sábado, 2 de mayo de 2015

Indivisibilidad



Eres una persona única e indivisible.
Lo que hagas en un área de tu vida repercutirá, indefectiblemente, en las demás.
De nada sirve creer que nadie se enterará de alguno de tus actos o que eso pasará desapercibido y quedará en el olvido.
Porque tú lo sabes.
Y lo recuerdas.
Aquello que haces (o que omites hacer) lo arrastras contigo dondequiera que vayas.
Tus acciones dejan una huella en tu interior y, aunque intentes lo contrario, se reflejan de algún modo –aunque sea poco perceptible- en otros ámbitos. Los ocuparán y, según de qué se trate, incluso los invadirán, impidiéndote transitar tus días con normalidad y pensar con claridad.
Porque no puedes dividirte y ser una buena y mala persona a la vez, de acuerdo con la circunstancia, con el entorno y con tu interlocutor.
Tener dos caras o sentirse fraccionado, moviéndose entre compartimentos estancos sin conexión entre sí, no es saludable ni sostenible en el largo plazo.
Además, suelen comenzar a aflorar las culpas, los resentimientos, los desvelos, las elucubraciones, los porqués.
En algún momento se produce una colisión, ya sea por hechos externos fuera de tu control o por una reacción interna que busca la unidad de tu personalidad y de tu accionar.
Todos tenemos momentos de dudas y de incertidumbres. En los que se cruzan las peores ideas por nuestra mente.
Además, albergamos sentimientos y pensamientos que no nos enorgullecen.
Reconocerlos, observarlos y hacerlos a un lado para seguir hacia adelante nuestro camino son actitudes que demuestran poder de decisión y también, integridad: una cualidad absolutamente necesaria para poder dormir tranquilos cada noche al apoyar nuestra cabeza en la almohada, con la sensación de ser individuos completos, conscientes de nuestra indivisibilidad, y con la seguridad de estar actuando con congruencia en cada uno de los espacios en los que nos movemos.
Merlina Meiler

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