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viernes, 29 de enero de 2016

JESÚS EL NAZARENO



La primera cosa que se tiene que decir es que no podemos estar seguros de que el nombre ‘Nazareno’ signifique, como estamos acostumbrados a pensar, ‘de la ciudad de Nazaret’. 
Según algunos arqueólogos la ciudad de Nazaret, simplemente, en los tiempos de Jesús todavía no había nacido. El topónimo Nazaret no aparece en el Viejo Testamento ni en otras fuentes precristianas; la primera vez que se encuentra es en la lápida de mármol hallada en la ciudad de Cesarea Marítima y data del siglo III d.C., que indica que Nazaret fue la sede de una de las 24 clases sacerdotales después de la rebeldía de Bar Kokheba (132-135 d.C.). Por lo tanto muchos estudiosos piensan que la denominación ‘Nazareno’ atribuida a Jesús fue ‘explicada’ de manera simplista, pero fundamentalmente incorrecta, como si él hubiera vivido a Nazaret.
Entre paréntesis, tampoco sobre el nacimiento de Jesús en Belén hay certeza: Mateo y Lucas lo afirman para mostrar que la profecía del Antiguo Testamento sobre el Mesías que debería nacer de la descendencia del rey David en su misma ciudad se ha cumplido, pero ellos dicen también que Jesús era miembro de la casa de David por parte de su padre José y también que José no era verdaderamente su padre, porque María había sido fecundada por el Espíritu Santo. Entonces, siendo precisos, Jesús no podía ser descendiente de David, o debía ser efectivamente hijo de José.
Esto demuestra que las cosas son mucho más complejas de como se quisieron presentar a la humanidad: hay detalles de la vida de Jesús que pueden ser comprendidos solo si son vistos desde un punto de vista trascendental, y es evidente que la difusión de los Evangelios veló esta visión esotérica, creando una tradición ‘materialista’ que lo explicaba todo con hechos físicos y geográficos.
Lo que muchos sostienen es que los evangelistas eran ignorantes ellos mismos o, aún peor, que querían falsificar la verdad histórica para engañar a las personas. Pero a los ojos de quien entiende el lenguaje simbólico aparece claro que hubo una voluntad de proteger ciertas cosas, ciertos mensajes, para que llegaran tan solo a aquellos a los que deberían llegar. Y esto lo podemos evidenciar en las mismísimas palabras del Cristo Jesús. Podemos leer: «Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del Reino de los Cielos, mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene se le dará y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis y no entenderéis; y viendo veréis y no percibiréis» (Mt 13, 10-14); y también: «Con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo» (Mc 4, 33-34).
Las verdaderas Enseñanzas de Jesús no eran para el vulgo sino para los pocos que pudieran entenderlas; entonces debemos inducir también que los escritos sobre Jesús, sobre su vida y sobre su mensaje que fueron difundidos por oquiera han sido expuestos según esta visión, ‘por parábolas’, y no podemos entenderlos si no los interpretamos de la misma manera en que hay que interpretar las parábolas (en forma simbólica) ni podemos considerarlos completos, porque hay mensajes más hondos que allí no están develados.
Un detalle a notar: Jesús afirma que a quien ya tiene se le dará y tendrá más. ¿Qué quiere decir esto? ¿Quiénes son los que ya tienen? Evidentemente son personas que ya estaban enteradas de ciertos conocimientos que las masas de las personas no tenían. Lo que da a entender que Jesús enseñaba a un grupo de selectos que ya estaban preparados.
Entonces, a la luz de lo antes dicho, volvemos a la cuestión de Nazaret. La ciudad donde Jesús vive cuando empieza su predicación y que tiene más relevancia en la narración de los Evangelios es Capernaúm: «Cuando El oyó que Juan había sido encarcelado se retiró a Galilea; y saliendo de Nazaret fue y se estableció en Capernaúm, que está junto al mar, en la región de Zabulón y de Neftalí; para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías, cuando dijo: “¡Tierra de Zabulón y tierra de Naftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo asentado en tinieblas vio una gran luz, y a los que vivían en región y sombra de muerte, una luz les resplandeció”. Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mt 4, 12-17).
