El mundo siempre habla de sí mismo, como tratándose de un ente único y egocéntrico en torno al cual girase la vida. O quizá porque son lo mismo, y desde esa identidad el mundo no es un lugar, sino un estado concreto de la vida: el único que hemos llegado a realizar y conocer, mientras otros mundos permanecen en nuestra intuición o en nuestros sueños.
Hoy me asomo a él con el sentimiento de que ya no habla de sí mismo, sino del mundo que le ha de suceder; como si su identidad se desvaneciera; como si su protagonismo ya no fuese algo propio, sino el heraldo de otra realidad emergente nacida de sus cenizas. Hoy percibo su omnímoda presencia como una suerte de advertencia, como si al mostrar aquello que se desmorona estuviera anunciando la novedad que empieza a nacer. Hoy, contemplo el acontecer de este mundo, presintiendo que tal vez ha comenzado la noche oscura que antecede al amanecer.
No hay temor en este sentimiento que presiente cercano el parto. Quizá porque el dolor posible y aun el riesgo inherentes a él resultan menores frente al gozo de recibir al nacido. Y sí hay, en cambio, una serena esperanza no exenta de curiosidad ante la experiencia del tránsito; del cómo será, porque el qué ya es adivinado.
Vivimos una experiencia de realidad en un mundo y en un planeta, y somos todo ello a la vez: el planeta, el mundo, la experiencia vivida y el experimentador. Unidos indisolublemente porque somos una unidad, y no partes aisladas que conviven. No hay destinos paralelos, diferentes, para lo que es uno. Somos un tren en continuo movimiento que viaja con todo su contenido hacia la próxima estación, que tampoco ha de ser última, en un viaje sin final cuya meta es el propio viaje.
Y el viaje es movimiento. Y el movimiento cambio. Cambio necesario e inevitable escrito con mayúsculas en el guión de la vida; a veces lento, casi inapreciable, como suministrado con calmantes. Otras quirúrgico, drástico y sin anestesia.
Las crónicas anticipadas aluden al tiempo presente en tanto que escenario de cambios profundos que afectan a la raíz, a la estructura del mundo actual en todas sus facetas: economía, política, justicia, religión…,y en las instituciones que las representan. Los poderosos arquetipos que rigen el devenir, los “dioses del cambio”, han entrado en actividad provocando ya situaciones de caos inesperadas y catastróficas, y una sensación generalizada de inestabilidad que es de por sí un aviso. Todo es convocado a una severa revisión tras la cual pocos elementos del paradigma actual podrán prevalecer.
Una nueva generación de hombres ha comenzado ya a nacer en nuestros hogares. Ellos son el recambio, los nuevos gestores del mundo naciente. A nosotros, los que vinimos antes, nos corresponde el gestionar ese cambio, el vivir la noche oscura hasta la llegada de un amanecer que deje en sus manos un mundo renovado, probablemente más equilibrado, más justo y más humano.
Hoy son escritos para nosotros aquellos versos de Walt Whitman: “Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo”.
Permaneceré despierto, mi lámpara encendida.
Publicado por Félix Gracia
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