martes, 12 de julio de 2016

El temor, tambien produce cosas extraordinarias. ( Krishnamurti )


Krishnamurti
El temor, tambien produce cosas extraordinarias.


Tal vez podamos abordar el problema del temor desde otro ángulo diferente. El temor, en la mayoría de nosotros, produce cosas extraordinarias. Crea toda clase de ilusiones y problemas. Hasta que no lo investigamos muy a fondo y lo comprendamos realmente, el temor distorsionará siempre nuestras acciones. 

El temor deforma nuestras ideas y tuerce el camino de nuestra vida; crea barreras entre la gente y, por cierto, destruye el amor. Por lo tanto, cuanto más investiguemos el temor, cuanto más lo comprendamos y nos liberemos realmente de él, mayor será nuestro contacto con todo lo que nos rodea. 
Al presente, nuestros contactos vitales con la existencia son muy pocos, ¿no es así? Pero si podemos libramos del temor tendremos contactos amplios, comprensión profunda, verdadera simpatía, consideración afectuosa y la extensión de nuestro horizonte será muy grande. Veamos, pues, si podemos considerar el temor desde un punto de vista diferente.

Me pregunto si han advertido que casi todos deseamos alguna clase de seguridad psicológica. Queremos seguridad, alguien en quien apoyarnos. Como un niño pequeño se toma la mano de su madre, así queremos algo a lo cual aferramos; queremos que alguien nos ame. Sin una sensación de seguridad, sin una garantía mental, nos sentimos perdidos, ¿no es así? Estamos acostumbrados a apoyamos en otros, a esperar que otros nos guíen, nos ayuden, y sin esta sustentación estamos confundidos, atemorizados, no sabemos qué pensar, cómo actuar. 

En el momento en que quedamos abandonados a nosotros mismos, nos sentimos solos, inseguros, perplejos. De esto surge el temor, ¿no es cierto?

Entonces, queremos algo que nos dé sensación de seguridad, y para ello tenemos defensas de muchas clases diferentes. Tenemos protecciones tanto internas como externas. 

Cuando cerramos las ventanas y las puertas de nuestra casa y permanecemos dentro, nos sentimos seguros, a salvo, sentimos que no nos molestan. Pero la vida no es eso. La vida está golpeando constantemente a nuestras puertas, trata de abrir nuestras ventanas para que podamos ver más; y si a causa del temor cerramos las puertas y echamos el cerrojo a todas las ventanas, los golpeteos sólo se vuelven más fuertes aún. 
Cuanto más estrechamente nos aferramos a la seguridad en cualquiera de sus formas, más viene la vida y nos empuja. Cuanto más miedo tenemos y nos encerramos en nosotros mismos, mayor es nuestro sufrimiento, porque la vida no nos dejará tranquilos. Queremos estar seguros, pero la vida dice que no podemos estarlo; y así es como comienza nuestra lucha. Buscamos seguridad en la sociedad, en la tradición, en la relación con nuestros padres y nuestras madres, con nuestras esposas y nuestros maridos; pero la vida se abre paso siempre por los muros de nuestra seguridad.

También buscamos seguridad o consuelo en las ideas, ¿no es así? ¿Han observado de qué modo aparecen las ideas y cómo la mente se aferra a ellas? Uno tiene una idea de algo herinoso que vio cuando salió a dar un paseo, y su mente regresa a esa idea, a ese recuerdo. Uno lee un libro y se forma una idea a la que se aferra. Ustedes tienen que ver cómo surgen las ideas y cómo se convierten en medios de consuelo y seguridad interior, en algo a lo cual la mente se aferra.

¿Alguna vez han pensado acerca de esta cuestión de las ideas? Si uno de ustedes tiene una idea y yo tengo una idea y cada uno de nosotros piensa que su idea es mejor que la del otro, luchamos por ellas, ¿no es así? Yo trato de convencerle a él y él trata de convencerme a mí. Todo el mundo está edificado sobre las ideas y el conflicto entre ellas; y si lo investigan, encontrarán que el mero obstinarse en una idea no tiene sentido. ¿Pero han notado cómo sus padres, sus madres, sus maestros, sus tíos y tías se aferran todos fuertemente a lo que piensan?

Entonces, ¿cómo surge una idea? ¿Cómo llegan ustedes a tener una idea? Cuando tienen, por ejemplo, la idea de salir a dar un paseo, ¿cómo surge esa idea? Es muy interesante descubrirlo. Si lo observan, verán cómo surge una idea de esa clase y cómo la mente de ustedes se aferra a ella, descartando cualquier otra cosa. La idea de salir a dar un paseo es la respuesta a una sensación, ¿no es así? Han salido a pasear anteriormente y ello ha dejado un sentimiento o una sensación agradable; desean hacerlo nuevamente y de ese modo es creada la idea y luego puesta en acción. Cuando ven un automóvil hermoso hay una sensación, ¿verdad? La sensación proviene del mismo mirar el automóvil. El ver crea la sensación. De la sensación nace la idea: "quiero ese automóvil, es mi automóvil", y la idea se vuelve, entonces, muy dominante.

Buscamos seguridad en las posesiones externas y en las relaciones, y también en las ideas o creencias internas. 

Creo en Dios, en los rituales, creo que debo casarme de cierta manera, creo en la reencarnación, en la vida después de la muerte, etcétera. Estas creencias son todas producidas por mis deseos, por mis prejuicios, y yo me aferro a esas ideas. 
Tengo seguridades externas, fuera de la piel por decirlo así, y también seguridades internas; si me las quitan o me las cuestionan, tengo miedo; apartaré a quienes lo hagan, lucharé con ellos si amenazan mi seguridad.

