¿Qué es la acción? ¿Qué es la inacción? Sobre este punto los mismos sabios están perplejos. Es preciso distinguir la acción -distinguir la acción ilícita- distinguir la inacción. Misterioso es el sendero de la acción” (Bhagavad Gita, IV, 16-17.) Misterioso es el sendero de la acción. Mis­terioso, porque la moralidad no es como creen los espíritus simples, una e invariable para todos, puesto que cambia con el Dharma de cada uno. Lo que para uno es bueno, para otro es malo y viceversa.
La moralidad es una cosa individual; depende del Dharma del hom­bre que actúa y no de lo que a veces se llama el bien y el mal absolutos. Nada hay absoluto en un universo sometido a condiciones variables. El bien y el mal son relativos y deben ser juzgados relativamente al individuo y a sus deberes. 
Por eso el más grande de todos los Maestros ha dicho con respecto al Dharma ­y esto nos guiará en nuestra errante marcha: Más vale el Dharma propio, aun desprovisto de mérito, que el Dharma de otro, aunque se cumpla bien. 
Vale más la muerte que se encuentra al cumplir el Dharma propio. El Dharma de otro está colmado de peligros (Ibid, III, 35.) Él repite este pensamiento al final de su in­mortal discurso y entonces dice, cambiando los términos de manera de arrojar nueva luz sobre el asunto: Vale más el Dharma propio, aun desprovisto de mérito, que el Dharma de otro bien cumplido. Aquel que se amolda al Karma indicado por su propia naturaleza, no se ex­pone a pecar (Ibid, XVIII, 47), – 
Desen­vuelve más aquí estas enseñanzas y determina para nosotros sucesivamente el Dharma de las cuatro grandes castas. Los mismos términos que él emplea nos dan la significación de esta pa­labra que tan pronto se traduce por el Deber, como por la Ley o la Religión. Ella significa todo esto y mucho más aun, por que su sig­nificación es mucho más profunda y más vasta que todo lo que esas palabras expresan. Veamos las palabras de Shri Krishna concerniente al Dharma de las cuatro castas: los Karmas de los Brahmanes de los Kchatriyas, de los Vaish­yas y de los Shudras. ¡oh Parantapa,! han sido “distribuidos según los gunas nacidos de sus diferentes naturalezas”. 
La serenidad, el im­perio sobre si mismo, la austeridad, la pureza, la prontitud al perdón, lo mismo que la rec­titud, la sabiduría, el conocimiento, la creen­cia en Dios, Son el Karma del Brahman, na­cido de su propia naturaleza. 
El valor, el es­plendor, la firmeza, la destreza, la temeridad que en el combate hace desconocer la fuga, la generosidad, las cualidades del dominador son el Karma del Kchatriya. nacido de su propia naturaleza.
La agricultura, el pastoreo y el comercio son el Karma del Vashya, nacido de su propia naturaleza. Actuar como servidor es el Karma del Shudra, nacido de su propia naturaleza. 
El hombre alcanza la perfección por la aplicación de cada uno a su propio Karma. Dice enseguida: Es mejor el Dharma propio, aun sin mérito, que el Dharma de otro bien cumplido. 
Aquel que se amolda al Karma indicado por su propia naturaleza no se expone a pecar. Ved como las dos palabras Dharma y Karma son tomadas la una por la otra. 
Ellas nos dan la clave que nos servirá para resolver nuestro problema. Permitidme primero daros una de­finición parcial del Dharma. No puedo daros claramente, de una vez, la definición completa. Os daré la primera mitad y me referiré a la segunda en su oportunidad. La primera mitad es esta: 
El Dharma es la naturaleza interior que ha alcanzado, en cada hombre un cierto “grado de desarrollo y florecimiento”. 
Esta naturaleza interior es la que modela la vida exterior, la que se expresa por los pensamien­tos, palabras y acciones y a la que el nacimiento físico ha colocado en un medio favorable a su crecimiento. Lo primero que hay que compren­der bien es que el Dharma no es una cosa ex­terior como la ley, la virtud, la religión o la justicia. 
Es la ley de la vida que se desarrolla y modela a su propia imagen todo lo que le es exterior. Para tratar de elucidar este tema difícil y abstruso, lo dividiré en tres partes principales. Primera, las diferencias, porque los hombres tienen Dharmas diferentes. En el pasaje antes citado ya se hace mención de cuatro grandes clases. Un examen más atento nos demuestra que cada individuo tiene su propio Dharma. 
¿Cómo comprender lo que este debe ser? 
A me­nos de comprender hasta cierto punto la natu­raleza de las diferencias, lo que las ha produ­cido, su razón de ser, el sentido que nosotros demos a la palabra diferencias; a menos de comprender como cada hombre muestra por sus pensamientos, palabras y acciones el nivel que ha alcanzado; a menos de comprender todo esto, nosotros, no podemos comprender el Dharma. 
En segundo lugar, vamos a hablar de la evolución porque necesitamos seguir estas diferen­cias en su evolución. 
Por último, debemos abor­dar el problema del bien y del mal porque nuestro estudio nos lleva a responder a esta pregunta: ¿Cómo debe conducirse un hombre en la vida? Seria inútil pediros seguirme en pensamientos de una naturaleza difícil si, en consecuencia, no debemos poner en práctica los conocimientos adquiridos y esforzarnos en vivir de acuerdo con el Dharma, mostrando así al mundo lo que la India ha tenido la misión de enseñar.
Continuara.....................

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