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sábado, 30 de enero de 2016

JESÚS, EL ESENIO

 
Debemos ahora considerar que ‘Nazarenos’ era también uno de los nombres de un grupo de esenios que existían ya antes de Jesús.
 
Sobre estos esenios nos hablan algunos autores antiguos. Plinio el Viejo (23-79 d.C.), autor de la Naturalis Historia, en el libro V, cap. 15, 73, dice que los esenios vivían aislados en la parte occidental del Mar Muerto, arriba de la ciudad de Engadda, y que tenían también el castillo de Masada. Y que, aunque entre ellos no naciera nadie (porque no tenían mujeres) siempre había nuevos miembros que querían entrar a este grupo, que había dejado toda lujuria y vivía sin dinero, en compañía de las palmeras.
 
«Al oeste (del Mar Muerto) los esenios se mantienen apartados de la orilla para evitar sus efectos perniciosos. Son una raza solitaria, la más sorprendente del mundo, sin comercio sexual, sin dinero y sin más compañía que las palmeras. Su grupo conserva un número constante de miembros, aunque el tiempo pase, porque reciben a muchos hombres cansados de la existencia a cuyo modo de vida empuja el oleaje de la fortuna. Así, en el transcurso de millares de siglos (y por increíble que parezca), el número de dichas gentes permanece constante a pesar de que nadie sea concebido, tan prolífico es para ellos el arrepentimiento de los demás hombres. Al sur estaba la ciudad de Engadda (‘En Gedí’), a la que solo supera Jerusalén en fertilidad y palmerales, convertida en la actualidad en otro monumento de muertos. Desde allí a Masada, fortaleza erigida en la roca, que tampoco dista mucho de (el lago de) Asfalto».
 
* Como Jerusalén no era ni fértil ni rica de palmerales, hay quien ha supuesto que fue un error del copista, que equivocó entre Jerusalén y Jericó.
 
El escritor hebreo Flavio Josefo, del siglo I d.C., como Plinio, en la Guerra de los judíos II, 8, dice que los esenios eran cerca de 4000 y vivían en varias ciudades, en forma pacifista, en comunidad de bienes y manifestando su doctrina. Y en la misma obra (V, 145) afirma que en Jerusalén había una puerta de los esenios. Esta fue encontrada por los arqueólogos, que ya pueden confirmar con certitud que en la Ciudad Santa hubo una importante comunidad esenia.
 
El texto de Flavio Josefo es bastante largo, pero muy interesante. Es notable que este escritor, que era hebreo, y según muchos estudiosos conoció muy bien a los esenios por haber tenido en la infancia un instructor cercano a este grupo, dice que había dos grupos de esenios: uno que no aceptaba el matrimonio, y el otro, muy parecido en todo al primero ,pero que daba gran importancia al matrimonio, aunque de una forma libre de toda lujuria (la descripción se encuentra en la parte conclusiva del texto de Flavio Josefo, Guerra jud. II, 8).
 
«Había entre los judíos tres géneros de filosofía: el uno seguían los fariseos, el otro los saduceos, y el tercero, que todos piensan ser el más aprobado, era el de los esenios, judíos naturales, pero muy unidos con amor y amistad, y los que más de todos huían todo ocio y deleite torpe, y mostrando ser continentes y no sujetarse a la codicia, tenían esto por muy gran virtud.
 
Estos aborrecen los casamientos, y tienen por parientes propios los hijos extraños que les son dados para doctrinarlos; muéstranles e instrúyenlos con sus costumbres, no porque sean ellos de parecer deberse quitar o acabar la sucesión y generación humana, pero porque piensan deberse todos guardar de la intemperancia y lujuria, creyendo que no hay mujer que guarde la fe con su marido castamente, según debe.
 
Suelen también menospreciar las riquezas, y tienen por muy loada la comunicación de los bienes, uno con otro; no se halla que uno sea más rico que otro; tienen por ley que quien quisiere seguir la disciplina de esta secta ha de poner todos sus bienes en común para servicio de todos; porque de esta manera ni la pobreza se mostrase, ni la riqueza ensoberbeciese; pero mezclado todo junto, como hacienda de hermanos, fuese todo un común patrimonio.
 
Tienen por cosa de afrenta el aceite, y si alguno fuere untado con él contra su voluntad, luego con otras cosas hace limpiar su cuerpo, porque tienen lo feo por hermoso, salvo que sus vestidos estén siempre muy limpios; tienen procuradores ciertos para todas sus cosas en común y juntos.
 
