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martes, 7 de junio de 2016
Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.III)
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte III.
«Habita en ti», significa:
No permitas ningún pensamiento humano, egoísta.
Toda tu forma de sentir, pensar, hablar y obrar, elévala a Dios.
Habla sólo cuando se te pregunte, y en ese caso exclusivamente conforme a la ley eterna del orden del templo –ni demasiado ni demasiado poco; la medida está en ti–. O habla cuando sea importante para tu prójimo, cuando puedas darle dones de la vida.
No preguntes por curiosidad. Si es posible, no preguntes en absoluto; pues lo que hayas de oír y saber, te lo hará llegar aquel que habita en ti.
Y cuando tu prójimo, junto a ti, esté absorto en meditación o en pensamientos, no le dirijas la palabra para explicarle tu sabiduría humana, pues no sabes dónde se halla en ese momento, con quién o con qué está él en comunicación.
No molestes a tu prójimo: entonces tú tampoco serás molestado nunca, porque te habrás convertido en la atención misma.
Y cuando tu prójimo esté comiendo o trabajando, no le molestes, a no ser que tengas que comunicarle algo importante o esencial, pues tú no sabes con quién o con qué está él en comunicación.
No desperdicies energía; pues con ello debilitas tu alma y tu cuerpo. A la vez abandonas los lugares sagrados en lo más interno de ti, la Divinidad en ti, y te sitúas fuera de ti.
Entonces empiezas a apoyarte en el templo de tu prójimo, y comienzas a exigir, porque la energía de tu alma y tu energía física disminuyen.
Quien no habita en su templo, olvida paulatinamente que él mismo es el templo del Espíritu Santo, porque ya no respeta el orden del templo, que dice:
Permanece en ti. En el Santísimo experimentas y recibes todo, para ti y para tu prójimo. En ti percibes todo lo que has de decir o no decir. En el Santísimo, en ti, recibes también las fuerzas para tu trabajo cotidiano.
Quien no mantiene puro su propio templo, construye templos externos o los sustenta con su energía, en forma de asentimiento a ritos, dogmas y cultos, y con sus talentos y monedas. Entonces se convierte en prisionero de un orden que no es el orden sagrado, Dios.
Quien en Dios, en su templo, se halla en casa, está viviendo en lo más interno, en lo más sagrado, y nunca penetrará en el templo de su prójimo ni lo ultrajará.
Por tanto, nunca penetres en el templo de tu prójimo con tus deseos obstinados, con tu querer, con tus ideas, opiniones y conceptos.
Nunca obres de forma determinante o exigente sobre tu prójimo, y tampoco lo obligues a hacer tal o cual cosa. Si él satisface tu apremio únicamente para hacerte un favor o para que le dejes tranquilo, te habrás convertido en ladrón y saqueador, pues le habrás robado una parte de su fuerza de vida.
Respeta el templo de tu prójimo, pues también él ha de aprender el orden del templo y, a través de sus debilidades y errores –que sólo ve si no le impides ver–, reconocerse y purificar aquello de lo que es consciente, para poder entrar también en el Santísimo, en su templo, que se va purificando cada vez más.
Si tienes en cuenta las legitimidades del orden del templo, te respetarás a ti mismo y respetarás a tu prójimo.
Quien no se respeta a sí mismo, tampoco respeta a su prójimo, porque él mismo no respeta el orden del templo, la ley del templo.
El orden del templo es la ley del templo; es la ley eterna sagrada; es la vida en Dios y con Dios.
Quien respeta la ley del templo, eleva sus sentimientos, sus sensaciones, sus pensamientos, sus palabras y actos a Dios, y así está colmado de Dios; y lo que siente, piensa, habla y lleva a cabo contiene fuerza divina.
Quien respeta la Ley, Dios, es uno con su prójimo y con todo lo que es, porque aquel que respeta la ley eterna, es el SER.
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