Si añadimos que además de la ciudad de Belén en Judea, donde según la tradición nació el Salvador, en Galilea había también otra ciudad llamada Belén (véase Jos 19, 15), y que esta Belén de Galilea, de la tribu de Zabulón, es llamada también ‘Belén de Nazar’, ya se ve que no hay necesidad de la presencia de Jesús en Nazaret «para que se cumpliera lo que fue dicho por medio de los profetas: Será llamado Nazareno» (Mt 2, 23). Lo que es interesante es que ¡no hay ninguna profecía acerca de Jesús que diga algo sobre el apelativo de nazareno! Esto ha llevado a algunos estudiosos a entender que el pasaje fuera una añadidura posterior.
Lo que parece poder entenderse es que hay una explicación simple y simplista para las multitudes y un mensaje más hondo para los pocos que pudieran llegar a leerlo entre los renglones de las Escrituras.
Es también necesario advertir al lector que, como veremos más adelante, el Evangelio de Mateo fue escrito en arameo, pero esta versión original fue conocida tan solo por los cristianos de origen judío que vivieron en la Tierra Santa. Todos los demás tuvieron el Evangelio de Mateo traducido al griego, y no se ha encontrado ningún documento con el original arameo. Esto significa que no podemos estar seguros de que ‘Nazaret’ haya sido citada realmente por Mateo y que no haya sido un error de traducción.
Lo mismo se puede decir del Evangelio según Marcos, que es considerado el más antiguo y que debió de haber sido escrito en arameo. Lucas, como él mismo dice, no conoció directamente a Jesús y recopiló su Evangelio (en griego) sobre la base de textos más antiguos, y el Evangelio de Juan vino después de los otros tres.
Entonces, si hay un error en la versión griega de Mateo, este error puede haberse difundido en los demás Evangelios, o por lo menos en sus traducciones al griego. No nos dejemos engañar por la frecuencia con la que vemos aparecer el nombre ‘Nazaret’ en los Evangelios que leemos ahora porque en la mayoría de los casos tampoco el texto griego lleva esa palabra, sino que dice «Jesús el Nazareno» (o, más bien, «Nazoreo»).
En efecto, en el idioma hebreo hay algunas palabras que tienen la misma raíz o raíces muy cercanas: de la raíz NZR vienen nazar (‘ha observado’) y nozer (‘el observante’ de la Ley de Dios).
Además Netzer (de la raíz NTSR) significa ‘tallo, ramo’ y en la tradición del Viejo Testamento tiene una relación con el Mesías: «Y brotará un retoño del tronco de Isaías, y un vástago de sus raíces dará fruto» (Is 11, 1); «He aquí, vienen días, declara el Señor, en que levantaré a David un Renuevo justo; y él reinará como rey, actuará sabiamente y practicará el derecho y la justicia en la tierra» (Jer 23, 5).
El origen es la palabra hebrea natsar, que significa ‘proteger’, ‘custodiar’, ‘esconder’, y en Jeremías 31, 6 esta palabra tiene el sentido de ‘vigía’, ‘observador’. Si la transliteración al griego de NZR en Nazoraiós o en Nazarenós (que son dos formas usadas en manera igual, como si fueran intercambiables) puede dar dudas por el zeta griego donde nos esperaríamos un sigma, la derivación de estas palabras griegas desde el hebreo NTSR es perfectamente correcta.
Entonces vemos que las posibilidades de explicar el origen del título ‘Nazareno’ ya son múltiples, y a niveles diferentes de profundidad y de comprensión.
