Eran las diez de la noche, y Cintia se sentía inquieta.
Una sensación de desasosiego y melancolía estrujaban su corazón. Dentro de muy pocas horas se convertiría en una mujer de cuarenta años. No siempre se sentía así. Solía tener muchos altibajos. Por lo general, era alegre, activa, sensitiva y con un mundo espiritual pleno y rico. Pero cuando la otra cara de la moneda se quedaba al descubierto...¡que mal se sentía, que vacío en su interior...que soledad tan angustiosa!.
Hacía ya un tiempo que había encontrado a ciertas personas, todas ellas integrantes de un grupo bastante extraño. Les había encontrado en su búsqueda de una solución para el problema con su fobia a las tormentas, y que a veces estremecía su corazón, su mente y hasta su alma. Huía de una tormenta, y con ellos encontró una mucho peor: el meterse dentro de uno mismo y descubrir los rincones sucios de la propia casa, no es muy agradable, y menos todavía cuando se cree que está como los chorros del oro.
Por fin habían encontrado un método. Rual, que así se llamaba el monitor del grupo, les había enseñado un ejercicio lleno de color, que al igual que el sol de la mañana cuando entra a través de las ventanas del hogar, ayuda con su luz a localizar aquéllos malolientes y sucios rincones. Había hecho muchas veces el ejercicio, pero lo único que sentía a través de él, era una mayor elevación y plenitud, todo lo contrario a lo que se supone, debería experimentar, pues Cintia era consciente de que todo lo que relucía no era oro. Pero para empezar, ya los colores que se manejaban en el ejercicio eran sus preferidos: el rojo, el índigo, el azul, el verde, el amarillo, el blanco... En ellos se recreaba, y cualquiera de esos colores le transportaba a aquel mundo de felicidad y de plenitud, donde muchos, muchos años atrás, encontró al hombre de su vida, a su príncipe, al amado de su Corazón, a aquél que le prometió que volvería a buscarla para hacerla su reina...¡pero que lejos estaba aquello...!. También es verdad que estaba un poco nerviosa, pues se había pasado toda la tarde preparando la comida de cumpleaños con la que iba a agasajar a sus amigos, a los del grupo. Para ella eran su verdadera familia, la que nace del espíritu, y quería que en aquel cumpleaños tan especial, estuviesen a su lado. Todo había quedado más o menos preparado. Se sentía cansada y emocionalmente cargada y algo bloqueada, así que se relajó, pasó por alto la mayoría de los colores del ejercicio y se centró en el azul. En esta ocasión le apetecía recrearse en un azul firmamento, repleto de estrellas doradas, y poco a poco sintió que la calma y la paz la visitaban.
Llevaba unos minutos de profundo relax, cuando sintió que algo o alguien le hacía cosquillas en los pies. Se levantó de la cama bruscamente, pero no vio nada. “¡Quizás haya sido una simple reacción debida a la relajación...!”,exclamó Cintia. Pero en aquel momento una voz chillona, viva, como la de un niño tramando travesuras, se dejó oír en la habitación.
-¡Hola hola...!
-¿Quién eres...? Preguntó sorprendida Cintia, pues seguía sin ver nada.
-¡Soy yo!
-¿Y quien eres tu?
-¡Pues yo!
-¿Y ese Yo...tiene algún nombre...? Preguntó algo contrariada Cintia.
- Si, tengo un nombre, pero lo tendrás que descubrir tú. Pero... ¿tu sabes quien eres TU...?
-¿Yo...?
-¡Si, tu...! Contestó la voz de niño.
- Hoy no estoy para acertijos, además tampoco puedo verte...y no me gusta hablar con desconocidos.
-Pues para no gustarte hablar con desconocidos, no dejas de hacerlo contigo misma...
-¿A qué te refieres? ¿Insinúas que yo soy una desconocida para mí misma?
-Para ti misma no, pero sí para Cintia.
-¿Y qué diferencia hay, acaso no soy la misma..?
-¡No, rotundamente no! ¿Te gustan los regalos?
-¿Y a quien no?
- ¿Princesa... me das trato de princesa a mí...?
- Yo solo soy un mandado, que obedece con lealtad e incondicionalmente a su señor. Además, el trato de reina...,os lo tendréis que ganar...
- ¿De reina...? ¿Pero de qué estás hablando? ¿A qué señor sirves? ¿Pero quien demonios eres?
- Además de princesa, tienes muy mal genio, pero por favor...no me nombres a la competencia.
- Pero, ¿cómo puedo hablar contigo, si no te veo y no sé quien eres?
- Pues para empezar, podrías abrirme el corazón de Cintia, e invitarme a hablar contigo. Pero como veo que te sientes un poco incómoda, tomaré una forma que a ti te agrada particularmente. Así será más fácil.
Y en un abrir y cerrar de ojos, Cintia pudo observar, sobre su cama, a un duendecillo, el personaje de un cuento muy querido por Cintia niña.
- ¡Eres tu, Gruñón!
- No..., no te dejes llevar por las apariencias. No soy Gruñón, ni pertenezco al mundo de la fantasía. Soy real. Cuando al fin descubras quien soy, será el regalo de tu cumpleaños. ¿Estás preparada para desembalarlo?
- ¿Pero qué regalo...,si yo no veo ninguno?
- Dime, ¿dónde tienes preparada una mesa con una comida muy especial...?
- En el salón.
- Pues te invito a que entres, tus invitados te están esperando.
-¡Pero cómo voy a salir así, en pijama a recibir a mis amigos!
- Yo no veo que vistas un pijama, y he de advertirte que los invitados que hay esperándote, no son los que Cintia espera, pero sí los que TU has invitado...
