miércoles, 15 de junio de 2016

Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XVI





Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XVI.


LAS GRANDES ENSEÑANZAS CÓSMICAS DE JESÚS DE NAZARET A SUS APÓSTOLES Y DISCÍPULOS QUE PODÍAN CAPTARLAS


Parte XVI.

Más enseñanzas para autorreconocerse:

Exige de ti siempre el máximo, no lo fácil de alcanzar; entonces conocerás el potencial de fuerzas de tu alma.

Exhórtate a ti mismo una y otra vez, llamándote una y otra vez a ti mismo la atención sobre cómo quieres ser.

Si por tanto te llamas a ti mismo la atención, sabes cómo quieres ser. Compórtate así –entonces se manifestará en ti el Yo divino eterno que tú eres, en la eternidad, como ser de la eternidad.


El alma en el hombre, en la Tierra es sólo huésped. El alma se ha hecho hombre para desarrollar el tesoro interno y hacer lo bueno. Lo bueno viene a través de hombres –igualmente lo malo.

El hombre bueno, que vive en Mí, el Cristo, da buenos frutos. El hombre lleno de vicios, que se ha vendido a la oscuridad, trae lo oscuro al mundo.

Dichosos los que traen lo bueno, a través de los cuales viene lo bueno al mundo. ¡Ay de aquéllos a través de los cuales viene lo oscuro al mundo! Los unos van a la luz –los otros sufren en las tinieblas.

Sabed y sentid en vuestros corazones: cuanto más améis a Dios, tanto más os dará Dios. Cuanto más alegres distribuyáis los dones del amor, tanto más recibiréis de Dios. Solamente recibe el desinteresado, porque da a otros desinteresadamente. 

Quien da desinteresadamente, toma y da del eterno SER, del silencio infinito, que es Dios. Así se vuelve más silencioso y consciente de Dios, pues sabe que Dios da, al que da desinteresadamente a otros los dones del tesoro de su realización.

Yo, Cristo, Soy la llave para ser desinteresado, la llave del SER. Yo, Cristo, Soy la llave del portal de la vida. Todos los iluminados entran a través de Mí en el eterno SER, pues Yo Soy la luz del alma, la verdad y la vida.


Tal como Yo sirvo a todos –almas, hombres, animales, plantas y piedras–, también tenéis que servir vosotros desinteresadamente a todos los que están a vuestro alrededor: hombres, animales, plantas y piedras.

El amor desinteresado sirviente es la entrega interna. Inflama el corazón y alegra el alma; late en cada palabra desinteresada y en cada acto desinteresado. Hace al alma ligera y libre, y agiliza la forma de andar, porque alma y hombre personifican la ley del Universo.


Lo que hagáis, hacedlo desde el Espíritu, pues solamente las obras desinteresadas se hacen en y con Dios.

Aunque creáis que vuestra obra es buena, examinaos y ved si la habéis hecho desde el Espíritu, es decir desinteresadamente. Si la habéis hecho con la vista puesta en vuestro yo humano y en vuestro propio bien, puede tener repercusiones opuestas. Tarde o temprano tendréis que sufrir bajo ellas.

Por eso vivid desde el Espíritu y acordaos de la luz interna, que es vuestro ayudante y consejero, Cristo: Yo en vosotros, vosotros en Mí; Yo en ti, tú en Mí.


El verdadero sabio vive en Dios, y Dios vive a través de él. Lo que da, no lo da él –Dios lo da por medio de él–. Lo que hace, no lo hace él –Dios lo hace por medio de él.

El habla, pero no habla él –Dios habla por medio de él–. El trabaja, pero no trabaja él, porque Dios trabaja por medio de él.

El verdadero sabio vive en el mundo para el mundo divino y sólo es transformador del amor desinteresado, de la fuerza interna –él es donación desinteresada–. Por eso no es él quien habla ni actúa, sino Dios por medio de él.


Guarda lo bueno, el SER, como la joya de lo más interno de ti; entonces permanecerás también en lo más interno de ti y hablarás el lenguaje de lo más interno, la verdad.

Quien sólo fue engendrado por hombres, es decir por lo humano, como alma regresará también una y otra vez a los hombres y nacerá de hombres, de lo humano, y hablará el lenguaje de los hombres –hasta que aspire al nacimiento, Dios, al lugar de nacimiento único que es el SER–. Entonces regresará a Dios y vivirá eternamente en El, la corriente del SER; entonces también hablará el lenguaje del SER, por ser nuevamente el SER que ha tomado forma, en el que se mueve.

¡Habla el lenguaje del SER!

Nada está fuera de ti. No lo está la flor, la hierba, la planta, la piedra, el mineral –tú eres el SER, la flor, la hierba, la planta, la piedra y el mineral, porque tú estás como esencia en todo y todo está como esencia en ti.

Allí adonde vayas, donde estés, donde te halles –¡forma parte del templo eterno!; mantén el orden del templo; entonces también serás justo y alcanzarás justicia.


Ten presente:

Lo que no percibes en lo más interno de ti, en tu verdadero SER, tampoco lo has desarrollado aún en lo más interno de ti.

Lo que no está vivo en ti, tampoco lo captas ni lo ves en profundidad. Si tu prójimo no está vivo en ti, tampoco tienes acceso a tu prójimo ni tienes comunicación con Dios.


Examínate a ti mismo: cómo hablas muestra si estás en ti o si sólo hablas desde tu yo, la superficie.


Toma los alimentos en Dios. Tal como el bocado y la bebida entran en ti, actúan en ti e irradian desde ti.

Quien santifica el bocado y la bebida, mantiene viva la consciencia de la comida y de la bebida, consciencia que entonces entra en el alma como esencia y fuerza. La comida y la bebida no fortalecen entonces solamente el cuerpo, sino alma y cuerpo.

Acompaña con tu consciencia cada bocado y cada sorbo de la bebida en su camino dentro del cuerpo.

Las sensaciones, pensamientos y palabras que das a los alimentos y bebidas en su camino dentro del cuerpo, obran correspondientemente en alma y cuerpo.


Todo es energía; también la comida y la bebida son energía. Cómo sientes y piensas: con estas fuerzas magnetizas el alimento y la bebida; esto les das también para su camino dentro del cuerpo.

Permanece por tanto en lo más interno de tu templo también al tomar los alimentos, pues también la comida y la bebida forman parte del orden del templo, de la ley del templo.

Cada aspecto de la consciencia es igual al estado de consciencia. Tiene en sí la totalidad y se habla también a sí mismo correspondientemente al grado de consciencia.

También los frutos y la bebida –cada alimento– son consciencia y hablan el lenguaje de su grado de consciencia. Es decir, están en comunicación con la corriente en la que se mueven y tienen su existencia.

Tal como tú, el hombre, te comportas respecto al alimento y a la bebida, son las repercusiones en ti y en tu vida. Todo es vibración, que se manifiesta en ti y en tu vida, y que también te marca.


Mis palabras son Espíritu y vida. El que está madurando espiritualmente, que aspira a la luz, a Mí, se vuelve más sensitivo, más permeable para la vida interna. Reconociendo la vida, ya no tomará alimento muerto. Tampoco comerá glotonamente ni consumirá grandes cantidades de alimento.

El que está madurando espiritualmente, vive de dentro hacia fuera. Correspondientemente escogerá sus alimentos, de forma que su cuerpo físico reciba lo que necesita para vivir, pero no más que esto.

El hombre espiritual no vivirá voluptuosamente. Dará a su cuerpo lo que éste necesite. No lo llenará.

Comprended: muchos creen que si ayunan y se mortifican se acercarán más pronto a Dios. Esto es un error del entendimiento.

El crecimiento espiritual no va acompañado de un régimen alimenticio con ayuno o mortificación. Tampoco son precisas determinadas formas de oración. Lo importante es que el hombre viva desde el Espíritu; pues entonces todo se ordena por sí mismo, no hacen falta reglas –hace falta una vida consecuente, caminando el hombre cada vez más hacia adentro hasta el manantial de la vida, para tomar y dar del manantial del SER.

No se trata del bien corporal, sino de la actitud espiritual, de lo que hacéis o no hacéis.


Examinad por tanto si lo que queréis hacer corresponde a lo más interno de vosotros y sirve a vuestro crecimiento espiritual. Sed por tanto honestos con vosotros mismos. No hagáis nada que se oponga a la verdad eterna, al eterno SER, pues a Dios nada Le es oculto. Algún día lo que hayáis ocultado se hará manifiesto y vosotros mismos tendréis que ver si vuestra forma de pensar y obrar fue honrada y sincera.

Mientras dirijáis vuestras miradas a cosas terrenales, no habréis entrado en el Reino de Dios y edificaréis sobre un reino externo que es irreal.

Cuando pidáis por la sanación del cuerpo, el ayuno externo sólo puede ser saludable si al mismo tiempo dejáis de lado vuestros pensamientos humanos –lo que hayáis reconocido de humano–, volviéndoos así libres para la irradiación de la luz.

Cuando aprecies lo más sagrado en todo, conservándolo en ti como tesoro y vida y dejándolo obrar a través de ti, te sentarás a comer a la mesa del Señor en el lugar más sagrado.

Permanece por tanto en cada situación, en todo lo que hagas –también al tomar el alimento– en lo más interno de tu templo; pues el templo de lo más interno de ti está erigido con la esencia de todos tus semejantes y con la esencia de los reinos de la naturaleza.


Lo divino en tu prójimo, y toda fuerza en el mineral, en la piedra, en la planta, en el animal, es una piedra de edificación de tu templo interno, en el que habita el Santísimo.

Si falta una piedra de edificación de tu templo, estás desavenido con hombres o con ámbitos de la naturaleza. Entonces también tu templo es imperfecto. Esto significa que no estás en la ley de Dios ni eres la ley de Dios. Entonces tampoco puedes entrar en lo más sagrado de ti, para habitar allí.

Entonces tampoco te sentarás a la mesa del Señor, sino a la mesa de los hombres que –al igual que tú– toman descuidadamente la vida, los dones de Dios. Entonces vas errante y eres una oveja descarriada que se deja desorientar, ya que es ciega y a menudo mantenida ciega porque es adicta a ciegos que la llevan a un templo erigido por manos humanas.

En cambio, si estás dispuesto a erigir, purificar y terminar de construir tu templo interno mediante una vida en Dios, también te alzarás y verás claro.

