El ambiente determina
cambios en la expresión de nuestros genes. Las situaciones del ambiente y el
entorno pueden hacer, por ejemplo, que se exprese o no un gen en uno u otro de
un par de hermanos gemelos criados en ambientes diferentes.
La potencialidad de
enfermar claramente puede estar asociada a los genes, pero resulta que las
enfermedades verdaderamente de origen genético representan un porcentaje mínimo
de todas las causas de enfermedad.
Aproximadamente en un
92% de la población, las enfermedades no dependen de un daño genético
congénito. Hay alteraciones genéticas no congénitas que pueden desarrollarse en
la vida por exposición a factores mutagénicos de diversos ordenes como:
químicos, físicos, pero también debemos considerar una forma de “radiación
interna” que corresponde a aspectos emocionales y mentales. Hay ciertas
enfermedades neurodegenerativas cuyo desarrollo está más asociado a condiciones
ambientales adversas sostenidas que a predisposición genética. No podemos negar las causas genéticas, pero
mi mensaje hoy es que un gran porcentaje de las enfermedades está más asociado
a hábitos dañinos, a ritmos de vida enfermizos, que desde la conciencia
podríamos modificar.
Dentro de esas
condiciones ambientales adversas debemos considerar el estrés prolongado, como
un factor desencadenante. Uno de los sistemas de respuesta al estrés es el sistema nervioso neurovegetativo,
simpático y parasimpático. Éste envía sus señales al resto del organismo por
algunos nervios a través de impulsos eléctricos, que la mayor parte del tiempo
no son mediados por la voluntad, así por ejemplo, mientras tú estás durmiendo,
simultáneamente estás respirando, tu sistema cardíaco-vascular está activo, tu
sistema digestivo está funcionando. Entonces éste sistema neurovegetativo
funciona automáticamente, sin necesidad de que sea consciente o voluntario; es
un sistema más autónomo, que está regulando desde una programación involuntaria
movimientos de contracción y de expansión de músculos, vasos sanguíneos,
vísceras y órganos de tu cuerpo. Esta programación involuntaria puede estar
condicionada por vivencias del pasado.
Cuando el estrés es
sostenido por largos períodos, se altera la respuesta simpática. Normalmente el
sistema simpático te prepara para una respuesta de estrés corto que
biológicamente no es dañino, nuestros cuerpos están diseñados para un estrés de
corta duración. Es decir un estrés que puede ser de 15 a 30 minutos, algo así
cómo correrle a un animal, perseguir algo, saltar una piedra, huir, conseguir
un alimento, cosas que tienen que ver con la supervivencia. Eso está en
nuestras memorias ancestrales, pero después de eso viene el reposo y la
recuperación de la armonía simpático-parasimpático. Pero imaginemos que uno
tuviera que correrle a un tigre, todo el día, toda la noche, una semana, un
mes. Ese estado de contracción sostenida por simpaticotonía no permite el
estado de recuperación por el parasimpático. El sistema parasimpático provoca
respuestas, por lo menos a nivel muscular, de relajación, respuesta de pausa.
La vida es ritmo. Y la
clave de la salud son los ritmos; y la clave del ritmo son las pausas.
Si no hay pausa, la
vida se acorta, la vida se vuelve enfermiza. Entonces ese sistema simpático
parasimpático está respondiendo al estrés y muchas veces le seguimos corriendo
“al tigre” toda la vida. El tigre ya no está, pero tenemos la foto, la imagen,
el recuerdo del “tigre”. Y seguimos peleando con la foto del tigre. Me refiero
a qué las memorias se quedan allí, son hechos ya pasados pero siguen presentes
y se activan en los recuerdos.
Y cada vez que recuerdo
ese pasado estoy activando un estrés similar al que viví en esa situación,
además con exaltación del estado emocional asociado a la vivencia referida.
Esto ocurre en nuestro cerebro mamífero, pues no experimentamos las cosas
solamente desde el intelecto, también desde un estado emocional que es
traducido por el hipotálamo en impulsos neuroquímicos. Entonces viene la rabia
que no procesada puede llegar al resentimiento, ò el miedo, que puede en extremo llevarnos a un pánico, ò la tristeza, que puede devenir en una
depresión, ò la preocupación, la ansiedad que puede conducir a la obsesión.
Todo esto como una respuesta latente
frente a cómo hemos experimentado, percibido o significado algo, que cada que
se revive está allí. Es sorprendente como nosotros nos quedamos con “el tigre”.
El tigre ya se acabó,
se murió hace tiempo, lo que nos perseguía o perseguimos, pero lo seguimos
sintiendo.
Ese es el mundo del
condicionamiento, y ese condicionamiento afecta la expresión del sistema
nervioso y su neuroquímica que viaja en nuestra sangre, activando sustancias
como el cortisol y la adrenalina, que va acelerando y descoordinando el latido
cardíaco, que pueden llegar a afectar el sistema inmunológico, los ritmos del
sistema digestivo, el ritmo de la respiración.
Ahí somos víctimas de
una programación, del pasado, de un condicionamiento.
En respuesta consciente
podemos desarrollar hábitos o ritmos saludables, como la atención plena en la
respiración y la meditación que nos permiten la pausa y reacondicionan de
manera positiva nuestra respuesta al estrés.
Dr. Jorge Iván Arango
Caro
Médico y cirujano de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Ejerce la medicina integrativa y terapias de sanación desde hace mas de 25 años. La Sintergética, como visión de síntesis de la vida y la salud, es hoy eje de su consulta.
Es socio de AMIBIO
(Asociación de Médicos e Investigadores en Bioenergética) y actual
Vicepresidente de Proyección Social de la AIS (Asociación Internacional de
Sintergética).
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