Existe un relato taoísta:
El duque Huan, sentado en lo alto de su salón, leía una vez un libro mientras el  carretero P’ien fabricaba una rueda a sus pies.  Dejando a un lado su martillo y  su cincel, P’ien subió los escalones y dijo al duque:
-Me atrevo a preguntar a su alteza por las palabras que ocupan su lectura.
El duque respondió:
-Las palabras de los sabios.
-¿Están vivos esos sabios? –preguntó P’ien.
-Están muertos –respondió el duque.
-Entonces –dijo P’ien- lo que usted, mi gobernante, está leyendo, son únicamente  escorias y sedimentos de esos ancianos.
El duque respondió:
-¿Cómo puedes tú, carretero, decir algo sobre el libro que estoy leyendo?  Si te  puedes explicar, muy bien.  Si no puedes hacerlo tendrás que morir; te mataré.
Estaba furioso.  ¡Esto era demasiado!  Cómo un carretero puede decirle al  príncipe: “¡Lo que usted está leyendo son escorias y sedimentos de esos ancianos  muertos!”.
El carretero dijo:
-Su sirviente mirará este asunto desde el punto de vista de su propio arte.   Cuando construyo una rueda, si procedo con suavidad, es bastante placentero,  pero el acabado no es fuerte; si procedo con violencia, resulta forzado y las  uniones no ajustan.  Si los movimientos de mi mano no son demasiado suaves ni  demasiado violentos, se lleva a cabo la idea de mi mente, pero no puedo explicar  cómo hacerlo con la palabra hablada.
No demasiado forzado, no demasiado suave, justo en el medio, equilibrado.
El carretero añadió:
-Pero no puedo explicar cómo hacerlo con la palabra hablada, cómo lograr este  punto medio absoluto entre el esfuerzo y el no-esfuerzo, entre el hacer y el  no-hacer.  No puedo decir cómo hacerlo por medio de la palabra hablada; hay que  encontrar el punto, pero no puedo expresarlo. Lo conozco, pero no puedo  expresarlo.  No puedo enseñárselo a mi hijo, ni siquiera a mi hijo, tampoco mi  hijo puede aprenderlo de mí.  No hay forma de enseñarlo y no hay forma de  aprenderlo.  Aprender y enseñar, enseñar y aprender.  Esto sólo puede hacer con  las cosas externas, y aquél es un sentimiento interno.  Es así hasta tal punto  que estoy cumpliendo setenta años y todavía tengo que elaborar ruedas en mi  vejez.  Pero esos ancestros, junto con lo que no pudieron manifestar, están  muertos y desaparecidos.  Por tanto, lo que tú mi gobernante, estás leyendo ¡no  son más que escorias y sedimentos!
Él está diciendo: “Estoy vivo, le tengo cogido el punto a eso, pero no puedo  transmitirlo, no puedo transferir mis conocimientos.  Estoy vivo y tengo el  conocimiento, y amo a mi hijo y me gustaría ser capaz de transmitírselo.  Estoy  muy viejo, tengo setenta años, y aún así tengo que trabajar.  Si pudiera enseñar  a mi hijo, me retiraría.  Pero si en vida no puedo transmitirlo, ¿cómo pueden  esos viejos sabios que están muertos transmitir algo que sólo puede ser  experimentado?  No puede ser transmitido mientras el sabio está vivo.  ¿Cómo  puede entonces transmitirse si el sabio hace ya siglos que no existe?  Usted  sólo está perdiendo su tiempo señor”, le dijo.  “Todo esto es basura”.
Este anciano es un hombre del Tao.  Los taoístas tienen hermosas parábolas como  ésta: un hombre ordinario, un hombre pobre, un carretero; nadie lo conoce, pero  él tiene una visión.  El método taoísta en su totalidad afirma que sólo la  experiencia te puede dar la clave.  Se puede preguntar, se puede responder, pero  esto no tiene un valor definitivo.  Para conocer el sabor debes comer, para  saber lo que es el amor debes amar.  No hay forma de transmitirlo; por eso, en  lugar de responder, Lieh Tzu dijo: “Lo mejor es estar quieto…”.
