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lunes, 20 de junio de 2016
Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret a Sus apóstoles y discípulos Parte.XVIII
Cristo
Las grandes enseñanzas cósmicas. Parte XVIII.
LAS GRANDES ENSEÑANZAS CÓSMICAS DE JESÚS DE NAZARET A SUS APÓSTOLES Y DISCÍPULOS QUE PODÍAN CAPTARLAS
Parte XVIII.
En Dios no hay tiempo, en El no hay nada perdido. En Dios no hay el no -poder- captar; éste pertenece al tiempo.
Dios es presente: todo está en el Uno, y el Uno está en todo; El se regala en la única irradiación que El es, Dios. Por eso Dios sólo puede ser unidad.
La multiplicidad es el tiempo y es aquel que la determina y que determina a aquellos hombres que ambicionan cantidad y volumen y que en la existencia han perdido la medida de todas las cosas, Dios.
Cuando perece el concepto tiempo, caen los límites y la limitación. Entonces se hace visible el actuar de Dios. El SER entra entonces en la vida de los hombres plenos de Dios –y ellos viven: entonces la muerte ha sido vencida, porque el tiempo ha caído.
Yo, Cristo, siendo Jesús expresé también palabras como éstas a Mis apóstoles y discípulos:
Muchos hombres se aferran con todas las fibras de su existencia terrenal a la vida terrenal. No se dan cuenta de que ya al nacer se han puesto el vestido mortal y de que el velo de la muerte se halla sobre ellos.
Pero vosotros os habéis de hacer conscientes de que cada uno de vosotros muere y cada uno de una forma diferente. Por eso habríais de establecer una relación con vuestra muerte, para no ser sorprendidos por lo que se denomina muerte.
Sobre cada hombre se halla el velo de la muerte, que el hombre sólo puede alzar cuando ha despertado espiritualmente –o que tan sólo le será quitado cuando haya muerto.
Enfrentaos por tanto al hecho de que todo hombre muere. ¿Qué sucede tras lo que se denomina muerte?
A cada uno le planteo la pregunta: ¿cómo quieres morir? El cómo os da la respuesta en la pregunta: ¿cómo he vivido? –o en la pregunta: ¿cómo quiero vivir?
La vida terrenal de cada hombre le muestra su muerte y alza, dependiendo de cómo haya vivido el hombre, el velo de la muerte. La vida terrenal de cada cual es la medida para lo que se oculta a él tras el velo de la muerte.
El hombre mismo determina el hallarse fuera de la rueda de la reencarnación o el apegarse a la rueda de la reencarnación.
Mis apóstoles y discípulos Me preguntaron: «¿Cómo hemos de prepararnos?» Yo les dije:
Comprended: cada uno de vosotros es el hoy y el mañana; cada uno es una parte de cada instante, de cada segundo, de cada minuto y de cada hora. Cada uno de vosotros es una parte de un día, una parte de una semana, de un mes y de un año.
Cada hombre es por lo tanto el coedificador de lo que él denomina tiempo. Cuando han transcurrido los aspectos que para este mundo son activos en el instante, en el segundo, en el minuto, en la hora, en el día, en el mes y en el año, él ya no es hombre, sino alma.
El ritmo del yo humano, sin embargo, lo conserva el alma hasta haber encontrado el verdadero SER, que es eterno. Este lo podéis encontrar solamente en el camino de la realización.
Mis apóstoles y discípulos dijeron: «¡Continúa enseñándonos! ¿Cómo podemos sondear las profundidades de nuestro yo humano, para liberarnos más pronto, a fin de acercarnos a Dios, el Eterno?»
Yo les expliqué en este sentido:
Los cinco sentidos del hombre pueden compararse a antenas. Quien utiliza estas antenas demasiado poco para reconocer y para sentir quién es, y para sentir quién podría ser además, no encuentra el camino a su interior y tampoco puede encontrarse a sí mismo.
Comprended: a través de los cinco sentidos el hombre crea sus programas. Estos se hallan en el consciente, en el subconsciente y también en el alma. Estos programas se componen de sentimientos, sensaciones, pensamientos, palabras y actos. Por eso el hombre, según su grado de sinceridad, puede leer en sus pensamientos quién es. Si con sus pensamientos se dirige al mundo de su sentir, experimenta quién es además.
Si el hombre toma las finas antenas, que son iguales a sensores, y se sumerge así en su mundo de sentimientos, siente otros rasgos humanos –o experimenta la sabiduría del alma, lo que de divino ya ha desarrollado.
La plenitud que proviene de Dios es la vida. Quien vive en la plenitud de Dios, está pleno permanentemente; no necesita preocuparse por el mañana –él es el Universo y es la plenitud de la irradiación universal, que fluye a través de él y de la cual él toma porque vive en ella.
La plenitud, Dios, no conoce las necesidades; ella es y da y es la riqueza, el Universo, en el que los seres del Universo viven y se hallan como esencia. Quien desee recibir la plenitud que proviene de Dios, tiene que renunciar al mundo. Ciertamente vivirá en el mundo y obrará en el mundo, pero no estará con el mundo.
