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miércoles, 15 de junio de 2016

Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XVI





Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XVI.


LAS GRANDES ENSEÑANZAS CÓSMICAS DE JESÚS DE NAZARET A SUS APÓSTOLES Y DISCÍPULOS QUE PODÍAN CAPTARLAS


Parte XVI.

Más enseñanzas para autorreconocerse:

Exige de ti siempre el máximo, no lo fácil de alcanzar; entonces conocerás el potencial de fuerzas de tu alma.

Exhórtate a ti mismo una y otra vez, llamándote una y otra vez a ti mismo la atención sobre cómo quieres ser.

Si por tanto te llamas a ti mismo la atención, sabes cómo quieres ser. Compórtate así –entonces se manifestará en ti el Yo divino eterno que tú eres, en la eternidad, como ser de la eternidad.


El alma en el hombre, en la Tierra es sólo huésped. El alma se ha hecho hombre para desarrollar el tesoro interno y hacer lo bueno. Lo bueno viene a través de hombres –igualmente lo malo.

El hombre bueno, que vive en Mí, el Cristo, da buenos frutos. El hombre lleno de vicios, que se ha vendido a la oscuridad, trae lo oscuro al mundo.

Dichosos los que traen lo bueno, a través de los cuales viene lo bueno al mundo. ¡Ay de aquéllos a través de los cuales viene lo oscuro al mundo! Los unos van a la luz –los otros sufren en las tinieblas.

Sabed y sentid en vuestros corazones: cuanto más améis a Dios, tanto más os dará Dios. Cuanto más alegres distribuyáis los dones del amor, tanto más recibiréis de Dios. Solamente recibe el desinteresado, porque da a otros desinteresadamente. 

Quien da desinteresadamente, toma y da del eterno SER, del silencio infinito, que es Dios. Así se vuelve más silencioso y consciente de Dios, pues sabe que Dios da, al que da desinteresadamente a otros los dones del tesoro de su realización.

Yo, Cristo, Soy la llave para ser desinteresado, la llave del SER. Yo, Cristo, Soy la llave del portal de la vida. Todos los iluminados entran a través de Mí en el eterno SER, pues Yo Soy la luz del alma, la verdad y la vida.


Tal como Yo sirvo a todos –almas, hombres, animales, plantas y piedras–, también tenéis que servir vosotros desinteresadamente a todos los que están a vuestro alrededor: hombres, animales, plantas y piedras.

El amor desinteresado sirviente es la entrega interna. Inflama el corazón y alegra el alma; late en cada palabra desinteresada y en cada acto desinteresado. Hace al alma ligera y libre, y agiliza la forma de andar, porque alma y hombre personifican la ley del Universo.


Lo que hagáis, hacedlo desde el Espíritu, pues solamente las obras desinteresadas se hacen en y con Dios.

Aunque creáis que vuestra obra es buena, examinaos y ved si la habéis hecho desde el Espíritu, es decir desinteresadamente. Si la habéis hecho con la vista puesta en vuestro yo humano y en vuestro propio bien, puede tener repercusiones opuestas. Tarde o temprano tendréis que sufrir bajo ellas.

Por eso vivid desde el Espíritu y acordaos de la luz interna, que es vuestro ayudante y consejero, Cristo: Yo en vosotros, vosotros en Mí; Yo en ti, tú en Mí.


El verdadero sabio vive en Dios, y Dios vive a través de él. Lo que da, no lo da él –Dios lo da por medio de él–. Lo que hace, no lo hace él –Dios lo hace por medio de él.

El habla, pero no habla él –Dios habla por medio de él–. El trabaja, pero no trabaja él, porque Dios trabaja por medio de él.

El verdadero sabio vive en el mundo para el mundo divino y sólo es transformador del amor desinteresado, de la fuerza interna –él es donación desinteresada–. Por eso no es él quien habla ni actúa, sino Dios por medio de él.


