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jueves, 9 de junio de 2016
Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.VIII)
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte VIII.
Has de saber:
El SER en todo es el Dios que habla; El te habla desde el asunto, desde la cuestión, desde la dificultad, desde el problema, desde la situación, desde el acto, desde cada conversación.
Todo es consciencia. Lo puro es consciencia, y lo impuro es consciencia. Lo puro habla en lo más sagrado –en ti, a ti y al mismo tiempo desde ti.
Lo impuro habla lo impuro; habla la carga, habla desde el desorden. Habla el desorden, y así sólo puede darse de nuevo desorden en el mundo.
Tus ojos son la luz del alma.
Te ves sólo a ti, te oyes sólo a ti.
Con tus sentimientos, sensaciones, pensamientos, palabras y acciones dibujas la imagen de tu alma.
La imagen de tu alma es tu consciencia.
Cada estado de consciencia percibe lo que corresponde a su estado.
Eso entra en él, eso es él, eso irradia y eso transmite al mismo tiempo.
¿Puede ver tu prójimo la misma imagen que tú has dibujado con tu mundo de sentimientos y pensamientos, con tus palabras y actos?
Cada cual ve lo que le describes, por otra parte, de modo diferente –enteramente según su consciencia de imágenes.
Cada ser humano ve también su entorno de modo diferente, a su vez enteramente según las imágenes de su consciencia, que él se ha dado a sí mismo.
También los sonidos que se presentan en tu vida de imágenes los oye cada cual de forma diferente.
Si llamas la atención de tu prójimo sobre determinados sonidos o colores o formas, él oirá a su vez, a pesar de tu descripción, los sonidos de modo diferente a ti, y verá a su vez los colores y formas de modo diferente a ti.
Es posible que tu prójimo incluso oiga más sonidos que tú o vea más matices de color que tú, o que las formas tengan para él una figura diferente a como tú las ves.
¿Quién puede demostrar a quién, que él oye el sonido correcto o ve el color correcto o la forma correcta? Ningún hombre puede demostrar nada a otro, porque cada uno ve, siente, experimenta y piensa de diferente manera.
Muchos hombres dicen: «puedo demostrarlo», cuando otro hombre les ha robado.
¿Puede el hombre demostrar verdaderamente que le han robado –o sólo se le ha vuelto a quitar lo que él hurtó a su prójimo en una existencia previa?
Ambos, el que ha sido robado y el que hurtó, han infringido la ley de Dios, porque ninguno de los dos debería hurtar nada a su prójimo y llamarlo propiedad suya.
Dices que puedes demostrar que tu prójimo ha mentido. ¿Ha mentido realmente tu prójimo –o sólo ha dicho lo que tú estás moviendo en tu mundo de sentimientos o pensamientos, lo que en último término tú mismo eres?
Comprende: todo tiene dos caras –a menos que seas divino; en ese caso tú eres la verdad y vives consciente de todo.
En ese caso no te alterarás, sino que hablarás la verdad, pondrás todo en claro y así lo dejarás.
Quien tiene que censurar a su prójimo algo que hace tiempo que a él le altera, puede estar seguro de que él mismo está afectado por esa censura.
Con lo que tienes que censurar a tu prójimo te expones a ti mismo, por el principio «emitir y recibir», a aquellas fuerzas que has llamado con tus sentimientos, sensaciones, pensamientos y palabras.
Reconócete a ti mismo y cambia, para que puedas entrar transformado a los lugares de la salvación.
Os doy un ejercicio para el autorreconocimiento:
Cada cual contempla por ejemplo el mismo ámbito de un paisaje. Cada cual ve en él aspectos diferentes. Lo que uno ve, es su imagen y no la imagen de su prójimo.
En la imagen del paisaje se mueve un pequeño animal. Cada cual percibe el animal –y sin embargo cada cual lo ve y siente de modo diferente.
La percepción de cada uno forma parte de su imagen y no de la imagen de su prójimo.
La imagen de cada uno es la imagen de su estado de consciencia.
Tal como cada uno ve y oye, siente, experimenta y piensa, es su estado de consciencia, con el que percibe la imagen, ve los colores y formas y oye los sonidos.
¿Quién puede demostrar que el pequeño animal se parecía a lo que él percibió? Todo es relativo, ya que cada cual ve, oye, huele, gusta y toca desde su perspectiva, desde la irradiación de su consciencia de ese momento.
Ya que cada hombre tiene un estado de consciencia diferente, percibe correspondientemente las reflexiones que él llama materia.
Comprended: quien tiene en cuenta los muchos aspectos que conducen a la libertad, trae la paz a sí mismo y también a su prójimo. Por eso nunca influyas sobre la irradiación de la consciencia de tu prójimo, creyendo que tienes que poner orden en su vivienda, en su habitación, de acuerdo con tu consciencia.
Ten presente la siguiente legitimidad:
Deja a tu prójimo su reino, es decir, no cambies la irradiación de su consciencia. La irradiación de tu consciencia y la de tu prójimo repercuten en las habitaciones que tú habitas o que tu prójimo habita. Deja a tu prójimo su pequeño reino, pues así se sentirá en casa. Si tienes en cuenta esta legitimidad, él se alegrará cuando le visites.
Entra en su habitación sólo cuando seas bienvenido, y déjalo todo en su habitación tal como tu prójimo lo había colocado, pues esta es la perspectiva de su consciencia.
Si te sientas en una silla o coges un objeto, vuelve a colocar luego la silla como estaba o deja el objeto de nuevo en su lugar –tal como estaba antes.
No cambies nada, aunque a ti te gustaría más estuviera de otra manera y creas que sería más bonito como tú lo ves. Con ello influirías en la irradiación de la consciencia de tu prójimo, y con tu aparente orden traerías desorden a su vida, a la irradiación de su consciencia; pues tal como lo ve el prójimo es bueno para él en ese momento. El no quiere que tú lo cambies –a menos que te lo pida.
Quien tiene en cuenta esta legitimidad, respeta a su prójimo y también a sí mismo.
También en las cosas más pequeñas tiene validez la siguiente legitimidad: lo que no quieras que te hagan a ti, tampoco lo hagas tú a nadie.
Nunca seáis curiosos. No miréis por curiosidad hacia atrás, hacia la derecha y hacia la izquierda, para ver y oír; pues sois responsables de lo que veis u oís.
Lo visto u oído os incita a pensar –sois responsables de cada pensamiento–. Lo visto y oído os incita a hablar y actuar –también sois responsables de ello.
El que es puro no mirará con curiosidad alrededor, no producirá pensamientos, no buscará palabras ni tampoco reflexionará sobre cómo, en qué y cuándo ha de actuar y obrar. El que es puro tiene todo en sí y está en todo, porque él es la verdad, que a su vez está en todo.
Si contemplas a tu prójimo, contemplas el Universo, y contemplas al Padre eterno en ti, y contemplas a tu prójimo en ti –pues sois la imagen y semejanza del único Padre santo eterno, porque en El sois divinos, los hijos por El creados, que El contempla en Sí, por medio de Sí y en el Universo.
Si has contemplado a tu prójimo en ti, has contemplado a tu Padre eterno; pues el Eterno y Su hijo puro son uno.
Dado que a tu prójimo lo conoces y contemplas en ti como una parte de ti, también conoces al eterno Uno, Santo, porque eres Su imagen y semejanza, la ley eterna –que tú conoces, pues tú eres ella, ya que eres divino.
El que es puro es el ojo del templo sagrado.
El que ve en profundidad penetra con su mirada a todos y todo.
Lo más interno es el silencio, que se contempla a sí mismo y penetra todo con su mirada.
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