No tienen una ciudad cierta adonde se recojan; pero en cada una viven muchos, y viniendo algunos de los maestros de la secta ofrécenle todo cuanto tienen, como si le fuese cosa propia; vense con ellos, aunque nunca los hayan visto, como muy amigos y muy acostumbrados; por esto en sus peregrinaciones no se arman sino por causa de los ladrones, y no llevan consigo cosa alguna; en cada ciudad tienen cierto procurador del mismo colegio, el cual está encargado de recibir todos los huéspedes que vienen, y este tiene cuidado de guardar los vestidos y proveer lo de más necesario a su uso.
 
Los muchachos que están aún debajo de sus maestros no tienen todos más de una manera de vestir, y el calzar es a todos semejante; no mudan jamás vestido ni zapatos, hasta que los primeros sean o rotos o consumidos con el uso del traer y servicio; no compran entre ellos algo ni lo venden, dando cada uno lo que tiene al que está necesitado; comunícanse cuanto tienen de tal manera que cada uno toma lo que le falta, aunque sin dar uno por otro y sin este trueque, tienen todos libertad de tomar de cada uno que les pareciese aquello que les es necesario.
 
Tienen mucha religión y reverencia, a Dios principalmente; no hablan antes que el sol salga algo que sea profano; antes le suelen celebrar ciertos sacrificios y oraciones, como rogándole que salga; después los procuradores dejan ir a cada uno a entender en sus cosas, y después que ha entendido cada uno en su arte como debe, júntanse todos, y cubiertos con unas toallas blancas de lino, lávanse con agua fría sus cuerpos; hecho esto, recógense todos en ciertos lugares adonde no puede entrar hombre de otra secta.
 
Limpiados, pues, y purificados de esta manera, entran en su cenáculo, no de otra manera que si entrasen en un santo templo, y asentados con orden y con silencio, póneles a cada uno el pan delante, y el cocinero una escudilla con su taje, y luego el sacerdote bendice la comida, porque no feos es lícito comer bocado sin hacer primero oración a Dios; después de haber comido hacen sus gracias, porque en el principio y en el fin de la comida dan gracias y alabanzas a Dios, como que de él todo procede, y es el que les da mantenimiento; después dejando aquellas vestiduras casi como sagradas, vuelven a sus ejercicios hasta la noche, recogiéndose entonces en sus casas, cenan, y junto con ellos los huéspedes también, si algunos hallaren.

No suele haber aquí entre ellos ni clamor, ni gritos, ni ruido alguno; porque aun en el hablar guardan orden grande, dando los unos lugar a los otros, y el silencio que guardan parece, a los que están fuera de allí, una cosa muy secreta y muy venerable; la causa de esto es la gran templanza que guardan en el comer y beber, porque ninguno llega a más de aquello que sabe serle necesario. Aunque no hacen algo, en todo cuanto hacen, sin consentimiento del procurador o maestro de todos, todavía son libres en dos cosas, y son estas: ayudar al que tiene de ellos necesidad y tener compasión de los afligidos, porque permitido es a cada uno socorrer a los que fueren de ello dignos según su voluntad y dar a los pobres mantenimiento.

Solamente les está prohibido dar algo a sus parientes y deudos, sin pedir licencia a sus curadores; saben moderar muy bien y templar su ira, desechar toda indignación, guardar su fe, obedecer a la paz, guardar y cumplir cuanto dicen, como si con juramento estuviesen obligados; son muy recatados en el jurar, porque piensan que es cosa de perjuros, porque tienen por mentiroso aquel a quien no se puede dar crédito sin que llame a Dios por testigo. Hacen gran estudio de las escrituras de los antiguos, sacando de ellas principalmente aquello que conviene para sus almas y cuerpos, y por tanto, suelen alcanzar la virtud de muchas hierbas, plantas, raíces y piedras, saben la fuerza y poder de todas, y esto escudriñan con gran diligencia.

A los que desean entrar en esta secta no los reciben luego en sus ayuntamientos, pero danles de fuera un año entero de comer y beber, con el mismo orden que si con ellos estuviesen juntamente, dándoles también una túnica, una vestidura blanca y una azadilla; después que con el tiempo han dado señal de su virtud y continencia recíbenlos con ellos y participan de sus aguas y lavatorios, por causa de recibir con ellos la castidad que deben guardar, pero no los juntan a comer con ellos; porque después que han mostrado su continencia, experimentan sus costumbres por espacio de dos años más, y pareciendo digno, es recibido entonces en la compañía.

