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martes, 5 de julio de 2016

"El camino sin corazón se vuelve contra los hombres y los destruye. "





"El camino sin corazón se vuelve contra los hombres y los destruye. "
-Te lo advierto.No la tomes con pasión; la yerba del diablo es sólo un camino a los secretos de un hombre de conocimiento, hay otros caminos. Pero su trampa es hacer creer que el único camino es el suyo. Yo digo que es inútil desperdiciar la vida en un solo camino, sobre todo si ese camino no tiene corazón.
-Pero ¿cómo sabe usted cuándo no tiene corazón un camino, don juan?
-Antes de embarcarte en cualquier camino tienes que hacer la pregunta: ¿tiene corazón este camino? Si la respuesta es no, tú mismo lo sabrás, deberás entonces escoger otro camino.
-Pero ¿cómo sé de seguro si un camino tiene corazón o no?
-Cualquiera puede saber eso. El problema es que nadie hace la pregunta, y cuando uno por fin se da cuenta de que ha tomado un camino sin corazón, el camino está ya a punto de matarlo. En esas circunstancias muy pocos hombres pueden pararse a considerar, y más pocos aún pueden dejar el camino.
-¿Cómo debo proceder para hacer la pregunta apropiada, don juan?
- Pregunta nada más.
- Lo que quiero decir es si hay un método indicado para que yo no me mienta a mí mismo y crea que la respuesta es sí cuando en realidad es no.
-¿Por qué habrías de mentir?
-Tal vez porque en el momento el camino es agradable y me gusta.
-Esas son tonterías. Un camino sin corazón nunca es disfrutable.
Hay que trabajar duro tan sólo para tomarlo. En cambio, un camino con corazón es fácil: no te hace trabajar para tomarle el gusto.
(…) (Don juan) – Te he dicho que para escoger un camino debes estar libre de miedo y de ambición. Pero el humito te ciega de miedo y la yerba del diablo de ambición.
- Argüí que se necesitaba ambición para emprender cualquier camino, y que su aseveración de que había que estar libre de ambición carecía de sentido. Una persona tiene que tener ambición para aprender.
-El deseo de aprender no es ambición –dijo-. El querer saber es nuesro destino como hombres, pero convidar a la yerba del diablo es solicitar poder, y eso es ambición, porque no lo estás haciendo por saber. No dejes que la yerba del diablo te ciegue. Ya te tiene enganchado. Invita a los hombres y les da una sensación de poder; los hace sentirse capaces de hacer cosas que ningún hombre común puede. Pero esa es su trampa. Y, luego, el camino sin corazón se vuelve contra los hombres y los destruye. No se necesita gran cosa para morir, y buscar la muerte es no buscar nada.
Fragmento del libro: "Las enseñanzas de don Juan" de Carlos Castañeda.

LA NOBLEZA DE CORAZÓN





LA NOBLEZA DE CORAZÓN (Reflexión)
Persona noble quiere decir sincero o veraz. Describe al que demuestra una actitud justa hacia la verdad y, por consiguiente, desprecia el engaño. Además, tal persona es valiente porque defiende lo justo sin tener miedo. Tener un corazón noble es contar con un corazón fuerte para aspirar por los altos ideales y no para encaminarnos por opciones mediocres.
Es tener un corazón generoso en el trabajo viendo en el NO una imposición, porque se debe cumplir la misión confiada.
Cuando hablamos de una persona noble se entiende que se trata de alguien que siempre intenta actuar rectamente, con sentido de la justicia, que no tiene intenciones ocultas y que procura no dañar a nadie. En caso de legítima defensa, procuraría hacer el menor daño posible.
Tiene un alma noble el que no está encerrado en sí mismo y no se ocupa sólo de su interés propio, sino que tiene energía y riqueza interior para dedicarse también a otros, para apoyar sus necesidades y facilitar, es una persona que no se sobreestima, sabe aprender y es agradecida.
La persona de alma noble trata de alcanzar la meta, pero no odia a su adversario, lo respeta, le reconoce su valor y su dignidad. Una vez terminada la lucha o contienda, olvida la cólera, no cultiva en el corazón el deseo de venganza, perdona. La persona con un corazón noble es muy sensible y solidaria con las personas temerosas, humilladas, lastimada.
Lo contrario a este tipo de persona son LOS MEZQUINOS queines solo buscan su propia meta. Confunden su propio interés con la justicia. Si alguien obstaculiza sus deseos lo odian, lo insultan, lo denigran, están dispuestas a cometer cualquier atropello, cualquier maldad. La persona de alma mezquina es insensible a los demás y es capaz de burla ante la fragilidad del otro. La persona con alma noble es un ser “crecido“, ha desarrollado constructivamente su ser personal y social, promueve el progreso sin cálculos egoístas.Es pues el Noble alguien que ha logrado un despertar genuino en la senda evolutiva del corazón.
Amenhotep Tutmosis

