CUANDO EL CORAZÓN SE MANIFIESTA
Paula es una mujer sencilla. Como todo ser humano tienes sus miedos, y por qué no, también prejuicios, pero como consecuencia de sus miedos, y éstos, de la ignorancia.
Va a su trabajo a primera hora de la mañana, y de un oscuro callejón sale un hombre arrastrándose. Está muy herido y le pide auxilio. Ella le reconoce, le ha visto muchas veces en fotos en televisión. Es un terrorista. Las sirenas de los coches de policía se oyen cada más. Le están pisando los talones al fugitivo herido.
Paula mira a los ojos del hombre. Estos le piden ayuda, pero no una ayuda física, pues ella poco puede hacer. Es diminuta de cuerpo y el fugitivo le duplica en mucho la estatura.
Por otra parte no se atreve a acercarse a él. Sus prejuicios asoman. Es un terrorista, y por lo tanto, un ser negativo y cruel. Sin embargo su corazón le pide que vaya hacia él. Paula no sabe que hacer. Y cuando el fugitivo vuelve a tender su mano vacilante hacia ella, Paula se enciende por dentro, como una bombilla de alto voltaje, y una medio silueta de luz sale de su cuerpo con una mano tendida.
En aquel momento Paula comprende. Su corazón se le ha manifestado, quiere abrazar a aquel hombre, y ella entrega su cuerpo y su voluntad.
Va hacia el fugitivo, y acariciándole la cabeza, le deposita un beso en su frente. Sin palabras.
La policía se acerca, y Paula se retira, preguntándose el por qué de todo aquello.
El terrorista es encarcelado. Veinticinco años han pasado ya.
Paula va por el parque con su nieto en el cochecito. Sin querer, tropieza con una rueda con la silla de un hombre anciano incapacitado. De esa silla de ruedas tira un hombre de unos 60 años. Se disculpa ante él, y ve con sorpresa que es el mismo fugitivo al que le tendió la mano años atrás.
Ambos se reconocieron y sonrieron. Sin palabras Pero Paula vió en el rostro de aquel hombre una paz inmensa, una serenidad palpable, y sus manos, llenas de amor, ayudaban a un pobre anciano a que disfrutara de los suaves rayos de sol de un otoño pronto a darle la bienvenida al invierno.
Y sin palabras, cuando ya habían andado unos metros, cada uno por un lado, ambos se volvieron, e instantáneramente y simultáneamente, se estaban enviando un beso con sus manos.
Paula se estremeció, porque pudo ver cómo se encendía por dentro aquel ex-fugitivo, y pudo observar y disfrutar el maravilloso ser que habitaba, que era él.
Este relato es real. Nunca sabemos el alcance que puede tener un gesto de amor, por pequeño que sea, hacia otro ser humano, sean cuales fueran las circunstancias.
Va a su trabajo a primera hora de la mañana, y de un oscuro callejón sale un hombre arrastrándose. Está muy herido y le pide auxilio. Ella le reconoce, le ha visto muchas veces en fotos en televisión. Es un terrorista. Las sirenas de los coches de policía se oyen cada más. Le están pisando los talones al fugitivo herido.
Paula mira a los ojos del hombre. Estos le piden ayuda, pero no una ayuda física, pues ella poco puede hacer. Es diminuta de cuerpo y el fugitivo le duplica en mucho la estatura.
Por otra parte no se atreve a acercarse a él. Sus prejuicios asoman. Es un terrorista, y por lo tanto, un ser negativo y cruel. Sin embargo su corazón le pide que vaya hacia él. Paula no sabe que hacer. Y cuando el fugitivo vuelve a tender su mano vacilante hacia ella, Paula se enciende por dentro, como una bombilla de alto voltaje, y una medio silueta de luz sale de su cuerpo con una mano tendida.
En aquel momento Paula comprende. Su corazón se le ha manifestado, quiere abrazar a aquel hombre, y ella entrega su cuerpo y su voluntad.
Va hacia el fugitivo, y acariciándole la cabeza, le deposita un beso en su frente. Sin palabras.
La policía se acerca, y Paula se retira, preguntándose el por qué de todo aquello.
El terrorista es encarcelado. Veinticinco años han pasado ya.
Paula va por el parque con su nieto en el cochecito. Sin querer, tropieza con una rueda con la silla de un hombre anciano incapacitado. De esa silla de ruedas tira un hombre de unos 60 años. Se disculpa ante él, y ve con sorpresa que es el mismo fugitivo al que le tendió la mano años atrás.
Ambos se reconocieron y sonrieron. Sin palabras Pero Paula vió en el rostro de aquel hombre una paz inmensa, una serenidad palpable, y sus manos, llenas de amor, ayudaban a un pobre anciano a que disfrutara de los suaves rayos de sol de un otoño pronto a darle la bienvenida al invierno.
Y sin palabras, cuando ya habían andado unos metros, cada uno por un lado, ambos se volvieron, e instantáneramente y simultáneamente, se estaban enviando un beso con sus manos.
Paula se estremeció, porque pudo ver cómo se encendía por dentro aquel ex-fugitivo, y pudo observar y disfrutar el maravilloso ser que habitaba, que era él.
Este relato es real. Nunca sabemos el alcance que puede tener un gesto de amor, por pequeño que sea, hacia otro ser humano, sean cuales fueran las circunstancias.
Corazón Peregrino.
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