Antes que comiencen a comer de las mismas comidas de ellos hacen grandes juramentos y votos de honrar a Dios, y después, que con los hombres guardarán toda justicia y no dañarán de voluntad ni de su grado a alguno, ni aunque se lo manden; y que han de aborrecer a todos los malos y que trabajarán con los que siguen la justicia de guardar verdad con todos y principalmente con los príncipes; porque sin voluntad de Dios ninguno puede llegar a ser rey ni príncipe. Y si aconteciere que él venga a ser presidente de todos, jura y promete que no se ensoberbecerá, ni usará mal de su poder para hacer afrenta a los suyos; pero que ni se vestirá de otra diferente manera que van todos, no más rico ni más pomposo, y que siempre amará la verdad con propósito e intención de convencer a los mentirosos; también promete guardar sus manos limpias de todo hurto, y su ánima pura y limpia de provechos injustos; y que no encubrirá a los que tiene por compañeros, que le siguen, algún misterio; y que no publicará algo de los a la gente profana, aunque alguno le quiera forzar amenazándole con la muerte. Añaden también que no ordenarán reglas nuevas, ni cosa alguna más de aquellas que ellos han recibido. Huirán todo latrocinio y hurto; conservarán los libros de sus leyes y honrarán los nombres de los ángeles.

Con estos juramentos prueban y experimentan a los que reciben en sus compañías, y fortalécenlos con ellos; a los que hallan en pecados échanlos de la compañía, y el que es condenado muchas veces lo hacen morir de muerte miserable; los que están obligados a estos juramentos y ordenanzas no pueden recibir de algún otro comer ni beber, y cuando son echados comen como bestias las hierbas crudas de tal manera que se les adelgazan tanto sus miembros con el hambre que vienen finalmente a morir; por lo cual, teniendo muchas veces compasión de muchos, los recibieron ya estando en lo último de su vida, creyendo y juzgando que bastaba la pena recibida por los delitos y pecados cometidos, pues los habían llevado a la muerte.

Son muy diligentes en el juzgar, y muy justos; entienden en los juicios que hacen no menos de cien hombres juntos, y lo que determinan se guarda y observa muy firmemente; después de Dios, tienen en gran honra a Moisés, fundador de sus leyes, de tal manera, que si alguno habla mal contra él, es condenado a la muerte.

Obedecer a los viejos y a los demás que algo ordenan o mandan, tiénenlo por cosa muy aprobada; si diez están juntos no hay alguno que hable a pesar de los otros; guárdanse dé escupir en medio o a la parte diestra, y honran la fiesta del sábado más particularmente y con más diligencia que todos los otros judíos; pues no solo aparejan un día antes por no encender fuego el día de fiesta, ni aun osan mudar un vaso de una parte en otro, ni purgan sus vientres, aunque tengan necesidad de hacerlo.

Los otros días cavan en tierra un pie de hondo con aquella azadilla que dijimos arriba que se da a los novicios, y por no hacer injuria al resplandor divino hacen sus secretos allí cubiertos, y después vuelven a ponerle encima la tierra que sacaron antes, y aun esto lo suelen hacer en lugares muy secretos; y siendo esta purgación natural, todavía tienen por cosa muy solemne limpiarse de esta manera; distínguense unos de otros, según el tiempo de la abstinencia que han tenido y guardado, en cuatro órdenes, y los más nuevos son tenidos en menos que los que les preceden, tanto, que si tocan alguno de ellos, se lavan y limpian, no menos que si hubiesen tocado algún extranjero; viven mucho tiempo, de tal manera, que hay muchos que llegan hasta cien años, por comer siempre ordenados comeres y muy sencillos, y según pienso, por la gran templanza que guardan.

Menosprecian también las adversidades y vencen los tormentos con la constancia, paciencia y consejo; y morir con honra júzganlo por mejor que vivir. La guerra que tuvieron estos con los romanos mostró el gran ánimo que en todas las cosas tenían, porque aunque sus miembros eran despedazados por el fuego y diversos tormentos, no pudieron hacer que hablasen algo contra la equivocación de la ley ni que comiesen alguna cosa vedada, y aun no rogaron a los que los atormentaban ni lloraron siendo atormentados; antes riendo en sus pasiones y penas grandes, y burlándose de los que se lo mandaban dar, perdían la vida con alegría grande muy constante y firmemente, teniendo por cierto que no la perdían, pues la habían de cobrar otra vez.