EL ERMITAÑO


EL ERMITAÑO

Después de una larga caminata llegó Bernardo a la cueva donde se encontraba el ermitaño. Llevaba consigo el alimento que éste necesitaba para dos semanas. Nadie más se acercaba allí, apartado de cualquier camino. Muy pocos conocían el acceso a este recóndito lugar, sólo los monjes del monasterio al que pertenecía sabían de su existencia.
Desde la entrada se divisaba el valle. 
El Sol lucía en su cenit y el calor era agobiante. Gracias a los árboles que casi ocultaban el acceso se hacía soportable. 
Las rocas reflejaban el calor como si de fuego se tratase.
El ermitaño se encontraba al fondo de la cueva, no era muy grande. La luz que entraba dibujaba la silueta del monje y dejaba intuir sus rasgos. Su calvicie y su larga barba le daban un aire de solemnidad. Vestía, si se puede decir así, un hábito pardo con agujeros que debían de acompañarle durante ya largos años. Era de pequeña estatura. Sus ojos, redondos, permanecían casi ocultos tras la profunda oquedad en que se alojaban. Una leve sonrisa dibujó al ver al joven monje.
–¿Cómo está, maestro? –preguntó Bernardo.
–Bien, –contestó el ermitaño–. Y no me llames maestro, soy como tú, un simple monje.
Aunque ambos eran parcos en palabras, se estableció un diálogo entre ellos. Al principio, Bernardo, le puso al día de la situación de la comunidad, sobre todo de las penurias económicas por las que atravesaba ésta, dado que sólo vivían de su esfuerzo y el campo últimamente no era muy generoso con ellos. Gracias al voto de pobreza que profesaban llevaban sin dificultad dicha situación.
Bernardo le preguntó al ermitaño el porqué de su retiro, que ya le parecía muy prolongado en el tiempo, pues se encontraba en este lugar después de la última guerra que asoló el país, hacía ya quince años.
«Permanezco –le dijo el anciano–, en este lugar porque quería comprender el porqué del sufrimiento. Viví desde muy joven los golpes de la vida en mi cuerpo y en mi alma. Vi a mi familia destrozada por la codicia, la avaricia y la ambición; los malos tratos psíquicos que día a día vivía junto a mis hermanos y hermanas determinaron nuestro futuro, de estampida se podría calificar la salida de aquel infierno. Cada uno se salvó como pudo, las relaciones eran cada vez más esporádicas, quizás porque nuestro subconsciente no quería despertar aquellos recuerdos que nos marcaron para siempre.
»Busqué infructuosamente respuestas satisfactorias. Nadie sabía responderme a una pregunta tan sencilla: ¿cuál es la causa de tanto sufrimiento? Hablé con filósofos, eruditos, líderes religiosos, pero ninguno supo responderme, se perdían en laberintos intelectuales sin salida. Y mirándoles a los ojos comprendí que no tenían una respuesta, la felicidad no estaba entre sus cualidades.
»Dialogué con obreros, estudiantes, madres, padres..., pero ellos estaban aún más sumidos en el sufrimiento.
»Así que, decidí retirarme. Mi búsqueda de la verdad me llevó un día al monasterio. No buscaba un lugar para esconderme, sino el recogimiento necesario para obtener una respuesta y así se lo propuse al abad del monasterio, él comprendió mi necesidad.
»Al principio me ocupaba de mantener limpio el monasterio. Todo el día con la escoba a cuestas y en la noche, en la soledad de mi celda, le pedía a Dios que me iluminara y lograra respuesta.
»Un día me ofreció el abad la posibilidad de ir a una cueva por un corto periodo de tiempo. Y el tiempo se fue alargando… Yo le pedía seguir aquí y él accedió.»
Después de un largo silencio, Bernardo volvió a preguntarle:
–¿Encontraste la respuesta?
–¡Sí! –dijo el ermitaño, categórico.