En la medida en que perfecciones tu templo interno, mantendrás el orden del templo y hallarás entrada al templo interno.

Si tu templo es perfecto, tú eres uno con todos los hombres y seres, con todo lo que es. Entonces también eres uno con el Universo y sus leyes, y habitas asimismo en lo más sagrado, porque tú estás en el Universo y éste en ti y vosotros sois de eternidad a eternidad.

El Reino de Dios es el reino interno. Sólo puedes percibirlo con los ojos internos y sólo puedes oír con los oídos internos lo que las leyes internas te dicen.

El verdadero SER, tu herencia, solamente puedes oírlo en el interior. El te habla y habla contigo, porque Yo Soy el «Yo Soy» y tú eres el Yo Soy. Por eso tú eres Yo y Yo Soy tú, y donde tú estás estoy Yo, y donde Yo estoy estás tú, porque todos y todo están en ti –tú y Yo como unidad en todo.

Tú y Yo –la fusión de ambos en el Yo Soy– lo puedes experimentar solamente en lo más interno de tu templo, en lo más sagrado donde está todo –el Tú en el Yo y el Yo en el Tú–. No hay nada en lo que no estemos Tú y Yo como unidad, porque Dios es el Tú y el Yo, la consciencia de la unidad. Dios es el Tú; tú eres el ser divino. Cuando has captado esto, no buscas a tu prójimo –no le llamas–. El está presente –¡en ti!–. Estés donde estés, él está contigo, porque él está en ti –el Tú y el Yo fundidos en el Tú, en la Ley, Dios, el Yo Soy en ti.

El Tú de Dios es la dualidad. En Dios dos llegan a ser uno. Todos los números desembocan en el Uno, en el SER-Uno, porque Dios une todo y a todos y todos los seres son imagen y semejanza del Uno, de Dios.

Tú eres Mi pensamiento, el pensamiento del Padre universal, la Ley. El Mi es tuyo; pues el Eterno, que Yo Soy, y tú, somos uno.

Tú, el que es puro, hablas el Yo divino, porque tú eres el Yo divino. Por eso te hablas a ti mismo, y en todo y en todos te diriges al Yo divino, a ti en el prójimo y en todas las cosas, acontecimientos y sucesos.


La palabra del que es puro es el Yo divino, que está en todo. La Ley se habla a sí misma y se crea a su vez a sí misma, porque todo está en todo –ella es siempre la totalidad.

Tú hablas en todo a la totalidad, y en cada faceta de la verdad, de nuevo a la totalidad. La irradiación de consciencia correspondiente, la faceta, te contesta en ti, y tú por tu parte también percibes la totalidad en ti.

No te hace falta preguntar por el estado de consciencia. Dirígete siempre a la totalidad, porque en lo más pequeño está lo grande y en lo grande lo más pequeño.


Desde allí hacia donde está irradiando el pensamiento de la Ley, irradia él a su vez a la Ley.

Lo que contiene el pensamiento de la Ley, ya se ha cumplido en ti, porque la ley eterna es igual a cumplimiento.

El pensamiento de la Ley no puede ser destruido o desviado. Al emitirse ya se ha cumplido en ti.

En el mundo exterior el pensamiento de la Ley se cumple, conforme a la ley del libre albedrío, cuando halla entrada al corazón del hombre.

Sin embargo, el pensamiento de la Ley no conoce impedimentos. El irradia a través de toda condensación y todo impedimento, y espera hasta que es recibido. El sigue el camino del cumplimiento también a nivel externo, porque él es una parte de la ley eterna que se encuentra en lo más interno del hombre.

El pensamiento de la Ley no conoce el tiempo; él es la Ley y es intemporal. El camino hacia el hombre hasta el exterior, puede significar, para el hombre, un retraso, porque el pensamiento de la Ley conoce el instante para actuar y permanece como cumplido en el aura del hombre hasta que halla entrada.

En la sensación legítima y en el pensamiento legítimo no hay ningún retroceso ni disolución de la sensación o del pensamiento, porque ellos son la ley eterna, la fuerza universal.


Yo, Cristo, siendo Jesús de Nazaret, enseñé las leyes eternas sagradas a algunos apóstoles y discípulos que podían captarlas. A pesar de sus conocimientos espirituales, una y otra vez tuve que pararlos cuando estaban a punto de caer en lo humano, en la realidad engañosa, y explicarles una y otra vez el pensamiento sagrado –el Yo divino eterno–, que ellos dejaban salir una y otra vez de su más profundo interior porque les parecían más cercanas las falsas apariencias, la realidad engañosa, el pensamiento humano.

Les hablé con palabras como éstas:

La palabra sagrada, que es la fuerza de Dios y que ha nacido en vosotros, solamente podéis envolverla con el yo humano –que se forma en el consciente y en el subconsciente– si no la conserváis en vosotros como Yo divino verdadero, si a pesar de lo que sabéis la sacáis de vuestro más profundo interior mediante la duda, los miedos o la impaciencia.

El núcleo de los pensamientos y palabras humanos es la palabra de Dios. Ella sigue siendo divina. La envoltura, sin embargo, se orienta contra vosotros y se convierte en carga para vosotros.

Cada sensación legítima y cada pensamiento legítimo parten de la fuerza eterna, Dios, y de la comunicación con Dios. Aunque estén envueltos por el yo humano, el núcleo –la vida– permanece en Dios.

La Ley, Dios, es: emitir y recibir. La ley eterna se emite a sí misma y se recibe a sí misma. Por eso ninguna energía se pierde. Por tanto la ley eterna se habla a sí misma, y la respuesta es a su vez la ley, el Yo divino, porque todo es Su ley y todas las formas de vida puras son la ley y todas ellas tienen su existencia en la ley fluente.

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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XV


Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XV.


Quien acusa a su prójimo de falsedad y mentira, sin poder demostrar esta afirmación, da testimonio de sí mismo, de que está en el borde de la corriente y que arroja piedras a aquél –y así se apedrea a sí mismo, pues su prójimo, al que él acusa, es en su interior una parte de él.

Quien sólo está en la orilla de la corriente, cree que ella es la realidad, porque no conoce la corriente. Quien se comporta así, da por sí mismo testimonio de lo que él todavía es.

Quien habla la palabra, el Yo Soy, ve en profundidad la verdad y la falsedad. Da aclaraciones, rectifica y luego sigue su camino, pues sabe esto: quien cambia y se consagra a Dios, sigue el camino que conduce a la libertad. Pero quien no cambia, va por el camino pedregoso que lleva al sufrimiento, para, a través del sufrimiento, que es igual al pecado, despertar a la verdad, a fin de poder entrar entonces en la verdad.

Si no os cansáis de buscar la verdad, os encontraréis a vosotros, reconociendo vuestros errores y debilidades y purificándolos a tiempo, antes de que os sobrevenga el sufrimiento. 

Por eso nunca os canséis de buscar, o de otro modo tendréis que sufrir vuestros aspectos pecaminosos.

Quien no desea mirarse a sí mismo, mira siempre hacia su prójimo. Es de la opinión de que él es el bueno y el prójimo el malo. De esta forma de comportarse surge el sabelotodo, que es de la opinión de que puede conducir los procesos del Universo, ya que se tiene a sí mismo por omnisapiente.

Comprended: el necio ”lo sabe todo mejor”. Si el prójimo se dirige a él con su necedad, se pelean dos necios. A ambos les falta la sabiduría.

Lo opuesto a la verdad es la necedad; en ésta se ocupan muchísimos.

Si el alma va, siendo necia, a los mundos que ella misma ha determinado con su necedad, a su alrededor hay solamente necedad, porque ella vive en sus imágenes engañosas de necedad. Aun cuando el que en otro tiempo fuera hombre conozca las leyes de Dios, si no las ha cumplido sigue siendo un necio y un esclavo de la esclavitud, de la necedad que ha vivido y con la que se ha rodeado.

Quien no se enfrenta a su existencia terrenal, no tiene ninguna comunicación con el mundo espiritual.

Quien no recorre el camino al reino del interior, quien por tanto no se refina en sensaciones, pensamientos, palabras ni obras, permanece apegado a este mundo, a la vida temporal. Ya viva o muera, ya esté despierto o duerma –ni esta existencia terrenal ni la muerte le enseñan nada nuevo, porque él ha seguido siendo el hombre antiguo, pecador, a pesar de lo que sabe.

Ningún hombre puede huir de sí mismo. Cada cual tiene que verse a sí mismo y expiar lo que ha puesto sobre sí. La tarea que la vida le plantea, es su vida.

Un día se le plantea la tarea de expiar lo que ha cargado sobre sí.

Lo que tú mismo introduces en los astros –el grandioso registro–, está constantemente al acecho para abalanzarse sobre ti. Tú mismo eres por tanto el peligro para ti mismo.

Si no os cansáis de buscar vuestro verdadero Yo divino, estáis dispuestos a aprender. Quien esté dispuesto a aprender, se reconocerá a sí mismo y en el autorreconocimiento encontrará su verdadero SER. El realizará, hallando así plenitud.

Si alma y hombre no están dispuestos a aprender, es decir a encontrarse en Dios a través de la realización, la vida del alma y del hombre se vuelve más dura y penosa.

Si sufrís, sentid en el sufrimiento por qué sufrís. Dejad que surjan las sensaciones y los pensamientos del sufrimiento, pues ellos hablan su lenguaje. Y si no os cansáis de cumplir la ley eterna, en el sufrimiento maduraréis y os acercaréis a la luz que os trae la paz y el silencio.

El ser humano no debería lamentarse del camino de su vida terrenal ni condenar el camino de su vida.

Quien pretende conocer el camino de su vida, también pretende tener competencia sobre la Creación.

Todos los caminos que el Espíritu enseña conducen a una única meta: que alma y hombre encuentren el camino hasta el SER, que es Dios.

La esperanza y el anhelo de Dios provocan el cumplimiento de la esperanza. Donde está la esperanza, el anhelar este cumplimiento, impera Dios.

Yo, Cristo, os doy enseñanzas para que os autorreconozcáis, para que siempre podáis recurrir a ellas cuando os volváis tibios:

Decidíos por Dios en toda situación, y así os escaparéis de las tinieblas.