Tienen una opinión por muy verdadera que los cuerpos son corruptibles y la materia de ellos no se perpetúa; pero las almas son siempre inmortales, y siendo de un aire muy sutil son puestas dentro de los cuerpos como en cárceles, retenidas con halagos naturales; pero cuando son libradas de estos nudos y cárceles, libradas como de servidumbre muy grande y muy larga, luego reciben alegría y se levantan a lo alto; y que las buenas, conformándose en esto con la sentencia de los griegos, viven a la otra parte del mar Océano, adonde tienen su gozo y su descanso, porque aquella región no está fatigada con calores, ni con aguas, ni con fríos, ni con nieves, pero muy fresca con el viento occidental que sale del océano, y ventando muy suavemente está muy deleitable. Las malas ánimas tienen otro lugar lejos de allí, muy tempestuoso y muy frío, lleno de gemidos y dolores, adonde son atormentadas con pena sin fin.
Paréceme a mí que con el mismo sentido los griegos han apartado a todos aquellos que llaman héroes y semidioses en unas islas de bienaventurados, y a los malos les han dado un lugar allí en el centro de la tierra, llamado infierno, adonde fuesen los impíos atormentados; aquí fingieron algunos que son atormentados los sísifos, los tántalos, los ixiones y los tirios, teniendo por cierto al principio que las almas son inmortales, y de aquí el cuidado que tienen de seguir la virtud y menospreciar los vicios; porque los buenos, conservando esta vida, se hacen mejores, por la esperanza que tienen de los bienes eternos después de esta vida, y los malos son detenidos, porque aunque estando en la vida han estado como escondidos, serán después de la muerte atormentados eternamente. Esta, pues, es la filosofía de los esenios, la cual, cierto, tiene un halago, si una vez se comienza a gustar, muy inevitable.
Hay entre ellos algunos que dicen saber las cosas por venir, por sus libros sagrados y por muchas santificaciones. Y muy conformes con los dichos de los profetas desde su primer tiempo; y muy pocas veces acontece que lo que ellos predicen de lo que ha de suceder, no sea así como ellos señalan.

Hay también otro colegio de esenios los cuales tienen el comer, costumbres y leyes semejantes a las dichas, pero difiere en la opinión del matrimonio; y dicen que la mayor parte de la vida del hombre es por la sucesión, y que los que aquello dicen la cortan, porque si todos fuesen de este parecer, luego el género humano faltaría; pero todavía tienen ellos sus ajustamientos tan moderados, que gastan tres años en experimentar a sus mujeres, y si en sus purgaciones les parecen idóneas y aptas para parir tómanlas entonces y cásanse con ellas.

Ninguno de ellos se llega a su mujer si está preñada, para demostrar que las bodas y ajuntamientos de marido y mujer no son por deleite sino por el acrecentamiento y multiplicación de los hombres; las mujeres, cuando se lavan, tienen sus túnicas o camisas de la manera de los hombres y estas son las costumbres de este ayuntamiento».
Además de este pasaje el escritor habla repetidamente de la capacidad de algunos esenios de adivinar el futuro, tanto en La Guerra de los judíos como en Las Antigüedades judías.

Otro testimonio importante sobre los esenios es el filosofo helenístico Filón de Alejandría, que fue un exponente de la rica y culta comunidad hebrea de Alejandría de Egipto y que vivió del 20 a.C. al 50 d.C. ca. A él es atribuida una obra titulada Quod omnis probus liber sit (‘Todo hombre bueno es libre’), en la cual se habla también de los esenios (cap. 75-91). Aquí también se dice que los esenios viven en comunidades, compartiendo sus bienes y escapando de todo vicio. Y se subraya cómo no aceptan la esclavitud, porque la ley natural engendró todos los hombres iguales. A notar que Filón creía que el nombre esenios tuviese el sentido de ‘santos’.

«Y no sin noble descendencia está la Siria palestina, habitada en no pequeña parte por la populosísima raza de los judíos. Algunos de ellos reciben el nombre de esenios, y su número excede de cuatro mil. Su nombre se relaciona, en mi opinión, aunque no con una forma pura de la lengua griega, con la palabra "santidad", pues son los adoradores más notables de Dios, y no mediante sacrificios de animales, sino por su resolución de mantener sus pensamientos en armonía con lo sagrado.