Ahora bien, ¿existe una cosa tal como la seguridad? ¿Entienden? Tenemos ideas acerca de la seguridad. 

Podemos sentir que estamos a salvo con nuestros padres o en un empleo determinado. La manera como pensamos, como vivimos, como miramos las cosas... con todo esto podremos sentimos satisfechos.. Casi todos estamos satisfechos de estar encerrados en ideas seguras. ¿Pero acaso podemos estar seguros alguna vez, podemos estar a salvo, por muchas garantías externas o internas que tengamos? Exteriormente, el banco de uno puede quebrar mañana, nuestro padre o nuestra madre pueden morir, puede haber una revolución. 
Pero, ¿hay alguna seguridad en las ideas? Nos gusta pensar que estamos a salvo en nuestras ideas, en nuestras creencias, en nuestros prejuicios, pero ¿lo estamos? Son muros que carecen de realidad, son meramente nuestras concepciones, nuestras sensaciones. Nos gusta creer que hay un Dios que cuida de nosotros, que vamos a renacer más ricos, más nobles de lo que ahora somos. Puede que sea así, puede que no lo sea. De modo que podemos ver por nosotros mismos, si investigamos tanto las seguridades externas como las internas, que en la vida no hay en absoluto seguridad alguna.

Si se lo preguntamos a los refugiados de Pakistán o de Europa oriental, nos dirán indudablemente que la seguridad externa no existe. Pero sienten que hay seguridad internamente y se aferran a esa idea. Ustedes podrán perder su seguridad externa, pero entonces están más ansiosos aún de construir su seguridad internamente y no quieren desprenderse de ella. Esto implica un miedo mayor.

Si mañana o dentro de pocos años sus padres les dicen con quién desean ellos que se casen, ¿acaso sentirán temor? 

Por supuesto que no, porque han sido educados para hacer exactamente lo que les dicen; sus padres, el gurú, el sacerdote, les han enseñado a pensar a lo largo de ciertas líneas, a actuar de cierta manera, a sustentar ciertas creencias. Pero si se les pidiera que decidieran por sí mismos, ¿no estarían completamente perdidos? Si sus padres les dijeran que se casen con la persona que a ustedes les gusta, temblarían, ¿verdad? Habiendo sido condicionados totalmente por la tradición, por los temores, no quieren que se les deje decidir las cosas por sí mismos. Hay peligro en que a uno le dejen solo, y ustedes nunca quieren que les dejen solos. Nunca quieren resolver nada por sí mismos-. Nunca quieren salir a dar un paseo a solas. 
Todos quieren estar haciendo algo, como hormigas activas. Temen considerar solos algún problema, afrontar solos algunas de las exigencias de la vida; y estando atemorizados hacen cosas caóticas y absurdas. Como un hombre con una escudilla de mendigo, aceptan irreflexivamente cualquier cosa que les ofrecen.

Viendo todo esto, una persona verdaderamente reflexiva empieza a liberarse de toda clase de seguridad, interna o externa. Esto es extremadamente difícil porque significa que uno se queda solo, solo en el sentido de que no depende de nadie. En el momento en que uno depende, hay temor; y donde hay temor no hay amor. Cuando ustedes aman, no se sienten solos. El sentimiento de soledad surge únicamente cuando nos atemoriza estar solos y no sabemos qué hacer. Cuando estamos controlados por ideas, aislados por creencias, entonces el temor es inevitable; y cuando estamos atemorizados, nos cegamos completamente.

Por lo tanto, los maestros y los padres han de resolver juntos este problema del temor. Pero desgraciadamente, los padres de ustedes tienen miedo de lo que sus hijos podrían hacer si no se casaran o si no consiguieran un empleo. Tienen miedo de que se equivoquen o de lo que podría decir la gente, y a causa de este miedo quieren que ustedes hagan ciertas cosas. 

El miedo que sienten se encubre bajo lo que ellos llaman amor. Desean protegerles, por lo tanto, ustedes deben hacer esto o aquello. Pero si uno pasa detrás del muro de sus así llamados afecto y consideración, encontrará que hay temor por la seguridad y respetabilidad de ustedes; y ustedes también están atemorizados porque han dependido durante tanto tiempo de otras personas.

Por eso es muy importante que, desde la más tierna edad, empiecen a cuestionar y a eliminar estos sentimientos de temor, a fin de que no queden aislados por ellos ni encerrados en ideas, tradiciones, hábitos, sino que sean seres humanos libres con vitalidad creativa.

Interlocutor: ¿Por qué, aun cuando sabemos que Dios nos protege, tenemos miedo?

K.: Eso es lo que te han dicho. Tu padre, tu madre, tu hermano mayor, te han dicho que Dios te protege; es una idea a la cual te aferras. Sin embargo, sigue habiendo miedo. Aunque tengas esta idea, este pensamiento, este sentimiento de que Dios te protege, el hecho es que tienes miedo. La cosa real es tu miedo, no la idea de que vas a ser protegido por Dios porque tus padres y tu tradición te aseguren que lo serás.

Ahora bien, ¿qué es lo que sucede realmente? ¿Estás siendo protegido? Mira los millones de personas que no están protegidas, que se están muriendo de hambre. 

Mira a los aldeanos que llevan pesadas cargas, que están hambrientos, sucios, con las ropas en jirones. ¿Están ellos protegidos por Dios? A causa de que posees más dinero que otros, de que tienes cierta posición social, de que tu padre es un funcionario o un recaudador o un comerciante que astutamente ha timado a alguien, ¿debes ser protegido, mientras millones en el mundo siguen sin comida suficiente, sin ropa ni vivienda apropiada? Tú esperas que el pobre y el que se muere de hambre sean protegidos por el estado, por sus empleadores, por la sociedad, por Dios; pero ellos no van a ser protegidos. 
En realidad, no hay protección, aunque te guste sentir que Dios te protegerá. Ésa es sólo una idea agradable para pacificar tu miedo; de ese modo no cuestionas nada, sino que meramente crees en Dios. No tiene sentido empezar con la idea de que vas a ser protegido por Dios. Pero si investigas de verdad todo el problema del miedo, entonces descubrirás si Dios te protege o no.