Cintia no salía de su asombro, no entendía nada, pero algo la impulsaba a seguir aquella especie de juego, y como buena actriz que era, estaba dispuesta a interpretar el papel que le correspondiera en aquel preciso instante. Antes de abrir la puerta que daba al salón, se echó un vistazo en el espejo y pudo ver con sorpresa que sus ropas eran las de una princesa, de color blanco. Una diadema en el pelo, de oro y plata, y un rubí de grandes dimensiones que, prendido de una cadena de oro, colgaba de su blanco cuello. Respiró profundamente y cogió el pomo de la puerta que le abría paso a un nuevo escenario.
Cintia le pidió al duendecillo que la acompañara, y éste, gustoso y servicial, de un salto se le colocó sobre el hombro derecho. Cintia abrió la puerta y pudo observar perpleja el complejo, pero bello y estimulante escenario que se había montado en aquel salón. Pero al parecer, ninguno de los presentes se percató de ella.
- Pequeño duende, ¿quiénes son...? ¿Por qué no nos ven? Ignoran nuestra presencia.
- ¿Deseas que así lo hagan...? ¡Tus deseos son órdenes para mí!
- No, no, espera, ¿quienes son? ¡No les conozco!
- ¿Seguro? ¿Ni tan siquiera te son familiares...? ¿Y qué me dices de aquel grupo que está pendiente de ti?
Cintia miró al fondo de salón y su corazón le dio un salto que a punto estuvo de salírsele por la boca. Era grande la emoción, el cariño, pero sobre todo el amor que sentía por aquéllos cinco hombres. Cintia había reconocido a sus mejores amigos, a grandes maestros que a lo largo y ancho de su existencia habían sido sus instructores, amigos, confidentes y en algunas ocasiones compañeros de aventuras. Quiso ir hacia ellos, pero el pequeño amigo la detuvo con cariño:
- Cintia, espera...primero tienes que tomar una decisión.
- ¿Cual?
- Si deseas o no que el resto de los invitados te reconozcan y sigan festejando tu fiesta de cumpleaños. Van todos juntos, en el mismo paquete del regalo.
- ¿Pero quienes son los demás? Hay más de cuarenta personas aquí que no conozco de nada, y además van todos disfrazados. Desde luego...están muy bien caracterizados, y los disfraces son una maravilla. ¡Son auténticos! Monjas, religiosos, soldados, romanas, griegas, campesinas, un escritor de pluma, una egipcia, una reina...,¡la pobre, vaya nariz que tiene!, un cardenal y...¡ y una mujer muy rara...!, ¿quién es esa?
- Es una maga. Parece que te desagrada...¿por qué?
- Va toda vestida de negro, y este color no me gusta. Es muy seria, y además me da que es una mujer insolente y orgullosa. La verdad..., no se que tendrá ella que ver conmigo... (Y el pequeño duende reía).
- Cintia, alguien muy querido para ti dijo una vez: “no juzguéis y no seréis juzgados”, y nunca mejor dicho, pues acabas de tirar un teja de buen tamaño contra tu propio tejado.
- Pequeño amigo, intuyo que tu estas aquí para ayudarme en un proceso, y yo quiero ir hasta el final. ¿Por qué no empiezas a ayudarme a quitar este complicado precinto del paquete regalo?
- De acuerdo, es tu deseo, y yo te obedezco, para eso estoy aquí. Lo único que puedo decirte es que todos estos personajes eres Tú misma. Son papeles que has interpretado en distintas épocas de tu existencia, en ese gran escenario que es el mundo. No todos están aquí, pues no cabrían en esta habitación. Solo han sido invitados los que más te enriquecieron, y a través de los cuales, más entregaste de ti misma a los espectadores de este Gran Teatro. Con ellos te consagraste como una inmejorable y consagrada actriz de la Vida. Puedes estar orgullosa de ti y de ellos. Y ahora tienes que decidir, si deseas que permanezcan contigo en esta nueva andadura, o que se vayan para siempre de tu lado. Y en este proceso, Cintia, yo no puedo seguir de esta forma, así no podría ayudarte. Debo volver a mi lugar, a mi sitio, allí de donde salí para que tu supieras de mi existencia.
- Solo una pregunta, pequeño amigo... si decido que ellos se marchen, ¿también se irían mis queridos y entrañables amigos?
- Sí y no...Verás, Cintia...esa interpretación tuya del pasado, si lo deseas, desaparecerá. Tus amigos también forman parte de ese pasado, y no volverás a verles con esa imagen, pero ellos no han sido invitados por ti, sino por mí, y vinieron conmigo a tu casa. Ellos viven en el mismo lugar de donde yo vengo, y juntos regresaremos, y ha llegado el momento.
-¿Y a dónde vais?
- Volvemos a ti, porque yo soy tu consciencia, soy el despertador de tu alma. Yo resido en tu Corazón, no en el de Cintia, que es un personaje más. Y tus amigos, que residen en el mismo lugar, pues nunca dejaron de amarte, nunca te abandonarán. Forman parte de ti, de TI. ¡Despierta ya, Cintia...,y quítate esa máscara!. ¡Tu eres más hermosa y más sublime que todos los personajes que han forjado tu ego y tu personalidad! Tú eres Corazón, Alma y Espíritu, y no una simple interpretación. ¡No lo olvides nunca!
- Pero antes de que os vayáis, quisiera, al menos, agradecerles a mis maestros su entrega y su amor por mí.
- Cintia, no es necesario, incluso resultaría ridículo. Les demostrarás tu agradecimiento y tu amor por ellos cuando tengas como único señor y rey a tu propio Corazón, pues ellos han sido los verdaderos forjadores y moldeadores de esa esencia divina que siempre fue contigo y siempre lo será. ¡Escúchales en tu Corazón!
Y dicho esto, el pequeño amigo desapareció. Pero Cintia seguía oyéndolo en su corazón, y sus últimas palabras “¡escúchales en tu corazón”!, todavía retumbaban en su cabeza. “Se que me oyes, Cintia, pero ahora que ya sabes de mi existencia dentro de ti, ya no será necesario que me oigas. Me sentirás en tu corazón, y créeme...tiene muchas cosas que contarte y mucho amor que ofrecerte”.