Lo primero que cabe mencionar es que estos hombres moran en aldeas y evitan las ciudades debido al desorden e inmoralidad de los ciudadanos. Saben que al igual que una atmósfera insalubre ocasiona enfermedades, el contacto con otros hombres puede afectar a sus almas con resultados incurables. Algunos labran la tierra; otros practican oficios que favorecen fines pacíficos, con lo cual se benefician ellos mismos y sus vecinos. No acaparan plata y oro ni adquieren grandes terrenos con la intención de explotar sus rentas, y se limitan a procurarse lo necesario para la vida.

Casi son los únicos hombres que adoptan una vida sin dinero ni propiedad voluntariamente más que por falta de bienes, y se consideran muy ricos, y con razón, porque tienen pocas necesidades y su contenido espiritual es abundante.

Entre ellos no hallaríais a nadie dedicado a la forja de flechas o jabalinas o puñales o cascos o corazas o escudos o cualquier arma o máquina ofensiva ni a nadie que se entretenga en proyectos belicosos. Pero tampoco se entregan a obras pacíficas, tales que fácilmente puedan degenerar en mal, ni siquiera piensan en el comercio o el intercambio o viajes de negocios, puesto que renuncian a todo motivo de avaricia.

No hay un solo esclavo entre ellos; todos son libres y se rinden mutuos servicios. Condenan a los propietarios de esclavos no solo como una injusticia que ultraja la igualdad, sino como una impía infracción de la ley natural, que engendró iguales a los hombres y los crio como madre y los hizo hermanos verdaderos, no de nombre, sino en realidad. Este parentesco común ha quedado anulado por la interesada y triunfante codicia, produciendo separación en vez de intimidad y enemistad en lugar de amistad.

La parte lógica de la filosofía, al ser innecesaria para alcanzar la virtud, la dejan a los discutidores, y la parte física, al sobrepasar la humana naturaleza, a los observadores de estrellas, salvo en lo que afecta a la existencia de Dios y al origen del universo. Pero en cuanto a la ética, le dedican intensamente sus pensamientos bajo la guía de sus leyes ancestrales, que el espíritu humano no pudo concebir sin inspiración divina.

En ellas se instruyen de manera particular durante el séptimo día de la semana y también en otras ocasiones. Porque consideran sagrado el séptimo día. En él se abstienen de cualquier ocupación, y se congregan en lugares sagrados llamados sinagogas, donde ocupan puestos según su edad, los jóvenes por debajo de los ancianos, dispuestos a escuchar con el decoro conveniente.

Entonces una persona lee los libros, y otra entre las más expertas se adelanta y da explicaciones en aquello que no es familiar, pues entre ellos, y siguiendo una costumbre muy antigua, la mayoría de las cuestiones son tratadas alegóricamente.

Se adiestran en piedad, santidad, justicia, deberes de los miembros de una familia y del Estado, conocimiento de lo que es verdaderamente bueno, malo e indiferente, elección de aquello que es recto y evitación de lo opuesto, según el canon y patrón triple, amor de Dios, amor a la virtud y amor humano.

Ofrecen innumerables ejemplos del amor de Dios: pureza ritual conservada de continuo y con perseverancia durante toda su vida, evitación de los juramentos y falsedades y el convencimiento de que la divinidad es el origen de cuanto bueno existe, pero no de lo malo. Del amor a la virtud: prescindir del afán de dinero, de honor y de placer; continencia, paciencia y, además, limitarse a contadas necesidades, sencillez, contento, ausencia de orgullo, respeto a la ley, estabilidad y cuanto sea del mismo carácter. Del amor humano: amistad, espíritu de igualdad, y común sistema de vida que excede de toda descripción, sobre el cual no resultará inoportuno decir unas palabras.
Ante todo ninguna casa es propiedad particular de nadie, pero tampoco es común de todos, pues está abierta a los grupos que pueden vivir en ella juntos y recibir a quienes tienen los mismos ideales y llegan de otros lugares.
Hay un fondo que pertenece a todos, con gastos en común, vestidos en común y comida en común, porque consumen juntos los manjares, porque comparten el mismo techo, la misma forma de vida y la misma mesa, cosa que no se ha establecido con tanta firmeza en otras partes. Y ello no carece de motivo, pues la recompensa que reciben por su trabajo diario, en vez de reservarla para sí, como propiedad particular, la ingresan en el almacén común, del cual sacan lo que otros necesitan.

No se descuida a los enfermos aun cuando no puedan ganar. Tienen a su disposición en la reserva lo necesario para su cuidado, y pueden, por lo tanto, hacer generoso uso de ello sin vacilación. Los ancianos son tratados con reverencia y respeto. Se les atiende en su senectud como padres por sus propios hijos, sirviéndoles y atendiéndoles con liberalidad de mil maneras distintas.

