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viernes, 13 de mayo de 2016
El MECANISMO DE DEJAR IR (Dr. David R Hawkins.)
Nota autobiográfica.
Si bien las verdades expuestas en este libro estaban científicamente fundamentadas y objetivamente organizadas,
al igual que todas las verdades, con anterioridad a todo ello, se experimentaron personalmente.
Toda una vida de intensos estados de conciencia, que comenzaron a edad temprana, inspiro y dio dirección al proceso de realización subjetiva que, finalmente, tomo la forma de este libro.
A los tres años de edad, tuvo lugar una repentina consciencia plena de la existencia, una comprensión no verbal pero completa del significado del “Yo Soy”, seguido inmediatamente por la temible toma de conciencia de que el “yo” podría no haber venido a la existencia.
Esto fue un despertar instantáneo, desde el olvido hasta una conciencia consciente, y en ese momento nació el yo personal, entrando la dualidad “Es” y “ No Es” en mi conciencia subjetiva.
A lo largo de toda la infancia y primera adolescencia, la paradoja de la existencia y la pregunta de la realidad del yo no dejaron de ser una preocupación.
El yo personal se deslizaba a veces en un Yo impersonal más grande, y el miedo inicial a la no existencia, el miedo fundamental a la nada, volvía a aparecer.
En 1939, cuando era repartidor de periódicos, con un recorrido de treinta quilómetros en bicicleta por los campos de Wisconsin, en una oscura noche de invierno, me sorprendió una ventisca de nieve de veinte grados bajo cero a mucha distancia de casa. La bicicleta tropezó con el hielo, y el viento endiablado arranco los periódicos de la cesta del manillar, arrastrándolos por el campo nevado cubierto de hielo.
Cayeron lágrimas de frustración y de cansancio, mientras las ropas se quedaban congeladas y rígidas.
Para ponerme a resguardo del viento, hice un agujero en el hielo en una gran masa de nieve y me metí a rastras en el.
Los temblores no tardaron en cesar y en dar paso a una sensación deliciosamente cálida, para luego entrar en un estado de paz indescriptible, que vino acompañado de un baño de Luz y una presencia de infinito amor sin principio ni final, que no se diferenciaba de mi propia esencia.
El cuerpo físico y todo lo que me rodeaba se desvaneció a medida que mi conciencia se fundía con este estado omnipresente e iluminado.
La mente quedo en silencio; todo pensamiento ceso.
Una Presencia Infinita era todo lo que había o podía haber, mas allá de cualquier tiempo o descripción. Después de ese estado de intemporalidad, llego de pronto la conciencia de alguien que me sacudía la rodilla y, luego, apareció el ansioso rostro de mi padre.
Sentía una gran reluctancia a volver al cuerpo y a todo lo que suponía, pero el amor y la angustia de mi padre hicieron que el Espíritu nutriera y reactivara el cuerpo.
Había una gran compasión por el miedo de el a la muerte, aunque, al mismo tiempo, el concepto de muerte parecía absurdo. No se hablo con nadie de esta experiencia subjetiva, dado que no había disponible contexto alguno a partir del cual describirla.
No era habitual oír hablar de experiencias espirituales, salvo las que se contaban de las vidas de los cantos. Pero, después de esta experiencia, la realidad aceptada del mundo empezó a antojarse tan solo provisional; las enseñanzas religiosas tradicionales habían perdido el sentido y, paradójicamente, me hice agnóstico.
Comparado con la luz de la Divinidad que había iluminado toda existencia, el dios de la religión tradicional brillaba con una luz mortecina; y así, la espiritualidad sustituyo a la religión. Durante la segunda guerra mundial, las peligrosas tareas a bordo de un dragaminas solían llevarnos a las proximidades de la muerte, pero no había ningún miedo ante ella. Era como si la muerte hubiera perdido su autenticidad. Después de la guerra, fascinado con las complejidades de la mente y queriendo estudiar psiquiatría, lleve a cabo mis estudios en la facultad de medicina.