Si el hombre unas veces se inflama y otras se enfría, es indeciso y sirve a las tinieblas. Quien se decide por el mundo, se decide por la embriaguez del yo. Entonces le inspira el mundo y le inspiran aquellos que pertenecen al mundo.

Con el hombre las tinieblas hacen un juego: lo influencian –una vez a favor de Dios, otra en contra–. Así quieren escarnecer a Dios. Practican este juego con el hombre hasta que éste se decide.

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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XIV


Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XIV.


Comprended: una cultura no puede ser implantada a un hombre o en un país. La cultura tiene que ir creciendo a partir del hombre. Donde no hay cultura hay mucho culto.

El Tú Soy Yo y el Yo eres tú.

Por eso ten presente lo siguiente:

Tú eres lo fino y bello.

Tú eres lo noble y puro.

Tú eres, en el Tú que es eternamente, lo excelso.

El Excelso es el Uno.

Tú en el Tú –el Excelso– eres lo excelso, que sabe acerca de todas las cosas, porque el Excelso es el Padre –la grandeza, el poder y el Universo mismos.

El es la cultura y lo cultural, pues El es Creador, Dios, Portador, Movedor, Donador –el SER.

El es belleza, brillo, plenitud.

El es tu Padre –tú, Su hijo, la herencia.

Tú eres, en el mar de luz –Dios–, la luz; por eso no necesitas aferrarte a nada ni a nadie.

Tú, el que es puro, eres la rectitud y el que es recto. Tú no te apoyas ni en hombres ni en cosas u objetos. Tú recibes tu fuerza exclusivamente de lo más sagrado en ti mismo, que eres tú, el Yo divino, en ti, el Yo divino.

Por tanto, no te apoyes en hombres, o te volverás dependiente y deshonesto. Quien se apoya en hombres, también menosprecia a hombres. El que es dependiente se convierte en apéndice de sus semejantes. Cuando éstos ya no le apoyan, se siente solo.

No te apoyes ni aferres a cosas u objetos, pues eso dice de ti que te rebelas contra tu prójimo. Eso también indica la agitación de tu ánimo.

Has de saber que todo hombre irradia su grado de vibración. También las cosas y objetos irradian lo que se adhiere a ellos. 

Si te apoyas, atraes de hombres, cosas u objetos aquello que te ha movido a apoyarte o que ha producido la agitación de tu ánimo.

Repito: a los hombres, cosas y objetos se adhieren innumerables vibraciones, que se ponen a vibrar en aquel que tiene algo igual o parecido en sí o en su vida y le asedian. Así se refuerzan tus analogías, tu actitud de rebeldía y la agitación de tu ánimo.

No te apoyes en nada ni en nadie, sino sé firme, recto y sincero; entonces eres o te volverás el Yo Soy, la rectitud, la justicia, la ley universal.

Reposa en ti. Cualquier cosa que hagas, hazla por completo, totalmente concentrado, centrado en la cuestión y el asunto.

El sabio, que vive en el templo purificado, también mantiene el orden del templo al hacer un trabajo escrito. Ahora él escribe. Sus sensaciones y pensamientos están con la redacción de su escrito. Desde lo más interno de sí, el Santísimo, en el que vive y desde el que da, influye sobre lo externo, sobre cada letra y cada palabra. De ese modo confiere la fuerza a lo escrito y lo traspasa con la ley eterna, Dios.

Hagas lo que hagas, mantén en todo el orden del templo.

Ahora vas aquí y allá, y estás contigo, porque estás en ti.

Ahora trabajas en la mesa de trabajo, y estás con la pieza de trabajo, y así en ti y contigo.

Hablas con tu prójimo, estás contigo y en ti, y en la palabra hablas la ley.

Lo que haces, lo haces por completo.

Si tienes un objeto en una mano, no has de tener ningún otro en la otra mano, a no ser que ambos objetos estén en concordancia recíproca y no estén en oposición el uno respecto del otro. Si por ejemplo tienes en una mano la pieza de trabajo y en la otra mano la herramienta con la que elaboras la pieza de trabajo, ambos instrumentos están en concordancia recíproca, porque uno sirve al otro.

Cuando redactes un escrito, ten en tu mano exclusivamente el instrumento para escribir. Si por ejemplo en la otra mano tuvieras una regla o un objeto para borrar lo escrito, te desconcentrarías y tu atención estaría dividida, porque estas dos vibraciones que no están en concordancia recíproca, producirían en ti distracción y disonancias.

Si en la otra mano tienes una regla, por ejemplo, subrayarás a menudo expresiones que no deberían subrayarse, o subrayarías lo que tú mismo aún eres o aún no eres. Con ello darías expresión y fuerza a tu yo humano, porque te subrayarías a ti mismo, tu yo. Si en una mano tienes el instrumento para escribir y en la otra el objeto para borrar lo escrito, te equivocarás con frecuencia y luego lo borrarás.

Reconócete en todo y date a ti, tu yo inferior, por vencido; entonces obtendrás el Yo Soy, el SER, que es todo, que sabe acerca de todo y cuya mirada traspasa todo, que oye todo, que habla a través de ti.

Comprende una y otra vez: lo puro se produce exclusivamente en lo más interno del alma, en lo puro –lo impuro exclusivamente en el exterior, en el mundo de los sentidos.

Comprende: el entendimiento del hombre no es el corazón del alma. Quien habla desde el entendimiento, habla desde los programas humanos, porque no está en casa en lo más interno, en el SER, que sabe acerca de todas las cosas, que lo ve todo, que lo oye todo, que se habla a sí mismo.

Las palabras habladas desde el intelecto, llegan a su vez tan sólo al intelecto. No contienen fuerza alguna; por eso están limitadas y centradas en la materia, en la que también son activas.

Tal como en el transcurso de los tiempos el pensamiento y la vida de la humanidad se transforman, sucede también con la palabra que está marcada por el intelecto. De época a época se habla una y otra vez a sí misma, sólo que con otras palabras y conceptos.

El yo humano, inferior, perece, porque únicamente nace del intelecto y es hablado a partir de ahí.

La superficie es el intelecto, que a su vez reacciona superficialmente. De forma que el intelecto es solamente la superficie del lago, no el fondo. En la superficie hay sólo reflejo, y no la verdad.

La palabra de lo más interno es el Yo Soy, la palabra de la ley eterna. No nació como la palabra del intelecto. La palabra de Dios es de eternidad a eternidad, y quien la habla es de eternidad a eternidad.

El verdadero sabio, el iluminado, habla el Yo Soy. Es la ley eterna, la palabra que en lo más interno del alma se habla a sí misma eternamente.

El que está pleno de Dios nunca habla la palabra del intelecto, porque él está en casa en lo más interno, en el Yo divino que él habla.

Deja que la palabra se forme en ti, antes de pronunciarla.

Tanto si piensas como si hablas, ambas cosas son energías que no se pierden.

Lo que se siente en lo más interno, en el templo santificado, es al mismo tiempo la palabra. Lo más interno da buenos frutos, porque la sensación que produjo el pensamiento y hace surgir la palabra, es el fruto divino, la luz y la fuerza que vienen a este mundo mediante el Espíritu de Cristo, que vence a las tinieblas.

Quien se ha vencido a sí mismo con la fuerza de Cristo, contempla lo que es, y habla el SER, el presente, Dios. El hombre externo, por el contrario, habla desde el pasado y el futuro humanos, pues el presente de este mundo es sólo un hálito que, cuando apenas se ha captado, ya se ha desvanecido.

El hombre divino, que en lo más interno está en casa, contempla en lo que se está formando el Es, porque en lo más interno todo es presente y ya se ha producido. El hombre divino vive y obra desde el presente de Dios. Lo que para el hombre-externo tan sólo está en formación, para el hombre divino ya se ha producido, en lo más interno.

Quien vive en lo más interno, contempla también en lo más interno lo que en el mundo exterior se está produciendo y se producirá, y cómo va tomando forma. Con sus sensaciones divinas él acompaña los pasos que aún han de darse en el exterior, pero que en lo más interno ya están dados. En el formarse, él pone la totalidad, de modo que también en el exterior se forme como ya es en lo más interno.

Lo que el hombre-interno guarda y mueve en lo más interno, también se realizará en lo externo, en el mundo de los sentidos, porque en lo más interno ya es y también sigue guardado y es movido.

El lenguaje del SER es impersonal. Lo impersonal no espera nada; no quiere nada; habla su yo, el Yo divino eterno. El Yo divino eterno es el infinito y la plenitud eterna. Los seres puros son el Yo divino que ha tomado forma, la plenitud que ha tomado forma.

Si eres el Yo divino, eres la palabra del Yo divino, que habla en ti y va al mundo como sonido y son, y allí se habla y vibra hacia el oído del mundo y en el oído del SER en el hombre y suena en su alma. Así también se transformará mucho en el mundo, para bien de la totalidad.

Deja que lo que hablas en voz alta fluya desde ti y a través de ti; se formula por sí mismo en ti, porque es el Yo divino. Esto es el Yo Soy, la palabra del SER, la vida y el contenido de la vida. Es lo absoluto, que nunca perece, aunque los tiempos se transformen y pasen.

La palabra que es el SER, el Yo Soy, la ley eterna, que está en la corriente del Universo, no recae sobre ti como la palabra del intelecto, banal y pobre en energía. La palabra, el SER, permanece en la corriente del SER y te traspasa a ti, el SER que ha tomado forma, y también a Mí, el SER que ha tomado forma, y a todo lo que se halla en la corriente del SER y tiene allí su existencia.

Habla por tanto la palabra, el SER, en ti.

Aprende a mover todo en lo más interno de ti, a recibirlo en lo más interno y a hablarlo desde lo más interno; entonces hablarás el lenguaje del SER.

Todo lo que perdura eternamente, se produce en lo más interno del alma. Esto es la verdad; esto es la perdurabilidad; esto es la vida; esto es la corriente, el Yo divino, el Yo Soy. Es la vida y la substancia de la vida en ti.

