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jueves, 9 de junio de 2016
Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.IX
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte IX.
El silencio es la vida verdadera.
Por eso sé silencioso. El silencio es la palabra que lo sabe todo, la ley del Universo. Se manifiesta como el silencio en el silencio. Se contempla a sí mismo en el silencio como el silencio.
Todo es la ley que es el silencio sublime, infinito, que se habla a sí mismo, el Yo Soy.
El silencio es la ley y la sabiduría de Dios. Quien es sabio es silencioso, porque sabe acerca de todas las cosas, ya que todo lo penetra con su mirada y lo traspasa.
Lo absoluto es el silencio, es el orden del templo, que tú eres, el que es puro.
Cuando sabes quién eres, y cuando sabes que la consciencia del Yo Soy es la vida, vives y no te escandalizas con nada. Tampoco empujas nada violentamente, porque penetras con la mirada y traspasas todo lo que para la mirada del mundo es densidad, impedimento y choque.
Quien obra de día, ve las esquinas y los cantos y no se dará contra ellos, pues aprovecha la luz del día.
Lo mismo es válido para la luz eterna. A quien camina en la luz no puede sucederle nada; pues para aquel que cumpla las leyes del Espíritu de Dios, iluminará siempre la luz del amor, tanto si él es alma como si es hombre.
El intranquilo, el ruidoso, en el que las sensaciones y los pensamientos alborotan y braman, es el buscador que sólo mira hacia la superficie de la verdad –hacia las cosas, asuntos y palabras– y allí busca la solución. Con ello se propone a sí mismo adivinanzas, porque quiere adivinar y atrapar el reconocimiento.
Quien no es sabio, tampoco es quedo, es decir silencioso, porque sigue queriendo algo hasta que se encuentra a sí mismo en el origen primario, en el silencio –lo que él es, el Yo divino, la sabiduría y la belleza que provienen de Dios, la ley que lo sabe todo, Dios, la Sabiduría que es igual a la Verdad.
Tu prójimo, el uno, está tan cerca de ti, el que es puro, como el otro, porque a ti nadie puede serte lejano ni extraño, ya que Dios está en ti y tú estás en Dios y tus semejantes están en Dios y vosotros estáis en Dios. Esto es unidad. El uno está en el otro, y ambos internamente se traspasan mutuamente y traspasan a todos –y todos a ambos–. Esto es el Universo y la ley del amor y de la unidad.
Si el uno estuviera más cerca de ti que el otro, mirarías hacia delante, hacia detrás, hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba y hacia abajo para verle, porque no le contemplarías en ti.
El que es puro desea a su prójimo sólo lo que él mismo es: la ley eterna, Dios, lo puro.
El impuro, el no iluminado, con frecuencia desea a su prójimo lo que él mismo no posee: lo bello, lo bueno, lo apacible, lo dichoso –facetas de la verdad eterna en las que a él mismo aún le falta realización–. Lo que desea no penetra en el prójimo, porque no está traspasado por fuerza, verdad ni amor. Son deseos sin vida, que regresan al impuro, no iluminado.
La unidad universal es la sabiduría de Dios. Dios es todo en todo, la ley de la vida.
En todo lo que el que es puro dice, aborda la totalidad, lo grande en lo más pequeño y en lo más pequeño lo grande.
Quien a su prójimo sólo le habla o le desea facetas de la ley eterna, y así sólo introduce en sus palabras y en su obrar partes de la ley eterna, también está prefiriendo sólo partes de la ley eterna y diciendo de sí mismo que es imperfecto.
Con ello da testimonio de sí mismo. El prefiere a determinadas personas; a otras, por el contrario, las pasa por alto. Es decir, hace excepciones consigo mismo y con su prójimo.
El lenguaje de la ley es la totalidad de la ley, ya que todo está en todo, lo más grande en lo más pequeño y lo más pequeño en lo más grande. El que es puro expresa siempre toda la ley: desea el amor desinteresado a sus semejantes y aborda también todas las facetas de la ley eterna. Este es el lenguaje de la ley.
Cuando el que es puro desea la paz a sus semejantes, aborda a su vez la totalidad de la ley. Este es el lenguaje de la ley.
El que es puro habla siempre la totalidad de la ley, también cuando le desea la salud a un enfermo:
Si sólo desease al enfermo una faceta de la salud –por ejemplo, la salud de un órgano enfermo–, estaría abordando solamente la parte de la ley que está ensombrecida por la enfermedad. Al hacerlo así, pasaría por alto la actividad de la totalidad de la ley eterna. Con ello, en determinadas circunstancias impediría la actividad de la ley eterna en el enfermo.
Quien solamente desea el restablecimiento físico de su prójimo, aborda la enfermedad misma, que refuerza bajo determinadas circunstancias, en caso de que el enfermo se base en esa afirmación. Así hace caso omiso de la voluntad de Dios, que sabe acerca de Su hijo y quiere conducirlo del modo que redunde en el bien de su alma.
