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martes, 17 de marzo de 2015
ESCRITO I (2ª PARTE) EL AMOR .- TODO TIENE SU TIEMPO Y SU MOMENTO
ESCRITO I (2ª PARTE) EL AMOR .- TODO TIENE SU TIEMPO Y SU MOMENTO
Paseando por los restos del Templo, lo que hoy llamamos el
Muro de las Lamentaciones volví al pasado, siglos atrás…
Dentro del Santuario del Templo el Maestro se sentó y nos
invitó a seguirle en su actitud. En silencio permanecimos un
tiempo hasta que de pronto unos sacerdotes, fariseos y saduceos,
vociferaban discutiendo acalorados sobre sus diferentes creencias
sobre la inmortalidad del alma; ya nada les importaba, ni siquiera
el lugar en que se encontraban. El Maestro les observó en
silencio, se levantó y salió del Templo, algunos le acompañamos
y otros se quedaron escuchando a los sacerdotes.
Dejamos el Templo atrás y atravesando varias callejuelas
llegamos a las afueras de Jerusalén. José de Arimatea, ―miembro
destacado del Sanedrín y seguidor de las enseñanzas del Maestro
muy a pesar de la inmensa mayoría de sacerdotes―, nos esperaba
frente a su morada. El Maestro se adelantó fundiéndose con él en
un efusivo abrazo, nos pidió adentrarnos en su casa y así lo
hicimos. Su vivienda era muy amplia, hecha con piedra caliza, sin
adornos.
Llegamos a una estancia superior desde donde contemplamos los
campos repletos de olivos y los montes cercanos al oriente de la
ciudad. María de Magdala se alegró al vernos y yo aún más, no
esperaba encontrarla aquí, la creía junto a sus hermanos en su
aldea natal. Pero los designios del Maestro son a veces
inescrutables. Tras los saludos nos sentamos, José nos tenía
preparado un banquete como si de una boda se tratara. Las
mujeres andaban como locas, atareadas de un lado a otro llevando
los manjares.
Cuando hombres y mujeres estábamos sentados, el Maestro
llamó a María y le dijo:
«¡Siéntate aquí a mi lado y junto a Pedro! Bien es sabido de
vuestras desavenencias y os quiero más unidos que nunca. No
como están los sacerdotes que han olvidado su verdadero papel
entre los hombres y mi Padre, sólo se preocupan de su parcela de
poder en la Tierra y quién tiene más fieles seguidores de “su”
verdad.
La razón —continuó—, no está en posesión de nadie como
tampoco la verdad. Cada uno tenéis vuestra pequeña parcela de
verdad que hoy os es útil, pero no dejéis que se endurezca y se
convierta en una pesada piedra que os impida avanzar; es sólo una
herramienta como la azada de un labrador, que le sirve para abrir
surcos en la tierra con ella, después la dejará y con sus manos la
sembrará. Todo tiene su tiempo y su momento.
Pedro, el hombre no se salva por su fe solamente, por su
creencia en un Dios externo. Como tampoco, María, el hombre
sólo se salva por su autoconocimiento, es uniéndoos como le
encontraréis. Dios, nuestro Padre, está tanto dentro de cada uno de
nosotros como fuera; en todo lo que veis y conocéis como en lo
desconocido.
Si dejáis que la balanza se incline en demasía por un lado,
crearéis un Dios lejano e inalcanzable y sumiréis en la eterna
ignorancia y dependencia a vuestros hermanos y hermanas. En
cambio si le inclináis en exceso al otro lado haréis un Dios sólo
para unos pocos iniciados y elegidos, la inmensa mayoría de la
humanidad se quedará fuera y buscará otros dioses que les suplan
su orfandad.»
Por un momento volví al presente, el recuerdo de estas palabras
al ver al fondo el Monte de los Olivos me hacía comprender con
tristeza qué reales eran sus advertencias y no las supimos ver con
claridad.
Vivimos en la actualidad en un mundo dividido en millones de
parcelas de pequeñas verdades. Cada uno percibiendo la nuestra
como la única, la verdadera, y siendo capaces de defenderla hasta
con nuestra vida si fuera necesario. No tengo más que girar la
cabeza y ver en que se ha convertido hoy Jerusalén: un símbolo
de la división de religiones, culturas, de hermanas y hermanos.
Triste destino el que estamos viviendo, pero no es tarde. Las
voces de quienes clamaban en el desierto se han adentrado en las
ciudades.
Y en silencio, como un ladrón en la noche, entran en
cada morada instalándose, esperando con paciencia el suave
despertar, el amanecer de un nuevo día.
Todo tiene su tiempo y su momento
EL ANCIANO JUAN
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