El día y la noche. Cap. 1
La naturaleza se manifiesta de muchas maneras: mediante el buen tiempo, la lluvia, la niebla, la nieve... La sucesión de estaciones - primavera, verano, otoño e invierno - y los cambios que ello comporta son como un lenguaje que hay que descifrar. Existe el día y la noche, la actividad y el reposo, la vigilia y el sueño; en todos los niveles encontramos las mismas alternancias. El día no representa otra cosa que la actividad, y la noche el reposo. Evidentemente, durante la noche, cuando dormimos, también realizamos un trabajo, pero se trata de un trabajo diferente que no tiene lugar en el consciente, sino en otra región que llamamos subconsciente.
Así pues, el día corresponde al consciente y la noche al subconsciente. El primero es el despertar y la actividad, y la segunda, el sueño y la pasividad. También podemos decir que el día representa el consumo - pues con la actividad se sobreentiende que hay gasto -, y la noche la recuperación, el restablecimiento. El consumo - o gasto de energía no dura mucho si no hay una recuperación, es decir, si no restablecemos nuestras fuerzas y recargamos nuestras baterías.
Ahora bien, para recargarse hay que limpiarse y, precisamente, la actividad que realiza durante la noche el subconsciente está ligada a otras muchas, siendo la primera de todas ellas la limpieza:
ciertos elementos perjudiciales y tóxicos desaparecen a fin de que la vías respiratorias, circulatorias y eliminatorias se liberen y todos los fluidos sanguíneos, nerviosos, etc..., puedan circular de nuevo.
El hombre realiza un gasto considerable de material y energía para estar activo, consciente y vigilante. No podéis imaginaros la cantidad de energía que consume el cerebro para mantenerse consciente, así como para permanecer despierto, ¡la energía que precisa, es increíble!
Si se agotan las fuerzas y los materiales que le permiten mantenerse despierto, el hombre suele dormirse durante el día para poder recuperar lo que le falta, y a veces le bastan dos o tres minutos para sentirse restablecido y con las baterías recargadas.
El día y la noche los encontramos en todas partes y bajo diferentes formas. ¿Qué son la primavera y el verano? El día. ¿Y el otoño y el invierno? La noche. De noche la naturaleza entra en reposo, acumulando nuevas fuerzas para que la primavera y el verano den otra vez sus frutos.
Por este motivo en los árboles y las plantas la actividad cambia según las estaciones. Durante el otoño e invierno, el trabajo tiene lugar en las raíces y no alcanza al tronco ni a las ramas: el árbol no tiene hojas, flores, ni frutos. Corresponde al trabajo del subconsciente. Mientras que durante la primavera y el verano, la actividad cobra fuerzas y se sitúa más arriba, lo que corresponde al trabajo del consciente. Luego, una vez más, la actividad vuelve a disminuir y así sucesivamente.
Esta alternancia la encontramos en cada mes, en donde también encontramos el día y la noche: durante catorce días la luna crece, lo cual corresponde al día, y luego, durante los otros catorce días, la luna mengua, lo cual corresponde a la noche. Cuando la luna está creciente, la actividad se desplaza hacia lo alto, hacia el cerebro, y el hombre puede permitirse el gastar y producir más, ser más activo y enérgico. Cuando la luna está menguante, la actividad se desplaza hacia el vientre, el estómago, y los órganos sexuales; en este momento el hombre ya no es tan poderoso con su cerebro, pero si lo es con el subconsciente, es decir, es más sensual, come más, duerme más...
Así pues, un mes consta de quince días de claridad y quince de oscuridad. También en una jornada hay un día y una noche, e incluso en una hora encontramos el día y la noche. El día es la vigilia, la actividad y el consumo de energía, pero de no existir la noche para prepararlo, aquél no existiría.
Pongamos un ejemplo: ¿Qué es la gestación? Una noche.
El niño pasa nueve meses en esta noche: no es consciente, no ve nada, y, al mismo tiempo, tampoco a él le ve nadie, e incluso su propia madre apenas lo siente moverse.
Como podéis comprobar la existencia es una noche que dura nueve meses y un día que dura noventa años, y en el intervalo habrán otros días y otras noches. Naturalmente todo lo que acabamos de comentar hay que entenderlo simbólicamente.
En el Génesis está escrita: «Hubo una tarde y hubo una mañana: primer día... Hubo una tarde y hubo una mañana: segundo día...» La tarde equivale a la noche y la mañana al día. ¿Por qué el Creador empezó por la noche? Porque no puede haber un día si antes no ha habido una noche.
El día no prepara nada, sólo consume y malgasta lo que ha sido preparado y amasado durante la noche.
Antes de que aparezca el sol, la luna y las estrellas, se necesita una preparación en la oscuridad, en las tinieblas, en la noche. Según la Ciencia iniciática, la noche prepara la llegada del día, y las tinieblas la de la luz. Observad el carbón: es negro, y esta oscuridad precede a la llama que brotará de él. Así pues, en primer lugar existen las tinieblas, y a través de ellas surgirá la luz, pues son aquéllas las que preparan el nacimiento de la luz.