Guarda lo bueno, el SER, como la joya de lo más interno de ti; entonces permanecerás también en lo más interno de ti y hablarás el lenguaje de lo más interno, la verdad.

Quien sólo fue engendrado por hombres, es decir por lo humano, como alma regresará también una y otra vez a los hombres y nacerá de hombres, de lo humano, y hablará el lenguaje de los hombres –hasta que aspire al nacimiento, Dios, al lugar de nacimiento único que es el SER–. Entonces regresará a Dios y vivirá eternamente en El, la corriente del SER; entonces también hablará el lenguaje del SER, por ser nuevamente el SER que ha tomado forma, en el que se mueve.

¡Habla el lenguaje del SER!

Nada está fuera de ti. No lo está la flor, la hierba, la planta, la piedra, el mineral –tú eres el SER, la flor, la hierba, la planta, la piedra y el mineral, porque tú estás como esencia en todo y todo está como esencia en ti.

Allí adonde vayas, donde estés, donde te halles –¡forma parte del templo eterno!; mantén el orden del templo; entonces también serás justo y alcanzarás justicia.


Ten presente:

Lo que no percibes en lo más interno de ti, en tu verdadero SER, tampoco lo has desarrollado aún en lo más interno de ti.

Lo que no está vivo en ti, tampoco lo captas ni lo ves en profundidad. Si tu prójimo no está vivo en ti, tampoco tienes acceso a tu prójimo ni tienes comunicación con Dios.


Examínate a ti mismo: cómo hablas muestra si estás en ti o si sólo hablas desde tu yo, la superficie.


Toma los alimentos en Dios. Tal como el bocado y la bebida entran en ti, actúan en ti e irradian desde ti.

Quien santifica el bocado y la bebida, mantiene viva la consciencia de la comida y de la bebida, consciencia que entonces entra en el alma como esencia y fuerza. La comida y la bebida no fortalecen entonces solamente el cuerpo, sino alma y cuerpo.

Acompaña con tu consciencia cada bocado y cada sorbo de la bebida en su camino dentro del cuerpo.

Las sensaciones, pensamientos y palabras que das a los alimentos y bebidas en su camino dentro del cuerpo, obran correspondientemente en alma y cuerpo.


Todo es energía; también la comida y la bebida son energía. Cómo sientes y piensas: con estas fuerzas magnetizas el alimento y la bebida; esto les das también para su camino dentro del cuerpo.

Permanece por tanto en lo más interno de tu templo también al tomar los alimentos, pues también la comida y la bebida forman parte del orden del templo, de la ley del templo.

Cada aspecto de la consciencia es igual al estado de consciencia. Tiene en sí la totalidad y se habla también a sí mismo correspondientemente al grado de consciencia.

También los frutos y la bebida –cada alimento– son consciencia y hablan el lenguaje de su grado de consciencia. Es decir, están en comunicación con la corriente en la que se mueven y tienen su existencia.

Tal como tú, el hombre, te comportas respecto al alimento y a la bebida, son las repercusiones en ti y en tu vida. Todo es vibración, que se manifiesta en ti y en tu vida, y que también te marca.


Mis palabras son Espíritu y vida. El que está madurando espiritualmente, que aspira a la luz, a Mí, se vuelve más sensitivo, más permeable para la vida interna. Reconociendo la vida, ya no tomará alimento muerto. Tampoco comerá glotonamente ni consumirá grandes cantidades de alimento.

El que está madurando espiritualmente, vive de dentro hacia fuera. Correspondientemente escogerá sus alimentos, de forma que su cuerpo físico reciba lo que necesita para vivir, pero no más que esto.

El hombre espiritual no vivirá voluptuosamente. Dará a su cuerpo lo que éste necesite. No lo llenará.

Comprended: muchos creen que si ayunan y se mortifican se acercarán más pronto a Dios. Esto es un error del entendimiento.