Cuando existe el sentimiento de afecto, no hay miedo, no hay explotación, y entonces no hay problema.

Interlocutor: ¿ Qué es la sociedad?
K.: ¿Qué es la sociedad? ¿Y qué es la familia? Averigüemos, paso a paso, cómo se crea la sociedad, cómo nace.

¿Qué es la familia? Cuando tú dices: "ésta es mi familia", ¿qué quieres decir? Tu padre, tu madre, tu hermano y tu hermana, la sensación de intimidad, el hecho de que estén viviendo juntos en la misma casa, el sentimiento de que tus padres van a protegerte, la posesión de cierta propiedad, de joyas, saris, ropas... todo esto es la base de la familia. 

Hay otras familias como la tuya viviendo en otras casas, sintiendo exactamente las mismas cosas que tú sientes, teniendo el mismo sentimiento de "mi esposa", "mi marido", "mis hijos", "mi casa", "mis ropas", "mi automóvil"; hay muchas familias así viviendo sobre el mismo pedazo de tierra, y ellas llegan a tener el mismo sentimiento de que no deben ser invadidas a su vez por otras familias. 
En consecuencia, empiezan a fabricar leyes. 
Las familias poderosas se colocan a sí mismas en altas posiciones, adquieren grandes propiedades, disponen de más dinero, más ropas, más automóviles; se juntan y estructuran las leyes, les dicen a los demás lo que deben hacen Así, gradualmente, se forma una sociedad con leyes, regulaciones, policías, un ejército, una armada. Finalmente, toda la Tierra queda poblada por sociedades de diversas clases. Entonces eso ocasiona en la gente ideas antagónicas y el deseo de derribar a aquéllos que se hallan establecidos en altas posiciones, que tienen en sus manos todos los recursos del poder. Derrumban esa sociedad particular y forman otra.

La sociedad es la relación entre la gente, la relación entre una persona y otra, entre una familia y otra, entre un grupo y otro, y entre el individuo y el grupo. La sociedad es la relación humana, la relación entre ustedes y yo. Si yo soy muy codicioso, muy astuto, si tengo gran poder y autoridad, les voy a hacer a un lado; y ustedes tratarán de hacer lo mismo conmigo. 

Así que fabricamos leyes. Pero vienen otros que invalidan nuestras leyes estableciendo otra serie de leyes, y esto prosigue todo el tiempo. En la sociedad, que es la relación humana, existe este conflicto constante. Ésta es la base simple de la sociedad, pero se vuelve más y más compleja a medida que los seres humanos mismos se vuelven más y más complejos en sus ideas, en sus deseos, en sus instituciones y en sus industrias.

Interlocutor: ¿Puede uno ser libre mientras está viviendo en esta sociedad?

K.: Si dependo de la sociedad para mi satisfacción, para mi bienestar, ¿puedo ser libre alguna vez? Si dependo de mi padre por el afecto, por el dinero, por la iniciativa de hacer las cosas, o si dependo en alguna forma de un gurú, no soy libre, ¿verdad? Por lo tanto, ¿puedo ser libre mientras sea psicológicamente dependiente? Por cierto, la libertad sólo es posible cuando tengo capacidad, iniciativa, cuando puedo pensar de manera independiente, cuando no temo lo que alguno pueda decir, cuando quiero descubrir realmente qué es verdadero y no soy codicioso, envidioso, celoso. 

En tanto sea envidioso, codicioso, dependeré psicológicamente de la sociedad y, mientras dependa de ese modo de la sociedad, no seré libre. Pero si dejo de ser codicioso, seré libre.

Interlocutor: ¿Por qué las personas quieren vivir en sociedad cuando pueden vivir solas?

K.: ¿Puedes tú vivir solo?

Interlocutor: Yo vivo en sociedad porque mi padre y mi madre viven en la sociedad.

K.: Para conseguir un empleo, para ganarte la vida, ¿acaso no tienes que vivir en la sociedad? ¿Puedes vivir solo?

Para la comida, para la ropa y la vivienda dependes de alguien. No puedes vivir aislado. Ninguna entidad está completamente sola. únicamente en la muerte estás solo. Mientras vives estás siempre relacionado con tu padre, con tu hermano, con el mendigo, con el hombre que repara la calle, con el comerciante, con el recaudador. Siempre estás relacionado; y a causa de que no comprendes esta relación, hay conflicto. Pero si comprendes la relación entre tú mismo y otro, no hay conflicto y entonces no surge la cuestión de vivir solo.

Interlocutor: Puesto que siempre estamos relacionados con otros, ¿ no es verdad que nunca podemos ser absolutamente libres?

K.: No comprendemos qué es la relación, la verdadera relación. Supongamos que yo dependo de ti para mi gratificación, para mi bienestar, para mi sentido de la seguridad; ¿cómo puedo ser libre alguna vez? Pero si no dependo de ese modo aún sigo relacionado contigo, ¿no es así? Dependo de ti para alguna clase de solaz emocional, físico o intelectual; por lo tanto, no soy libre. Me apego a mis padres porque necesito alguna clase de seguridad, lo cual implica que mi relación con ellos es de dependencia y está basada en el temor. ¿Cómo puede haber, entonces, relación alguna que sea libre? Sólo hay libertad en la relación cuando no hay temor. Por lo tanto, para tener una verdadera relación debo empezar a liberarme de esta dependencia psicológica que engendra temor.