Las tinieblas representan la materia desorganizada, el caos, el trabajo del subconsciente, antes de que surja algo en la conciencia bajo la forma de luz, comprensión, entendimiento. Hay que saber trabajar con estas nociones, y el mejor momento de hacerlo con el subconsciente es cuando el cielo está cubierto y no hay sol. Hay días que conseguís tener éxito en vuestro trabajo espiritual con el consciente y con el supraconsciente porque el sol brilla y las condiciones atmosféricas y las corrientes electromagnéticas son favorables.
Sin embargo, cuando estas condiciones son diferentes, ya no podéis hacer el mismo trabajo, y entonces tenéis que cambiar de actividad. Y puesto que este tiempo nublado y pesado corresponde a la noche, deberéis detener la actividad de vuestro cerebro y descender al plexo solar.
El plexo solar es la sede del subconsciente, mientras que el corazón lo es del consciente. El subconsciente está unido al cosmos, a la inmensidad, y representa el aspecto colectivo; por lo tanto, cuando os sumergís en él entráis en la vida universal, en el océano de la vida universal, os unís y os fusionáis con ella; a través del plexo solar vibráis con la inmensidad.
Y cuando queréis convertiros en un individuo consciente, libre, separado, ascendéis de nuevo al cerebro.
El cerebro individualiza a los seres humanos y el plexo solar los hace ingresar en la colectividad; con el plexo solar hacéis el trabajo correspondiente a la noche.
Durante el día os individualizáis, os sentís completamente desligados de los demás, e incluso podéis llegar a oponeros a ellos, a combatirlos. Por el contrario, durante la noche ya no tenéis vida individual, entráis en la vida universal, en la vida cósmica y os fundís con la inmensidad, extrayendo de ella fuerzas para restableceros, exactamente como hacen los peces, que en los mares y en los océanos nadan y se nutren de los materiales disueltos en ellos. Los seres humanos emergen y se sumergen en el océano cósmico, y esta alternancia es lo que llamamos el día y la noche, el consciente y el subconsciente, la vigilia y el sueño.
Los alquimistas comprendieron enseguida que las tinieblas preceden a la luz. Cuando hablan de «la luz salida de las tinieblas», dan por supuesto que es el resultado de un gran trabajo previo que se hace en la oscuridad. Y si se puede trabajar en la oscuridad, ello significa que la oscuridad en realidad no existe. Efectivamente, durante la noche reina una luz deslumbrante que los ojos físicos no pueden percibir porque es una luz astral. Lo que resulta tenebroso para algunos es luminoso para otros, y siempre coexisten en el mismo instante la luz y las tinieblas.
Se puede decir que la luz es hija de las tinieblas, porque es el niño que sale del seno de su madre y no a la inversa.
La luz jamás ha parido la oscuridad porque ésta la rechaza, pero la oscuridad sí ha parido la luz. ¿De qué forma? Eso es un misterio: por medio del movimiento. Sin movimiento la luz no aparece. En primer lugar hay que frotar, golpear, originar un movimiento que produzca calor, y seguidamente este calor será el que se transforme en luz. Transponiendo este concepto al ser humano, puede decirse que la voluntad es la que origina el movimiento, y éste, a su vez, origina el calor, es decir, el amor; después, al intensificarse, el amor resplandece en forma de luz, inteligencia y sabiduría.
En un principio se encuentra la voluntad o el movimiento.
La voluntad es algo oscuro, son las tinieblas. En ellas hay una actividad que no vemos y que produce calor, que tampoco vemos pero que sentimos. Finalmente, al intensificarse el calor aparece la luz. Este es exactamente el proceso de la creación. Está escrito en el Génesis; «y El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas». El agua representa la materia sobre la cual el Espíritu de Dios iba a trabajar. Este movimiento del Espíritu produjo el calor y éste se transformó en luz, como lo demuestran las siguientes palabras:
«¡Que exista la luz! ». Dios ha creado el mundo con la voluntad - el movimiento -, y con el amor y la sabiduría - el calor y la luz -. De la misma forma puede crear el hombre, pues el movimiento se halla en el plexo solar bajo la forma de vida, el calor está en el corazón bajo la forma de amor y la sabiduría en el cerebro bajo la forma de inteligencia. Por otra parte, si tenemos en cuenta la trinidad hindú: Brahma, Vishnúy Shiva, vemos que los Rishis de la India que penetraron en las profundidades de la creación, han situado a Brahma - El Creador - en la región del plexo solar, Vishnú - el Conservador - en el corazón, y Shiva - el Destructor - en el cerebro.
Como podéis ver, ¡cuántas materias nos quedan por profundizar!
Omraam Mikhaël Aïvanhov
Los secretos del libro de la naturaleza
http://trabajadoresdelaluz.com.ar/
http://rosacastillobcn.blogspot.com.es/
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