En los Evangelios Jesús es llamado seis veces Nazarenós (en la versión en griego antiguo) (Mc 1, 24; 10, 47; 14, 67; 16, 6; Lc 4, 34; 24, 19), es decir ‘Nazareno’, que es interpretado con el sentido de ‘originario de Nazaret’, aunque este adjetivo no puede derivar de ‘Nazaret’ sino, a lo más, de ‘Nazará’, la versión aramea del nombre de esta ciudad. Pero otras trece veces los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles utilizan la palabra Nazoráios con referencia a Jesús (Mt 2, 23; 26, 71; Lc 18, 37; Gv 18, 5; 18, 7; 19, 19; Hch 2, 22; 3, 6; 4, 10; 6, 14; 22, 8; 24, 5; 26, 9). Si la tradición cristiana interpreta esta palabra como ‘nazareno’ en el sentido de ‘habitante de la ciudad de Nazaret’, esto ciertamente no es ni seguro ni exacto. Si, como resulta de los Evangelios y como los estudios admiten, Nazarenós y Nazaraiós son sinónimos, no podemos afirmar que Nazoraiós brote del nombre de Nazaret.
En el capítulo 24 de los Hechos de los Apóstoles podemos leer las palabras con las que Pablo de Tarso es acusado delante del gobernador por el abogado Tértulo, que acompaña al sumo sacerdote Ananías: «Pues hemos descubierto que este hombre es verdaderamente una plaga y que provoca disensiones entre todos los judíos por el mundo entero, y es líder de la secta de los nazarenos». Las traducciones dicen ‘nazarenos’, pero el original en griego dice nazoraion, es decir ‘de los nazoreos’. He aquí una prueba de que la palabra Nazoraiós estaba referida a Jesús y a sus secuaces como si fueran una secta.
Los ‘Nazareos’ (del hebreo naziyr, ‘separado’, ‘consagrado’ y también ‘viña no podada’ quizás por el voto de no cortarse el pelo, de la raíz NZR, nazar) eran ‘consagrados a Dios’, personas que vivían apartadas según su voto llamado ‘nazareato’, que comportaba varias privaciones (véase Nm 6, 1-21): abstención total de vino, licor, vinagre y uvas; además no les estaba permitido que se cortaran su cabello ni que se dejaran contaminar por ningún cadáver, tampoco de persona cercana o familiar. Por lo normal el voto era temporáneo, y después de una ofrenda a Dios, el nazareo, hombre o mujer, se hacía cortar el pelo para que fuera quemado durante la ceremonia conclusiva.
Pero en la Biblia se dice que Sansón y Juan el Bautista fueron nazareos por toda su vida porque habían sido consagrados a Dios desde que estaban en el vientre materno. De hecho, de los dos sabemos que no se habían nunca cortado el pelo desde que nacieron. Si miramos la figura tradicional con la que el Cristo Jesús está representado vemos con asombro que tiene el pelo largo; y esto era algo muy raro en aquellos tiempos, con excepción de los consagrados nazareos, por supuesto. También la imagen de la Sábana Santa confirma que Jesús tenía el pelo largo.
Lo que algunos dicen, que Jesús no podía ser un Nazoreo porque él comía y bebía y se acercaba a cadáveres, es claramente una estupidez. Los pasajes que estas personas utilizan son paralelos entre los Evangelios de Mateo y de Lucas. Este es el primer pasaje de Mateo (9, 18-26): «Mientras les decía estas cosas, he aquí, vino un oficial de la sinagoga y se postró delante de él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven y pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, lo siguió, y también sus discípulos. Y he aquí una mujer que había estado sufriendo de flujo de sangre por doce anos, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; pues decía para sí: Si tan solo toco su manto sanaré. Pero Jesús, volviéndose y viéndola, dijo: Hija, ten ánimo, tu fe te ha sanado. Y al instante la mujer quedó sana. Cuando entró Jesús en la casa del oficial y vio a los flautistas y al gentío en ruidoso desorden, les dijo: Retiraos, porque la niña no ha muerto, sino que está dormida. Y se burlaban de él. Pero cuando habían echado fuera a la gente, él entró y la tomó de la mano; y la niña se levantó. Y esta noticia se difundió por toda aquella tierra».
Y este es el pasaje de Lucas (7, 12-15): «Y cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, he aquí, sacaban fuera a un muerto, hijo único de su madre, y ella era viuda; y un grupo numeroso de la ciudad estaba con ella. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: Joven, a ti te digo: ¡Levántate! El que había muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre».