Interlocutor: ¿Cómo podemos ser libres cuando nuestros padres dependen de nosotros en su ancianidad?

K.: A causa de que son viejos, dependen de ti para que les mantengas. ¿Qué sucede entonces? Esperan que ganes dinero suficiente como para vestirles y alimentarles; y si lo que deseas es ser un carpintero o un artista, aun cuando tal vez no ganes nada de dinero, tus padres te dirán que no debes hacer eso porque tienes que mantenerles a ellos. Sólo piensa en esto. 

No digo que sea bueno o malo; al decir que es bueno o malo ponemos fin al pensar. El requerimiento de tus padres de que debes ser el sostén de ellos te impide vivir tu propia vida, y que quieras vivir tu propia vida se considera egoísta; de este modo, te conviertes en el esclavo de tus padres.

Uno podría decir que el Estado debería cuidar a los ancianos mediante pensiones a la vejez y varios otros sistemas de seguridad. Pero en un país donde hay superpoblación, insuficiencia de ingresos nacionales, falta de productividad y demás, el Estado no puede proteger a las personas ancianas. 

De modo que los padres de avanzada edad dependen de los jóvenes, y los jóvenes encajan siempre en el surco de la tradición y son destruidos. Pero éste no es un problema para ser discutido por mí. Todos ustedes tienen que considerarlo y resolverlo.

Naturalmente, dentro de límites razonables, yo deseo mantener a mis padres. Pero supongamos que anhelo hacer algo que rinde muy poco. Supongamos que quiero convertirme en una persona religiosa y consagrar mi vida a descubrir qué es Dios, qué es la verdad. Ese modo de vida puede no aportarme ningún dinero y si lo sigo quizá deba abandonar a mi familia, lo cual implica que probablemente morirán de hambre como millones de personas. ¿Qué he de hacer? En tanto tenga miedo de lo que dirá la gente -que no soy un hijo cumplidor, que soy un hijo indigno-, jamás seré un ser humano creativo. Para ser un hombre creativo, dichoso, debo tener muchísima iniciativa.

Interlocutor: ¿Sería bueno de nuestra parte permitir que nuestros padres murieran de hambre?

K.: No lo estás planteando correctamente. Supongamos que de verdad quiero ser un artista, un pintor, y sé que la pintura va a rendirme muy poco dinero. ¿Qué he de hacer? ¿Sacrificar mi profundo impulso de pintar y convertirme en un oficinista? Eso es lo que generalmente sucede, ¿verdad? Me convierto en oficinista y por el resto de mi vida vivo en un gran conflicto, soy un desdichado; y a causa de que sufro, de que me siento frustrado, hago la vida desdichada para mi esposa y mis hijos. Pero si, como joven artista, veo la significación de todo esto, digo a mis padres: "quiero pintar y les daré lo que pueda de lo poco que tenga; eso es todo cuanto puedo hacer".

Ustedes han formulado preguntas y yo las he contestado. 

Pero si no reflexionan realmente acerca de estas cuestiones, si no las investigan por sí mismos más y más profundamente y las abordan desde distintos ángulos, si no las consideran de diferentes maneras, entonces sólo dirán: "esto es bueno y aquello es malo; esto es mi deber y eso no lo es; esto es verdadero y eso es erróneo", lo cual no les llevará muy lejos. Mientras que si ustedes y yo consideramos juntos todas estas cuestiones, y con sus padres y maestros las discuten, las investigan, entonces la inteligencia de ustedes se despertará, y cuando estos problemas surjan en su vida cotidiana serán capaces de afrontarlos. Pero no lo serán si aceptan meramente lo que estoy diciendo. Mis respuestas a sus preguntas tienen sólo el propósito de despertar la inteligencia de ustedes a fin de que consideren cuidadosamente estos problemas por sí mismos y de ese modo sean capaces de encarar la vida correctamente.

Extracto de
EL ARTE DE VIVIR
J. Krishnamurti
 

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martes, 5 de julio de 2016

"El camino sin corazón se vuelve contra los hombres y los destruye. "





"El camino sin corazón se vuelve contra los hombres y los destruye. "
-Te lo advierto.No la tomes con pasión; la yerba del diablo es sólo un camino a los secretos de un hombre de conocimiento, hay otros caminos. Pero su trampa es hacer creer que el único camino es el suyo. Yo digo que es inútil desperdiciar la vida en un solo camino, sobre todo si ese camino no tiene corazón.
-Pero ¿cómo sabe usted cuándo no tiene corazón un camino, don juan?
-Antes de embarcarte en cualquier camino tienes que hacer la pregunta: ¿tiene corazón este camino? Si la respuesta es no, tú mismo lo sabrás, deberás entonces escoger otro camino.
-Pero ¿cómo sé de seguro si un camino tiene corazón o no?
-Cualquiera puede saber eso. El problema es que nadie hace la pregunta, y cuando uno por fin se da cuenta de que ha tomado un camino sin corazón, el camino está ya a punto de matarlo. En esas circunstancias muy pocos hombres pueden pararse a considerar, y más pocos aún pueden dejar el camino.
-¿Cómo debo proceder para hacer la pregunta apropiada, don juan?
- Pregunta nada más.
- Lo que quiero decir es si hay un método indicado para que yo no me mienta a mí mismo y crea que la respuesta es sí cuando en realidad es no.
-¿Por qué habrías de mentir?
-Tal vez porque en el momento el camino es agradable y me gusta.
-Esas son tonterías. Un camino sin corazón nunca es disfrutable.
Hay que trabajar duro tan sólo para tomarlo. En cambio, un camino con corazón es fácil: no te hace trabajar para tomarle el gusto.
(…) (Don juan) – Te he dicho que para escoger un camino debes estar libre de miedo y de ambición. Pero el humito te ciega de miedo y la yerba del diablo de ambición.
- Argüí que se necesitaba ambición para emprender cualquier camino, y que su aseveración de que había que estar libre de ambición carecía de sentido. Una persona tiene que tener ambición para aprender.
-El deseo de aprender no es ambición –dijo-. El querer saber es nuesro destino como hombres, pero convidar a la yerba del diablo es solicitar poder, y eso es ambición, porque no lo estás haciendo por saber. No dejes que la yerba del diablo te ciegue. Ya te tiene enganchado. Invita a los hombres y les da una sensación de poder; los hace sentirse capaces de hacer cosas que ningún hombre común puede. Pero esa es su trampa. Y, luego, el camino sin corazón se vuelve contra los hombres y los destruye. No se necesita gran cosa para morir, y buscar la muerte es no buscar nada.
Fragmento del libro: "Las enseñanzas de don Juan" de Carlos Castañeda.