El crecimiento espiritual no va acompañado de un régimen alimenticio con ayuno o mortificación. Tampoco son precisas determinadas formas de oración. Lo importante es que el hombre viva desde el Espíritu; pues entonces todo se ordena por sí mismo, no hacen falta reglas –hace falta una vida consecuente, caminando el hombre cada vez más hacia adentro hasta el manantial de la vida, para tomar y dar del manantial del SER.

No se trata del bien corporal, sino de la actitud espiritual, de lo que hacéis o no hacéis.


Examinad por tanto si lo que queréis hacer corresponde a lo más interno de vosotros y sirve a vuestro crecimiento espiritual. Sed por tanto honestos con vosotros mismos. No hagáis nada que se oponga a la verdad eterna, al eterno SER, pues a Dios nada Le es oculto. Algún día lo que hayáis ocultado se hará manifiesto y vosotros mismos tendréis que ver si vuestra forma de pensar y obrar fue honrada y sincera.

Mientras dirijáis vuestras miradas a cosas terrenales, no habréis entrado en el Reino de Dios y edificaréis sobre un reino externo que es irreal.

Cuando pidáis por la sanación del cuerpo, el ayuno externo sólo puede ser saludable si al mismo tiempo dejáis de lado vuestros pensamientos humanos –lo que hayáis reconocido de humano–, volviéndoos así libres para la irradiación de la luz.

Cuando aprecies lo más sagrado en todo, conservándolo en ti como tesoro y vida y dejándolo obrar a través de ti, te sentarás a comer a la mesa del Señor en el lugar más sagrado.

Permanece por tanto en cada situación, en todo lo que hagas –también al tomar el alimento– en lo más interno de tu templo; pues el templo de lo más interno de ti está erigido con la esencia de todos tus semejantes y con la esencia de los reinos de la naturaleza.


Lo divino en tu prójimo, y toda fuerza en el mineral, en la piedra, en la planta, en el animal, es una piedra de edificación de tu templo interno, en el que habita el Santísimo.

Si falta una piedra de edificación de tu templo, estás desavenido con hombres o con ámbitos de la naturaleza. Entonces también tu templo es imperfecto. Esto significa que no estás en la ley de Dios ni eres la ley de Dios. Entonces tampoco puedes entrar en lo más sagrado de ti, para habitar allí.

Entonces tampoco te sentarás a la mesa del Señor, sino a la mesa de los hombres que –al igual que tú– toman descuidadamente la vida, los dones de Dios. Entonces vas errante y eres una oveja descarriada que se deja desorientar, ya que es ciega y a menudo mantenida ciega porque es adicta a ciegos que la llevan a un templo erigido por manos humanas.

En cambio, si estás dispuesto a erigir, purificar y terminar de construir tu templo interno mediante una vida en Dios, también te alzarás y verás claro.

En la medida en que perfecciones tu templo interno, mantendrás el orden del templo y hallarás entrada al templo interno.

Si tu templo es perfecto, tú eres uno con todos los hombres y seres, con todo lo que es. Entonces también eres uno con el Universo y sus leyes, y habitas asimismo en lo más sagrado, porque tú estás en el Universo y éste en ti y vosotros sois de eternidad a eternidad.

El Reino de Dios es el reino interno. Sólo puedes percibirlo con los ojos internos y sólo puedes oír con los oídos internos lo que las leyes internas te dicen.

El verdadero SER, tu herencia, solamente puedes oírlo en el interior. El te habla y habla contigo, porque Yo Soy el «Yo Soy» y tú eres el Yo Soy. Por eso tú eres Yo y Yo Soy tú, y donde tú estás estoy Yo, y donde Yo estoy estás tú, porque todos y todo están en ti –tú y Yo como unidad en todo.