Y tras aquellas palabras, la mente de Cintia se silenció, pero sintió su corazón más que nunca. Se sentó en el suelo, en un rincón del salón, respiró profundamente y se concentró en su corazón. Cuando lo visualizó, observó que éste se hallaba como prisionero dentro de un rubí. Este habitáculo rojo era precioso, pero retenía en su interior a un corazón que quería ser libre. Cintia no quiso precipitarse, y pasó a otra fase del ejercicio. Con los ojos de su corazón, observó uno por uno a esos personajes, que ignorándola, hablaban entre ellos y comían de aquella apetitosa comida que por arte de magia apareció sobre la mesa. Ahora sí que les reconocía...¡y cómo! Fue recordando y sintiendo cada uno de aquellos papeles, acariciando, mimando con ternura a aquellos disfraces, e incluso llegó a penetrar en cada uno de esos corazones. Cintia reía, se sentía satisfecha de sí misma. Le había entregado al mundo lo mejor de sí misma, mucho amor, pero quería seguir entregando más ,mucho más, pero no de aquella forma. Cintia no deseaba seguir haciendo teatro. Tantos papeles interpretados, que ya se había olvidado de ella misma, de su SER, de su propio Corazón. Todavía tenía y quería entregar mucho de ella misma al mundo, pero sin aquellos ropajes y máscaras se sentía un poco vacía, le faltaba algo, algo que ya había encontrado hace muchos siglos, pero que ignoró por resultarle molesto en la meta que se había propuesto: llegar a ser importante, reconocida, poderosa, influyente, entregar amor al mundo, pero que éste lo supiera. Y al haber ignorado aquel regalo, en aquel momento, le impidió encontrar lo único que realmente su Ser deseaba: encontrar a su Amado, a ese Amor que todo lo llena, a esa Luz que todo lo ilumina, a esa Ternura que a todo abraza, a ese Corazón que todo enciende, a aquel Poder que a todo protege, a aquellos ojos eternos azules y siempre amantes, que siempre esperan...,esperan a que su reina vuelva junto a su rey y señor, que un día abandonó, y juntos reinar para siempre en el Reino de la Magia y del Amor. Pero Cintia también lloraba por el Amado que no había encontrado entre aquéllos personajes, y por aquellas tres amigas suyas, muy íntimas, ese algo que ella ignoró en un momento determinado, y que su corazón volvía a reclamar con fuerza: Luna, Mentora y Trumoya.
Estaba dispuesta a prescindir de los demás, pero quería darles las gracias, decirles que les amaba a todos, a los presentes y a los ausentes, que había decidido entregarse al Amor, desnuda, como ella se sentía, pero eso sí, la Cintia auténtica. Ellos se fueron, desaparecieron de escena, no sin antes depositar en el corazón de ella, todo el amor que les había dado a sus personajes. Cintia quedó sola en el salón, consigo misma. Iba a empezar de nuevo el ejercicio. Esta vez iba a ser diferente, estaba segura. Le dolía el vientre y el estómago. Sabía perfectamente lo que iba a acontecer, pues ella deseaba que fuese así, y aquel encuentro consigo misma, le iba a dar mucho dolor. Esta vez iba a hacer el ejercicio con unos colores diferentes, de los que siempre había huido: el negro (la dama de negro, LUNA), el gris oscuro (Mentora), y el azul muy fuerte (Trumoya).
Cintia se centró en su vientre. Le dolía intensamente. De repente, el color negro apareció, y ella, dócilmente, y con todo el amor de su corazón, se dejó invadir por aquélla sombra. Cintia abrió los ojos de su corazón y vio delante de ella a la gran dama. Muy alta, pues casi llegaba al techo, toda ella vestida de negro, larga cabellera de negro azabache, piel morena muy oscura, los ojos,esos ojos...ojos oscuros, casi negros, mirada penetrante, pero cristalina. Aunque los rasgos de su cara marcaban cierta dureza, su mirada tenía un tinte de ternura, de comprensión, y aquéllas dos lágrimas que surcaban sus ojos denotaban mucho amor, pero sobre todo esperanza...
Cintia se incorporó del suelo, y siguiendo el impulso de su corazón se abrazó a la dama de negro. El dolor que sintió en su vientre fue estremecedor, pero su abrazo a la gran dama era cada vez mas fuerte.
- Luna, querida amiga, ¡perdóname por haberte abandonado!
- ¡Mi querida Alma, cuanto he deseado este encuentro!
-¡Cuánto daño nos hemos hecho con esta separación, y todo por causa de mi ambición y de mi ignorancia egoísta!
-Mi querida Alma, aquí no hay culpables. Sucedió... y ya está, porque así lo decidimos nosotras. En aquélla ocasión, nos salió al camino un Gran Caballero, su armadura era de Luz, sus ojos de miel y su espada de oro fundido. El nos pidió alojamiento, y se lo dimos, nos pidió alimento, y se lo ofrecimos, nos pidió nuestro corazón, y se lo entregamos. Pero era un Caballero sin caballo, un rey que volvía hacia su reino, pero sin su yegua no podía hacer el largo camino. Nosotros que tanto le habíamos entregado y amado, no quisimos aceptar el ser su reposo, su yegua, cuando nuestra meta personal era precisamente ser Amazonas. El, entristecido, pero con voz amorosa, se despidió y volvió a marchar, sin caballo, por aquéllos polvorientos caminos. Tú, mi querida Alma, querías ir con él, pero yo era demasiado pesada para que tus pies pudieran volar, y así decidiste desligarte de mí. Emprendiste una marcha por el sendero espiritual con nuestro Amado, y yo quedé aquí, sola, en esta dimensión tan densa y agresiva, porque yo lo elegí. Yo ahora tengo el poder y la fuerza, y tu la Luz y nuestro Corazón, que marchó contigo. Las dos hemos triunfado, pero seguimos sin nuestro Amado.
-¿Luna...por qué eres tan alta? ¿Y por qué vistes de negro?