LA NOBLEZA DE CORAZÓN





LA NOBLEZA DE CORAZÓN (Reflexión)
Persona noble quiere decir sincero o veraz. Describe al que demuestra una actitud justa hacia la verdad y, por consiguiente, desprecia el engaño. Además, tal persona es valiente porque defiende lo justo sin tener miedo. Tener un corazón noble es contar con un corazón fuerte para aspirar por los altos ideales y no para encaminarnos por opciones mediocres.
Es tener un corazón generoso en el trabajo viendo en el NO una imposición, porque se debe cumplir la misión confiada.
Cuando hablamos de una persona noble se entiende que se trata de alguien que siempre intenta actuar rectamente, con sentido de la justicia, que no tiene intenciones ocultas y que procura no dañar a nadie. En caso de legítima defensa, procuraría hacer el menor daño posible.
Tiene un alma noble el que no está encerrado en sí mismo y no se ocupa sólo de su interés propio, sino que tiene energía y riqueza interior para dedicarse también a otros, para apoyar sus necesidades y facilitar, es una persona que no se sobreestima, sabe aprender y es agradecida.
La persona de alma noble trata de alcanzar la meta, pero no odia a su adversario, lo respeta, le reconoce su valor y su dignidad. Una vez terminada la lucha o contienda, olvida la cólera, no cultiva en el corazón el deseo de venganza, perdona. La persona con un corazón noble es muy sensible y solidaria con las personas temerosas, humilladas, lastimada.
Lo contrario a este tipo de persona son LOS MEZQUINOS queines solo buscan su propia meta. Confunden su propio interés con la justicia. Si alguien obstaculiza sus deseos lo odian, lo insultan, lo denigran, están dispuestas a cometer cualquier atropello, cualquier maldad. La persona de alma mezquina es insensible a los demás y es capaz de burla ante la fragilidad del otro. La persona con alma noble es un ser “crecido“, ha desarrollado constructivamente su ser personal y social, promueve el progreso sin cálculos egoístas.Es pues el Noble alguien que ha logrado un despertar genuino en la senda evolutiva del corazón.
Amenhotep Tutmosis

EL ERMITAÑO


EL ERMITAÑO

Después de una larga caminata llegó Bernardo a la cueva donde se encontraba el ermitaño. Llevaba consigo el alimento que éste necesitaba para dos semanas. Nadie más se acercaba allí, apartado de cualquier camino. Muy pocos conocían el acceso a este recóndito lugar, sólo los monjes del monasterio al que pertenecía sabían de su existencia.
Desde la entrada se divisaba el valle. 
El Sol lucía en su cenit y el calor era agobiante. Gracias a los árboles que casi ocultaban el acceso se hacía soportable. 
Las rocas reflejaban el calor como si de fuego se tratase.
El ermitaño se encontraba al fondo de la cueva, no era muy grande. La luz que entraba dibujaba la silueta del monje y dejaba intuir sus rasgos. Su calvicie y su larga barba le daban un aire de solemnidad. Vestía, si se puede decir así, un hábito pardo con agujeros que debían de acompañarle durante ya largos años. Era de pequeña estatura. Sus ojos, redondos, permanecían casi ocultos tras la profunda oquedad en que se alojaban. Una leve sonrisa dibujó al ver al joven monje.
–¿Cómo está, maestro? –preguntó Bernardo.
–Bien, –contestó el ermitaño–. Y no me llames maestro, soy como tú, un simple monje.
Aunque ambos eran parcos en palabras, se estableció un diálogo entre ellos. Al principio, Bernardo, le puso al día de la situación de la comunidad, sobre todo de las penurias económicas por las que atravesaba ésta, dado que sólo vivían de su esfuerzo y el campo últimamente no era muy generoso con ellos. Gracias al voto de pobreza que profesaban llevaban sin dificultad dicha situación.
Bernardo le preguntó al ermitaño el porqué de su retiro, que ya le parecía muy prolongado en el tiempo, pues se encontraba en este lugar después de la última guerra que asoló el país, hacía ya quince años.
«Permanezco –le dijo el anciano–, en este lugar porque quería comprender el porqué del sufrimiento. Viví desde muy joven los golpes de la vida en mi cuerpo y en mi alma. Vi a mi familia destrozada por la codicia, la avaricia y la ambición; los malos tratos psíquicos que día a día vivía junto a mis hermanos y hermanas determinaron nuestro futuro, de estampida se podría calificar la salida de aquel infierno. Cada uno se salvó como pudo, las relaciones eran cada vez más esporádicas, quizás porque nuestro subconsciente no quería despertar aquellos recuerdos que nos marcaron para siempre.
»Busqué infructuosamente respuestas satisfactorias. Nadie sabía responderme a una pregunta tan sencilla: ¿cuál es la causa de tanto sufrimiento? Hablé con filósofos, eruditos, líderes religiosos, pero ninguno supo responderme, se perdían en laberintos intelectuales sin salida. Y mirándoles a los ojos comprendí que no tenían una respuesta, la felicidad no estaba entre sus cualidades.
»Dialogué con obreros, estudiantes, madres, padres..., pero ellos estaban aún más sumidos en el sufrimiento.
»Así que, decidí retirarme. Mi búsqueda de la verdad me llevó un día al monasterio. No buscaba un lugar para esconderme, sino el recogimiento necesario para obtener una respuesta y así se lo propuse al abad del monasterio, él comprendió mi necesidad.
»Al principio me ocupaba de mantener limpio el monasterio. Todo el día con la escoba a cuestas y en la noche, en la soledad de mi celda, le pedía a Dios que me iluminara y lograra respuesta.
»Un día me ofreció el abad la posibilidad de ir a una cueva por un corto periodo de tiempo. Y el tiempo se fue alargando… Yo le pedía seguir aquí y él accedió.»
Después de un largo silencio, Bernardo volvió a preguntarle:
–¿Encontraste la respuesta?
–¡Sí! –dijo el ermitaño, categórico.