Sí, valor no es el nombre para eso: estar quieto… ¿Y qué quiere decir él con  “estar quieto”?  tú estás agitado constantemente, nunca te estás quieto.   Incluso cuando te sientas como una estatua estás agitado.  Tu mente se está  moviendo continuamente va de uno a otro lado; se te tira y se te empuja de un  deseo al otro.  Cuando no hay deseo, ni siquiera el deseo de alcanzar lo  supremo, entonces uno está quieto.
La negación de todos los deseos es lo que se entiende por vía negativa.   Cuando se niegan todos los deseos, súbitamente estás quieto.  No hay dónde ir,  no hay hacia dónde moverse.  No sopla viento alguno.  El deseo es el viento que  sigue soplando en tu interior y mantiene tu llama interna agitada, por eso no  estás quieto.  Ni siquiera mientras duermes estás quieto.  Ni siquiera mientras  estás sentado en meditación, silenciosamente, estás quieto.
Precisamente, el otro día, alguien estaba diciendo: “En la meditación los  pensamientos siguen, no se detienen; en realidad vienen más”.  Cuando tú estás  ocupado con tu vida ordinaria de cada día, no te llegan tantos; tú estás  ocupado, absorto.  Pero cuando estás sentado sin hacer nada, entonces toda tu  energía se va a los pensamientos.  Entonces surge una gran tormenta en tu ser:  pensamientos y pensamientos, e incluso algunas veces ni siquiera puedes imaginar  ¡qué clase de pensamientos!  Memorias del pasado: algo que sucedió hace treinta  años surge repentinamente.  O pensamientos del futuro; puede que tu esposa ni  siquiera esté embarazada y tú estés pensando: “Una vez que haya nacido el niño,  ¿a qué colegio lo enviaremos?”.  Cosas imposibles siguen yendo y viniendo, y tú  sabes que son tonterías.  Muchas veces las reconoces y quieres dejarlas, pero te  sientes impotente.
Los pensamientos no se pueden detener en forma directa; permite que esto se  entienda muy profundamente.  Deja que se asiente en tu ser.  Los pensamientos no  se pueden detener directamente, porque los pensamientos no son más que  sirvientes de los deseos.  Cuando se presenta un deseo no puedes detener los  pensamientos.  El amo está ahí; los sirvientes tiene que seguirlo.
Tú quieres detener los pensamientos.  Es una tontería, una idiotez: tu esposa ni  siquiera está embarazada y tú estás pensando en el niño que ha crecido y va a la  universidad.  ¿A qué universidad enviarlo?  ¿A Cambridge o a Oxford?  Y tú estás  muy inquieto: ¿Adónde enviarle?  ¿Cuál será la mejor?  Y de repente lo  reconoces, ¡qué tontería!  Es una idiotez.  Entonces, ¿por qué surge?
No se trata del pensamiento mismo.  Tú tienes un deseo, tienes una ambición.   Muchas cosas se han quedado sin satisfacer.  Tú quisieras satisfacerlas por  medio de tu hijo.  El hijo no es otra cosa que la personificación de tu  ambición.  Tú querías ir a Oxford, pero no pudiste hacerlo; te gustaría ir en la  forma de tu hijo.  Por eso ha surgido la idea, ha surgido el pensamiento.  Han  pasado treinta años, y de repente algo sale a la superficie.  Nada es repentino,  nada deja de ser causado en la mente.  Si algo surge, esto quiere decir que hay  algo en ello; no se le puede llamar simplemente una estupidez y dejarlo.  Hace  treinta años alguien te insultó y todavía no lo has dejado pasar.  La herida  todavía duele.  Te sientas en silencio y la herida sale a la superficie.   Ocupado en las mil y unas cosas del mundo, tú lo olvidas, pero cuando no estás  ocupado, ha herida se abre.  La herida empieza a enviarte mensajes: “Haz algo al  respecto.  Todavía no hago daño.  Todavía no he sido curada.   ¡Haz algo al  respecto!”.  ¿Cuántas veces la herida se te ha manifestado, y cuántas veces has  decidido vengarte o hacer algo?  Y el dolor de la herida regresa una y otra vez,  y todavía tienes el deseo de vengarte del enemigo que te ha insultado.