Tú y Yo –la fusión de ambos en el Yo Soy– lo puedes experimentar solamente en lo más interno de tu templo, en lo más sagrado donde está todo –el Tú en el Yo y el Yo en el Tú–. No hay nada en lo que no estemos Tú y Yo como unidad, porque Dios es el Tú y el Yo, la consciencia de la unidad. Dios es el Tú; tú eres el ser divino. Cuando has captado esto, no buscas a tu prójimo –no le llamas–. El está presente –¡en ti!–. Estés donde estés, él está contigo, porque él está en ti –el Tú y el Yo fundidos en el Tú, en la Ley, Dios, el Yo Soy en ti.

El Tú de Dios es la dualidad. En Dios dos llegan a ser uno. Todos los números desembocan en el Uno, en el SER-Uno, porque Dios une todo y a todos y todos los seres son imagen y semejanza del Uno, de Dios.

Tú eres Mi pensamiento, el pensamiento del Padre universal, la Ley. El Mi es tuyo; pues el Eterno, que Yo Soy, y tú, somos uno.

Tú, el que es puro, hablas el Yo divino, porque tú eres el Yo divino. Por eso te hablas a ti mismo, y en todo y en todos te diriges al Yo divino, a ti en el prójimo y en todas las cosas, acontecimientos y sucesos.


La palabra del que es puro es el Yo divino, que está en todo. La Ley se habla a sí misma y se crea a su vez a sí misma, porque todo está en todo –ella es siempre la totalidad.

Tú hablas en todo a la totalidad, y en cada faceta de la verdad, de nuevo a la totalidad. La irradiación de consciencia correspondiente, la faceta, te contesta en ti, y tú por tu parte también percibes la totalidad en ti.

No te hace falta preguntar por el estado de consciencia. Dirígete siempre a la totalidad, porque en lo más pequeño está lo grande y en lo grande lo más pequeño.


Desde allí hacia donde está irradiando el pensamiento de la Ley, irradia él a su vez a la Ley.

Lo que contiene el pensamiento de la Ley, ya se ha cumplido en ti, porque la ley eterna es igual a cumplimiento.

El pensamiento de la Ley no puede ser destruido o desviado. Al emitirse ya se ha cumplido en ti.

En el mundo exterior el pensamiento de la Ley se cumple, conforme a la ley del libre albedrío, cuando halla entrada al corazón del hombre.

Sin embargo, el pensamiento de la Ley no conoce impedimentos. El irradia a través de toda condensación y todo impedimento, y espera hasta que es recibido. El sigue el camino del cumplimiento también a nivel externo, porque él es una parte de la ley eterna que se encuentra en lo más interno del hombre.

El pensamiento de la Ley no conoce el tiempo; él es la Ley y es intemporal. El camino hacia el hombre hasta el exterior, puede significar, para el hombre, un retraso, porque el pensamiento de la Ley conoce el instante para actuar y permanece como cumplido en el aura del hombre hasta que halla entrada.

En la sensación legítima y en el pensamiento legítimo no hay ningún retroceso ni disolución de la sensación o del pensamiento, porque ellos son la ley eterna, la fuerza universal.


Yo, Cristo, siendo Jesús de Nazaret, enseñé las leyes eternas sagradas a algunos apóstoles y discípulos que podían captarlas. A pesar de sus conocimientos espirituales, una y otra vez tuve que pararlos cuando estaban a punto de caer en lo humano, en la realidad engañosa, y explicarles una y otra vez el pensamiento sagrado –el Yo divino eterno–, que ellos dejaban salir una y otra vez de su más profundo interior porque les parecían más cercanas las falsas apariencias, la realidad engañosa, el pensamiento humano.

Les hablé con palabras como éstas:

La palabra sagrada, que es la fuerza de Dios y que ha nacido en vosotros, solamente podéis envolverla con el yo humano –que se forma en el consciente y en el subconsciente– si no la conserváis en vosotros como Yo divino verdadero, si a pesar de lo que sabéis la sacáis de vuestro más profundo interior mediante la duda, los miedos o la impaciencia.

