martes, 17 de marzo de 2015

ESCRITO II ELCONOCIMIENTO.- EL DESTINO



ESCRITO II ELCONOCIMIENTO.- EL DESTINO
Caminaba por los lugares de Nazaret en los que el Maestro,
siglos atrás, dejó una huella imborrable, no en una piedra o en
escritos, sino en los corazones de quienes vivieron junto a Él…
De sus años de infancia junto a sus padres y hermanos nada nos
decía. Era María quien se deshacía en halagos por su hijo y Él se
ruborizaba; nos hablaba de su timidez —siempre presto a ayudar
a los mayores—; de sus primeros trabajos con José en el taller
disfrutando siempre con todo lo que hacía.

«Se solía sentar —nos indicaba María— sobre una roca junto a
la casa a observar a los demás niños en sus juegos, siempre
acababa jugando ante mi insistencia. Pero lo que más le gustaba
era, ya al atardecer, ver el ocaso del Sol y cómo las estrellas iban
asomando en el cielo. ¿Hay niños en ellas?, solía preguntarme
siendo muy pequeño. Yo me encogía de hombros, no sabía que
contestarle, mas fue Él un día quien ante tal pregunta respondió
diciendo: “Yo vengo de una estrella”. Le dije que no se lo
expresara a nadie pues le acabarían apedreando en la plaza. Me
respondió con una sonrisa.

Así era Él ―continuó—, siempre enigmático, no obstante pura
amabilidad. Siempre atento a las historias, que le contaba José
mientras le ayudaba, sobre cómo llegaron a estas tierras nuestros
antepasados; del esfuerzo de su pueblo por encontrar la Tierra
Prometida por Dios. Él se quedaba embelesado y siempre quería
saber más, su curiosidad no tenía límite…
De este modo transcurría su infancia y adolescencia, hasta que
un día nos explicó que debía ocuparse de otros asuntos. Yo creía
que quería contraer matrimonio, pues ya estaba en edad de ello. Él
me aclaró que los asuntos eran los referentes a su Padre. Yo
estaba contenta, y así se lo manifesté, de que decidiera entonces
dedicarse por completo a la carpintería. En aquel momento su
semblante cambió y me dijo: “Debo dedicarme a los asuntos de
mi Padre, el de todos”.

Sabía de siempre de sus inquietudes espirituales. Le pregunté si
pensaba dedicarse al sacerdocio, me contestó: “Los sacerdotes ya
me enseñaron cuanto sabían y ahora debo de retirarme por un
tiempo al desierto al encuentro con mi Padre, después volveré a
compartir sus enseñanzas”.
Un día, ya entrado el otoño, salió de casa camino al desierto,
solo ―sus ojos se humedecían al recordarlo.
Todo un hombre —nos decía— y sin embargo no dejaba de ser
mi niño quien se alejaba; era su destino, José y yo debíamos
respetarle y así lo hicimos.»
Y aquí está Él ahora…, otra vez con los suyos y con algunos
más a quienes nos considera y nos consideramos sus hermanos;
disfrutando de la sencillez de un día como cualquier otro, y sin
embargo, único e irrepetible.


EL ANCIANO JUAN

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