Esto no concierne al pensamiento, concierne al deseo.  Analiza tus pensamientos  y siempre hallarás que son los sirvientes y que en algún lugar oculto está el  amo, protegido por los sirvientes.  Mata al amo y los sirvientes desparecen.  Si  continúas matando a los sirvientes nada pasará: el amo seguirá trayendo nuevos  sirvientes.  Mientras el amo esté vivo seguirá trayendo nuevos sirvientes.  Tú  podrás seguir matando a los viejos; él proporcionará otros nuevos.
Los pensamientos nunca se detienen por sí mismos.  Sólo se detienen cuando la  mente que desea desaparece.  Éste es el significado de “lo mejor es estar  quieto”.  Esa es la forma taoísta de decir “no desees”.  Por eso se dice incluso  el deseo de conocer a Dios, de llegar a Dios, es una barrera.  Permanece quieto,  simplemente, sin deseos, como si nada se tuviera que hacer, como si nada fuera a  suceder.  Mantén una carencia absoluta de esperanzas, porque la esperanza no es  otra cosa que un nombre nuevo para el deseo.  La esperanza es el deseo con un  nombre hermoso.  El deseo como nombre es un tanto feo, el deseo es algo un tanto  desnudo, expuesto.  La esperanza es un deseo vestido.  Permanece sin esperanza.  Nada va a pasar.  Nunca sucede nada.  No hay futuro, así que abandona toda  ambición.  Sólo existe este momento, así que no corras de aquí para allá.  No  tiene sentido, es de neuróticos, es de locos.  Sólo relájate en este momento;  simplemente se.  Éste es el significado de “lo mejor es estar quieto…”.
Y la diferencia se tiene que entender.  Si vas a donde un profesor de yoga, él  te dirá cómo estar quieto.  Él te dirá qué postura te ayudará a estar  quieto, cómo respirar, qué ritmo facilitará la quietud, si debes cerrar los ojos  completamente o sólo mirar a la punta de la nariz.  Él te dará indicaciones,  ayudas; él te dará un mapa.
Los taoístas no tienen mapa alguno.  Dicen que si practicas una postura  determinada y miras tu nariz y respiras de una forma correcta, impondrás una  cierta quietud, pero no será verdadera.  Es cultivada, es algo que se practica,  es falsa.  La quietud verdadera viene de la comprensión, de la comprensión de  que el deseo es inútil.
Trata de comprenderlo.  En el Tao no hay ejercicios, no existe algo como los  Sutra yoga de Patanjali.  No existen las “ocho ramas del yoga”.  No se te da  una postura, una disciplina, una clase de moralidad… No se te dice qué comer,  cuándo acostarse y cuándo levantarse por la mañana.  Nada se te dice, porque se  considera que todas estas cosas pueden darte una experiencia falsa de la  quietud, pueden forzarla.
Y esto se tiene que entender.  Cuando te sientas en una postura determinada,  puedes ayudar a que la mente se quede un poco más quieta.  Si el cuerpo está  totalmente quieto, la mente se queda ligeramente quieta, porque la mente y el  cuerpo no son dos cosas; la división no es completamente clara.  La mente y el  cuerpo están unidos.  Aunque se diga que eres cuerpo y mente, eres  cuerpomente, una sola palabra.  El “y” no es correcto, déjalo.   “Mentecuerpo” “psicosomático”.  La mente es tu cuerpo más profundo, y el cuerpo  es tu mente más externa.  Por tanto, cuando el cuerpo está quieto, naturalmente  algunas vibraciones de quietud llegan a la mente más profunda.  Eso crea una  base física y tú sientes algo de quietud.
Míralo de otra forma.  Cuando te enojas, ¿qué haces?  Aprietas los dientes,  cierras los puños.  ¿Por qué?  ¿Es que no puedes enojarte sin más, sin apretar  los dientes y los puños?  Inténtalo un día: enójate simplemente, sin apretar los  puños, sin apretar los dientes.  Permanece relajado en el cuerpo e intenta  enojarte y verás que es imposible.  ¿Cómo puedes enojarte si no tienes la ayuda  del cuerpo?  Y después, un día, prueba lo siguiente: sin enojo alguno aprieta  los puños y los dientes; muestra únicamente el gesto de enojo y verás que una  forma de enojo surgirá repentinamente en ti.  Tú te puedes llegar a enojar sólo  creando los síntomas; eso es lo que hacen los actores.  El actor tiene que  actuar en momentos en los que puede no sentirse enojado y tiene que estarlo.   ¿Qué se supone que tiene que hacer?  Él hará la parte corporal y la parte mental  le seguirá.  Él no se está sintiendo feliz, pero tiene que hacer la parte  corporal; se muestra feliz, y una forma de felicidad le sigue en consecuencia.