- Cuando tu, Alma querida, y nuestro Amado partisteis hacia aquél Sendero...cuando os veía desaparecer poco a poco, yo sentía en mi ser la horrible soledad de la ignorancia. Ya, en aquel instante, comencé a correr detrás vuestro, pero mis pies permanecieron soldados en la tierra. Lo único que podía hacer era estirarme, coger altura y poder llegar así con mis brazos y mis manos hasta vosotros, pero cuanto más subía... más lejos estabais de mí. De esta forma fui cogiendo altura, hasta convertirme en una gigante.
- ¿Y por qué no me llamaste? Cuando algo se desea con el Corazón, se hace realidad.
- Mi querida Alma...nuestro Corazón partió contigo. Solo tenía de él el recuerdo, pero lo suficiente para mantenerme firme y fiel a él, hasta que El se dignara volver sus ojos de amor hacia su Sombra. Voy de negro, porque desde aquel día, estoy de luto. La luz se marchó con El, y el Amor contigo...
-¡Mi amada Sombra...,tu propio nombre de LUNA lo canta...”Luz en la oscuridad”. Has estado en la sombra más absoluta, pero has sido Luz, aunque que fuese el reflejo de tu Corazón. Y ella te ha hecho elegante, de fino porte, de alta estatura, con ojos centelleantes y con el cuerpo, la fuerza y el poder como para albergar en tu Ser a un volcán. Tu, mi querida Luna, te has alimentado exclusivamente de las migajas que mi Alma experimentaba. Yo subía, pero al avanzar, todas las piedras y el polvo del camino eran tu recompensa. Ahora soy consciente de ello, y por eso te amo, te pido perdón, y te suplico que vuelvas a mi lado. Y ese color negro-luto, tiene que desaparecer...¿te acuerdas qué vestido llevábamos aquél día cuando nos encontramos con el Caballero?
- Sí, me acuerdo muy bien. Ibamos vestidas de rojo y oro, con una diadema de azucenas en la frente.
- Pues así quiero que vistas ahora, porque vamos a ser las novias más hermosas que jamás Caballero haya conocido, salvo nuestro Amado.
Y la noble señora de negro, con lágrimas en los ojos y una amplia sonrisa en su rostro, se cerró como si de un capullo de flor se tratara, y al volverse a abrir, como la primavera, estaba revestida de fuego y de sol. Fue hacia Cintia que la esperaba con los brazos abiertos en cruz, y una gran explosión de Luz y de energía se reflejó en el salón. Cintia cayó al suelo. El dolor era inmenso, insoportable. Sentía su vientre abierto y cómo la sangre le quemaba. Estaba a punto del colapso. Pero su corazón era fuerte. De nuevo se dejó oír su consciencia: “¿Cintia...deseas seguir el proceso?”
-¡Sí...hasta el final...! exclamó Cintia casi en un delirio.
Y de repente, en la mente de Cintia se hizo la tormenta. Trumoya había hecho su aparición junto con Mentora. Ambas habían penetrado en ella junto con Luna, pero tenían también que liberarse, digerirse, y la digestión prometía ser dolorosa y flatulenta.
Cintia dirigió todas aquellas nuevas energías hacia la zona del digestivo. La inundó del color índigo, pero resultaba un tono demasiado fuerte para aquél ardor, así que lo suavizó hasta que quedó en un suave violeta. Además reforzó aquélla zona con amatistas. Pero Luna, Mentora y Trumoya eran demasiado fuertes para aquélla Alma. Cintia se sentía morir, pero su corazón, cada vez más fuerte y seguro, le ayudaba a soportar aquel, cada vez más fuerte, dolor.
Trumoya le provocaba espasmos, fuertes descargas eléctricas que le subían desde el coxis hasta el cerebro. Ella no era violenta, y si había vuelto a encontrarse con su Alma era porque la amaba. Pero tantas emociones, sentimientos, amores, desamores, miedos, ideales, sueños, etc..., tantas caras del Amor revueltas, sin orden, descontroladas y durante tanto tiempo encerradas, sin esa mano sabia y poderosa de Luna capaz de armonizarlas, de orientarlas hacia ese Corazón que todo lo transmuta a través del Amor, luchaban por salir a la luz.
Y Mentora ,tampoco era agresiva, pero también ella sufría. Ella había quedado con su Alma, y había evolucionado con ella, pero mientras su señora evolucionaba dentro de un sendero espiritual, ella seguía en contacto con el mundo de la materia, con el mundo real, denso, lleno de luz, pero también de grandes sombras, de interferencias, influencias. Ella, como mente perceptiva, se había dispersado, y toda aquélla fuerza y poder mental, sin una orientación y una voluntad de su señora, se bloqueó. Llegó la confusión. Pero ahora, sintiéndose de nuevo dirigida por una fuerte voluntad, se ha puesto en acción, y cientos de imágenes, de corrientes y de percepciones distintas, inundaban la mente de Cintia, que sin proponérselo, la torturaban.
Cintia, en su delirio, llamaba con el Corazón a su Amor. En aquéllos momentos se sentía estrechamente unida e identificada con El. Extendió y abrió sus brazos contra el suelo, y se tensó toda ella. Abrió sus manos y sus pies, se entregó ella misma al dolor, y abriendo conscientemente su pecho dejó al descubierto su corazón, que haciendo trizas aquél rubí rojo, salió de él, y abriendo dos grandes alas blancas, echó a volar. Se quedó suspendido en el aire, encima de Cintia, que permanecía con los ojos cerrados y clavada en el suelo del salón. Cintia seguía temblando y susurraba como en una oración:
“Si Cintia ha de morir...que así sea”. ¡Hágase nuestra Voluntad! ¡Pero quiero ser auténtica...quiero ofrecer a mi Amado y al mundo el único tesoro que poseo, mi corazón. Cintia termina aquí su representación...Cintia se arranca aquí la última máscara...el ultimo disfraz...” “¡Mi amor...ahora por fin comparto contigo aquel momento...el de tu entrega final...ahora entiendo por qué entonces, a pesar de tu dolor, tu rostro era una sonrisa...,y tus lágrimas eran de agradecimiento. Tu viniste entonces a por tu propia Sombra, y la amaste, y te empequeñeciste para que ella pudiera acoplarse a ti. Y fue tu Sombra, la que por Amor a ti, a su Rey, se dejó clavar en aquella Cruz de Oro, por clavos que eran rosas, y agonizó y murió para que ese HIJO-DIOS de los dos, brillara en el Universo con Luz propia, y ese hijo brilló...ascendió y volvió a descender para enseñar al Hombre, que no es bueno que esté solo, que no es bueno que el Amado esté separado de su Amada, y la Amada del Amado. Sombra y Luz, Sol y Tierra, Mar y Sal, Vida y Muerte, Sueño y Despertar, como las dos caras de una moneda. Pero el AMOR es siempre el mismo. Yo quiero ser Amor...”