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martes, 14 de junio de 2016

El libro de los secretos (Deepak Chopra) SECRETO 10


La muerte hace posible la vida

SECRETO-10
Imagino que sí la espiritualidad buscara en la Avenida Madison asesoría para su comercialización, la propuesta sería: “Atemoriza a las personas con la muerte”. 
Esta táctica ha funcionado durante miles de años, porque todo lo que podemos ver de la muerte es que una vez que morimos, dejamos de estar aquí, y esto provoca un profundo temor. 
No ha habido época en que las personas no quisieran saber desesperadamente qué hay “al otro lado de la vida”. 
Pero, ¿qué pasaría si no hubiera “otro lado”? Quizá la muerte es relativa, no un cambio total. Después de todo, cada 10 de nosotros está muriendo todos los días, y el momento que llamamos muerte es en realidad una extensión de este proceso. San Pablo hablaba de morir para la muerte, refiriéndose a tener una fe tan firme en la vida después de la muerte, y en la salvación prometida por Cristo, que la mordiera su poder de provocar temor. Pero morir para la muerte es también un proceso natural que ha estado en marcha en las células durante billones de años. La vida está íntimamente entrelazada con la muerte, como podemos ver cada vez que una célula cutánea es desechada. Este proceso de exfoliación es el mismo mediante el cual un árbol deja caer sus hojas —el término latino para “hojas” es folia—, y los biólogos tienden a considerar a la muerte como un mecanismo para la regeneración de la vida. 
No obstante, esta perspectiva ofrece poco consuelo cuando la hoja que debe caer del árbol para dar lugar al siguiente retoño es uno mismo. En vez de examinar la muerte desde un punto de vista impersonal, quisiera que nos concentráramos en tu muerte, en el supuesto fin del tú que está vivo en este momento y que quiere seguir estándolo. 
El prospecto de la muerte personal es un tema que nadie quiere enfrentar; no obstante, si puedo mostrarte cuál es la realidad de tu muerte, podrás vencer toda esa aversión y miedo y prestar más atención tanto a la vida como a la muerte. 
Sólo al enfrentar la muerte puedes desarrollar una pasión verdadera por estar vivo. La pasión no es desesperación; no está impulsada por el miedo. Sin embargo, justo en este momento, muchas personas creen que están arrebatando la vida a las mandíbulas de la muerte, desesperados por el conocimiento de que su tiempo en el planeta es muy breve. 
Pero cuando nos consideramos parte de la eternidad, se termina este arrebatar las migajas de la mesa y en su lugar recibimos la abundancia de la vida, de la que oímos hablar tanto y que pocas personas poseen. He aquí una pregunta simple: cuando seas abuelo, ya no serás bebé, adolescente ni adulto joven. Cuando llegue el momento de ir al cielo, ¿cuál de estas personas se presentará? 
Casi todos se sienten totalmente desconcertados cuando se les plantea esta pregunta, pero no es vana. 
La persona que eres hoy no es la misma que cuando tenías diez años. Sin duda, tu cuerpo es completamente distinto al del niño de diez años. Ninguna de las moléculas de tu cuerpo es la misma, ni tampoco tu mente. Sin lugar a dudas, no piensas como un niño. En esencia, el niño que fuiste está muerto. 
Desde la perspectiva del niño de diez años, el bebé de dos años que alguna vez fuiste también está muerto. 
La razón por la cual la vida parece continua es que tienes recuerdos y deseos que te unen al pasado, pero éstos asimismo están cambiando siempre. Así como tu cuerpo viene y va, tu mente lo hace con sus pensamientos y emociones fugaces. 
Sólo la conciencia contempladora puede ser considerada como ese observador: sigue siendo la misma mientras todo lo demás cambia. El espectador u observador de la experiencia es el yo 
a quien ocurren todas las experiencias. 
Sería inútil aterrarte a quien eres en este momento en función del cuerpo y la mente. (Las personas se sienten desconcertadas cuando piensan cuál yo llevarán al cielo porque imaginan a un yo ideal que irá ahí o un ser que han prendado a su imaginación. 
Sin embargo, en cierto nivel todos sabemos que nunca hubo una edad que pareciera ideal.) La vida necesita refrescarse. Necesita renovarse. Si pudieras vencer la muerte y seguir siendo quien eres — o quien eras en el que consideras el mejor momento de tu vida— lo único que lograrías sería momificarte. A cada momento estás muriendo para poder seguir creándote. Ya hemos visto que no estás en el mundo; el mundo está en ti. Éste, el principio fundamental de la realidad única, también significa que no estás en tu cuerpo; tu cuerpo está en ti. 
No estás en tu mente; tu mente está en ti. No hay lugar en el cerebro donde pueda encontrarse una persona. Tu cerebro no consume ni una molécula de glucosa para mantener tu sentido del yo, pese a los millones de estallidos sinápticos que sustentan todas las cosas que el yo está haciendo en el mundo. 
Así, aunque decimos que el alma deja el cuerpo de una persona en el momento de la muerte, sería más correcto decir que el cuerpo deja al alma. El cuerpo ya está yendo y viniendo; ahora se va sin regresar. El alma no puede irse porque no tiene dónde ir. Esta proposición tan radical necesita explicación, pues si no vas a ningún lado cuando mueres, ya debes estar ahí. 
Es una de las paradojas de la física cuántica cuya comprensión depende de saber de dónde provienen las cosas por principio de cuentas. A veces planteo a las personas preguntas como: “¿Qué comiste ayer?” Cuando responden: “Ensalada de pollo” o “Bistec”, yo les pregunto: “¿Dónde estaba ese recuerdo antes de que te preguntara?” Como ya vimos, no hay una imagen de ensalada de pollo o de bistec impresa en tu cerebro, ni sabores
u olores de comida. Cuando traes un recuerdo a la mente, concretas un acontecimiento. Las explosiones sinápticas producen el recuerdo, repleto de imágenes, sabores y aromas si así lo deseas. Antes de concretarlos, los recuerdos no están circunscritos, lo que significa que no tienen un lugar; son parte de un campo potencial de energía o inteligencia. 
Esto es, tú tienes el potencial de la memoria, que es infinitamente más vasto que un recuerdo individual» pero imperceptible. Dicho campo se extiende de manera invisible en todas direcciones; las dimensiones ocultas de las que hemos hablado pueden entenderse como distintos campos inmersos en un campo infinito, que es el ser. Tú eres el campo. 
Todos cometemos un error al identificarnos con los acontecimientos que vienen y van en el campo: son momentos, accidentes aislados en que el campo se concreta momentáneamente.
La realidad subyacente es potencial puro, que también recibe el nombre de alma. Sé que esto suena muy abstracto, y los antiguos sabios de India lo sabían también. Contemplando la creación, que está llena de objetos de los sentidos, forjaron un término especial, akasha, para referirse al alma.
La palabra akasha significa literalmente “espacio”, pero en un sentido amplio se refiere al espacio del alma, el campo de la conciencia. Cuando mueres no vas a ninguna parte porque ya estás en la dimensión del akasha, que está en todas partes. 
(En la física cuántica, la partícula subatómica más diminuta está en todas partes en el espacio-tiempo antes de ser localizada como partícula. Su existencia no circunscrita es igualmente real, pero invisible.) 
Imagina una casa con cuatro paredes y un techo. 
Si la casa se incendia, las paredes y el techo se vienen abajo. Pero el espacio interior no se modifica. Puedes contratar a un arquitecto para que diseñe una casa nueva, y luego de que la construyas, el espacio interior seguirá sin modificarse. 
Al construir una casa sólo estás dividiendo el espacio ilimitado en dentro y fuera. Esta división es una ilusión. Los antiguos sabios decían que tu cuerpo es como esa casa. 
Se construye cuando naces y se incendia cuando mueres, pero el akasha, el espacio del alma, sigue inmutable; sigue siendo ilimitado. 
Según estos antiguos sabios, la causa de todo sufrimiento de acuerdo con el primer klesha, es no saber quiénes somos.
Si estamos en el campo ilimitado, la muerte no es en absoluto eso que hemos temido. El propósito de la muerte es que te imagines con una nueva forma y una nueva ubicación en el tiempo y el espacio. En otras palabras, tú te imaginas en esta vida específica, y al morir te sumerges de nuevo en lo desconocido para imaginar tu siguiente forma.
No considero que ésta sea una conclusión mística (en parte porque he conversado con físicos que apoyan esta posibilidad con base en su conocimiento de la no-circunscripción de la energía y las partículas), pero no es mí intención convertirte a la creencia en la reencarnación, Sólo estamos siguiendo a una realidad hasta su fuente oculta. Justo ahora estás creando pensamientos nuevos al concretar tu potencial; así, parece razonable que el mismo proceso haya producido a quien eres ahora. 
Tengo una televisión con control remoto, y cuando oprimo un botón puedo cambiar de CNN, a MTV o a PBS. 
Mientras no accione el control remoto, esos programas no existen en la pantalla; es como si no existieran en absoluto.
No obstante, sé que cada programa, entero e intacto, está en el aire como vibraciones electromagnéticas que esperan ser seleccionadas, Del mismo modo, tú existes en akasha antes de que tu cuerpo y mente sintonicen la señal y la manifiesten en el mundo tridimensional. Tu alma es como los múltiples canales disponibles en la televisión; tu karma —o acciones— sintoniza el programa. 
Aunque no creas en una o en el otro, puedes convertir la asombrosa transición de un potencial que flota en el espacio —como los programas de televisión— a un acontecimiento categórico en el mundo tridimensional. Entonces, ¿cómo será la muerte? Tal vez sea como cambiar de canal. 
La imaginación seguirá haciendo lo que siempre ha hecho: proyectar imágenes nuevas en la pantalla. Algunas tradiciones creen que cuando una persona muere, ocurre un proceso mediante el cual revive su karma para entender cuál fue el meollo de esta vida y prepararse para establecer un nuevo acuerdo espiritual para la siguiente. Se dice que en el momento de la muerte, la persona ve pasar toda su vida, no a la velocidad del rayo —como experimentan quienes se están ahogando— sino lentamente y con plena comprensión de cada una de las elecciones hechas desde el nacimiento. Si estás condicionado a pensar en términos de cielo e infierno, tu experiencia será ir a uno u otro. (Recuerda que la concepción cristiana de esos lugares no es igual en la versión islámica, ni a los miles de lokas del budismo tibetano, que contempla una multitud de mundos después de la muerte.) El mecanismo creativo de la conciencia producirá la experiencia de ese otro lugar, mientras que para una persona que hubiera llevado la misma vida con un sistema de creencias distinto, esas imágenes podrían parecer un sueño extático, la representación de fantasías colectivas —como un cuento de hadas— o el desarrollo de temas de la infancia.
Pero si fueras a otro mundo después de la muerte, ese mundo estará en ti tanto como éste, ¿Eso significa que cielo e infierno no son reales? Asómate por la ventana y mira un árbol. 
No tiene otra realidad excepto como un acontecimiento en el espacio-tiempo concretado a partir del potencial infinito del campo. En consecuencia, podemos decir que cielo e infierno son tan reales como ese árbol, e igualmente irreales. 
La ruptura absoluta entre la vida y la muerte es una ilusión. 
Lo que preocupa a las personas ante la pérdida del cuerpo es que parece una ruptura o interrupción terrible.
Esta interrupción se concibe como desaparecer en el vacío; es la extinción total de la persona. Pero esta perspectiva, que suscita un miedo terrible, está limitada al ego. 
El ego ansia la continuidad; quiere sentirse hoy como una extensión de ayer. Sin esa cuerda para asirse, el viaje de un día al siguiente parecería inconexo, o al menos eso es lo que teme el ego. Pero, ¿qué tanto te traumatiza concebir una imagen o un deseo nuevos? Te sumerges en el campo de las posibilidades infinitas en búsqueda de cualquier pensamiento nuevo, y vuelves con una imagen de los trillones de ellas que podrían existir. En ese momento ya no eres la persona que eras un segundo atrás. Por lo tanto, estás aferrándote a una ilusión de continuidad. Renuncia a ella en este momento y cumplirás la sentencia de San Pablo: morir para la muerte. 
Comprenderás que has sido discontinuo todo el tiempo: has cambiado constantemente, y constantemente te has sumergido en el océano de posibilidades para engendrar algo nuevo.
La muerte puede considerarse una ilusión completa porque ya estás muerto. Cuando piensas en quién eres en términos del yo, te remites a tu pasado, un tiempo que ya no existe. 
Los recuerdos son reliquias de un tiempo ido. 
El ego se mantiene intacto mediante la repetición de lo que ya sabe. Pero la vida es, de hecho, desconocida, como debe ser si queremos concebir nuevos pensamientos, deseos y experiencias. SÍ eliges repetir el pasado, impides que la vida se renueve. ¿Recuerdas la primera vez que probaste un helado? Si no, observa a un niño pequeño en su primer encuentro con un cono de helado. Su mirada te dirá que está perdido en el éxtasis puro. 
Pero el segundo cono de helado, aunque el niño niegue y patalee por él, es un poco menos maravilloso que el primero. 
Cada repetición palidece gradualmente porque cuando se vuelve a lo conocido, es imposible experimentarlo por vez primera. Hoy, por más que te guste el helado» la experiencia de comerlo se ha convertido en un hábito. La sensación del gusto no ha cambiado, pero tú sí. El acuerdo que estableciste con tu ego —mantener al yo recorriendo los senderos de siempre— fue un mal acuerdo. Has elegido lo opuesto a la vida, que es la muerte. Técnicamente, hasta el árbol que ves por tu ventana es una imagen del pasado. 