Cuerpo y mente van juntos.  Los taoístas dicen que esto se debe entender, pues  de lo contrario crearás una quietud falsa.  La quietud que se crea con la  postura corporal no es la quietud real; es un truco.  Tiene casi los mismos  efectos químicos que cuando tomas un tranquilizante; es una droga.
Si te pones a ayunar, sentirás mucha quietud, porque la química del cuerpo  cambia; el cuerpo tiene menos trabajo que hacer, está más relajado; el estómago  no tiene nada que hacer, está más relajado.  Y si el estómago no tiene nada que  hacer, más energía se libera desde el estómago hacia la cabeza.  Eso lo sabes;  cuando comes demasiado te sientes somnoliento, porque el estómago se apodera de  toda la energía disponible para digerir el alimento.  La cabeza no es muy  importante –es un lujo-, por tanto, cuando el estómago necesita la energía, la  energía va al estómago y abandona la cabeza inmediatamente.  Debido a eso  empiezas a sentirte somnoliento; los ojos se van cerrando y tú empiezas a  dormir.  Esto implica simplemente que la energía se ha desplazado de la cabeza  al estómago.  Te quedas dormido.
¿Lo has observado?  Cuando no has comido bien, te resulta difícil dormir, porque  cuando el estómago no tiene de qué ocuparse, se libera energía.  La energía va  inmediatamente a la cabeza y ésta empieza a funcionar, a fantasear y a pensar.
Por tanto, cuando una persona está ayunando, al tercer o cuarto día siente mucha  quietud.  Pero éste es un cambio químico, no es una quietud real.  Proporciónale  alimento y la quietud desaparecerá.  ¿Qué tipo de cambio es éste entonces?  Si  una persona continúa ayunando durante muchos días, sentirá que surge en ella una  cierta falta de sexualidad, brahmacharya.  Esto es falso porque el  alimento tiene que suministrar energía sexual.  Si no se le da alimento al  cuerpo, no se crea energía sexual, la energía sexual desaparece.  Después de  tres semanas de ayuno, un hombre perderá interés por las mujeres y una mujer  perderá interés por los hombres.  Así es como han caído en el engaño muchas  personas religiosas.  Piensan que han logrado el brahmacharya, el  celibato.  Esto no es brahmacharya; es una forma de impotencia.  Se  pierde vigor, se pierde vitalidad.  Y luego empiezan a tenerle miedo a la  comida, entonces no pueden comer bien, porque en cuanto comen bien, se  suministra energía a los órganos sexuales y la energía sexual vuelve a surgir.
El Tao tiene un enfoque totalmente diferente.  No plantea el cultivar. Plantea  el comprender.
“Lo mejor es estar quieto…”.  Mediante la comprensión.  Mediante la  atención consciente.
“…Lo mejor es estar vacío.  En la quietud y en la vacuidad encontramos una  morada…”.
En la vacuidad y la quietud… ¿Qué es la vacuidad?  La vacuidad quiere decir que  tú no eres.  La idea que tienes normalmente de lo que eres no es más que  una acumulación de todas tus acciones.  Has hecho esto, has hecho aquello, has  ganado un premio, has tenido éxito en los negocios, tienes una enorme cuenta  bancaria, eres famoso, eres el autor de muchos libros, has hecho muchas cosas.   Todas estas cosas juntas te permiten ser alguien.  La vacuidad implica dejar  todo lo que has hecho, olvidar todo lo que has hecho.  Olvida el pasado; es  debido al pasado que sientes que eres alguien.  Sólo piensa: si tu pasado se  pudiera derrumbar en este preciso momento, ¿quién serías tú?  Si en este preciso  momento, por milagro, se viniera abajo tu pasado, ¿quién serías tú?  No sabrías  quién eres.  Por tanto, lo que eres es tu pasado, y según los taoístas, “vacío”  quiere decir dejar el pasado.  Una vez te has desconectado del pasado, estás  vacío.  Entonces no sabes quién eres, porque todas las ideas que tienes de ti  mismo vienen del pasado, son creaciones del pasado.  Medita precisamente en este  hecho.  Si no hay pasado, ¿quién eres tú?