El núcleo de los pensamientos y palabras humanos es la palabra de Dios. Ella sigue siendo divina. La envoltura, sin embargo, se orienta contra vosotros y se convierte en carga para vosotros.

Cada sensación legítima y cada pensamiento legítimo parten de la fuerza eterna, Dios, y de la comunicación con Dios. Aunque estén envueltos por el yo humano, el núcleo –la vida– permanece en Dios.

La Ley, Dios, es: emitir y recibir. La ley eterna se emite a sí misma y se recibe a sí misma. Por eso ninguna energía se pierde. Por tanto la ley eterna se habla a sí misma, y la respuesta es a su vez la ley, el Yo divino, porque todo es Su ley y todas las formas de vida puras son la ley y todas ellas tienen su existencia en la ley fluente.

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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XV


Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XV.


Quien acusa a su prójimo de falsedad y mentira, sin poder demostrar esta afirmación, da testimonio de sí mismo, de que está en el borde de la corriente y que arroja piedras a aquél –y así se apedrea a sí mismo, pues su prójimo, al que él acusa, es en su interior una parte de él.

Quien sólo está en la orilla de la corriente, cree que ella es la realidad, porque no conoce la corriente. Quien se comporta así, da por sí mismo testimonio de lo que él todavía es.

Quien habla la palabra, el Yo Soy, ve en profundidad la verdad y la falsedad. Da aclaraciones, rectifica y luego sigue su camino, pues sabe esto: quien cambia y se consagra a Dios, sigue el camino que conduce a la libertad. Pero quien no cambia, va por el camino pedregoso que lleva al sufrimiento, para, a través del sufrimiento, que es igual al pecado, despertar a la verdad, a fin de poder entrar entonces en la verdad.

Si no os cansáis de buscar la verdad, os encontraréis a vosotros, reconociendo vuestros errores y debilidades y purificándolos a tiempo, antes de que os sobrevenga el sufrimiento. 

Por eso nunca os canséis de buscar, o de otro modo tendréis que sufrir vuestros aspectos pecaminosos.

Quien no desea mirarse a sí mismo, mira siempre hacia su prójimo. Es de la opinión de que él es el bueno y el prójimo el malo. De esta forma de comportarse surge el sabelotodo, que es de la opinión de que puede conducir los procesos del Universo, ya que se tiene a sí mismo por omnisapiente.

Comprended: el necio ”lo sabe todo mejor”. Si el prójimo se dirige a él con su necedad, se pelean dos necios. A ambos les falta la sabiduría.

Lo opuesto a la verdad es la necedad; en ésta se ocupan muchísimos.

Si el alma va, siendo necia, a los mundos que ella misma ha determinado con su necedad, a su alrededor hay solamente necedad, porque ella vive en sus imágenes engañosas de necedad. Aun cuando el que en otro tiempo fuera hombre conozca las leyes de Dios, si no las ha cumplido sigue siendo un necio y un esclavo de la esclavitud, de la necedad que ha vivido y con la que se ha rodeado.

Quien no se enfrenta a su existencia terrenal, no tiene ninguna comunicación con el mundo espiritual.

Quien no recorre el camino al reino del interior, quien por tanto no se refina en sensaciones, pensamientos, palabras ni obras, permanece apegado a este mundo, a la vida temporal. Ya viva o muera, ya esté despierto o duerma –ni esta existencia terrenal ni la muerte le enseñan nada nuevo, porque él ha seguido siendo el hombre antiguo, pecador, a pesar de lo que sabe.

Ningún hombre puede huir de sí mismo. Cada cual tiene que verse a sí mismo y expiar lo que ha puesto sobre sí. La tarea que la vida le plantea, es su vida.

Un día se le plantea la tarea de expiar lo que ha cargado sobre sí.

Lo que tú mismo introduces en los astros –el grandioso registro–, está constantemente al acecho para abalanzarse sobre ti. Tú mismo eres por tanto el peligro para ti mismo.