Continuó:
«En la soledad y el silencio, en el frio y el calor, en el paso de las estaciones, en el canto de las aves, en el lento transcurrir de los días y las largas horas de la noche, en el contacto directo con la naturaleza… he ido apaciguando mi alma y mi cuerpo. Al principio mis deseos me perseguían con pesadillas, luchaba contra ellos y ese era mi error. Aprendí a no enfrentarme a ellos sino a verlos como un espectador va al teatro, transcurre la obra y después te vas, ahí se quedan. No son tuyos, no te pertenecen. Aprendes de lo visto y experimentado, eso es lo que queda y nada más.
»Aprendí el valor de lo que de verdad importa para subsistir. Supe que los deseos nos esclavizan o nos liberan, que todo dependía del enfoque que les dábamos y dónde nos situábamos nosotros ante el deseo. El deseo hace que desarrollemos la inteligencia pero para obtenerlo podemos poner en peligro la relación con aquello que nos rodea, el daño que podemos causar puede ser irreparable.
»El deseo y la inteligencia, dos instrumentos a nuestra disposición para progresar, pero no para ser sus esclavos. Dejarnos llevar por el deseo sin freno, nos convierte en seres neuróticos, sin control; cuando no son satisfechos hace que nos sintamos vacíos, sin vida, enfermos. Y morimos de insatisfacción. Y renacemos nuevamente, entrando en la rueda del deseo. El deseo nos ennoblece o nos envilece.
»El deseo más noble nos eleva como seres humanos y es aquel en que el otro está por delante de uno y en uno. Deja de ser un deseo para convertirse en una forma de vida. Ya no deseo nada para mí. He canalizado mis deseos y los he transformado en compasión, no en el sentido vulgar de apiadarme, sino de sentir con el otro, ser uno solo.
»Mi conciencia ya no me pertenece a mí sólo, sino que abarca a todo cuanto me rodea. Me importa lo que le ocurre a cualquier ser existente.»
Bernardo estaba entusiasmado, pero una duda le asaltaba la mente: ¿cómo es posible amar al mundo viviendo en soledad? Y así se lo transmitió al ermitaño.
Él le miró y sonriendo, añadió:
«Al trascender mi ego, también trascendí mi cuerpo, estos ya no me limitaban. Mi conciencia se expandía cada vez más. Quiero decirte que los árboles y yo éramos uno, también los pájaros que cerca anidaban. Poco a poco fui abarcando más: el día, la noche, el espacio, no eran un obstáculo para mí. En la quietud y el silencio viajaba a través de mi cuerpo, que ya no era sólo este que ves, se expandía a toda la tierra; todo lo que en ella se encontraba era yo. Y me conocí. Y me hablaba en la noche, en la calle, en la oficina, en el colegio; oía los susurros del mundo que eran los míos; les aconsejaba… me aconsejaba; les ayudaba a percibir con claridad los diferentes caminos a tomar, a distinguir el de su pequeño ego y el de todo su ser, mi ser.»
No tenía Bernardo palabras, su alma se llenaba de gozo ante la sabiduría que ante él tenía.
El ermitaño volvió a tomar la palabra:
–Ya es hora que deje este retiro, he de encontrarme con otros hermanos que he conocido hace poco tiempo.
–¿Bajas al monasterio? –preguntó Bernardo.
–No, estos hermanos están muy lejos, o demasiado cerca según lo enfoques. Hay mucho que hacer aún por esta, tu Tierra, mi Tierra.
El cuerpo del ermitaño comenzó a iluminarse, parecía una explosión de colores y después un blanco intenso absorbió todos los colores. La luz se fue haciendo más tenue hasta que desapareció… y el ermitaño con ella.
Bernardo quedó petrificado. En su mente escuchó: “No te equivoques, no estoy muerto y recuerda siempre: el amor es quien nos salvará de nosotros mismos. Hasta siempre, Bernardo”.
En silencio, comenzó a desandar el camino hacia el monasterio.
Dedicado a l@s inquiet@s
Ángel Hache.

BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN, PORQUE ELLOS SERÁN CONSOLADOS



Henos aquí ante otra bienaventuranza desconcertante. 
Sobre todo en la formulación más tajante de Lucas: Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. ¿Estamos aquí ante una condenación de la alegría y una canonización de la tristeza? ¿Es que el llorar será bienaventuranza y toda risa es maldita? ¿Sólo entre lágrimas podrá el hombre caminar hacia Dios?
Evidentemente no se trata aquí de cualquier tipo de lágrimas. Y la clarificación la tenemos a todo lo ancho del antiguo y del nuevo testamento.
Ya en el antiguo teníamos preanunciada esta bienaventuranza. Me volví —dice el Eclesiástico y vi las violencias que se hacen debajo del sol y las lágrimas de los oprimidos sin tener quién los consuele (4, 1). Pero esta tristeza y llanto se convertirán en gozo bajo la mano de Dios: Los que sembraron en llanto —dice el salmo— cosechen en júbilo (126, 5). Y será Isaías el gran profeta del llanto y del consuelo, porque el tiempo de la cautividad de Babilonia es el tiempo de las lágrimas. Por eso Isaías anuncia como la gran misión del Mesías la de ser el consolador universal. Vendrá —dice-- para consolar a los tristes y dar a los afligidos de Sión, en vez de ceniza, una corona (61, 3).
Estos son los que Cristo proclama bienaventurados: los que son conscientes de que viven en el destierro, los que tienen llanto en el alma, los que experimentan que están lejos de Dios y de la patria prometida, los que sufren en su carne por estar sometidos a la tiranía del pecado, del propio y de los demás. Son los que sufren porque saben que«el amor no es amado», los que sienten el vacío de las cosas y no se enredan en ellas con «la risa del necio, que es como el chisporrotear del fuego bajo la caldera» (Ecl 7, 6).
A todos estos trae Jesús el consuelo y promete bienaventuranza: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis y el mundose alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16, 20).
Esta bienaventuranza comenzará a cumplirse ya aquí en la esperanza, pero sólo tendrá realidad plena al otro lado, en la nueva Jerusalén. En ella Dios será con ellos y enjugará las lágrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajos, porque todo eso es ya pasado (Ap 21, 3-4).
No se anuncia pues la bienaventuranza a los que lloran por envidia de lo que no han podido conseguir, por rabia de su fracaso, por cobardía o mimos infantiloides. No se elogia aquí a los pesimistas, ni a los morbosos que gozan revolcándose en sus propias heridas.
De los que se habla es —como ha escrito muy bien Papini— de los que sienten asco de sí mismos y compasión del mundo y no viven en la supina estupidez de la vida corriente y lloran la infelicidad propia y lloran los esfuerzos fallidos y la ceguera que retrasa la victoria de la luz —porque la luz del cielo no aprovecha a los hombres si éstos no la reflejan , y lloran la lejanía de ese bien infinitas veces soñado, infinitas veces prometido y, sin embargo, por culpa nuestra y de todos, cada vez más lejano; los que lloran las ofensas recibidas, sin aumentar los problemas con la venganza y lloran el mal que han hecho y el bien que hubieran podido hacer y no han hecho; los que no se desesperan por haber perdido un tesoro visible, sino que ansían los tesoros invisibles; los que así lloran, apresuran con las lágrimas la conversión y es justo que un día sean consolados.
Estas son las lágrimas que Dios bendice: las que construyen y no las que adormecen; las lágrimas que no terminan en las lágrimas, sino en el afán de convertirse; las que, al salir de los ojos, ponen en movimiento las manos; las que no impiden ver la luz, sino que limpian los ojos para que vean mejor.
Para esos reserva Dios un infinito caudal de alegrías.
JL. MARTÍN DESCALZO
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CUANDO EL CORAZÓN SE MANIFIESTA



