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martes, 17 de marzo de 2015
ESCRITO I (segunda parte) EL AMOR .- (omega) LA TRANSFIGURACIÓN
ESCRITO I (segunda parte) EL AMOR .- (omega) LA TRANSFIGURACIÓN
Un monje franciscano se acercó sentándose junto a mí.
—¡Bonito espectáculo! ¿Verdad?
―Sí —le contesté—, esta es una noche en la que los astros se
conjugan para hablarnos de la grandeza de nuestro Creador.
—¡Seguramente en una noche como esta, Dios se mostró en
todo su magnitud en este monte! —continuó.
―No lo dudes —le confirmé—, debió ser una noche que nunca
olvidarían quienes con Él estuvieron. Fue la constatación de la
gloria de Dios manifestada en el Maestro y la esperanza para una
humanidad perdida en los laberintos de la ignorancia.
Volví a viajar en el tiempo…
Nuevamente el Maestro fue el primero en despertar, dormía
poco, y sin embargo amanecía lozano. María de Magdala no se
quedaba a la zaga y siempre era yo el último en despegarme del
suelo.
Aún con los colores del amanecer reflejado en las nubes
comenzamos a caminar.
Varios pensamientos cruzaban mi mente… ¿Hacia dónde nos
dirigíamos? ¿A Nazaret, o a algunas de las aldeas junto al mar de
Tiberiades? ¿Quizás Betsaida? Así vería a mi familia…
El Maestro los cortó diciendo:
—Vamos al monte Tabor, junto a Nazaret.
Nada dije y en un buen rato ya no volví a pensar.
El Sol quedaba a nuestra espalda mientras ascendíamos por el
camino a la cumbre del monte Tabor. Desde su cima divisábamos
las colinas donde se asienta la aldea de Nazaret. El Maestro se
quedó un largo rato mirándolas.
Aprovechamos para acomodarnos en una choza, seguramente
construida por pastores; estaba repleta de paja y nos haría más
cómodo el lecho. María y yo nos ocupamos de prepararlo. Pedro
mientras buscaba un poco de leña, así se lo pidió el Maestro, pues
nos aseguró que la noche sería larga.
Sentados junto al fuego —Pedro era experto en conseguirlo—
compartimos un poco de pescado seco. Hablamos sobre cómo se
encontrarían los hermanos que se quedaron en Jerusalén. El
Maestro nos tranquilizó, sabía que estando bajo la tutela de José
de Arimatea nada les pasaría, éste conocía muy bien a los demás
miembros del Sanedrín.
«Esta noche —nos comunicó Él— veáis lo que veáis no os
turbéis.
Nuestro Padre cuida a su rebaño esté donde esté.
El Padre envió al pastor para conducirle a la Casa que tiene
preparada para ellos.
Aquí, en medio de la oscuridad, se mostrará en todo su
esplendor y nos dará un poco más de Luz para alumbrar el camino
al nuevo Hogar.»
Nos miramos un poco perplejos, no acabábamos de comprender
sus palabras.
Se levantó y nos pidió que permaneciéramos sentados, se alejó
un poco de nosotros y permaneció en pie.
Ante nosotros la noche se hizo de día en la cumbre, a pesar de
que la Luna llena aún no había salido. Vimos que un fuerte
resplandor surgido del suelo ascendió hasta cubrir al Maestro por
completo. Su luz cambiaba rápidamente de colores,
convirtiéndose en un arco iris iridiscente. Cada vez circulaba con
más premura alrededor de su cuerpo, tanto que se convirtió en un
torbellino, una danza llena de luz viva ahora transformada en
luminosidad blanca. Un rayo de luz emergía de su cabeza
ascendiendo hasta perderse en el firmamento.
Nos quedamos absortos ante lo que estábamos percibiendo, toda
nuestra piel estaba erizada, aun así una extraña paz se apoderó de
nosotros.
Por un momento desapareció Él en la luz, y la luz con Él.
En lo que dura un relámpago en una tormenta volvimos a verle.
Contemplamos su rostro transfigurado, todo Él brillando como
el Sol en su cénit, parecía no tener edad.
La luz ya no se encontraba fuera de Él, sino que parecía emanar
de su interior.
Le sentí inalcanzable y a la vez más próximo que nunca.
«Hoy —mirándonos, comenzó a hablarnos— se ha abierto una
puerta que permanecía cerrada eones.
Hoy el Padre se ha unido a la Madre; el Cielo a la Tierra; la
oscuridad se ha disuelto en la Luz.
Hoy es el principio del fin de la ignorancia en el mundo.
En poco tiempo volveré junto a nuestro Padre. No temáis, nunca
más estaréis solos, pues lo que habéis visto es la promesa
cumplida de mi Padre a su pueblo.
La Nueva Jerusalén ya es una realidad, sólo espera que entréis
en ella.
Yo soy el Templo Vivo.
Lo que Yo soy ahora, vosotros lo seréis.
Un poco de tiempo y no me veréis, un poco más y
permaneceremos juntos para siempre.
Sólo hay un camino: hacer la Voluntad del Padre. Y Ésta es:
“Amar al prójimo como a ti mismo”.»
Él se acercó a nosotros. La paz que sentíamos crecía según se
aproximaba, una paz que no era de este mundo.
Su Luz nos envolvió y nos sumimos en un dulce sueño.
EL ANCIANO JUAN
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