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domingo, 17 de abril de 2016

EL SAGRADO CORAZÓN DEL TRAUMA

As you live in the radiance of God's Presence, His Peace shines upon you. Numbers 6:24-26 NLT 24 ‘May the Lord bless you and protect you. 25 May the Lord smile on you and be gracious to you. 26 May the Lord show you His favor and give you His peace.’:
A veces las cosas no salen como queremos. Un ser querido muere. Un resultado inesperado surge. Una relación se desmorona en una forma que jamás podríamos haber previsto. Una infección regresa. Un negocio se disuelve de la noche a la mañana. Un ataque surge de la nada, destrozando un cuerpo o un sueño, o ambos. Algo que parecía tan firme y real ayer, y ahora resultó ser mucho menos de lo que parecía.
Y una parte de nosotros se quiebra. Por un momento, todas nuestras defensas mentales se desmoronan. Somos recién nacidos, nuevamente, dejamos de ser invulnerables a la asombrosa gloria y angustia de la creación. Enfrentamos la maravilla de nuestra propia impotencia ante la inmensidad del cosmos, sin la protección del ego. Por un momento tocamos y somos tocados por el misterio insondable que subyace a todas las cosas. La impermanencia estalla a través de los huecos de una realidad obsoleta; y la cruda sinrazón de la existencia, la naturaleza incontrolable de los acontecimientos, el desequilibrio de nuestro mundo emocional, se hacen evidentes una vez más. Nuestros ojos están abiertos. Ancestrales enseñanzas están vivas. Lo que algún día nació, debe morir. Lo que hay aquí, pronto se ha de ir. El mismo suelo en donde estamos parados podría abrirse en cualquier momento. No hay ningún lugar verdaderamente seguro para estar parado. ¿Qué es real? ¿Qué es confiable en esta vida? ¿Qué hace que valga la pena vivir?
Y damos unos pasos para atrás. Todo esto es demasiado, la experiencia es imponente. Pronto, vuelve a lo normal. Pronto, agárrate a algo firme, algo que sea manejable. Arregla algo. Busca algo. Controla algo. Aférrate a algo. Consigue una respuesta. Medícate. Haz que funcione. Distráete - con sustancias, con religión, con trivialidades, con más y más y más experiencias.
En lugar de enfrentar los inexplorados terrores que acechan en las profundidades, fijamos nuestros ojos una vez más en las superficies. Acallamos el más grande de nuestros miedos: el de una existencia incontrolable, a través de enfocarnos en las cosas de la vida sobre las cuales creemos tener control. Bloqueamos nuestro dolor y hacemos el intento de volver a la normalidad, al trabajo, a la ‘realidad.’
Pero la normalidad es el problema, no la solución, y la vieja normalidad era demasiado limitada de todos modos. La vida, en su infinita inteligencia, sólo estaba intentando abrirnos. Nos habíamos hecho demasiado pequeños, demasiado limitados, demasiado adormecidos, demasiado preocupados con nuestras propias vidas, atrapados en nuestras propias historias; nos habíamos dejado arrullar demasiado por las comodidades de la vida moderna. En nuestra búsqueda de lo positivo, enterramos todo lo que habíamos considerado como negativo - el dolor, las tristezas, los miedos, las angustias, las paradojas. Estas energías tan naturales que habíamos empujado hacia el abismo para poder funcionar, y ser productivos, y ‘encajar.’ Creímos que éramos 'felices.’ Sin embargo nuestra felicidad se había vuelto tan circunstancial, y nuestra alegría tan dependiente, y nuestra satisfacción tan superficial. Era la clase de satisfacción que podría disolverse en cualquier momento. Y lo hizo, porque la vida procura la totalidad y nada menos.
Y ahora estamos siendo llamados a cuestionar todo. Todo.
El dolor no es un obstáculo para sanar, es más bien una puerta. La pena no es un error, es más bien un portal. Incluso la ira contiene un camino. Y nuestros anhelos más profundos no son deficiencias, sino partes de nosotros mismos que sólo quieren ser reconocidas.
Las heridas se abren para ser sanadas, acogidas, para poder recibir una atención amorosa.
Nuestro sufrimiento y el sufrimiento de quienes amamos a menudo puede parecer tan aleatorio, tan absurdo, tan sin sentido, tan cruel, tan incontrolable, y nos precipitamos para disfrazar nuestro dolor, para esconderlo, negarlo o para simplemente pretender que ya lo hemos 'superado.’ Como buscadores espirituales, podríamos fingir que hemos llegado más allá, o que hemos trascendido, o incluso que hemos aniquilado por completo nuestra humanidad. Que somos invulnerables. Que ya no sentimos nada, excepto una felicidad interminable. Que estamos tan iluminados, y somos tan perfectos.
Pero al final del camino no puedes esconderte de ti mismo, porque en cierto nivel siempre sabes exactamente donde te has escondido. El 'yo iluminado’ es la mayor mentira de todas. ¿Dónde se escondería el 'yo iluminado’?