En el momento en que lo ves y lo procesas en tu cerebro, el árbol ya avanzó en el nivel cuántico, fluyendo con el tejido vibrante del universo. Para estar plenamente vivo debes sumergirte en el ámbito no circunscrito, donde nacen las experiencias nuevas. Si desechas la idea de estar en el mundo te darás cuenta de que siempre has vivido desde ese lugar discontinuo, no circunscrito, llamado alma. 
Cuando mueras entrarás al mismo lugar desconocido, y entonces tendrás una buena oportunidad de sentir que nunca estuviste más vivo. ¿Por qué esperar? Tú puedes estar tan vivo como quieras mediante un proceso conocido como rendición. 
Es el siguiente paso para vencer a la muerte. En lo que va de este capítulo, la línea entre la vida y la muerte se ha desdibujado tanto que concebir nuevos pensamientos, deseos y experiencias. SÍ eliges repetir el pasado, impides que la vida se renueve.
Rendirse es... ‰ 
Atención plena. ‰ 
Apreciación de la riqueza de la vida.
Abrirte a lo que está frente a ti.
No juzgar.
Ausencia de ego.
Humildad.
Ser receptivo a todas las posibilidades.
Permitir el amor.
La mayoría de las personas cree que la rendición es un acto difícil, si no imposible. Connota rendirse a Dios, algo que pocos, salvo los más santos, pueden enfrentar.
¿Cómo podemos identificar si el acto de la rendición ha ocurrido? “Estoy haciendo esto por Dios” suena ejemplar, pero una cámara de vídeo colocada en el ángulo superior de alguna habitación no podría distinguir entre un acto realizado por Dios y el mismo acto realizado sin pensar en Dios. 
Es mucho más fácil realizar la rendición por ti mismo y dejar que Dios se manifieste si así lo desea. 
Ábrete a una pintura de Rembrandt o de Monet, que es, al fin y al cabo, una creación tan gloriosa como cualquiera.
Préstale toda tu atención. Aprecia la profundidad de la imagen y el cuidado en su ejecución. Ábrete a lo que está frente a ti y no permitas distracciones. No juzgues de antemano que la pintura debe gustarte porque te han dicho que es maravillosa. 
No te fuerces a responder para parecer inteligente o sensible. Permite que la pintura sea el centro de tu atención, que es la esencia de la humildad. Sé receptivo a cualquier reacción que puedas tener. Si todos estos pasos de la rendición están presentes, un gran Rembrandt o Monet despertará amor porque el artista simplemente está ahí, en toda su humanidad. La rendición no es difícil en presencia de esta humanidad. 
Las personas son más difíciles, pero la rendición a alguien sigue los mismos pasos que hemos enumerado. 
Quizá la próxima vez que te sientes a cenar con tu familia decidas concentrarte en un solo paso de la rendición, como prestar plena atención o no juzgar. 
Elige el paso que te parezca más sencillo o, mejor aún, el que sepas que has excluido. La mayoría negamos la humildad cuando nos relacionamos con nuestras familias. ¿Qué significa ser humilde con un niño, por ejemplo? Significa considerar su opinión igual a la tuya. En el nivel de la conciencia, es igual; tu ventaja de años como padre de familia sentado a la mesa no refuta este hecho. Todos fuimos niños, y lo que entonces pensamos tuvo todo el peso y la importancia que tiene la vida a cualquier edad, y quizá más. El secreto de la rendición es que la realices en tu interior, sin tratar se satisfacer a nadie más. Tarde o temprano, todos llegamos a la inquietante presencia de una persona longeva, débil o moribunda. 
En esta situación son posibles los mismos pasos de la rendición. Si los sigues, la belleza de una persona agonizante es tan evidente como la de un Rembrandt. La muerte inspira una clase de asombro que puedes alcanzar cuando vas más allá de la reacción automática del miedo. 
Hace poco percibí esta sensación de asombro cuando supe de un fenómeno biológico que respalda la noción de que la muerte está completamente entrelazada con la vida. 
Resulta que nuestros cuerpos han encontrado ya la clave de la rendición. El fenómeno se llama apoptosis. 
Esta extraña palabra, completamente nueva para mí, nos lleva a un profundo viaje místico- Al volver de él, encontré que mis percepciones sobre la vida y la muerte cambiaron. Al consultar apoptosis en una fuente de internet, obtuve 357000 entradas, y la primera de ellas definía la palabra en tono bíblico: 
“Para cada célula hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir” La apoptosis es la muerte programada de las células, y aunque no nos damos cuenta, todos morimos diariamente, de manera puntual, para mantenernos vivos. Las células mueren porque quieren hacerlo. Una célula invierte minuciosamente el proceso de nacimiento: se encoge, destruye sus proteínas básicas y desmonta su propio ADN. 
En su superficie aparecen burbujas cuando abre sus puertas al mundo exterior y expele todas las sustancias químicas vitales, que serán devoradas por glóbulos blancos cual si fueran microbios invasores. Cuando el proceso está terminado, la célula se ha disuelto sin dejar rastro. Es imposible no sentirse conmovido por este detallado relato del sacrificio tan cuidadoso y metódico de una célula. 
No obstante, la parte mística está todavía por venir. 
La apoptosis no es, como podría suponerse, un método para deshacerse de células enfermas o viejas. El proceso nos dio la, vida. En el vientre materno todos atravesamos etapas primitivas de desarrollo en las que tuvimos colas de renacuajo, branquias de pez, membranas entre los dedos y, por increíble que parezca, demasiadas neuronas. 
La apoptosis se hizo cargo de estos vestigios indeseables. 
En el caso del cerebro, el bebé recién nacido establece las conexiones neurales necesarias eliminando el tejido cerebral excesivo con el que todos nacemos.
 (Los neurólogos se sorprendieron al descubrir que el momento en que nuestro cerebro cuenta con un mayor número de células es al nacer, y que éstas deben reducirse por millones para que la inteligencia más elevada pueda tejer su delicada red de conexiones.
Durante mucho tiempo se pensó que la muerte neuronal constituía un proceso patológico relacionado con el envejecimiento, pero ahora todo el asunto debe reconsiderarse.) No obstante, la apoptosis no termina en el vientre materno. Nuestros cuerpos siguen prosperando gracias a la muerte. 
Las células inmunes que tragan y consumen a las bacterias invasoras se volverían contra los tejidos del cuerpo si no provocaran la muerte entre sí y se volvieran contra ellas mismas con los mismos venenos utilizados con los invasores. Cuando una célula detecta que su ADN está dañado o es defectuoso, sabe que el cuerpo padecería si ese defecto se transmitiera. Por fortuna, cada célula porta un gene tóxico conocido como p53 que puede activar para provocarse la muerte. Estos casos apenas son una mínima muestra. 
Los anatomistas saben desde hace mucho que las células de la piel mueren en unos pocos días, que las células de la retina, de la sangre y el estómago también tienen programadas vidas cortas para que sus tejidos puedan reponerse rápidamente. Cada una muere por una razón específica.
Las células de la piel deben mudarse para que ésta se mantenga flexible y no se convierta en una rígida armadura; las células del estómago mueren en la potente combustión química que digiere los alimentos. La muerte no puede ser nuestra enemiga si hemos dependido de ella desde que estábamos en el vientre materno. Considera esta paradoja: el cuerpo es capaz de repudiar la muerte y producir células que vivan por siempre. Éstas no secretan p53 cuando detectan defectos en su ADN. 
Por el contrario; renuentes a dictar su propia sentencia de muerte, estas células rebeldes se dividen de manera incesante e invasora. El cáncer, la más temida de las enfermedades, resulta del repudio del cuerpo hacia la muerte, mientras que el suicidio programado es su boleto a la vida. Ésta es la paradoja de la vida y la muerte encaradas frente a frente. 
La idea mística de morir cada día resulta el hecho más concreto del cuerpo. Esto significa que somos sumamente sensibles al equilibrio de las fuerzas positivas y negativas, y cuando este equilibrio se pierde, la respuesta natural es la muerte. 
Níetzsche señaló que los seres humanos son las únicas criaturas que deben ser exhortadas a permanecer con vida. Él no podía saber que esto es literalmente cierto. Las células reciben señales positivas que les dan la instrucción de permanecer vivas, sustancias químicas llamadas factores de crecimiento e interleukin-2. 
Si estas señales positivas dejan de enviarse, la célula pierde su voluntad de vivir. Como el beso de la muerte en la mafia,.
la célula puede recibir mensajeros que se adhieren a sus receptores externos para anunciarle que la muerte ha llegado. De hecho, a estos mensajeros químicos se les conoce como “activadores de la muerte”. 
Meses después de escribir este párrafo, conocí a un profesor de medicina en Harvard, quien descubrió un hecho sorprendente. Hay una sustancia en las células cancerígenas que activa nuevos vasos sanguíneos para proveerse de alimento. 
La investigación médica se ha concentrado en descubrir cómo bloquear esta sustancia desconocida de manera que los tumores carezcan de alimento y mueran. 
El profesor descubrió que la sustancia exactamente opuesta provoca toxemia en las mujeres embarazadas, la cual puede ser letal. “¿Se da cuenta de lo que esto significa?” 
dijo profundamente admirado. 
“El cuerpo puede liberar sustancias químicas haciendo malabarismos con la vida y la muerte, pero la ciencia ha ignorado totalmente a quien realiza los malabarismos. 
¿No es cierto que el secreto de la salud reside en esa parte de nosotros, y no en las sustancias químicas utilizadas?” 
El hecho de que la conciencia pudiera ser el ingrediente faltante, el factor X tras bambalinas, vino a él como una revelación. Los místicos también aquí se adelantaron a la ciencia, pues en muchas tradiciones místicas leemos que todas las personas mueren en el momento justo y que saben de antemano qué momento será ése. 
Pero me gustaría examinar con más profundidad el concepto de muerte diaria, una elección que todos pasamos por alto. 
Yo quiero verme como la misma persona día tras día para preservar mi sentido de identidad; quiero habitar el mismo cuerpo todos los días porque es demasiado extraño pensar que me está abandonando constantemente. 
Sin embargo, debe hacerlo para que yo no sea una momia viviente. Al seguir el complejo programa de la apoptosis, recibo un cuerpo nuevo por el mecanismo de la muerte. 
Este proceso es tan sutil que pasa inadvertido. 
Los niños de dos años no cambian su cuerpo por uno nuevo cuando cumplen tres. Todos los días tienen el mismo cuerpo, y a la vez otro. Sólo el proceso constante de renovación —un don que nos da la muerte— le permite mantener el paso de cada etapa de desarrollo. 
Lo maravilloso es que uno se siente la misma persona durante este cambio incesante. 
A diferencia de lo que ocurre con la muerte celular, soy consciente de cuándo nacen y mueren mis ideas. 
Para respaldar el paso del pensamiento infantil al pensamiento adulto, la mente debe morir todos los días. 
Mis ideas más preciadas mueren y nunca reaparecen; mis experiencias más intensas se consumen en sus propias pasiones; mi respuesta a la pregunta “¿Quién soy?” cambió completamente de los dos a los tres años, de los tres a los cuatro, y así durante el transcurso de la vida. 
Comprendemos la muerte cuando desechamos la ilusión de que la vida debe ser continua. 
Toda la naturaleza tiene un ritmo; el universo muere a la velocidad de la luz, pero se las arregla para crear este planeta y las formas de vida que lo habitan. 
Nuestros cuerpos mueren a muchas velocidades distintas a la vez, empezando con los fotones y siguiendo con la disolución química, la muerte celular, la regeneración de tejidos y, finalmente, la muerte de todo el organismo. 
¿Qué es lo que nos produce tanto miedo? Creo que la apoptosis nos rescata del miedo. 
La muerte de una sola célula no afecta al cuerpo. 
Lo que cuenta no es el acto sino el plan: un proyecto global controla el equilibrio de señales positivas y negativas a las que todas las células responden. 
El plan está más allá del tiempo porque se remonta a la construcción misma del tiempo. 
El plan va más allá del espacio porque está en cada lugar del cuerpo y en ninguno a la vez. 
Cada célula se lleva consigo el plan cuando muere, pero aun así, el plan sobrevive. 
En la realidad única, las discusiones no se resuelven optando por una de las partes; ambos argumentos son igualmente verdaderos. 
Así pues, no me cuesta admitir que lo que ocurre después de la muerte es invisible para los ojos y no puede demostrarse como un suceso material. 
Reconozco sin dudarlo que normalmente no recordamos las vidas pasadas y podemos vivir muy bien sin conocerlas. 
Sin embargo, no comprendo cómo alguien puede seguir siendo materialista .
Después de ver la apoptosis en acción. 
El argumento en contra de la vida después de la muerte sólo parece convincente si ignoramos todo lo que hemos descubierto sobre células, fotones, moléculas, pensamientos y el cuerpo entero. 
Cada nivel de existencia nace y muere según su propio programa, que va de menos de una millonésima de segundo al probable renacimiento de un nuevo universo dentro de billones de años. La esperanza que yace más allá de la muerte proviene de la promesa de la renovación. Sí te identificas apasionadamente con la vida, y no con el desfile efímero de formas y fenómenos, la muerte adopta su posición legítima como agente de la renovación. 
En uno de sus poemas, Tagore se pregunta: “
¿Qué ofrecerás cuando la muerte toque a tu puerta?” 
Su respuesta refleja la alegría serena de quien se ha elevado sobre el miedo que rodea a la muerte: 
La plenitud de mi vida: el vino dulce de los días de otoño y las noches de verano, mi modesto tesoro recogido a lo largo de los años, y horas colmadas de vida. 
Ése será mi regalo Cuando la muerte toque a mi puerta.

CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR EL DÉCIMO SECRETO.
El décimo secreto dice que la vida y la muerte son naturalmente compatibles. 
Tú puedes hacer tuyo este secreto despojándote de una imagen de ti mismo perteneciente al pasado: una especie de exfoliación de tu propia imagen. 
El ejercicio es muy sencillo: siéntate con los ojos cerrados e imagínate como un niño. 
Utiliza la mejor imagen que recuerdes de un bebé, y si no recuerdas una, invéntala. 
Asegúrate de que el bebé está despierto y alerta. 
Llama su atención y pídele que te vea a los ojos. 
Cuando hayan hecho contacto, sólo mírense un momento hasta que ambos se sientan tranquilos y conectados entre sí. 
Ahora invita al bebé a unirse a ti y mira la imagen desvanecerse lentamente en el centro de tu pecho. 
Si quieres, puedes visualizar un campo de luz que absorbe la imagen, o simplemente un sentimiento cálido en tu corazón. Ahora imagínate como un niño pequeño. 
De nuevo, establece contacto, y una vez que lo hayas hecho, pide a esa versión que se una a ti. 
Repite el procedimiento con cualquier tú anterior que desees evocar. Si tienes recuerdos especialmente vividos de cierta edad, permanece ahí más tiempo, pero el objetivo último es que veas a todas las imágenes desvanecerse y desaparecer. 
Continúa hasta tu edad actual, y entonces imagínate en etapas de mayor edad. 
Termina con dos imágenes finales: tú como una persona muy longeva y tú en el lecho de muerte. 
En cada caso establece contacto y absorbe esas imágenes. Cuando tu imagen de moribundo haya desaparecido, permanece sentado tranquilamente y siente lo que resta. Nadie puede imaginar realmente su propia muerte porque, aun si llegaras al extremo — demasiado horripilante para muchos de verte como un cadáver colocado en la tumba que se descompone en sus elementos, el testigo permanecerá. La visualización de uno mismo como cadáver es un antiguo ejercicio tántrico de India, y lo he puesto en práctica con los grupos que dirijo. Casi todos entienden el meollo, que no tiene nada que ver con lo horripilante: al ver que cada vestigio terrenal tuyo se desvanece, comprendes que nunca lograrás extinguirte. La presencia del testigo, superviviente supremo, señala el camino más allá de la danza de la vida y la muerte. 
 Ejercicio 2: morir conscientemente.
Como todas las experiencias, la muerte es algo que creas y algo que te ocurre. En muchas culturas orientales hay una práctica llamada “muerte consciente” en que la persona participa activamente en la configuración del proceso de muerte. Mediante la oración, rituales, medicación y asistencia de los vivos, el moribundo inclina la balanza de “Experiencia que me está ocurriendo” a “Yo estoy creando esta experiencia”. En Occidente no contamos con una tradición de muerte consciente. De hecho, dejamos solos a los moribundos en hospitales impersonales donde la rutina es fría, terrorífica y deshumanizadora. Hay mucho por cambiar en este aspecto. Lo que puedes hacer personalmente en este momento es dirigir tu conciencia al proceso de muerte, liberándolo de la ansiedad y el temor excesivos. Piensa en alguien cercano a ti, mayor de edad y cercano a la muerte. Mírate en la habitación con esa persona (puedes imaginar la habitación si no sabes exactamente dónde está). Colócate dentro de su mente y su cuerpo. Obsérvate en detalle: siente la cama, mira la luz que entra por la ventana, rodéate con los rostros de familiares, médicos y enfermeras, si los hay. Ahora ayuda a la persona en el cambio de enfrentar pasivamente la muerte a crear activamente la experiencia. Escúchate hablando con voz normal; no hay necesidad de ser solemne. Reconforta y tranquiliza» pero concéntrate principalmente en cambiar la conciencia de la persona de “Esto me está ocurriendo” a “Yo estoy haciendo esto”. Hay muchos temas de los que se puede hablar (los he escrito en segunda persona, como si se tratara de un amigo cercano): Creo que has tenido una vida maravillosa. Cuéntame las mejores cosas que recuerdes. Puedes estar orgulloso de haberte convertido en una buena persona. Has despertado mucho amor y respeto. ¿A dónde te gustaría ir ahora? Dime qué sientes sobre lo que está ocurriendo. ¿Cómo lo cambiarías si pudieras? Si estás arrepentido de algo, háblame de ello. Te ayudaré a liberarte de ese sentimiento. No tienes necesidad de sentir pesar. Te ayudaré a liberarte del que aún sientas. Mereces estar tranquilo. Has realizado bien tu trayecto, y ahora que lo has concluido, te ayudaré a volver a casa. No creerás esto, pero te envidio. Estas a punto de ver qué hay detrás de la cortina. ¿Hay algo que quieras para tu viaje? Es posible, por supuesto, abordar estos temas en el lecho de alguien que en verdad está muriendo. Pero una conversación imaginaria es una buena manera de explorar en ti. El proceso no debe ser superficial ni apresurado: cada tema podría extenderse durante una hora. Para estar realmente comprometido, necesitarás sentir que estás prestándote mucha atención. Este ejercicio suscitará sentimientos encontrados, pues todos experimentamos miedo y pesar ante la muerte. Si alguien en tu vida murió antes de que pudieras despedirte como hubieras querido, imagínate hablando con esa persona sobre los temas que acabo de enumerar. El ámbito donde la vida y la muerte se funden está siempre con nosotros, y al prestarle atención te conectas con un aspecto inestimable de la conciencia. Morir con plena conciencia resulta totalmente natural si has vivido con plena conciencia.
Depaak Chopra.
http://rosacastillobcn.blogspot.com.es/
 