Si no os cansáis de buscar vuestro verdadero Yo divino, estáis dispuestos a aprender. Quien esté dispuesto a aprender, se reconocerá a sí mismo y en el autorreconocimiento encontrará su verdadero SER. El realizará, hallando así plenitud.

Si alma y hombre no están dispuestos a aprender, es decir a encontrarse en Dios a través de la realización, la vida del alma y del hombre se vuelve más dura y penosa.

Si sufrís, sentid en el sufrimiento por qué sufrís. Dejad que surjan las sensaciones y los pensamientos del sufrimiento, pues ellos hablan su lenguaje. Y si no os cansáis de cumplir la ley eterna, en el sufrimiento maduraréis y os acercaréis a la luz que os trae la paz y el silencio.

El ser humano no debería lamentarse del camino de su vida terrenal ni condenar el camino de su vida.

Quien pretende conocer el camino de su vida, también pretende tener competencia sobre la Creación.

Todos los caminos que el Espíritu enseña conducen a una única meta: que alma y hombre encuentren el camino hasta el SER, que es Dios.

La esperanza y el anhelo de Dios provocan el cumplimiento de la esperanza. Donde está la esperanza, el anhelar este cumplimiento, impera Dios.

Yo, Cristo, os doy enseñanzas para que os autorreconozcáis, para que siempre podáis recurrir a ellas cuando os volváis tibios:

Decidíos por Dios en toda situación, y así os escaparéis de las tinieblas.

Si el hombre unas veces se inflama y otras se enfría, es indeciso y sirve a las tinieblas. Quien se decide por el mundo, se decide por la embriaguez del yo. Entonces le inspira el mundo y le inspiran aquellos que pertenecen al mundo.

Con el hombre las tinieblas hacen un juego: lo influencian –una vez a favor de Dios, otra en contra–. Así quieren escarnecer a Dios. Practican este juego con el hombre hasta que éste se decide.

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Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XIV


Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XIV.


Comprended: una cultura no puede ser implantada a un hombre o en un país. La cultura tiene que ir creciendo a partir del hombre. Donde no hay cultura hay mucho culto.

El Tú Soy Yo y el Yo eres tú.

Por eso ten presente lo siguiente:

Tú eres lo fino y bello.

Tú eres lo noble y puro.

Tú eres, en el Tú que es eternamente, lo excelso.

El Excelso es el Uno.

Tú en el Tú –el Excelso– eres lo excelso, que sabe acerca de todas las cosas, porque el Excelso es el Padre –la grandeza, el poder y el Universo mismos.

El es la cultura y lo cultural, pues El es Creador, Dios, Portador, Movedor, Donador –el SER.

El es belleza, brillo, plenitud.

El es tu Padre –tú, Su hijo, la herencia.

Tú eres, en el mar de luz –Dios–, la luz; por eso no necesitas aferrarte a nada ni a nadie.

Tú, el que es puro, eres la rectitud y el que es recto. Tú no te apoyas ni en hombres ni en cosas u objetos. Tú recibes tu fuerza exclusivamente de lo más sagrado en ti mismo, que eres tú, el Yo divino, en ti, el Yo divino.

Por tanto, no te apoyes en hombres, o te volverás dependiente y deshonesto. Quien se apoya en hombres, también menosprecia a hombres. El que es dependiente se convierte en apéndice de sus semejantes. Cuando éstos ya no le apoyan, se siente solo.

No te apoyes ni aferres a cosas u objetos, pues eso dice de ti que te rebelas contra tu prójimo. Eso también indica la agitación de tu ánimo.

Has de saber que todo hombre irradia su grado de vibración. También las cosas y objetos irradian lo que se adhiere a ellos. 

Si te apoyas, atraes de hombres, cosas u objetos aquello que te ha movido a apoyarte o que ha producido la agitación de tu ánimo.