Los pensamientos egoístas influyen sólo sobre la superficie –es decir, sobre el efecto, el síntoma, la enfermedad– e impiden que la ley eterna pueda hacerse activa.
Quien solamente aborda la superficie de la vida, el reflejo, por ejemplo deseando la paz a su prójimo, y no tiene paz él mismo, aborda en su prójimo sólo la falta de paz, porque él mismo no tiene ninguna comunicación con la paz.
El verdadero sabio necesita como ser humano el lenguaje del mundo, para hacerse entender. A pesar de la limitación de las palabras, en palabras como «salud» y «paz» abordará la totalidad, la ley omniabarcante, Dios. Entonces también actuará la ley eterna, Dios, que deja el libre albedrío a cada hombre y lo conduce del modo que sirva a su alma y no exclusivamente a la envoltura, el ser humano.
Quien por su parte está enfermo y desea la salud a su prójimo, aborda a su vez en el prójimo sólo la enfermedad, y eventualmente aquellos aspectos que coinciden con su propia enfermedad; pues lo que parte de él vuelve a entrar en él y eventualmente también en el prójimo en el que hay síntomas de enfermedad iguales o parecidos. Esto sucede conforme a la ley «los iguales se atraen y se refuerzan».
Quien desea la paz a su prójimo y carece él mismo de paz, puede reforzar en su prójimo los aspectos faltos de paz, si éste carece de paz, porque los iguales se activan entre sí una y otra vez y desean cumplirse.
Quien desea el amor a su prójimo y él mismo carece de amor, puede agravar en su prójimo, que también carece de amor, la falta de amor, porque los iguales se atraen entre sí una y otra vez y desean cumplirse –de nuevo conforme a la ley «los iguales se atraen y se refuerzan».
Comprended:
Cada sensación, cada pensamiento, cada palabra y cada acto son energía.
Lo que el hombre emite, puede activarse en el prójimo cuando en éste hay algo igual o parecido. Algo igual o parecido vuelve al hombre que ha emitido; pues quien emite, recibe.
Quien desea salud y paz a su prójimo y él mismo está enfermo de alma y cuerpo o lleva en sí la falta de paz debido a no haber realizado las leyes eternas, influye sobre la enfermedad y la falta de paz de su prójimo y las refuerza, porque no ha dejado que se activasen en sí mismo los deseos de paz y restablecimiento que comunica a su prójimo.
Si deseas a tu prójimo lo que tú mismo aún no has llevado a cabo, por ejemplo lo puro, noble, bello y bueno, esto no llega a su interior, porque no ha sido vivificado por ti –o bien la superficie, la apariencia, su yo inferior, lo acoge y se siente adulado y honrado, y así se refuerza su individualidad inferior, el yo inferior.
Desea a tu prójimo sólo lo que poseas en ti mismo, es decir, lo que esté realizado y así vivificado, y aborda en todo la totalidad de la ley eterna. Ya que todo está contenido en todo, afirma toda la ley, Dios, en lo que desees a tu prójimo. No mires sólo hacia la superficie, hacia lo que ha de producirse en el cuerpo del prójimo o en su entorno. Ten presente que la salud de su alma es decisiva y que el cuerpo espiritual puro es a su vez la totalidad de la ley.
Lo que desea a su prójimo el que es puro –lo que él mismo lleva a cabo–, parte de lo más interno de su templo y entra también en el templo del prójimo. El lleva en cierto modo los frutos de la ley eterna al templo del prójimo, porque trae a su prójimo la ley eterna como don de amor, que a su vez es la ley misma.
Por tanto, no desees a tu prójimo detalles de la ley eterna, pues si lo haces, abordas en él y en ti sólo partes de la ley eterna. Con ello dejas sin utilizar todas las demás facetas de la ley eterna. Esto significa que te contentarías con algunas facetas y por ello darías testimonio de tu impureza y abrirías las puertas al impuro, para que te tentara.
Aun cuando, en la materia, sólo abordes un ámbito, pon en él la totalidad. Esto es verdadero vivir, esto es vivir en la ley eterna, Dios.
Aprende a ver en profundidad.
El curioso mira con curiosidad hacia adelante, hacia atrás, hacia la derecha y hacia la izquierda, hacia arriba y hacia abajo –y se ve una y otra vez a sí mismo, pues la curiosidad activa una y otra vez lo que el propio curioso es–. Los iguales se activan, para comunicar entre sí.
Aprende a ver en profundidad a través de ti, a ver en profundidad desde el templo de tu interior, y entonces reconocerás la legitimidad en todo y también en tu prójimo –y en la legitimidad, la totalidad–. Esto es vivir en la ley eterna, este es el lenguaje de la ley.
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