Mi psicoanalista instructor, un profesor de la Universidad de Colombia, también era agnóstico; los dos teníamos una visión muy sombría de la religión. El análisis fue bien, al igual que mi carrera, y todo termino satisfactoriamente.
Sin embargo, mi vida profesional no fue tan tranquila.
Cai enfermo de una dolencia progresiva y fatal, que parecía no responder a los tratamientos habituales.
A los treinta y ocho años de edad, estuve in extremis, y supe que estaba a punto de morir. No me preocupaba el cuerpo, pero mi espíritu estaba en un estado de angustia y desesperación extremas. Y, cuando se aproximaba el ultimo momento, un pensamiento fulguro en mi mente, “Y que pasaría si existiera Dios?”. De modo que me puse a orar: “Si existe un Dios, le pido que me ayude ahora”.
Me rendí ante cualquier Dios que pudiera haber y me sumí en el olvido.
Cuando desperté, había tenido lugar una transformación tan enorme que me quede mudo de asombro. La persona que yo había sido ya no existía. Ya no había un yo o un ego personal, solo una Presencia Infinita de un poder tan ilimitado, que no había nada mas que eso. Esa Presencia había sustituido a lo que había sido “yo”, y el cuerpo y sus acciones estaban controlados ahora solo por la Voluntad Infinita de la Presencia.
El mundo estaba iluminado con la claridad de una Unidad Infinita, que se expresaba en todas las cosas reveladas en su belleza y perfección infinitas. Esta serenidad persistió con el transcurso de los años. No había voluntad personal; el cuerpo físico seguía llevando a cabo sus asuntos bajo la dirección de la infinitamente poderosa, pero exquisitamente suave, Voluntad de la Presencia. En ese estado, no había necesidad alguna de pensar en nada. Toda verdad era evidente en si misma, y ya no era necesaria ninguna conceptualización, ni siquiera era posible.
Al mismo tiempo, el sistema nervioso parecía estar sometido a prueba, como si estuviera llevando mucha mas energía de la que permitía el diseño de sus circuitos. No era posible funcionar de forma eficaz en el mundo.
Las motivaciones ordenarlas habían desaparecido, junto con el miedo y la ansiedad. No había nada que buscar, dado que todo era perfecto. La fama, el éxito y el dinero carecían de sentido. Los amigos me instaban pragmáticamente a que volviera a la consulta clínica, pero no había ninguna motivación ordinaria que me llevara a ello.
Ahora podía percibir la realidad que subyace a las personalidades; el origen de las dolencias emocionales se halla en la creencia de las personas de que ellas son sus personalidades.
Y así, como por si mismo, el consultorio clínico se volvió a poner en marcha y, con el tiempo, creció enormemente.
Venia gente de todos los Estados Unidos, y el consultorio llego a tener dos mil pacientes externos, que precisaban de mas de cincuenta terapeutas y demás empleados, con veinticinco oficinas, y laboratorios de investigación y electroencefalográficos.
Cada año, llegaban mil pacientes nuevos y, además, comenzaron a darse entrevistas en la radio y en los programas de las cadenas de televisión, como ya se ha mencionado.
En 1973, las investigaciones clínicas se documentaron en el formato tradicional de un libro, Orthomolecular Psychiatry. Esta obra iba diez años por delante de su tiempo, y genero cierto revuelo. Las condiciones generales del sistema nervioso mejoraron lentamente y, luego, comenzó otro fenómeno.
Había una dulce y deliciosa corriente de energía que fluía constantemente hacia arriba por la medula espinal para entrar después en el cerebro, donde generaba una intensa sensación de placer ininterrumpido.
Todo en la vida sucedía por sincronicidad y se desarrollaba en perfecta armonía; lo milagroso era habitual.
La Presencia, y no el yo personal, era el origen de lo que el mundo llamaría milagros. Lo que quedaba del “yo” personal era solo un testigo de estos fenómenos.