Repito: a los hombres, cosas y objetos se adhieren innumerables vibraciones, que se ponen a vibrar en aquel que tiene algo igual o parecido en sí o en su vida y le asedian. Así se refuerzan tus analogías, tu actitud de rebeldía y la agitación de tu ánimo.

No te apoyes en nada ni en nadie, sino sé firme, recto y sincero; entonces eres o te volverás el Yo Soy, la rectitud, la justicia, la ley universal.

Reposa en ti. Cualquier cosa que hagas, hazla por completo, totalmente concentrado, centrado en la cuestión y el asunto.

El sabio, que vive en el templo purificado, también mantiene el orden del templo al hacer un trabajo escrito. Ahora él escribe. Sus sensaciones y pensamientos están con la redacción de su escrito. Desde lo más interno de sí, el Santísimo, en el que vive y desde el que da, influye sobre lo externo, sobre cada letra y cada palabra. De ese modo confiere la fuerza a lo escrito y lo traspasa con la ley eterna, Dios.

Hagas lo que hagas, mantén en todo el orden del templo.

Ahora vas aquí y allá, y estás contigo, porque estás en ti.

Ahora trabajas en la mesa de trabajo, y estás con la pieza de trabajo, y así en ti y contigo.

Hablas con tu prójimo, estás contigo y en ti, y en la palabra hablas la ley.

Lo que haces, lo haces por completo.

Si tienes un objeto en una mano, no has de tener ningún otro en la otra mano, a no ser que ambos objetos estén en concordancia recíproca y no estén en oposición el uno respecto del otro. Si por ejemplo tienes en una mano la pieza de trabajo y en la otra mano la herramienta con la que elaboras la pieza de trabajo, ambos instrumentos están en concordancia recíproca, porque uno sirve al otro.

Cuando redactes un escrito, ten en tu mano exclusivamente el instrumento para escribir. Si por ejemplo en la otra mano tuvieras una regla o un objeto para borrar lo escrito, te desconcentrarías y tu atención estaría dividida, porque estas dos vibraciones que no están en concordancia recíproca, producirían en ti distracción y disonancias.

Si en la otra mano tienes una regla, por ejemplo, subrayarás a menudo expresiones que no deberían subrayarse, o subrayarías lo que tú mismo aún eres o aún no eres. Con ello darías expresión y fuerza a tu yo humano, porque te subrayarías a ti mismo, tu yo. Si en una mano tienes el instrumento para escribir y en la otra el objeto para borrar lo escrito, te equivocarás con frecuencia y luego lo borrarás.

Reconócete en todo y date a ti, tu yo inferior, por vencido; entonces obtendrás el Yo Soy, el SER, que es todo, que sabe acerca de todo y cuya mirada traspasa todo, que oye todo, que habla a través de ti.

Comprende una y otra vez: lo puro se produce exclusivamente en lo más interno del alma, en lo puro –lo impuro exclusivamente en el exterior, en el mundo de los sentidos.

Comprende: el entendimiento del hombre no es el corazón del alma. Quien habla desde el entendimiento, habla desde los programas humanos, porque no está en casa en lo más interno, en el SER, que sabe acerca de todas las cosas, que lo ve todo, que lo oye todo, que se habla a sí mismo.

Las palabras habladas desde el intelecto, llegan a su vez tan sólo al intelecto. No contienen fuerza alguna; por eso están limitadas y centradas en la materia, en la que también son activas.

Tal como en el transcurso de los tiempos el pensamiento y la vida de la humanidad se transforman, sucede también con la palabra que está marcada por el intelecto. De época a época se habla una y otra vez a sí misma, sólo que con otras palabras y conceptos.

El yo humano, inferior, perece, porque únicamente nace del intelecto y es hablado a partir de ahí.

La superficie es el intelecto, que a su vez reacciona superficialmente. De forma que el intelecto es solamente la superficie del lago, no el fondo. En la superficie hay sólo reflejo, y no la verdad.

