“¿No es hora acaso
de convertir tu corazón
en un templo de fuego?”
- Rumi
Hay una soledad que no es desolación, que no es desesperación, y la medicina occidental no tiene ni idea de esto. Es una especie de cercanía profunda con tu propio ser, una intimidad con el paso silencioso de todas las cosas; una amistad con el quebranto y con lo transitorio, tanto en lo interno como en lo externo. Mientras que en silencio te afliges por los sueños de ayer que versaban sobre un mañana que nunca llegó, abrazas el hoy con todo tu amor. Tú eres la madre del hoy.
Hay una fragilidad que no es debilidad. Un exquisita sensibilidad hacia la triste majestuosidad de este mundo ordinario, una apertura vulnerable que no tiene nada que ver con la cantidad de dinero que hayas hecho, con cuánto éxito hayas obtenido o cuánto hayas fracasado en tu búsqueda de la perfección, o qué tan hermoso o inmune a las infecciones esté tu cuerpo, sino con algo que tiene que ver con la ternura con la que te sientas dispuesto a acariciar las partes rotas del mundo, las profundidades de la soledad en las que estás dispuesto a sumergirte.
Hay una exquisita melancolía que no es depresión, que no tiene patología, porque de hecho, no contiene ningún yo. Es como si el corazón se hubiera roto completamente y no pudiera cerrarse de nuevo, nunca. Como si todo estuviera hecho del cristal más fino y pudiera romperse en cualquier momento. Como si el sol pudiera quemarse sin previo aviso, como si la respiración pudiera de pronto paralizarse, como si un ser querido hiciera su transición con toda tranquilidad en el calor de tu abrazo. Como si el pequeño pájaro en el árbol estuviera hecho del hilo más fino. Como si el agua encharcada en la puerta del supermercado tuviera infinitas profundidades pero ninguna superficie, ninguna superficie. Como si la luna tomara las cualidades de un reflejo en un sueño y todo estuviera completamente cerca. Como si pudieras tocar el horizonte, y murmurarle a las galaxias.
Esta melancolía, algunas veces surge inesperadamente en medio de la noche, cuando no puedes conciliar el sueño y la luz de la luna lanza sombras tenues sobre tu antebrazo, o llega, a veces, mientras caminas por el bosque con tu perro (amando cómo se contonea ahora que se está poniendo viejo, tu pequeño acompañante) y recuerdas cómo era estar libre, o al menos sentirte vivo; o viene de manera sorpresiva cuando estás cenando con tus amigos, deleitándote con… la sal, sí, deleitándote con el hecho de que exista la sal, con la idea de que hay un mundo con sal, con comida y con amigos, y también con la posibilidad de poder reunirnos.
No mediques esta melancolía. Ve un poco más profundo. Todo ello contiene información, información importante, y está deseosa de liberar sus energías sanadoras. No, ellos nunca te entenderán, te llamarán deprimido, autoindulgente, loco… pero tú sonreirás, porque eres como el narciso, y jamás desearás ser entendido. Tu ser es demasiado inmenso como para ser entendido. Aprovecharás esta vida imperfecta sobre cualquier otra, tomarás este mundo jodido y roto con gratitud en lugar de un mundo perfecto medio disfrutado o medio recordado, y los juicios de los demás serán un insignificante precio que pagarás, con tal de no estar huyendo.
Corriendo desnudo por las calles, arrojando la poca ropa que te queda, reirás mientras vienen a encerrarte. ¡Eres libre! ¡Y esta preciosa melancolía evitará que cierres alguna vez tu corazón!
- Jeff Foster
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