El “Yo” mayor, mas profundo que mi anterior yo o mis anteriores pensamientos, determinaba todo cuanto sucedía.
De los estados que se presentaban habían dado cuenta otros a lo largo de la historia, y eso llevo a la investigación de las enseñanzas espirituales, entre ellas las de Buda, las de sabios iluminados, las de Huang Po, y las de maestros mas recientes, como Ramana Maharshi y Nisargadatta Maharaj.
Así quedo confirmado que estas experiencias no eran únicas.
El Bhagavad-Gita tenia ahora pleno sentido, y a veces nos encontrábamos con que Sri Rama Krishna y los santos cristianos daban cuenta de los mismos éxtasis espirituales.
Todos los objetos, todas las personas en el mundo eran luminosos y exquisitamente hermosos.
Todos los seres vivos se hicieron Radíantes, y expresaban esta Radiación en serenidad y esplendor. Era evidente que toda la humanidad estaba en realidad motivada por el amor interior, pero que simplemente ya no era consciente de ello; la mayoría de las personas viven como en un sueño, y no despiertan a la conciencia de lo que realmente son.
La gente a mi alrededor parecía estar dormida, y era increíblemente hermosa. Era como si estuviera enamorado de todo el mundo. Tuve que dejar la practica habitual de meditar durante una hora por la mañana y otra hora después de cenar, porque intensificaba el arrobamiento hasta tal punto, que no era posible funcionar en el mundo.
De nuevo, hubo una experiencia similar a la que había tenido lugar bajo aquella masa de nieve cuando era un chico, y cada vez resultaba mas difícil dejar aquel estado para volver al mundo. La belleza increíble de todas las cosas brillaba en toda su perfección, y donde el mundo veía fealdad, solo había belleza intemporal. Este amor espiritual impregnaba toda percepción, y desaparecieron todos los limites entre el aquí y el allí, el después y el ahora, o la separación. Durante los años pasados en el silencio interior, creció la fuerza de la Presencia.
La vida ya no era personal; ya no existía la voluntad personal. El “yo” personal se había convertido en un instrumento de la Presencia Infinita, e iba de aquí para allí y hacia las cosas como si tuviera voluntad. La gente sentía una extraordinaria paz dentro del aura de esa Presencia. Los buscadores buscaban respuestas, pero ya no había nada individual que respondiera al nombre de David. Ciertamente, se daban respuestas muy delicadas desde el propio Yo de ellos, que no era diferente del mío. En cada persona, el mismo Yo brillaba en sus ojos.
Lo milagroso acaeció mas allá de la comprensión ordinaria. Desaparecieron muchas dolencias crónicas que el cuerpo había estado sufriendo durante años; la visión ocular se normalizo espontáneamente, y ya no hubo mas necesidad de llevar unas lentes bifocales que, en teoría, debían haber sido para toda la vida. De vez en cuando, una energía exquisita de arrobo, un Amor Infinito, comenzaba a irradiar de pronto desde el corazón hacia el escenario de alguna calamidad.
Una vez, mientras conducía por la autopista, esta energía exquisita comenzó a brillar en el pecho. Al tomar una curva, apareció un automóvil accidentado; el vehículo estaba volcado, y las ruedas aun estaban girando. La energía paso, con gran intensidad desde el pecho hasta los ocupantes del automóvil, y luego se detuvo por si sola.
En otra ocasión, mientras iba caminando por una calle de una ciudad que no conocía, la energía comenzó a fluir en dirección a la manzana siguiente, hasta llegar a la escena de una incipiente pelea de pandillas. Los muchachos se retrajeron y se echaron a reír; y, entonces, una vez más, la energía se detuvo.
Profundos cambios de percepción se dieron sin previo aviso en circunstancias improbables.