Poco a poco Cintia, derrotada por el agotamiento, fue invadida por el sueño. Luna, Mentora y Trumoya se habían acoplado a ella, y aquél desajuste y desequilibrio iban desapareciendo. Cintia había quedado en el suelo profundamente dormida, y aquel corazón alado, tras revolotear alrededor del rostro de la muchacha, volvió a introducirse en el pecho de Cintia.
Cuando volvió a despertar, habían pasado ya tres horas. Estaba relajada. Su mente despierta, pero serena. Su vientre en calma, su pecho con un agradable calor. Pero al intentar levantarse, sus articulaciones no le obedecieron. Sus piernas y sus brazos estaban entumecidos. Así que arrastrándose, llegó al cuarto de baño, abrió el grifo de la bañera y se dispuso preparar un reconfortante baño de agua caliente. Cintia recordaba perfectamente todo lo que había sucedido horas atrás. Sabía también que aquella experiencia no había terminado, pero lo más duro y difícil ya había pasado. La tormenta se había marchado. Cuando Cintia cerró el grifo de la bañera y se disponía a introducirse en el agua, observó fascinada cómo una especie de arco iris atravesaba de lado a lado aquel mar en miniatura. Se metió y se entregó gustosamente a aquel burbujeo de mil colores. Volvió a hacer en el agua el ejercicio, pero el único color que había dentro de ella era el blanco, un blanco anacarado y brillante salteado por miles de partículas doradas. Aunque su cuerpo estaba desnudo a merced de los colores líquidos, por dentro se veía vestida de novia, y su corazón ansiaba ver el rostro de aquél Ser a quien tanto amaba.
Cintia salió del agua y fue hacia su habitación. Se secó con cuidado, pues su piel estaba muy sensibilizada, y se dispuso a elegir una ropa adecuada para ir por casa. Miró en el armario, y su atención fue hacia un chandal de color rosa y blanco y que no había estrenado todavía. Se sentía bien con esos colores. Le entró hambre, pero como era demasiado tarde para recenar y demasiado pronto para desayunar, optó por prepararse un café y entonar un poco en cuerpo. Mientras se hacía el café, fue a poner el casset. Vio que había una cinta puesta, ni se sabe desde cuando, y al conectar el aparato, música y canciones de Israel inundaron la sensibilidad de Trumoya, haciendo estremecer de pies a cabeza a Cintia, que fuertemente conmocionada comenzó a llorar. Pero esta vez su corazón no estaba triste, sino henchido de amor, de bonitos recuerdos, de ilusiones, así que cogiendo la taza del café y alzándola al aire, brindó:
-¡¡Por nosotras, chicas...que somos las mejores...,por el mundo, por quien hemos renacido...,por nuestro Gran Amor, que esperemos no tarde mucho...!!
Cintia no había terminado todavía de beber su café, cuando sintió un suave frescor que la envolvía. Olía a hierba recién cortada. Se quedó quieta, desconectó la música y se centró en su corazón: “Chicas...creo que tenemos visita...” Y con este pensamiento, Cintia volvió a abrir sus ojos y allí estaba él, sentado frente a ella, sonriéndole e invitándole a que terminara su café. Cintia creyó reconocer en aquel hombre a su Amado, pero no...no podía ser...era un Mago, y los magos nunca le habían gustado. Iba vestido con un túnica azul fuerte, con una cinta dorada que cruzaba su frente y con dos estrellas de seis puntas, una en cada mano.
-¿Quien eres? Preguntó Cintia decidida.
- Siendo tu maga como yo, ¿me lo preguntas?
- Yo no soy maga.
- Tu, Cintia, puede que no...,pero TU si...pregúntale a Trumoya.
Y Cintia se estremeció. Su vientre saltó de júbilo.
-¿Por qué no te gustan los magos, Cintia?
-Porque no me gustan los juegos de manos, y mucho menos la magia barata.
- Pero los verdaderos Magos hacemos malabares con el Corazón, y nuestra Magia crea Vida donde hay muerte, crea Ilusión donde hay desesperanza, hace Posible lo imposible a través del Amor, provoca una Sonrisa donde hay tristeza, provoca una Lágrima donde hay sequedad, une al Amado con la Amada...
- Dices que puedes crear Vida donde hay muerte...
- Sí, siempre y cuando en ese deseo haya Amor. Porque... ¿sabes quienes son los Padres de la Magia?
- Pues no, no lo se...¿quienes son?
-¡El Poder y el Amor! ¡Tu misma! Tú puedes hacer Magia, pues tienes a ambos en el Corazón.
-¿Yo.....?
-Si, tu...
- Siempre he deseado ver cómo un mago hacía magia, y ya que tu eres un Maestro entre maestros, ¿por qué no le devuelves la lozanía y la frescura a esta pobre rosa del jarrón que está ya para tirar...? Ha sido tan hermosa...que me da pena que se haya marchitado...
- Dime, Cintia...¿el Amor se ha marchitado alguna vez?
- No, cierto que no. El amor nunca morirá, al menos mientras haya corazones dispuestos y prestos a Amar.