Quien rechaza la plenitud, porque se llena con los dones del mundo, sufrirá necesidades, aunque por el momento parezca rico externamente.
Si pedís a Dios dones terrenales, sois hombres de poca fe y no reconocéis vuestra filiación divina, la corriente del Universo de la cual surgisteis y en la cual vivís.
Pedid los dones espirituales, el despertar en el Espíritu de la vida, para que se desarrolle vuestra herencia celestial. Pedid aquello que desde el Espíritu os pertenece, os es dado, y también obtendréis lo terrenal, lo que necesitáis –y más aún, pues Dios no deja que ningún hijo pase necesidades.
El ser humano es el que anhela y se esfuerza por las cosas externas. Con ello empobrece, porque descuida su verdadera herencia.
Con vuestras preocupaciones acerca del mañana, con vuestro preguntaros a vosotros mismos si seguiréis enfermos o enfermaréis o cuándo sanaréis, impedís a Dios, el Espíritu todopoderoso, que obre en vosotros y a través de vosotros, y Me impedís a Mí, el médico y sanador interno, que a través de vuestra alma os traiga alivio y sanación.
Estos pensamientos, deseos y anhelos humanos os alejan cada vez más de Dios y os llevan a un tiempo pobre en luz, a una tierra que ya es pobre –tan pobre como vosotros os hayáis vuelto–. Entonces viviréis vuestro presente en el futuro.
Sabed: cada uno de vosotros lleva en sí mismo la herencia del Universo y por tanto es poseedor del infinito.
Quien adquiere propiedades externas, quien en la Tierra es poseedor de bienes raíces, que vigila y llama propios, regresará, hasta que haya reconocido que su verdadera propiedad es el Cielo. Que la Tierra y la vida terrenal se conviertan solamente en el puente por el que cruzáis al Más allá. Sin embargo, no os procuréis en ella grandes propiedades –pues en ese caso volvéis a crear vuestro lugar para la siguiente encarnación.
Reconocedme en vosotros: entonces Me habréis contemplado como Hermano vuestro; entonces contemplaréis el Cielo, pues en cada uno de nosotros está la totalidad del Cielo, como luz y fuerza; en cada uno de nosotros está el infinito, está la herencia, está nuestra propiedad espiritual. Nosotros somos uno, como luz y fuerza, porque Yo estoy en vosotros y vosotros en Mí.
Así es en la totalidad del infinito: todo está en todo. Esto es la riqueza interna –este es nuestro verdadero SER; es nuestra propiedad.
Yo os digo que, si uno os pide la túnica, le deis además el manto. Pero ¡ay de aquellos que poseen una túnica y un manto y piden engañosos una segunda túnica o manto! ¡Ay de los que podrían ayudarse a sí mismos y sin embargo toman! Se les pedirán cuentas –cuando venga sobre ellos su propio juicio de siembra y cosecha.
Realizad por tanto las leyes sagradas, para que os convirtáis en los que ven –igual a perciben- en profundidad y reconozcáis el pro y el contra en el hombre.
Dios es la plenitud. Quien se apega a sus deseos, anhelos y pasiones, está envuelto; él lleva los vestidos de sus deseos y pasiones –y por eso no conoce el SER, la Vida, que es el Espíritu de Dios–. El se confía al mundo, y no al Eterno, que habita en él.
Por eso aprended a tomar del Espíritu de la vida, confiándoos a Dios en toda preocupación y deseo; El, el Uno universal, os conoce y sabe guiaros.
Quien toma del Espíritu de la vida, vive en Mí, el Cristo, y toma del Espíritu del amor y da del Espíritu del amor. El no será un hombre estrafalario, sino un hombre espiritualmente rico. Vivirá sobre esta Tierra, pero no estará con este mundo.
Un hombre del Espíritu llevará a cabo su trabajo y dará lo mejor de sí. Sin embargo, él no será sólo ciudadano del mundo material –será más bien ciudadano del Reino de Dios, porque vivirá en Dios y tomará del manantial, Dios.
Acoged estas Mis palabras como salvación y como fuerza de vida en vuestra existencia terrenal. Entonces haréis las obras del amor, como hombres, y estaréis en medio del mundo y llevaréis a cabo con Dios vuestras obligaciones.
Dad lo mejor. Esto solamente podéis hacerlo si estáis unidos a El mejor, el SER. No os contentéis nunca con lo mediocre, con lo deficiente –dad lo mejor.
Esforzaos cada instante en tomar de las obras del amor y traspasar con ello vuestro trabajo, vuestra forma de pensar y obrar; entonces seréis el SER en la corriente del SER, y tomaréis del Universo, que es la Ley, Dios.
Tened presentes Mis palabras: no importa lo externo, sino únicamente lo interno, lo que contiene el templo, la plenitud, Dios. Por eso purificad vuestro templo, para que podáis entrar en lo más sagrado.
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