Quien dice que estos pasajes son pruebas para indicar que el Salvador no era Nazareo, porque en tal caso no podía acercarse a un cadáver, ignora a sabiendas que Jesús resucitó a aquellos muertos, demostrando de ser superior también a la muerte. Si pudo volverlos a la vida, ¿cómo podía quedarse contaminado por aquellos muertos? Hay que ser muy torpe para quedarse tan pegados a la letra muerta sin ver el espíritu de esos testimonios sobre Jesús.
Ahora miremos este otro pasaje de Mateo (11, 16-19), también usado para acertar que Jesús no podía ser un nazareo: «Pero, ¿con qué compararé a esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, que dan voces a los otros, y dicen: Os tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos endechas, y no os lamentasteis. Porque vino Juan que no comía ni bebía, y dicen: Tiene un demonio. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores. Pero la sabiduría se justifica por sus hechos».
Y ahora el correspondiente pasaje de Lucas (7, 31-35): «¿A qué, entonces, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza y se llaman unos a otros, y dicen: Os tocamos la flauta y no bailasteis; entonamos endechas y no llorasteis. Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino y vosotros decís: Tiene un demonio. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos».
Aquí vemos que Jesús confirma la información sobre Juan el Bautista y su nazareato, que no le permitía beber licores ni, además, como a un grupo de esenios que se encontraban en aquella zona (de los que vamos a hablar más tarde) comer nada que hubiese sido confeccionado fuera da la comunidad (como sería el pan). Y por eso Juan era juzgado como poseído por el demonio. Contrariamente, Jesús estaba criticado porque comía y bebía. Esta crítica puede tener una fuerza mayor de lo que normalmente se cree si pensamos que Jesús hubiese sido considerado por el pueblo un Nazareo, uno que no podía beber ni comer como las demás personas.
La crítica que se le hacía era la de quebrantar sus votos de consagración, sin que los críticos entendieran que Jesús estaba demostrando que esas reglas pueden ser trascendidas si hay Conciencia. Nos socorre en lo afirmado un pasaje de Mateo (15, 10-20): «Y llamando junto a sí a la multitud, les dijo: Oíd y entended: no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca; eso es lo que contamina al hombre. Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se escandalizaron cuando oyeron tus palabras? Pero él contestó y dijo: Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado será desarraigada. Dejadlos, son ciegos guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego ambos caerán en el hoyo. Respondiendo Pedro, le dijo: Explícanos la parábola. Y él dijo: ¿También vosotros estáis aún faltos de entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al estómago y luego se elimina? Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero comer sin lavarse las manos no contamina al hombre». Aquí vemos con extrema claridad que los mismos Apóstoles no entendían plenamente estas Enseñanzas del Rabí, y también que Jesús con sus hábitos y sus palabras estaba criticando muchas creencias que estaban tan radicadas en la mentalidad de los judíos de aquellos tiempos que quizá no pudieron ser eliminadas por entero ni entre sus mismísimos secuaces, como testimonia el pasaje de los Hechos de los Apóstoles, 10, 9-33, donde se muestra cómo Pedro necesitó ser empujado por el Espíritu para conseguir liberarse de las leyes de pureza.
Pero entonces podemos sacar la conclusión de que si no hay seguridad de que Jesús fuese un consagrado según el voto de nazareato, por lo menos no hay pruebas de que no lo fuese, porque su consagración era mucho más honda del no comer vino o no tocar cadáveres. Pero, como veremos en el próximo capítulo, ¡por lo menos uno de los hermanos de sangre de Jesús, Jacobo (Santiago el Justo), era un Nazoreo! Y esto nos debe hacer reflexionar mucho: si su primo Juan el Bautista y su hermano Jacobo eran nazoreos, es natural pensar que la familia a la que Jesús pertenecía era muy particular y sus miembros debían tener una tradición de servicio y consagración, y, en esta luz, sería lo más natural que Jesús también fuese un consagrado.
Seguimos en el próximo capítulo profundizando en las raíces de Jesús y su relación con los esenios.
La gnosis develada.
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