- Entonces...¡ hazlo tu misma! ¡Haz uso de tu magia!
Cintia miró atentamente al Mago, estaba indecisa, pero no quería que aquélla rosa muriese. Así que la cogió entre sus manos, la llevó a sus labios y depositó en sus marchitos pétalos un suave beso. La rosa agradeció su gesto con un fuerte golpe de penetrante fragancia, recuperando de nuevo su lozanía con más luz y belleza que antes.
-¡Dios mío... lo he hecho.. no quisiera que esta rosa muriese nunca!
- Ello depende de ti. Mientras haya poder y amor en tu corazón, allí por donde pases brotará la Vida.
-¿Quién eres?
-¡Soy YO...el Mago que hay en TI!
Y dicho esto, aquel hombre desapareció. Pero la rosa, con toda su plenitud, seguía allí. Cintia, en profundo silencio y recogimiento, dejó la taza en el fregadero y se dispuso ir hacia el baño a secarse el pelo. Pero en el pasillo, cuando a penas le faltaban unos pasos para llegar, una espada, de oro y empuñadura negra con piedras preciosas, cayó (¿del Cielo...?), y se quedó clavada por la punta en la moqueta del pasillo. Quedó literalmente pegada a la punta de sus zapatillas. Cintia se quedó sin respiración, inmóvil. Al intentar coger aquella espada por su empuñadura, cosa que no consiguió, apareció delante de ella un Caballero de armadura dorada, ojos azules como el Cielo, labios de rosa y rubio como el trigo maduro. En el centro de su armadura había grabado un corazón alado. Cintia reconoció a su Amado en aquel hombre, pero un Caballero con una espada... aquello no le encajaba.
Cintia no entendía... pero Luna se estremeció. Era EL... había vuelto otra vez, pero aquella espada... ¿por qué la había traído y puesto a sus pies?
- Mi señor...presta estoy a seguiros, a ser para vos caballo, yegua, espada o escudo.
-Mi amada, Luna...soy Caballero, si, que ha vuelto a por su Dama...pero esta vez no he venido a buscar un caballo, sino a una Reina. Esta vez no traigo escudo, pues como ves....llevo el pecho abierto, y esta herida no se cierra. Esta espada me la produjo al ser desenvainada y alzada en alto. Solo cuando vuelva a ser envainada y enterrada para siempre, esta herida cerrará.
-Mi señor...yo no entiendo mucho de caballería, pero estoy dispuesta a arreglar este desaguisado. Pero no se como. Si vos tuvierais a bien indicarme el modo...pues...
- Dime, Cintia...¿qué harías tú para vencer al odio?
- Pues mostrarle la cara del Amor.
-¿Y si el odio te responde amenazándote con una espada a punto de atravesar tu Corazón...qué harías tu, Cintia?
Cintia sabía la respuesta, y tragó saliva. Y un sudor abrasador comenzó a inundar su frente.
- Pues me dejaría atravesar por la espada. Quizás al sentirse hundida en mi corazón, supiera y tuviera conocimiento del verdadero Amor, y se transformaba. Otra forma de arreglarlo...no se me ocurre...
-¡Es que no existe otra, amada Cintia! ¡El único camino es el Amor!
- Mi señor...pongo mi pecho ante vos, y que esa espada se hunda en mi corazón para que desaparezca para siempre.
Y dicho esto, la espada se desclavó del suelo, cogió altura y atravesó a Cintia de costado a costado. El impacto y el dolor fueron tan agudos que le cortaron la respiración. Empezó a brotar sangre de su pecho, pero la espada se desintegró. Y el pecho del Caballero se cerró, y su herida se transformó en un foco de Luz dorada. Cuando Cintia se creía morir, el Caballero fue hacia ella, la besó en los labios y la estrechó contra El. Cuando Cintia volvió en sí, la sangre había desaparecido, y el Caballero también. Su chandall estaba mojado, pero no de sangre, sino de un líquido con un fuerte olor a rosas. Miró al suelo, y donde momentos antes había visto un charco con su propia sangre, ahora había una docena de rosas azules y blancas. Cintia no salía de su profundo mutismo y asombro. Estaba ocurriendo todo tan deprisa... el ejercicio se le había escapado de las manos. Cintia ya no controlaba. Era su YO el que controlaba la situación, el que disponía. EL lo sabía todo, lo comprendía todo. Su Corazón se había hecho el dueño y señor, y Cintia se entregaba. Quería ser la expresión de Aquel Corazón. Su más fiel y puro reflejo. Había cambiado su función de actriz en un escenario, por el de una flor en las manos de su Jardinero. Cintia cogió las rosas del suelo, y junto con la del jarrón de la cocina, que hacían trece, las colocó en medio de la mesa del salón. El aparato de música había rebobinado en su totalidad la cinta, y ésta se había conectado de nuevo. La melodía y las voces cantoras interpretaban la canción “Oh Jerusalem..., mi alma suspira por Ti”. Y de nuevo las lágrimas del recuerdo y de la emoción surcaron sus mejillas. Se sentó en la mesa, y se sirvió un poquito de orujo en una copa, y su mente, Mentora, empezó a deleitearle con imágenes muy queridas para ella.
Estaba visto que esa noche no iba a dormir, así que se entregó al recuerdo, al mundo de Trumoya. Estaba a punto de apurar el último sorbo de la copa, cuando una voz varonil la sobresaltó, y mirando hacia una de las esquinas de la mesa, vio que un payaso, sentado sobre el mantel blanco, la miraba con infinita ternura. A pesar del maquillaje blanco, de la nariz rechoncha de plástico rojo, de su peluca de color oro y cubierta de tirabuzones, de sus grandes labios rojos y verdes dibujados en un rostro multicolor, de aquella camisa llena de manchas y dibujos abstractos, de aquellos bombachos rosas llenos de diminutos lazitos azules, de aquellos calcetines con dibujos de ositos y de aquel par de zapatones negros de un número cincuenta...Cintia sabía que era EL, su Amado. Lo sentía en su Corazón, en su cuerpo, en su mente, en su Alma...