La palabra de lo más interno es el Yo Soy, la palabra de la ley eterna. No nació como la palabra del intelecto. La palabra de Dios es de eternidad a eternidad, y quien la habla es de eternidad a eternidad.

El verdadero sabio, el iluminado, habla el Yo Soy. Es la ley eterna, la palabra que en lo más interno del alma se habla a sí misma eternamente.

El que está pleno de Dios nunca habla la palabra del intelecto, porque él está en casa en lo más interno, en el Yo divino que él habla.

Deja que la palabra se forme en ti, antes de pronunciarla.

Tanto si piensas como si hablas, ambas cosas son energías que no se pierden.

Lo que se siente en lo más interno, en el templo santificado, es al mismo tiempo la palabra. Lo más interno da buenos frutos, porque la sensación que produjo el pensamiento y hace surgir la palabra, es el fruto divino, la luz y la fuerza que vienen a este mundo mediante el Espíritu de Cristo, que vence a las tinieblas.

Quien se ha vencido a sí mismo con la fuerza de Cristo, contempla lo que es, y habla el SER, el presente, Dios. El hombre externo, por el contrario, habla desde el pasado y el futuro humanos, pues el presente de este mundo es sólo un hálito que, cuando apenas se ha captado, ya se ha desvanecido.

El hombre divino, que en lo más interno está en casa, contempla en lo que se está formando el Es, porque en lo más interno todo es presente y ya se ha producido. El hombre divino vive y obra desde el presente de Dios. Lo que para el hombre-externo tan sólo está en formación, para el hombre divino ya se ha producido, en lo más interno.

Quien vive en lo más interno, contempla también en lo más interno lo que en el mundo exterior se está produciendo y se producirá, y cómo va tomando forma. Con sus sensaciones divinas él acompaña los pasos que aún han de darse en el exterior, pero que en lo más interno ya están dados. En el formarse, él pone la totalidad, de modo que también en el exterior se forme como ya es en lo más interno.

Lo que el hombre-interno guarda y mueve en lo más interno, también se realizará en lo externo, en el mundo de los sentidos, porque en lo más interno ya es y también sigue guardado y es movido.

El lenguaje del SER es impersonal. Lo impersonal no espera nada; no quiere nada; habla su yo, el Yo divino eterno. El Yo divino eterno es el infinito y la plenitud eterna. Los seres puros son el Yo divino que ha tomado forma, la plenitud que ha tomado forma.

Si eres el Yo divino, eres la palabra del Yo divino, que habla en ti y va al mundo como sonido y son, y allí se habla y vibra hacia el oído del mundo y en el oído del SER en el hombre y suena en su alma. Así también se transformará mucho en el mundo, para bien de la totalidad.

Deja que lo que hablas en voz alta fluya desde ti y a través de ti; se formula por sí mismo en ti, porque es el Yo divino. Esto es el Yo Soy, la palabra del SER, la vida y el contenido de la vida. Es lo absoluto, que nunca perece, aunque los tiempos se transformen y pasen.

La palabra que es el SER, el Yo Soy, la ley eterna, que está en la corriente del Universo, no recae sobre ti como la palabra del intelecto, banal y pobre en energía. La palabra, el SER, permanece en la corriente del SER y te traspasa a ti, el SER que ha tomado forma, y también a Mí, el SER que ha tomado forma, y a todo lo que se halla en la corriente del SER y tiene allí su existencia.

Habla por tanto la palabra, el SER, en ti.

Aprende a mover todo en lo más interno de ti, a recibirlo en lo más interno y a hablarlo desde lo más interno; entonces hablarás el lenguaje del SER.

Todo lo que perdura eternamente, se produce en lo más interno del alma. Esto es la verdad; esto es la perdurabilidad; esto es la vida; esto es la corriente, el Yo divino, el Yo Soy. Es la vida y la substancia de la vida en ti.

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