Ramana Maharshi solía pedir a sus discípulos que meditasen únicamente sobre una  cosa: ¿quién soy yo?, tarde o temprano comprenderás que no eres nadie.  No eres  el cuerpo ni eres la mente, tampoco eres el hijo de alguien o el padre de  alguien; ni un rico, ni un pobre.  No eres nadie.
El día que llegues a ser nadie llegarás a saber quién eres.  Tú eres ese nadie.
“Lo mejor es estar vacío.  En la quietud y en la vacuidad encontramos una  morada…”.
El vacío es tu hogar.  Te conviertes en un templo, en un santuario.  En este  vacío arde la llama de tu consciencia, y esa llama es la de la divinidad, la del  Tao.  Ésta es la vía negativa.
“Al dar y recibir perdemos el sitio”.
Cuando empiezas a dar y recibir, a hacer esto, a no hacer aquello, a  relacionarte, a conectar con la gente, pierdes tu lugar, pierdes tu llama  interior, pierdes contacto con tu interior.  Esto pasa sólo al comienzo.  Lieh  Tzu se dirige a un buscador principiante, por eso habla así.  Al comienzo  pasará.  Cada vez que estés solo, tranquilo, quieto, te sentirás súbitamente  centrado, arraigado; sentirás el tremendo gozo de no ser, de ser nadie.  Tu “ser  nadie” será luminoso, estará lleno de luz, de fragancia, de bendición y de  belleza.
Pero al comienzo sucederá una y otra vez que al relacionarte con otro lo  perderás: perderás tu espacio interior.  El peligro está en que empieces a tener  miedo de relacionarte.  Al comienzo está bien tener miedo, pero si eso se vuelve  un hábito y el miedo llega a arraigarse, entonces es peligroso.  Este peligro se  ha dado en Oriente, en el pasado.  Mucha gente llegó a tener miedo de  relacionarse: los budistas escaparon de la vida, los taoístas escaparon a los  Himalayas o a las montañas para no estar en contacto, porque “al dar y  recibir perdemos el sitio”.
Pero Lieh Tzu no le da este sentido.  Él dice: “Sí, al dar y tomar cuando vamos  al mercado se pierde la meditación.  Primero logra la meditación, luego ve allí  una y otra vez y procura estar cada vez más alerta, a fin de que un día puedas  ser capaz de relacionarte como de permanecer solo, de estar en el mercado y aun  así de no estar allí, de estar en la multitud y aun así estar solo”.  Esto es lo  más elevado.  Es algo que no se le puede decir a un principiante.  Es algo que  sucede sólo cuando se ha llegado a ser un maestro.
Lieh Tzu le dice al principiante: “Entonces tú sabrás quién eres y entonces  verás repentinamente que al dar y tomar pierdes una y otra vez”.  Tú ganas algo  y luego, cuando conectas, cuando te relacionas –con la esposa, con el marido,  con los hijos, en el mercado, con el cliente, con el jefe-, lo pierdes.  Una y  otra vez, gánalo: cuando tengas tiempo, vuelve a conectar otra vez contigo  mismo.  Poco a poco, poco a poco… lentamente.  Un día verás que puedes estar en  el mercado y permanecer tan solitario y silencioso como en cualquier parte.   Entonces te has convertido en un loto: estás en el agua, pero el agua no te  toca.
Primero desarróllalo, evoluciona –lo que suele llamarse en sánscrito shunya-  al cero, al vacío, y luego tráelo al mundo.  Lo perderás una y otra vez, es  verdad, pero no trates de escapar del mundo por esto, no te vuelvas un  escapista.  Es un desafío.  Y el punto más elevado se logra cuando nadie puede  alterar tu espacio interior, nadie, ninguna situación puede alterarlo.   Entonces, por primera vez llegas a ser un poseedor.  Entonces eres el poseedor y  ello te posee.  Entonces eso es tuyo, realmente tuyo.  Pero si algo puede  hacerlo desaparecer, entonces eso no es aún tuyo por completo.  Lo has tocado,  pero aún no has sido su poseedor.