-¿Es que no me vas a dejar un poco de vino para mi...?.
-¿He de ser yo la que te ofrezca el vino a Ti...?
-¿Y por qué no...? Y dicho esto, de un brinco saltó al suelo, y dando una voltereta se puso frente a Cintia, tan cerca, tan cerca, que la nariz rechoncha se quedó casi pegada en el entrecejo de Cintia.
-¡Aquí tienes el vino...toma...bebe... y si lo deseas, tengo más!
- No, Amada mía...con este pequeño sorbito, ya es suficiente. ¿Sabes quien soy?
- Sí, lo se. Solo una persona sería capaz de presentarse de esta guisa en un momento como éste...,y solo puedes ser tu.
-¿Y quien soy YO?
-¡El Eterno Payaso de mi Corazón, el único payaso del mundo que ha sido capaz de hacer reír y vibrar a mi Corazón cuando estaba triste y solitario, el único que arrancaba de mi alma una sonrisa cuando solo deseaba llorar, el único payaso del mundo que ha sacado de mi Corazón lo mejor de mí misma, cuando todo parecía perdido. Por eso quizás, siempre me han causado tristeza los payasos. Porque sabía que a pesar de esa sonrisa forzada y dibujada en su rostro, su corazón lloraba. Y has de ser Tú, precisamente Tu, el que ha elegido este disfraz para venir a mí.
-¡Ya se que no te gustan los payasos...! Pero ya ves...yo soy así... ¿Y sabes por qué no te agradan? Porque tu eres otra Payasa también, y tú si que ríes cuando tu corazón llora, y tus lágrimas dibujadas no son de alegría, sino de tristeza. Pero el PAYASO no es así. Siempre está rodeado de Magia, de Color, de Vida. Provoca sonrisas en ancianos, jóvenes y niños, hace reir hasta la misma naturaleza, porque el Payaso es la personificación de la Alegría, de la Pureza de Corazón, de la Ternura, de la Ilusión. Es el Rey de los Magos...¿y sabes cúal es el trabajo más difícil para un Payaso?
-¡No, lo ignoro...!, ¿cúal es...?
-¡El hacer sonreir a otro Payaso!
Aquella respuesta de su Amado Principe, la hizo soltar una carcajada.
-¡Mira...eso si que es cierto...doy fé de ello!
- Dime, Princesa, aunque no te gusten mucho los payasos... ¿aceptarías caminar con uno como yo desde ahora....?
Cintia no le respondió, pero se enganchó a él y le abrazó con toda su alma. El abrazo del Payaso era fuerte, profundo. Cintia lloraba, y el Payaso también. Ella, mirando a los ojos de su Príncipe, vió que sus lágrimas no eran dibujadas, eran de verdad. Su Amigo el Payaso, saliéndole al paso de su corazón, le respondió:
- Son lágrimas de alegría Cintia, como las tuyas. Y cogiendo con la yema de su dedo corazón una lágrima de su Payasa, la transformó, como por arte de Magia, en un puro y reluciente diamante azul.
- Este es el disfraz de la Alegría...el diamante...y dime, ¿cúal dirías tu que es el disfraz del Amor? Y Cintia muy segura de la que iba a ser su respuesta, replicó:
- ¡¡El disfraz de Payaso!!
- Pues se bienvenida al mundo de los Payasos, Cintia, al reino de los dioses-niños, al Volcán de los Corazones Renacidos.
-¡Ay...cómo cambian los tiempos, mi Príncipe...!
- Lo dices con cierto tono de melancolía...
- Lo digo por la forma en que te has presentado a mí. En otros tiempos...
- Cintia, princesa... me he presentado a ti de las formas en que podrías reconocerme. Esta es la tercera vez. Cuando me presenté a ti como Mago, casi me echas. Cuando lo hice como Caballero de la Espada, recelaste, y ésta ultima vez que me he presentado tal y como yo soy, sin máscaras, sin rituales, sin parafernalias, tal y como yo soy y siente mi Corazón... solo esta vez, Cintia, me has reconocido, y es porque me conoces bien, y solo aquello a lo que se Conoce, se AMA.
- Si, pero, es que con esta guisa...el llamarte por tu nombre...no pega mucho, la verdad. Te va mejor el nombre de Pantuflo o Zapatones.
- Pues llámame así. ¿Qué importancia puede tener un nombre? Ahora, en nuestro mundo de la Magia y de la Ilusión, ya no tiene ningún valor. Ya no nos llamamos, pues no tenemos nombre, solo nos sentimos, porque somos vibración y color. Solo nos amamos, porque somos Instrumentos del Amor. Tu Amado ya está contigo para siempre. Ya hemos bebido los dos de la copa del elixir de la Vida Eterna, del Amor Eterno. Ya eres una desposada del Amor, de la Luz, de la Fuerza y del Poder. Ya eres una Maga del Amor, la reina de tu propio mundo, y tu esposo, tu Rey, te espera impaciente en la noche de bodas, ansioso e ilusionado en tu Corazón. Y el Hijo que nacerá de nuestra unión, será Grande en la Luz, y enseñará al resto del Mundo el Camino hacia el Sendero de la Alegría y de la Ilusión. Yo, mi amada PAYASA, soy uno más, que está muy dichoso de haber podido ayudarte en este proceso de tu existencia. Así como tu consciencia ha hecho de despertador, yo he sido como el café de la mañana que te ha ayudado a despertar, a abrir del todo tus ojos y tu corazón. Y ahora, mi querida Princesa, ponte tus verdaderas vestiduras, tu propio calzado, y recibe al nuevo Día, al nuevo Sol en las calles del mundo. Que cuando el resto de la humanidad pase por tu lado, sepa que la Alegría, la Ilusión, la Ternura y el Amor todavía siguen viviendo. Enséñales el camino.