Continuó:
«En la soledad y el silencio, en el frio y el calor, en el paso de las estaciones, en el canto de las aves, en el lento transcurrir de los días y las largas horas de la noche, en el contacto directo con la naturaleza… he ido apaciguando mi alma y mi cuerpo. Al principio mis deseos me perseguían con pesadillas, luchaba contra ellos y ese era mi error. Aprendí a no enfrentarme a ellos sino a verlos como un espectador va al teatro, transcurre la obra y después te vas, ahí se quedan. No son tuyos, no te pertenecen. Aprendes de lo visto y experimentado, eso es lo que queda y nada más.
»Aprendí el valor de lo que de verdad importa para subsistir. Supe que los deseos nos esclavizan o nos liberan, que todo dependía del enfoque que les dábamos y dónde nos situábamos nosotros ante el deseo. El deseo hace que desarrollemos la inteligencia pero para obtenerlo podemos poner en peligro la relación con aquello que nos rodea, el daño que podemos causar puede ser irreparable.
»El deseo y la inteligencia, dos instrumentos a nuestra disposición para progresar, pero no para ser sus esclavos. Dejarnos llevar por el deseo sin freno, nos convierte en seres neuróticos, sin control; cuando no son satisfechos hace que nos sintamos vacíos, sin vida, enfermos. Y morimos de insatisfacción. Y renacemos nuevamente, entrando en la rueda del deseo. El deseo nos ennoblece o nos envilece.
»El deseo más noble nos eleva como seres humanos y es aquel en que el otro está por delante de uno y en uno. Deja de ser un deseo para convertirse en una forma de vida. Ya no deseo nada para mí. He canalizado mis deseos y los he transformado en compasión, no en el sentido vulgar de apiadarme, sino de sentir con el otro, ser uno solo.
»Mi conciencia ya no me pertenece a mí sólo, sino que abarca a todo cuanto me rodea. Me importa lo que le ocurre a cualquier ser existente.»
Bernardo estaba entusiasmado, pero una duda le asaltaba la mente: ¿cómo es posible amar al mundo viviendo en soledad? Y así se lo transmitió al ermitaño.
Él le miró y sonriendo, añadió:
«Al trascender mi ego, también trascendí mi cuerpo, estos ya no me limitaban. Mi conciencia se expandía cada vez más. Quiero decirte que los árboles y yo éramos uno, también los pájaros que cerca anidaban. Poco a poco fui abarcando más: el día, la noche, el espacio, no eran un obstáculo para mí. En la quietud y el silencio viajaba a través de mi cuerpo, que ya no era sólo este que ves, se expandía a toda la tierra; todo lo que en ella se encontraba era yo. Y me conocí. Y me hablaba en la noche, en la calle, en la oficina, en el colegio; oía los susurros del mundo que eran los míos; les aconsejaba… me aconsejaba; les ayudaba a percibir con claridad los diferentes caminos a tomar, a distinguir el de su pequeño ego y el de todo su ser, mi ser.»
No tenía Bernardo palabras, su alma se llenaba de gozo ante la sabiduría que ante él tenía.
El ermitaño volvió a tomar la palabra:
–Ya es hora que deje este retiro, he de encontrarme con otros hermanos que he conocido hace poco tiempo.
–¿Bajas al monasterio? –preguntó Bernardo.
–No, estos hermanos están muy lejos, o demasiado cerca según lo enfoques. Hay mucho que hacer aún por esta, tu Tierra, mi Tierra.
El cuerpo del ermitaño comenzó a iluminarse, parecía una explosión de colores y después un blanco intenso absorbió todos los colores. La luz se fue haciendo más tenue hasta que desapareció… y el ermitaño con ella.
Bernardo quedó petrificado. En su mente escuchó: “No te equivoques, no estoy muerto y recuerda siempre: el amor es quien nos salvará de nosotros mismos. Hasta siempre, Bernardo”.
En silencio, comenzó a desandar el camino hacia el monasterio.
Dedicado a l@s inquiet@s
Ángel Hache.

BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN, PORQUE ELLOS SERÁN CONSOLADOS



Henos aquí ante otra bienaventuranza desconcertante. 
Sobre todo en la formulación más tajante de Lucas: Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. ¿Estamos aquí ante una condenación de la alegría y una canonización de la tristeza? ¿Es que el llorar será bienaventuranza y toda risa es maldita? ¿Sólo entre lágrimas podrá el hombre caminar hacia Dios?
Evidentemente no se trata aquí de cualquier tipo de lágrimas. Y la clarificación la tenemos a todo lo ancho del antiguo y del nuevo testamento.
Ya en el antiguo teníamos preanunciada esta bienaventuranza. Me volví —dice el Eclesiástico y vi las violencias que se hacen debajo del sol y las lágrimas de los oprimidos sin tener quién los consuele (4, 1). Pero esta tristeza y llanto se convertirán en gozo bajo la mano de Dios: Los que sembraron en llanto —dice el salmo— cosechen en júbilo (126, 5). Y será Isaías el gran profeta del llanto y del consuelo, porque el tiempo de la cautividad de Babilonia es el tiempo de las lágrimas. Por eso Isaías anuncia como la gran misión del Mesías la de ser el consolador universal. Vendrá —dice-- para consolar a los tristes y dar a los afligidos de Sión, en vez de ceniza, una corona (61, 3).
Estos son los que Cristo proclama bienaventurados: los que son conscientes de que viven en el destierro, los que tienen llanto en el alma, los que experimentan que están lejos de Dios y de la patria prometida, los que sufren en su carne por estar sometidos a la tiranía del pecado, del propio y de los demás. Son los que sufren porque saben que«el amor no es amado», los que sienten el vacío de las cosas y no se enredan en ellas con «la risa del necio, que es como el chisporrotear del fuego bajo la caldera» (Ecl 7, 6).
A todos estos trae Jesús el consuelo y promete bienaventuranza: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis y el mundose alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16, 20).
Esta bienaventuranza comenzará a cumplirse ya aquí en la esperanza, pero sólo tendrá realidad plena al otro lado, en la nueva Jerusalén. En ella Dios será con ellos y enjugará las lágrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajos, porque todo eso es ya pasado (Ap 21, 3-4).
No se anuncia pues la bienaventuranza a los que lloran por envidia de lo que no han podido conseguir, por rabia de su fracaso, por cobardía o mimos infantiloides. No se elogia aquí a los pesimistas, ni a los morbosos que gozan revolcándose en sus propias heridas.
De los que se habla es —como ha escrito muy bien Papini— de los que sienten asco de sí mismos y compasión del mundo y no viven en la supina estupidez de la vida corriente y lloran la infelicidad propia y lloran los esfuerzos fallidos y la ceguera que retrasa la victoria de la luz —porque la luz del cielo no aprovecha a los hombres si éstos no la reflejan , y lloran la lejanía de ese bien infinitas veces soñado, infinitas veces prometido y, sin embargo, por culpa nuestra y de todos, cada vez más lejano; los que lloran las ofensas recibidas, sin aumentar los problemas con la venganza y lloran el mal que han hecho y el bien que hubieran podido hacer y no han hecho; los que no se desesperan por haber perdido un tesoro visible, sino que ansían los tesoros invisibles; los que así lloran, apresuran con las lágrimas la conversión y es justo que un día sean consolados.
Estas son las lágrimas que Dios bendice: las que construyen y no las que adormecen; las lágrimas que no terminan en las lágrimas, sino en el afán de convertirse; las que, al salir de los ojos, ponen en movimiento las manos; las que no impiden ver la luz, sino que limpian los ojos para que vean mejor.
Para esos reserva Dios un infinito caudal de alegrías.
JL. MARTÍN DESCALZO
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CUANDO EL CORAZÓN SE MANIFIESTA



CUANDO EL CORAZÓN SE MANIFIESTA
Paula es una mujer sencilla. Como todo ser humano tienes sus miedos, y por qué no, también prejuicios, pero como consecuencia de sus miedos, y éstos, de la ignorancia.
Va a su trabajo a primera hora de la mañana, y de un oscuro callejón sale un hombre arrastrándose. Está muy herido y le pide auxilio. Ella le reconoce, le ha visto muchas veces en fotos en televisión. Es un terrorista. Las sirenas de los coches de policía se oyen cada más. Le están pisando los talones al fugitivo herido.
Paula mira a los ojos del hombre. Estos le piden ayuda, pero no una ayuda física, pues ella poco puede hacer. Es diminuta de cuerpo y el fugitivo le duplica en mucho la estatura.
Por otra parte no se atreve a acercarse a él. Sus prejuicios asoman. Es un terrorista, y por lo tanto, un ser negativo y cruel. Sin embargo su corazón le pide que vaya hacia él. Paula no sabe que hacer. Y cuando el fugitivo vuelve a tender su mano vacilante hacia ella, Paula se enciende por dentro, como una bombilla de alto voltaje, y una medio silueta de luz sale de su cuerpo con una mano tendida.
En aquel momento Paula comprende. Su corazón se le ha manifestado, quiere abrazar a aquel hombre, y ella entrega su cuerpo y su voluntad.
Va hacia el fugitivo, y acariciándole la cabeza, le deposita un beso en su frente. Sin palabras.
La policía se acerca, y Paula se retira, preguntándose el por qué de todo aquello.
El terrorista es encarcelado. Veinticinco años han pasado ya.
Paula va por el parque con su nieto en el cochecito. Sin querer, tropieza con una rueda con la silla de un hombre anciano incapacitado. De esa silla de ruedas tira un hombre de unos 60 años. Se disculpa ante él, y ve con sorpresa que es el mismo fugitivo al que le tendió la mano años atrás.
Ambos se reconocieron y sonrieron. Sin palabras Pero Paula vió en el rostro de aquel hombre una paz inmensa, una serenidad palpable, y sus manos, llenas de amor, ayudaban a un pobre anciano a que disfrutara de los suaves rayos de sol de un otoño pronto a darle la bienvenida al invierno.
Y sin palabras, cuando ya habían andado unos metros, cada uno por un lado, ambos se volvieron, e instantáneramente y simultáneamente, se estaban enviando un beso con sus manos.
Paula se estremeció, porque pudo ver cómo se encendía por dentro aquel ex-fugitivo, y pudo observar y disfrutar el maravilloso ser que habitaba, que era él.
Este relato es real. Nunca sabemos el alcance que puede tener un gesto de amor, por pequeño que sea, hacia otro ser humano, sean cuales fueran las circunstancias.
Corazón Peregrino.
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domingo, 3 de julio de 2016