LIBRO MAESTRIA EN FELICIDAD (Chamalu) carta-10





Maestría en Felicidad: Claves y enseñanzas para recorrer el camino de la vida plena (Chamalú) Carta-10


La tranquilidad no duró mucho, el progreso progresa solo con independencia de la vida y su calidad. 
Aún existe en mi memoria el bosque donde crecí corriendo tras mariposas y coleccionando las blancas flores de un cactus, que se preparaba durante varias semanas para desplegar todo su esplendor un día, un solo día, esa fue mi primera lección para vivir el presente, único escenario donde ocurre la vida y sus milagros. 
Quedé con ella en reunirme más tarde, no somos amigos íntimos, pero hemos entrelazado una profunda amistad. 
Verla me recuerda otro tiempo, su ropa deja escapar caudales de erotismo mal disimulado. 
Pedí un té de hierbas, ella una cerveza, abandonó el protocolo, desató sus lágrimas, por un momento pensé que yo era la persona equivocada. En pleno pensamiento, un niño, inaugurando sus primeros pasos, terminó en sus piernas, manchando las medias que pigmentaban su piel del color deseado. 
Creí haber visto a ese niño en un sueño pasado; quizá la vida es solo un sueño que soñamos, quizá nos enseñan todo menos lo único que tendríamos que saber: aprender a vivir. Alguien dijo, ese día, al salir del restaurante donde dialogaba con mi amiga: «El mundo se está calentando». Al despedirme de ella, esa frase quedó conmigo. ¿El mundo se calienta por iniciativa propia? Parece erróneo hablar así. Millones de chimeneas y escapes, miles de contaminantes enviados a la atmósfera. 
Hace mucho que no me había sentido tan intranquilo, en verdad, estamos serruchando la rama en la que estamos sentados como humanidad. Recuerdo un viaje en el que quedé conmocionado al dialogar con un científico octogenario que llevaba cincuenta años midiendo unos glaciares en Alaska. 
Su retroceso le preocupaba inmensamente. 
Él miraba con temor el futuro, sentía el olor a destrucción que se avecinaba si los estilos de vida contemporáneos no se
modificaban drásticamente. 
Recuerdo cuando viajé por África, cientos de kilómetros de erosión, contexto óptimo para hambrunas, incrementadas por la cíclica aparición de plagas. Todo esto denuncia un paradigma antiecológico, antisaludable y antihumano. Vivir sin aprender a vivir, siembra muerte y patrocina holocaustos. 
Vivir sin reverencia hacia la Madre Tierra significa quedar huérfanos de su energía protectora, sanadora y purificadora. Comencemos aceptando que somos hijos de la Tierra, que ella es simultáneamente nuestra casa y nuestra madre, que la vida no está detenida en el tiempo ni colgada en el vacío, que dependemos de ella para permanecer en este plano. 
Danzan los rayos, se multiplican los desastres naturales, el holocausto parece ser para algunos la terapia necesaria, mientras el presente permanece desolado y el futuro teme morir envenenado. Y mientras el río fluye entubado hasta morir intoxicado, mientras la selva se convierte en un lejano recuerdo, mientras muchas especies animales se extinguen, la salud se arrastra por el suelo sin comprender esa extraña ecuación que concluye destruyendo toda forma de vida sobre la Tierra.
¿Te imaginas continuar destruyendo el único lugar que tenemos para vivir? Contemplo el otoño, crece mi incertidumbre, evoco el paisaje donde crecí, aparecen encarnizados recuerdos, tendré que sobrevivir al ecocidio, hablo conmigo mismo, me parece casi insoportable la ausencia del pájaro que con su canto cada mañana inaugura mi día. 
Me produce un extraño dolor el punto de irremediable destrucción al que estamos llegando con fervor. Me recuesto sobre la tierra, entonces aparece el abuelo, el primer anciano de sabiduría que conocí y mientras degustamos uvas sembradas por él mismo, revisamos sus mejores enseñanzas. 
Deja que tus pies entren en contacto directo con la piel de la Madre Tierra. Esa práctica simple puede mejorar la circulación sanguínea y con ello la oxigenación y purificación del cuerpo. Caminar descalzo es poderosa práctica sanadora, al igual que la respiración consciente, que te permite darte cuenta de que estás vivo, que eres parte de un ecosistema que posee inteligencia propia para autorregularse, a condición de que no se le interfiera. ¿Ya abrazaste un árbol? ¿Te sentaste a sus pies, apoyando tu árbol vertebral al tronco, posibilitando de esa manera un momento energizador poderoso? El conocimiento que posibilita el reencuentro del hombre con la sabiduría ancestral requiere salir de la niebla de la ignorancia inducida. 
Mientras te escribo esta carta, comienza la lluvia; si el clima lo permite, cúrate del miedo al qué dirán, vive con la intensidad de quien sabe que está de paso y danza bajo la lluvia. No se trata de un baño higiénico, no se trata de hacer algo en el nivel visible, sino de una purificación energética, invisible a los ojos; se trata de ampliar la libertad y sentir nítidamente el sabor del saber, la fragancia de la vida. 
Cuando arde la ignorancia, que es totalmente combustible, se rehabilita la felicidad y la posibilidad de ser tú mismo, pero tu mejor versión. Toda persona que se respete deberá reencontrarse con la vida en todas sus expresiones. 
Desde la ventana del presente podrá ver que habitar esta existencia incluye un constante diálogo con el mundo mineral, vegetal y animal, océano de energía donde un día fuimos arrojados, para explorar en todas sus posibilidades esa aventura llamada vida, escenario natural para otorgar continuidad a la historia evolucionaria de la que somos parte. 
El mundo mineral vive su propio tiempo. Su lento metabolismo simula ausencia de vida. Sucede que las piedras pueden curarte y la tierra hablarte, que la materia, como sombra de la energía que es, porta y transporta viejas novedades. 
Ellas viven más tiempo que nosotros; acostúmbrate a aprender de su silencio y que su voluntad pétrea inspire en ti una racha de iniciativa pedagógica. Aprender de las montañas y de la Madre Tierra, convierte a la vida en una escuela. Las raíces, que un día dialogarán con nuestros minerales, son otra aula donde podemos aprender mensajes de otros tiempos, cuentos que son ciertos pero no en esta realidad. La personalidad de los árboles, su extensa salud, su memoria laminada, su esencia convertida en enseñanza, son valiosa compañía. Desde el presente que te corresponde, acostúmbrate a vivir en la pedagogía de la Madre Tierra, permanece cerca al único planeta que tienes para habitar, camina con reverencia, atento para que tus pasos no devengan en agravio ni tu estilo de vida en agresión. Desentierra tu sensibilidad y reencuéntrate también con el mundo animal, que es parte de la familia grande, esa red de energía protectora que no admite protocolos metafísicos: conectarse con el mundo vegetal y animal solo requiere de una alta dosis de inocencia. La salud es otra beneficiaria directa del contacto con la naturaleza. 
Pierde el miedo, descarta el prejuicio, camina descalzo, baila bajo la lluvia, saborea amaneceres, colecciona arcoíris, usa el pasaporte de la humildad y la credencial de la reverencia, y cuando profundices la experiencia, acumulando un profundo silencio, viaja hasta el corazón de la Madre Tierra y constata que ella eres tú, que todo es uno y todo está vivo. 
Participa en la vida sin dejar de contemplarla, enarbola lo sagrado que inaugura lo mágico, instala tus otros cuerpos en el edificio multidimensional de esta existencia. Es curvo el planeta y está bordado en el exterior con hilos del tiempo que nos hablan de la eternidad. La vida es una cinta mágica que nos conecta al paraíso, que es un estado superior de conciencia. 
Cada planta, cada animal, cada piedra, son un mensaje para el alma despierta y la conciencia sensible. En cada parte de la naturaleza está escrito un secreto que tu espíritu un día tendrá que develar. Permanecer cerca de la Madre Tierra, escuchar su canto, recibir su terapia, sintonizar el silencio, inaugurar el ritual, son pasos necesarios para descubrir nuestro propósito en la Tierra. La felicidad será la consecuencia de haber iniciado esta sagrada caminata. La próxima carta retorna a lo humano y a la necesidad que tiene cada persona de aprender a triunfar en la vida. El emprendedor existencial será el eje temático que nos reunirá en la próxima cita, a la cual no precisas ser invitado.
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Para las personas que estais siguiendo el libro de Chamalú, os dejo el enlace de mi Blog dedicado para Libros por Capitulos. 
http://elnuevodespertardelser.blogspot.com.es/

domingo, 12 de junio de 2016

Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XIII


Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XIII.

El que es puro penetra todo con su mirada. 