Mientras cenaba solo en Rothman”s, en Long Island, la Presencia se intensifico de pronto hasta que cada objeto y
cada persona, que parecían estar separados bajo la percepción ordinaria, se desvanecieron en una universalidad y unidad intemporal. En aquel Silencio inmóvil, se hizo obvio que no había acontecimientos” ni “cosas”, y que en realidad nada “ocurre”, porque pasado, presente y futuro no son mas que artefactos de la percepción, al igual que la ilusión de un “yo” separado, sujeto al nacimiento y la muerte. A medida que el yo limitado y falso se disolvía en el Yo universal de su verdadero origen, surgía la sensación inefable de haber vuelto a casa, a un estado de absoluta paz y de alivio de todo sufrimiento.
Es únicamente la ilusión de la individualidad la que da origen
a todo sufrimiento; en cuanto uno se da cuenta de que en realidad es el universo, completo y uno con “Todo lo que es”, para siempre sin fin, ya no es posible ningún sufrimiento. Venían pacientes de todos los países del mundo, algunos de ellos eran los mas desesperados de los desesperados.
Llegaban con aspectos grotescos, retorcidos, envueltos en sabanas húmedas, con las que los transportaban desde lejanos hospitales, esperando un tratamiento para una psicosis avanzada y para trastornos mentales graves e incurables. Había algunos catatónicos; muchos habían estado mudos durante años. Pero, en cada paciente, por debajo de su apariencia lisiada, estaba la brillante esencia del amor y la belleza, quizá tan oscurecida para la visión ordinaria que la persona había llegado a no sentirse amada por nadie en el mundo. Un día, trajeron a una catatónica muda al hospital con una camisa de fuerza. Tenia un grave trastorno neurológico y era incapaz de mantenerse en pie. Se retorcía en el suelo, con espasmos y con los ojos en blanco.
Tenia el cabello enmarañado; había desgarrado toda su ropa y emitía sonidos guturales. Su familia era bastante rica y, debido a ello, la habían estado viendo durante años un sinfín de médicos y de especialistas de todo el mundo bastante famosos. Se había intentado todo con ella, y la profesión medica se había dado por vencida con su desesperanzador caso.
Surgió una escueta pregunta sin verbalizar: “¿Que quieres hacer con ella, Dios?”. Y entonces se hizo claro que lo único que aquella mujer necesitaba era que la amaran, eso era todo.
Su yo interior brillaba a través de los ojos, y el Yo conecto con aquella esencia amorosa.
Y en aquel mismo momento se curo, al darse cuenta de quien era realmente; lo que pudiera ocurrirle a su mente o a su cuerpo ya no le importaba.
Esto, en esencia, ocurrió con innumerables pacientes.
Algunos se recuperaban a los ojos del mundo y otros no, pero a los pacientes ya no les importaba que se diera o no una recuperación clínica. Su agonía interna había terminado.
En el momento se sentían amados y en paz, el dolor cesaba. Este fenómeno solo se puede explicar diciendo que la Compasión de la Presencia recontextualizaba la realidad de cada uno de los pacientes de tal modo, que experimentaban la curación en un nivel que trascendía el mundo y sus apariencias. La paz interior del Yo nos envolvía a todos mas allá del tiempo y de la identidad.
Era evidente que todo dolor y todo sufrimiento surgen únicamente del ego y no de Dios, y esta verdad se le comunicaba silenciosamente a la mente del paciente.
Ese era el bloqueo mental de otro catatónico, que llevaba sin hablar muchos años. El Yo le dijo a través de la mente:
“Estas culpando a Dios por lo que el ego te lo ha hecho a ti”.
Y el paciente dio un salto y se puso a hablar, para sorpresa de la enfermera que presenciaba el incidente.
El trabajo se hacia cada vez mas gravoso, y llego a hacerse abrumador. Se rechazaba a los pacientes, a la espera de que hubiera camas, a pesar de que el hospital había construido una Sala extra para albergarlos. Era enormemente frustrante no poder contrarrestar el sufrimiento humano mas que de uno en uno. Era como achicar agua del mar.
Continua.....
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