Me gustaría contarte una historia:
En un país lejano vivía un inventor ingenioso que se había vuelto chiflado un  poco jugando con la televisión.  En el curso de sus experimentos fabricó una  especie de espejo mental al que llamó psicoscopio, por medio del cual una  persona podía  ver su estado mental con la misma claridad con que podía ver su  cuerpo físico a través de una lupa.
Una vez fue perfeccionado el instrumento, se abrió una fábrica para producirlo y  se dio a conocer en el país con la publicidad adecuada.  Pronto hubo un montón  de pedidos.  Las esposas lo compraban para sus esposos –atención, las esposas lo  compraban para sus esposos- y los esposos lo compraban para sus esposas y  cuñados.  Los padres lo compraron para sus hijos, e incluso los hijos lo  compraron para sus padres.  Los empresarios hicieron grandes pedidos para sus  empleados.  Se sabe, o quizás es sólo un rumor, que únicamente un individuo en  todo el país, confesó haberlo comprado para su propio uso. El alborozado  inventor se vio nadando en la abundancia: se vendieron millones de estos  artefactos.
Entonces, casi con la misma celeridad, las ventas descendieron y sin más cayeron  a cero.  Los investigadores que se enviaron a recorrer el país informaron de que  las casas de empeño estaban abarrotadas de psicoscopios, mientras  millares de ellos se habían estropeado accidentalmente o habían ido a parar  misteriosamente a la basura.
Desesperado, el inventor se dedicó a una nueva tarea.  Le dio un sentido opuesto  al funcionamiento del instrumento, a fin de que idealizara el estado mental  reflejado.  De esta manera la persona se veían a sí mismas no como eran, sino  como querían aparecer, con sus defectos arreglados y coloreados de rosa, y su  fealdad encubierta de inocencia.  Al final del año, por lo visto, la compañía  declaró dividendos del cincuenta por ciento.
La mayor parte de la gente no quiere verse a sí misma como es, ni le gustaría  dar una segunda mirada a un espejo mental.  Pero aquellos que validan las  ilusiones que nos hacemos de nosotros mismos pueden obtener de nosotros  prácticamente lo que sea.
Recuerda, estar vacío es llegar a una situación en la que te verás tal como  eres.  Las personas temen esto, no quieren percibir esta situación interior.   Tienen sus imágenes ideales, sus propias imágenes hermosas, decoradas.  Tienen  miedo de que, al interiorizar, esas imágenes se derrumben.  Tienen que  derrumbarse y desaparecer porque son falsas y no pueden ser reales.  De ahí que  nadie interiorice.  Todos los maestros en el mundo, ya sean los del camino de la vía afirmativa o los del camino de la vía negativa, todos los  maestros han insistido en una cosa: tienes que acceder a tu realidad, a lo que  eres de verdad.  Pero nadie los escucha.  Incluso cuando las personas quieren  saber quiénes son, están esperando realmente tener la misma personalidad que  proyectan.  Cuando empiezan a trabajar, llegan las dificultades; surge la  fealdad; se siente la malicia, la ira terrible, el odio, los celos.  Todo un  infierno irrumpe y uno empieza a tener miedo y escapa y vuelve a aferrarse a una  personalidad ideal.  
Eso no vale mucho.  Recuerda, uno tiene que conocerse tal como es.  Abandona  todos los ideales.  Son hermosos pero ponzoñosos; son ilusiones.  Si no  abandonas todos los ideales que tienes sobre ti mismo, todas las imágenes que  has creado en tu impotencia a fin de ocultarte para enmascarar tu realidad…  abandona esas máscaras, permanece quieto, permanece vacío y mira en tu ser. Sea  lo que sea.  Al comienzo será una experiencia casi infernal, pero ese es el  precio que tenemos que pagar.  Si tienes suficiente valor y puedes perseverar,  pronto desaparece el infierno, se van las nubes y el sol brilla en un firmamento  despejado.  Entonces llegas a tu paraíso interior.
El infierno y el cielo están en tu interior.  El infierno es sólo tu  circunferencia.  El cielo es tu mismo centro.  Tú eres el centro del ciclón.  El  Tao dice que en realidad no se debe hacer nada.  Uno simplemente tiene que  penetrar en su propio ser.
 


 

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