Su ojo penetrante es la percepción de su consciencia divina. Todo lo que tiene lugar en su consciencia divina, es la verdad; todo lo demás es solamente espejo, reflejo de la verdad, reflexión, destello de la verdad.

Cómo hablas y lo que dices, es tu lenguaje –también tu rostro y tu cuerpo.

Tanto tu interior como tu exterior –tu palabra, tu comportamiento–, hablan su yo. 

El que está pleno de Dios habla el Yo divino, ya que es el Yo divino en el SER del Padre universal. 
El que está centrado en el mundo habla su yo inferior; habla el lenguaje de su yo –lo que él mismo es–. 
El que está centrado en el mundo es el que está envuelto por el mundo, que se contenta con lo que ve, con las reflexiones de su pequeño mundo, que son el reflejo de él mismo.

Lo que tú –el que es puro, la luz en la luz primaria– hablas, es substancia y fuerza, porque es hablado desde lo más sagrado, desde ti, el SER. Este es el lenguaje de Dios en ti y a través de ti.

Habla el lenguaje del verdadero Yo divino, y serás divino. 

El lenguaje del verdadero Yo divino es la palabra plena de Dios. Ella fluye desde lo más interno de tu templo.

Lo divino no se defiende. Tampoco discute, ya que es. 

El ES lo contempla todo y ve a través de todo, y conoce lo más interno del hombre y también su exterior. Quien conozca la ley eterna, por ser él ella, no discutirá.

Lo más interno es lo impersonal, que de modo impersonal llama la atención y da aclaraciones sobre lo personal, y rectifica lo falso.

Da aclaraciones a tu prójimo cuando haya habido algo incorrecto, pero nunca lo coacciones; no le insistas para que piense y haga lo que es verdad. Si a pesar de las aclaraciones o de lo que sabe, el obstinado continúa hablando, está hablando su yo, exponiéndose a sufrir las consecuencias.

Tú, el verdadero sabio, calla. Si has rectificado algo incorrecto, si desde la luz de la verdad has alumbrado algo incorrecto y a pesar de todo se te rechaza, calla, pues tú conoces al verdadero Salvador, Dios –y al juez que sólo habla de sí mismo: éste es el hombre que mediante obstinación, mediante venganza y codicia, se entrega por sí mismo a la ley de siembra y cosecha, introduciendo en el campo de su vida lo que le juzga a él mismo, que es su pequeño yo inferior, su ley de yoidad.

Lo que tú hablas fuera del Santísimo, no siempre es el lenguaje de tu yo personal, pues no siempre tus pensamientos y palabras son tus pensamientos y tus palabras. Si durante años, decenios, hablas lo que se denomina palabras irreflexivas, ciertamente hablas tú, pero otro habla a través de ti. Esto es entonces determinación ajena, a través del mundo de tus sentidos, en el que entonces tú también vives. El programador, aquel o aquello que te determina, obra a través de ti sobre otros, también de forma determinante. Quien permite esto, es esclavo del pecado y un pecador.

Tú no eres el tiempo, sino la eternidad en el Eterno.

Sin embargo, tú eres hombre en el transcurso del día y la noche, que se llama tiempo. Por eso planifica tu tiempo con Dios, introduce el transcurso del tiempo en tu planificación y tu plan en la ley universal, que está en ti. Llévalo todo a tu templo interno y entrégalo al orden del templo.

Entonces manténte a la vez en silencio y alerta, pues el Santísimo en ti ordena y fija. El Santísimo, que es tu palabra y tu obra, se mueve en lo más interno de ti y te refleja a ti, el ser humano, el transcurso progresivo de tu plan. El lo introduce también en el transcurso del tiempo.

Entonces hablas en el momento oportuno la palabra llena de contenido, que es divina, y haces en el momento oportuno lo que hay que hacer, que a su vez es divino. Entonces tu trabajo diario discurre según la voluntad del Santísimo, que está en ti y en el que tú estás.

Siendo Jesús de Nazaret viajé mucho con Mis apóstoles y discípulos. En los caminos y senderos de un lugar a otro les enseñé lo siguiente:

Cuando caminéis, caminad erguidos; cuando estéis de pie, estad erguidos; cuando estéis sentados, estad erguidos.

Cada uno de vosotros es el SER en la corriente del SER.

Cada movimiento armonioso es el ritmo de la corriente, el ritmo del Universo.

La corriente no conoce ni curvatura ni sinuosidad, no retrocede ante nada ni ante nadie; fluye invariablemente por el Universo y traspasa a todos y todo.

Si camináis por este mundo con pasos grandes, camináis encorvados; vuestras miradas se orientan hacia la tierra, el suelo, de donde acogéis lo que se pega al suelo. Todo lo pesado, cargado, se arrastra por el suelo y a su vez carga a aquellos que dirigen sus miradas y pensamientos exclusivamente hacia el suelo.

Comprended: un modo de andar cargado es un modo de andar arrastrado. Tales hombres se ven solamente a sí mismos, y aquello que a su vez son ellos mismos –lo que les irradia desde el suelo.

Por eso, caminad erguidos; entonces alcanzaréis una visión muy amplia, capacidad de captación y la visión general; entonces estaréis cada vez más unidos a las fuerzas cósmicas. Estas os mostrarán también lo que aún hay que purificar para que con el tiempo veáis de forma cósmica, oigáis de forma cósmica, sintáis, penséis, habléis y obréis de forma cósmica.

Cuando estéis de pie, estad erguidos. No os apoyéis en objetos ni en cosas. A quien se apoya en objetos y cosas, le emiten también esos objetos y cosas; entonces acogéis lo que se adhiere a los objetos y a las cosas.

Quien se apoya en objetos y cosas, también se apoya en su prójimo y toma de éste lo que irradia de humano.

Si te apoyas en tu prójimo y tu prójimo se apoya en ti, con el tiempo ambos os cansaréis y os hartaréis de vosotros, porque las energías que os transmitís y quitáis mutuamente pronto se agotan. ¿Qué sucede entonces?

Las consecuencias son desavenencias, disputas, discordia y desunión. Cuando estáis hartos el uno del otro, cada uno se busca otra víctima, en la que de nuevo se apoya –y eventualmente la víctima a su vez en él–. Entonces se produce nuevamente lo mismo que hubo anteriormente.

Por tanto, estad de pie erguidos; no os apoyéis en nada ni en nadie. Entonces os convertiréis muy paulatinamente en antenas cósmicas que se elevan a los Cielos y reciben de los Cielos.

Cuando estéis sentados, estad erguidos. Vuestra columna vertebral no es encorvada; es vertical y os muestra que os habéis de sentar erguidos, para recibir de la corriente del SER.

Habéis oído que la corriente del SER no conoce curvatura ni sinuosidad. Una columna vertebral sana tampoco conoce ni curvatura ni sinuosidad.

Si estáis recostados en la silla, en cierto modo estáis echados en el suelo y recibís las vibraciones que se arrastran por el suelo.

Si cruzáis los brazos y las piernas, bloqueáis la corriente del SER en vosotros y sobre vosotros, o la desviáis de vosotros y atraéis otras fuerzas.

Sabed: el hombre ha de ser una antena cósmica. Quien hace nudos en su antena o la tuerce, no puede recibir ni las fuerzas ni la salud del Universo. Únicamente las fuerzas del Universo fortalecen y mueven al hombre, le hacen libre y sano. 

Le otorgan una visión muy amplia, capacidad de captación y la visión general.

Quien no acepta ni vive estas legitimidades, se vuelve estrecho de miras e intelectual. Con el tiempo adopta lo que le hacen creer aquellos semejantes que igualmente están en el recorrido humano.

Cuando os recostéis, recostaos para descansar. 

Descansad conscientemente y yaced en posición horizontal, y sed conscientes de que descansáis; entonces percibiréis el silencio del Universo.

Si al hablar, al comer o en otra ocasión apoyáis la cabeza en vuestras manos, sólo hablaréis vuestro yo inferior y devoraréis los alimentos como una fiera que busca presa. 

Entonces os educaréis como insaciables, que anhelan placeres y cultivan el placer del cuerpo, la corporalidad, porque con su comportamiento indisciplinado, con la antena torcida, reciben las fuerzas –es decir los emisores –correspondientes.

La corriente del SER es movimiento armonioso, rítmico. Por eso moveos armoniosamente. Los movimientos armoniosos son las melodías del Universo.

Sabed: todo cuerpo es sonido, es melodía. Tal como suena, es el hombre.

Todo movimiento agitado es una curvatura de la antena, que a su vez es el hombre mismo. Entonces el hombre se apoyará, estará medio recostado en la silla, cruzará sus brazos y piernas, y apoyará la cabeza en sus manos.

Movimientos armoniosos son movimientos dinámicos. Producen flexibilidad en la forma de pensar, hablar y actuar.

Sabed: el hombre recto es en cierto modo el erguido, que irradia los sonidos cósmicos en su forma de pensar, hablar y obrar, cuyos gestos y mímica expresan las sinfonías cósmicas.

Sentaos por tanto erguidos, y poned ambos pies en el suelo; entonces desviáis las tensiones y acogéis vibraciones armoniosas.

Sabed: cada uno de vosotros es el Universo comprimido, y el Universo es el SER –es el Hogar eterno, el mar de luz, Dios–. Por eso comportaos, como seres humanos, de modo que emitáis hacia los Cielos y recibáis de los Cielos.

Si vives en la corriente del Universo, eres la esencia del Universo. Entonces vives en la plenitud y eres la plenitud. Ninguna persona ni nada pueden decepcionarte, porque no esperas nada, ya que eres la plenitud.

Comprended: el Universo y la corriente universal emiten incesantemente. Observad arbustos, flores, animales y piedras –ellos son–. Tienen sus antenas levantadas hacia el cielo.

Los animales, plantas, arbustos y árboles no se apoyan en sus iguales, a menos que el hombre intervenga en el proceso cósmico. Cuando los árboles están demasiado cerca entre sí, no pueden desarrollarse. De forma similar ocurre al hombre, cuando se apoya en hombres, objetos y cosas.

Desarrollaos: no os apoyéis en nada ni en nadie.

El hombre ennoblecido es el hombre sabio, que reposa en su interior.

El hombre ennoblecido, sabio, no ríe desde la garganta, sonríe desde el corazón.

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