El apego en la etapa de la vanidad y de soberbia. (Vicent Guillem)



El apego en la etapa de la vanidad y de soberbia.

Has hablado de que existe apego en la etapa de la vanidad y también en la de la soberbia. Parece que es un egosentimiento bastante difícil de superar.

Así es. El apego se inicia en la etapa de la vanidad y no se supera hasta el final de la etapa de la soberbia.

¿Entonces no existe ningún avance respecto al apego a medida que se va avanzando espiritualmente, desde la vanidad a la soberbia, pasando por el orgullo?

Por supuesto que sí. Pero los avances siempre son graduales. 

Ni es de la misma intensidad ni se alimenta de lo mismo el apego en el vanidoso, que en el orgulloso y que en el soberbio. En el vanidoso el apego es mucho más intenso, menos respetuoso con el libre albedrío de los demás, por el escaso desarrollo del sentimiento, y se alimenta del deseo de ser complacido y atendido, y de la debilidad del vanidoso para avanzar por sí mismo. En el orgullo y la soberbia el apego es menos fuerte, ya que está siendo substituido paulatinamente por el amor, (hay una mezcla de ambos, amor y apego) y se alimenta del temor a no ser querido o del miedo a perder a los seres queridos.

¿Cómo se vencen la avaricia y el apego?

Lo contrario de la avaricia es la generosidad, es decir, que para vencer la avaricia hay que desarrollar la generosidad, tanto material como espiritual. La avaricia y el apego se vencen compartiendo lo que uno tiene con los demás, tanto a nivel material como espiritual.

Codicia-Absorbencia

La codicia es el deseo excesivo de querer poseer cada vez más (y aquello que se codicia pueden ser tanto bienes materiales como de cualquier otra entidad), aunque eso perjudique a otros. El codicioso es aquel que nunca está conforme con lo que tiene y quiere siempre lo que no tiene, también lo que tienen los demás, y no para hasta conseguirlo. Los codiciosos son espíritus derrochadores, porque no aprecian lo que tienen, y envidiosos porque siempre ansían poseer lo que tienen los demás. Cuando el espíritu pasa de la vanidad primaria a la vanidad avanzada, la codicia material se va transformando en codicia espiritual o absorbencia. Llamamos absorbencia a cuando la persona intenta, consciente o inconscientemente, atraer la atención de otras personas para satisfacción de sí misma, manipulando los sentimientos, para que los demás estén pendientes de ella el máximo tiempo posible, sin preocuparse de si de esta forma vulneran o fuerzan el libre albedrío de la persona a la que quieren absorber.

Por ello, la persona dominada por la absorbencia tiene gran dificultad en respetar a los demás, ya que suele pensar sólo en sí misma. La persona absorbente busca llamar la atención a toda costa y suele utilizar el victimismo para conseguirlo. La absorbencia está muy relacionada con el apego y suele ocurrir que ambas formas de egoísmo se dan al mismo tiempo con intensidad semejante, es decir, el que sufre de apego suele ser absorbente. Los celos suelen ser muchas veces una mezcla de apego y absorbencia. A las personas codiciosas-absorbentes se les suele despertar la envidia, o sentimiento de animadversión hacia aquellos que poseen lo que uno desea y no tiene, y este objeto de deseo puede ser una posesión material en el codicioso o espiritual en el absorbente.

¿Entonces es incorrecto pedir que a uno le dediquen atención, porque necesita que le quieran, porque corremos el riesgo de ser absorbentes?

Al contrario. Todos necesitamos ser queridos. Es bueno admitirlo y pedir lo que necesitamos, ya que forma parte de la expresión de nuestros sentimientos.

¿Entonces, cuál es la frontera entre pedir que nos quieran y ser absorbentes?

Cuando se pide de forma sincera, sin obligar, sin engañar, sin manipular, no se es absorbente. Se es absorbente cuando se obliga, se engaña y manipula, en definitiva, cuando se vulnera el libre albedrío de los demás. Además, muchas veces no se pide amor, sólo se pide una complacencia. El amor se ha de dar libremente, si no, no es amor, es obligación. Por tanto es incorrecto exigir que determinadas personas nos quieran, sólo porque nosotros creamos que nos deben querer o atender, porque son familiares o allegados y están obligados a ello.

¿Cómo evoluciona la absorbencia a medida que se va avanzando espiritualmente?

De manera semejante al apego. Como digo, la absorbencia se inicia en la etapa de la vanidad avanzada como una derivación de la codicia y no se supera totalmente hasta el final de la etapa de la soberbia. A medida que el espíritu adquiere mayor capacidad de amar se va llenando más con los propios sentimientos, volviéndose menos dependiente emocionalmente de los demás, con lo cual, ante el avance de la generosidad emocional, la absorbencia va perdiendo fuerza poco a poco. En el orgullo y la soberbia la absorbencia disminuye progresivamente.

LAS LEYES ESPIRITUALES
Vicent Guillem
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