CUANDO EL CORAZÓN SE MANIFIESTA
Paula es una mujer sencilla. Como todo ser humano tienes sus miedos, y por qué no, también prejuicios, pero como consecuencia de sus miedos, y éstos, de la ignorancia.
Va a su trabajo a primera hora de la mañana, y de un oscuro callejón sale un hombre arrastrándose. Está muy herido y le pide auxilio. Ella le reconoce, le ha visto muchas veces en fotos en televisión. Es un terrorista. Las sirenas de los coches de policía se oyen cada más. Le están pisando los talones al fugitivo herido.
Paula mira a los ojos del hombre. Estos le piden ayuda, pero no una ayuda física, pues ella poco puede hacer. Es diminuta de cuerpo y el fugitivo le duplica en mucho la estatura.
Por otra parte no se atreve a acercarse a él. Sus prejuicios asoman. Es un terrorista, y por lo tanto, un ser negativo y cruel. Sin embargo su corazón le pide que vaya hacia él. Paula no sabe que hacer. Y cuando el fugitivo vuelve a tender su mano vacilante hacia ella, Paula se enciende por dentro, como una bombilla de alto voltaje, y una medio silueta de luz sale de su cuerpo con una mano tendida.
En aquel momento Paula comprende. Su corazón se le ha manifestado, quiere abrazar a aquel hombre, y ella entrega su cuerpo y su voluntad.
Va hacia el fugitivo, y acariciándole la cabeza, le deposita un beso en su frente. Sin palabras.
La policía se acerca, y Paula se retira, preguntándose el por qué de todo aquello.
El terrorista es encarcelado. Veinticinco años han pasado ya.
Paula va por el parque con su nieto en el cochecito. Sin querer, tropieza con una rueda con la silla de un hombre anciano incapacitado. De esa silla de ruedas tira un hombre de unos 60 años. Se disculpa ante él, y ve con sorpresa que es el mismo fugitivo al que le tendió la mano años atrás.
Ambos se reconocieron y sonrieron. Sin palabras Pero Paula vió en el rostro de aquel hombre una paz inmensa, una serenidad palpable, y sus manos, llenas de amor, ayudaban a un pobre anciano a que disfrutara de los suaves rayos de sol de un otoño pronto a darle la bienvenida al invierno.
Y sin palabras, cuando ya habían andado unos metros, cada uno por un lado, ambos se volvieron, e instantáneramente y simultáneamente, se estaban enviando un beso con sus manos.
Paula se estremeció, porque pudo ver cómo se encendía por dentro aquel ex-fugitivo, y pudo observar y disfrutar el maravilloso ser que habitaba, que era él.
Este relato es real. Nunca sabemos el alcance que puede tener un gesto de amor, por pequeño que sea, hacia otro ser humano, sean cuales fueran las circunstancias.
Corazón Peregrino.
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