Ninguna experiencia es intrínsecamente traumática, ninguna experiencia es realmente difícil de manejar, sin embargo a veces las experiencias pueden liberar energías volcánicas en nosotros que habíamos reprimido, escondido, o que nos habíamos negado a integrar en nuestra prisa por conseguir ser un 'yo’ congruente, fuerte y normal. Al tratar de mantenernos en una sola pieza, en realidad lo que hicimos fue desgarrarnos a nosotros mismos.
Y ahora la vida ha llegado al rescate, con su amor a la totalidad. Los horrores, las rabias, la confusión, la alegrías insondables que nunca fuimos capaces de aceptar, se han liberado. A veces la vida detona una explosión en nosotros… y nos apresuramos a contenernos de nuevo.
He aquí una invitación para no contenernos. Para ser más inconsistentes, para aceptar que a veces somos todo un lío. Hay dignidad cuando nos venimos abajo.
Inclínate ante todas las ancestrales energías que ahora fluyen a través tuyo. Una vieja vida se está viniendo abajo, una nueva vida está a punto de coagularse, y ahora estás parado en tierra santa, increíblemente impregnada de vida y posibilidad, rota pero despierta para todas esas partes olvidadas de ti, en contacto con las alegrías y los dolores que creíste que nunca volverías a sentir, energías que habías reprimido desde niño o incluso antes.
Tu sufrimiento no es un error, o un castigo, y en última instancia ni siquiera es tuyo. Todos sufrimos. Todos nos enfermamos, envejecemos y morimos, al menos en nuestra forma física; y nuestras formas físicas son sagradas. Todos experimentamos pérdida, y nos preguntamos por qué. Todos perdemos el control, o nos preguntamos si es que acaso tenemos algún control. Todos nos vemos enfrentados a situaciones que jamás hubiéramos planeado, decisiones que nunca hubiéramos querido tomar, cosas que resultan indeseables, circunstancias que simplemente se sienten como 'inadecuadas.’
Pero en medio de eso que no nos gusta, si podemos detenernos, y respirar, y salir de la historia de “cómo se suponía que esto debería ser,” y  ponemos atención a este momento presente, podríamos encontrar cosas que están bien, incluso que habíamos deseado, cosas sagradas, e incluso sanación. Y podríamos comenzar a darnos cuenta de que no estamos solos en nuestra lucha. Que estamos conectados a toda la humanidad. Nuestro sufrimiento es un rito de paso y muchos otros han pasado por este viaje. Caminamos sobre las huellas de nuestros antepasados. Estamos siendo invitados a amarnos a nosotros mismos, incluso con más fuerza, a conectarnos más profundamente con nuestra respiración, a sentir la clase de compasión por nosotros mismos y por los demás que nunca hubiéramos sentido si las cosas hubieran seguido saliendo a 'nuestra manera.’ ¿A la manera de quien? Y ¿Por qué esperaríamos que las cosas siguieran saliendo a nuestra manera en un mundo de impermanencia y cambio constante? ¿Realmente creímos que estábamos a cargo? ¿Puede una ola controlar la inmensidad del océano? ¿Acaso perdimos nuestra humildad, nuestro sentido de la proporción?
Nosotros no tenemos el control. Todo está muriendo desde el momento en el que nace, como enseñó el Buda. Todo está hecho de cristal. Y ahí radica nuestra mayor tristeza y nuestra más profunda depresión, pero al mismo tiempo nuestro mayor potencial para la alegría y la liberación. Aprendemos a no interponernos más en nuestro propio camino, y aceptamos las cosas tal y como son. Aprendemos a amar la vida como es y soltamos nuestras fantasías caducas. Aprendemos que la verdadera alegría no es escapar del dolor, sino estar dispuestos a sentirlo, y que la verdadera satisfacción significa abrirnos a incluso el más grande dolor. Si somos capaces de tocar nuestras propias tristezas, podemos tocar las tristezas de toda la humanidad. Esto no significa que nos abandonemos o que seamos complacientes - esto es despertar, abrir los ojos, es el nacimiento de la verdadera compasión.
Permitimos hasta nuestros traumas más profundos con el fin de aprender lo que es el amor, la compasión, la tranquilidad; para recordar lo valioso que es cada momento en la vida. Permitimos que la vida nos abra el corazón de par en par para recibir la Verdad. Todo está ardiendo, como enseñó el Buda, y aferrarnos a imágenes obsoletas de la realidad sólo engendra dolor.
Sabíamos demasiado, ahora sabemos menos, y eso no es una pérdida, es más bien nuestra libertad. Y hay algo dentro de nosotros que nunca es traumatizado, algo que está eternamente presente y es digno de nuestra confianza, algo que sobrevive a incluso las sensaciones más intensas, que acoge y libera el trauma mientras el corazón bombea su sangre…
Jeff Foster

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