- Zapatones...un último favor...¿me prestas para este primer día de mi andadura tu nariz de goma y tus zapatos del cincuenta?
-¡Pues no!
-¿No.... pero por qué...? Preguntó Cintia un poco decepcionada.
-¡Porque este vestido que llevo, es el auténtico de mi propio corazón. Y tu tienes el TUYO. Pídeselo a El, usa la Magia del Amor. ¡Quiero ser testigo de tu transformación!
Cintia se centró de nuevo en su corazón y sintió como una gran corriente de energía envolvía y acariciaba su cuerpo. Volvió a abrir sus ojos, se miró, pero su vestuario no se había transformado ni un ápice.
-¿Pero cómo...? ¡No ha sucedido nada!.
-¿Tu crees Cintia...? ¡Mirate en aquel espejo!
Cuando Cintia se colocó frente al cuadro-espejo del salón, un gesto de sorpresa arrugó su cara. Era un arlequín. Vestida de rosa y con botones grandes en azul cielo. Su pelo suelto y plagado por diminutas estrellas de cinco puntas. En sus mejillas pintado un corazón, y sus lágrimas dibujadas, eran dos resplandecientes diamantes. En su pecho, bordada en oro una estrella de seis puntas con una rosa azul en el centro, y en sus pies...sus pies estaban descalzos, pero a la altura de los tobillos le salían dos alas.
- Dime, Zapatones...¿quíenes de nosotras es la que está reflejada en ese espejo? ¿Trumoya, Mentora, Luna o yo...?
- Tú, Cintia, es la que ha conquistado el Corazón y el Amor de su Príncipe, y Cintia es la que se ha vestido de novia para ir a su encuentro.
- Siempre sentí que tu eras mi Amado, mi príncipe, mi Caballero...me hablas de EL como si fuese extraño a Ti.
- No olvides nunca, Cintia, que ahora tu Señor es tu Corazón. Tu lo has decidido así.
-¡Sí, claro que sí... pero es que en este Corazón, siempre has estado TU, y YO quiero que seas TU, y si mi Corazón es mi Señor, Yo soy su Señora. ¡Tu eres mi Príncipe y Señor, Zapatones...!
- Pues entonces...¡que así sea! Y como regalo de bodas...yo, tu señor y príncipe, te hago un regalo. Coge de mi persona lo que más aprecies...
Y Cintia no necesitó mucho tiempo para pensárselo. Le cogió a Zapatones su nariz de goma roja, y la colocó en la suya. Y ella, a cambio, le regaló a EL una rosa del jarrón. Esa rosa que Zapatones se puso en el Corazón, jamás se marchitaría. Cintia se abrazó a EL y sintió cómo un fuego abrasador inundaba todo su cuerpo. Cerró sus ojos y voló con EL. Cuando de nuevo los abrió, Zapatones ya no estaba allí. Le estaba esperando en el Corazón, le sentía allí, con la fuerza de un volcán. Volvió a mirarse al espejo, y allí estaba EL, a su lado, guiñándole un ojo. Estaba tan llena de EL, que necesitaba unos minutos de quietud para volver a la realidad cotidiana. Se sentó en la mesa de la cocina y reflexionó:
- Tiene gracia...el primer día de mi nueva andadura con EL, y lo primero que tengo que hacer es bajar a por el pan para la comida. Aparentemente no tiene importancia, pero también es verdad que ese pan va a acompañar a unos alimentos que he preparado para mis seis mejores amigos. Y esos alimentos han sido cocinados con mucho Amor e Ilusión. Entonces son mágicos...¡voy a darles de comer Magia!. ¡Dios Santo...,es maravilloso! ¡Qué distinto y qué hermoso es este Mundo!
Pasaron las horas, y llegó el momento en que los amigos de Cintia comenzaron a llegar. Felicitaciones, estirones de orejas, besos, abrazos, bromas, risas y... cuando ya estaban todos juntos, un regalo. Una gran caja con papeles de mil colores. Cintia, nerviosa, comenzó a desembalar aquel paquete, y cuando abrió la caja, una gran emoción la invadió. Era un disfraz de Payaso con una nota:
“Para una amiga muy querida. Esperamos que ese payaso triste que lleva en su corazón, con este disfraz de luz y de color, se vuelva Alegre, Feliz y Mágica”. Firmado: “los narices rojas”. Cintia lloraba, como nunca lo había hecho. Pero esta vez era de alegría. Y no había salido todavía de aquella conmoción, que Rual, el rematadamente esotérico y hermético monitor del grupo, le entregó una pequeña bolsita. Era un regalo sin ninguna importancia. Sencillamente...¡un detallito!
Cintia abrió la bolsita y sacó su contenido. Era un llavero. Una mochila en miniatura, y unas mini sandalias de cuero. Todos se burlaron de Rual, pues se había lucido...¡una baratija de Todo a Cien. Pero Rual no hacía caso de aquel sarcasmo. Miraba atentamente a Cintia. Y Cintia le miró a él.
- Cintia, solo vale cien pesetas...pero es suficiente para el nuevo caminar...¿no es así...? ¡Cien pesetas...cien siglos más...que más da...!
Cintia no respondió. Ahora hablaba con el Corazón. Ya no necesitaba de las palabras. Iba a decirles a sus amigos que les quería con toda su alma...pero palabras...solo palabras... Así que fue uno a uno y les abrazó con toda su alma, con todo su Corazón. Y entonces sintió a su Amado en cada uno de sus Corazones, y fue consciente de que ya no habitaban en el mundo, sino que ya habían conquistado el Reino. Cogió el jarrón de rosas azules y blancas, y como adelanto de lo que iba a ser el resto de su existencia, las lanzó por la ventana al resto del mundo. Cuando Cintia miró hacia la calle, vió, con sorpresa y satisfacción, que un grupo de niños que había patinando en el parque, habían sido los depositarios de su más preciado tesoro. Seguro que con ellos, esas rosas jamás se marchitarían.
ALMA VIAJERA
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