"Códigos
divinos", símbolos de estructuras
de índole espiritual
Los orígenes de la
geometría (etimológicamente, “medición de tierra”) están, sin duda, en la misma
Naturaleza. En efecto, cada patrón de formación o de crecimiento, ya sea del
reino mineral, del vegetal, del animal o del humano, se halla estructurado geométricamente.
Ya Pitágoras pretendía que “todo es número” (incluso las figuras geométricas),
Platón decía “Dios geometriza” y para Galileo Galilei la Matemática –en
general– es el “lenguaje de la Naturaleza”.
Ya sean los copos de
nieve, las diferentes estructuras de los cristales, los pétalos de las flores,
la forma de las moléculas de ADN, la simetría bilateral y la proporción áurea
del cuerpo humano, o los modernos rascacielos, todos son “himnos” a la
geometría. Incluso la moderna cosmología nos lleva a considerar la “geometría
del cosmos”.
Es innegable que uno de
los orígenes del estudio de la geometría fue la necesidad de planificar y
ejecutar los ritos religiosos antiguos en relación a la agricultura, con la
consecuente construcción de los templos equinocciales y solsticiales. Además,
en las culturas antiguas predominaba la suposición de que al mirar las diversas
formas de “la Creación”, uno se hallaba en presencia de códigos divinos, que
eran símbolos de estructuras de índole espiritual.
Según el neoplatónico
bizantino Proclo, el gran Euclides (Alejandría, alrededor del 300 a. C.) llamó
a su obra cumbre de 13 Libros (en la que sintetizaba prácticamente todo el
saber matemático de la antigua Grecia) “Los Elementos”, porque en su último
Teorema del Libro XIII probaba que sólo podía haber 5 “poliedros regulares”.
Eran los cinco sólidos platónicos, asociados a los 5 Elementos y a los 5
sentidos humanos. (¡No eligió ese título por considerarla una obra
“introductoria” y “elemental”!)
Ya en la Edad Media los
diferentes “gremios”, o guildas de constructores, usaban un gran número de
“Principios de la Geometría Sagrada” para la edificación de las grandes
catedrales que todavía nos asombran por su belleza y esplendor.
Durante el Renacimiento
también se siguió elaborando y enriqueciendo, con el aporte de los grandes
maestros, que como Leonardo da Vinci usaron las comprobadas cualidades
estéticas de “la Divina Proporción” –como llamó Fray Luca Paccioli a la
“proporción áurea”, ya conocida con el nombre de “media y extrema razón” desde
mucho tiempo antes– y que sigue enseñándose en las modernas escuelas de arte.
Basta recordar al famoso “Hombre de Vitrubio”, de 1492, donde Leonardo mostró
cómo relacionar las proporciones del cuerpo humano con el “número de oro” mediante
una ingeniosa utilización de un círculo y un cuadrado cuidadosamente escogidos.
También se produjo la
irrupción de la perspectiva en la pintura, que luego derivaría en lo que se
conoce como “geometría proyectiva”. En esta tarea debemos recordar a Filippo
Brunelleschi, arquitecto y constructor del domo de la catedral de Florencia, y
a Piero della Francesca, que supo aunar en sus obras su dotada mano de artista
con sus conocimientos prácticos de matemática. El realismo y la sensación de
tridimensionalidad resultantes fueron, desde entonces, in crescendo.
-
Hemos de mencionar lo
que conmovía a Kepler (autor de las tres famosas leyes del movimiento
planetario) la proporción áurea y los cinco sólidos platónicos, que él
relacionó con las órbitas de los planetas conocidos en su época (Mysterium
Cosmographicum, 1596).
Incluso el genial sir
Isaac Newton dedicó muchos años de su vida al estudio de la “Geometría del
Templo de Salomón”, así como a tratar de hallar el saber en códigos dentro de
las Sagradas Escrituras.
Desde luego, hoy en
día, con el auge de las ciencias y tecnologías, todo –no sólo la geometría– se
ha “desacralizado”. La geometría se considera el estudio “de toda posible forma
de espacialidad”, de cualquier número de dimensiones y con espacios de un
número finito o infinito de puntos.
Sin embargo, aún en el
presente, hay gente –como por ejemplo, los continuadores y los admiradores de
la profunda labor del doctor Carl Gustav Jung– que sostienen que cualquier
expresión de la vida, desde la que podemos observar con nuestros propios ojos,
como en una selva o en un lago, o bien mediante el uso de microscopios (u otra
tecnología), representa una manifestación de “arquetipos del inconsciente
colectivo”.
En todo caso, es válido
decir que la diferencia existente entre considerar un conjunto de figuras más o
menos armónicas como mera geometría, o bien como geometría sagrada se halla en
la actitud con la que “el observador” contempla y comprende tal conjunto. Son
dos tipos de “apetitos” e intenciones-atenciones muy distintos los que entran
en juego. Y también son muy diferentes los “procesos digestivos” que ambos
tipos de “alimentación” requieren…
Siguiendo la definición
de Dan Winter (“Geometría Sagrada y emoción coherente; Psicogeometría”, México,
2005), podemos considerar como “geometría sagrada” “el estudio de las formas
geométricas en sus relaciones metafóricas con la evolución humana, así como un
estudio de cómo se reflejan (o qué efectos pueden inducir) algunas transiciones
geométricas desde una forma hacia otra, en los fluídicos cambios de los estados
de conciencia de la mente, las emociones y el espíritu”.
Características
La llamada geometría
sagrada se caracteriza por poseer:
1) una equilibrada
cantidad de figuras recortadas con líneas rectas y curvas,
2) una equilibrada
cantidad de figuras claras y oscuras,
3) uso tanto de
patrones antiguos (como triángulos, círculos, etcétera) como modernos (los
fractales),
4) destrucción de esos
patrones muy lenta (pirámides, catedrales) o muy rápida (por ejemplo, los
mandalas de los tibetanos, que son destruidos ni bien se terminan de completar,
o los agroglifos, que se forman en minutos y duran unos pocos días),
5) utilización
preferencial de recursos naturales y autóctonos,
.
6) presencia evidente
de inteligencia y de un sentido estético de armonía-arte,
7) mínima (o nula)
cualidad conflictiva-destructiva, y por el contrario, sus formas tienen un
efecto conmovedoramente “pacificador” y relajante.
Dr. Adolfo R. Ordóñez
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