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martes, 17 de marzo de 2015
ESCRITO I (segunda parte) EL AMOR .- PEDID AL PADRE
ESCRITO I (segunda parte) EL AMOR .- PEDID AL PADRE
La Tierra no se detuvo y el alba de un nuevo día llegó. Abrí los
ojos, vi a María y a Pedro junto al Maestro sentados con la mirada
perdida, con un gesto me pidió que me acercara a ellos, así lo
hice, parecía que me esperaban.
Entonces el Maestro comenzó a hablar:
«Cuando os encontréis desanimados o alegres; alterados o
tranquilos; sin rumbo o con esperanza; en cualquier estado de
ánimo o actitud mental: buscad un tiempo en soledad, no importa
donde, ni a qué hora, si al alba o al anochecer. Entonces en
silencio, en voz baja o en alto, orad así: “Abbá”… Y hablad con
el corazón, con verdad. Expresaos con humildad.
Compartid vuestro dolor, vuestro llanto y desesperación si así lo
necesitáis. Entregádselo a Él y os lo devolverá convertido en Luz
y Esperanza.
Tened por seguro que Él os escucha y no caen en saco roto
vuestras súplicas.
No le pidáis por vuestras necesidades materiales, pedidle por
vuestras carestías espirituales.
Y dadle siempre gracias y amad a vuestros hermanos.
Porque, en verdad os digo, sólo el Amor podrá satisfaceros
plenamente.»
Finalizó diciendo:
—Ahora os dejo en vuestro silencio, después empezaremos a
caminar hacia nuestro destino…
Nos quedamos una vez más callados y sumidos en nuestros
pensamientos.
Al poco emprendimos camino entre montañas. El buen tiempo
nos acompañaba otra vez y un ligero viento nos hizo así más
llevadera la travesía por estas áridas tierras.
Recordé las palabras del Maestro: “El que quiera seguirme, que
renuncie a sí mismo, tome su cruz y que me siga”.
«Sí —dijo el Maestro—, es necesario renunciar a nuestra
pequeña vida personal si deseamos alcanzar la verdadera paz, la
que nace tras el sacrificio de nuestro ego.
Ahora vives en una encrucijada, un cruce de caminos y has de
elegir si seguir siendo el que eres, envuelto en tus dudas y
temores a merced de las mareas de tus pensamientos y
sentimientos, donde tu pequeño yo es quien importa o, tomar el
timón de tu vida y conducirte a las cálidas tierras de mi Padre.
Sí así lo deseas puedes seguir conmigo y atravesar estas tierras,
este desierto, como ahora lo estás haciendo. No sabes adónde vas.
Únicamente conoces tu vida pasada, te aferras a ella como si fuera
lo más importante, sin embargo aún no sabiendo el por qué,
confías plenamente en mí. No pienses que dejas de existir, nada
más lejos de la realidad. El único que muere es el ser aislado que
vive en ti, para dar paso a un hombre nuevo donde la palabra
Amor cobra su auténtico sentido.
El Amor se identifica con todos y con todo, nada queda fuera de
Él, pues Él es la Vida, lo único que de verdad existe.
O tomas el camino de regreso a Jerusalén, donde las leyes, con
sus normas, premios y condenas te seguirán atando. Hasta que un
día te vuelvas a preguntar: ¿por qué permanezco esclavo de mi
mismo?... Y vuelvas a pedir ayuda a tu Padre.
Hoy es el tiempo que has elegido para liberarte y los cielos se
conjugan para que así sea. Tú tienes la última palabra.»
Entonces —preguntó María—, ¿por qué vivimos sumidos en el
caos que produce el sufrimiento cuando podemos vivir en paz y
armonía?
Él contestó:
«Porque nacimos libres y vivimos las consecuencias de esta
libertad. Aprendemos de nuestras experiencias, errando y
acertando nos hacemos a nosotros mismos. Cada uno somos
únicos y nadie puede hacer el trabajo por nosotros.
Elegimos estar viviendo en un profundo sueño o despertar de él.
Somos como esta planta —señaló un matorral—. Eligió el
desierto para vivir, en él encuentra su sustento, no obstante el
viento le trae aromas de otras tierras y le recuerda que un día las
lluvias también le pueden alcanzar sólo con pedirlo.»
Pedro le preguntó: ¿Y cómo evitamos el sufrimiento?
«Los deseos que te atan a la carne —siguió expresando el
Maestro—, no los evites. ¡Aprende a ennoblecerlos y pon tu
mente al servicio de tu alma y no al revés! ¡Y tu alma al servicio
del Espíritu!
No os hablo de una entelequia, una ficción. Os hablo con la
misma fuerza que creó el Sol y las estrellas, la Tierra y a todos los
que la habitamos.
Pedid al Padre y os dará, buscad su Reino y le encontraréis.»
Sus palabras nos conmovieron profundamente y al unísono le
dijimos:
—¡Elegimos despertar!
Unas carcajadas salieron de los cuatro y nos abrazamos, el
Maestro de pronto salió corriendo gritando:
—¡Agarradme si podéis!
A pesar de ser de mayor edad que el resto no le alcanzamos. Nos
dimos por vencidos y proseguimos andando, silbando, alegres.
María cantaba una vieja canción de cuna.
―¡Qué lejos queda la infancia! —dijo Pedro.
—¡Correcto! ¡Estamos creciendo! —contestó el Maestro.
La ciudad de Sicar asomaba en el horizonte. Hoy la jornada
pareció más corta, quizás la alegría rebosante que nuestras almas
desprendían tenía algo que ver tras las palabras que no dejaban de resonar: “Pedid al Padre…”
EL ANCIANO JUAN
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