Tales son los campeones de la virtud, producto de una filosofía que nada tiene que ver con las sutilezas de la terminología griega, pero que sugiere, como ejercicios laudables, prácticas que afirman una libertad ignorante de la esclavitud.

He aquí una prueba. En el transcurso de los tiempos surgieron en el país muchos gobernadores de diferente carácter y política... Pero nadie, por muy cruel, traidor o hipócrita que fuese pudo acusar al grupo de los llamados esenios u "hombres santos". Todos se inclinaron ante su nobleza y los trataron como autónomos y libres por naturaleza, elogiando sus comidas comunes y su sistema comunal de vida, en verdad extraordinario, que constituye la prueba más evidente de una existencia perfecta y muy dichosa».

Otras palabras de La Apología de los Judíos del mismo Filón de Alejandría son conservadas en la Praeparatio Evangelica del padre de la Iglesia Eusebio de Cesarea (8, 11). Aquí también hay una descripción de la vida en común, de la pureza, del rechazo de los bienes materiales, pero, además, se dice que los esenios no se casan porque la mujer es una criatura egoísta, celosa y astuta.

Es evidente que estos esenios de los que habla Filón son de aquel grupo que rechaza el matrimonio, aunque no sabemos si el juicio tan duro sobre la mujer pertenezca a los esenios, a Filón o a Eusebio.

«Nuestro legislador ha estimulado a numerosos hombres notables hacia una forma comunal de vida. Son los llamados esenios, nombre que, en mi opinión, deben a su reputación de santidad. Moran en muchas ciudades de Judea y en muchas aldeas en grandes grupos de muchos miembros.

Sus principios no son cuestión de casta (porque no cabe prescribir una casta donde la elección es libre), sino inspirados en celo por la virtud y el anhelo de un espíritu de hermandad.

Entre los esenios no hay niños, adolescentes o jóvenes, porque tales personas tienen caracteres inestables propensos a cambiar con su edad inmatura. Son hombres adultos, ya en camino de la vejez, que no están sujetos a la posibilidad de que el impulso físico los arrastre ni tampoco bajo la influencia de las pasiones, sino disfrutando de una libertad genuina y verdaderamente real.

Su modo de vida es prueba de su libertad. Ninguno de ellos consiente en adquirir nada como propiedad personal, ni casa, ni esclavo, ni tierra ni rebaños, ni nada que procure o favorezca la riqueza, lo ponen todo en una reserva común y comparten todos los beneficios.

Viven en grupos, formando hermandades que comen en común, y perseveran en sus cosas por el bien de todos. Mas tienen distintas ocupaciones en las que deben trabajar con decisión, sin que puedan excusarse con la escarcha, el calor o cualquier otro cambio de tiempo. Antes de que apunte el sol se dirigen a sus ocupaciones y apenas consienten dejarlas en el ocaso, sin que por ello sean menos felices que aquellos hombres que han competido en ejercicios físicos.

Según su opinión sus trabajos son más saludables y más gratos para el alma y el cuerpo y más duraderos que las pruebas atléticas, puesto que conservan el vigor después de la juventud.

Algunos de ellos que son expertos en la siembra y el cultivo de las plantas, trabajan la tierra, otros cuidan de toda clase de animales; y algunos de ellos cuidan de las colmenas.

Otros se dedican a aquellos oficios que puedan ser necesarios para atender a las necesidades más precisas, y no descuidan nada que pueda proporcionarles una más decorosa forma de vida.

El pago que cada uno percibe por su ocupación correspondiente se entrega al administrador elegido, quien de inmediato compra aquello que se necesita y proporciona amplia manutención y todo cuanto sea necesario para la vida humana.

Viven y comen juntos, contentándose día tras día con los mismos manjares. Prefieren la sencillez y evitan la suntuosidad, que perjudica el cuerpo y el alma.

No solo tienen mesa en común, sino también el vestuario: gruesas capas para el invierno y túnicas ligeras para el verano. Así, pues, cada cual puede coger sin dificultad aquello que desea, porque las pertenencias de uno se considera que pertenecen a todos y, viceversa, las pertenencias de todos son de cada uno de ellos.

Asimismo, si uno enferma recibe cuidados médicos con cargo al fondo común y todos lo cuidan con atención y esmero. Los ancianos, aun aquellos que no han tenido hijos, no solo son cuidados como si tuvieran muchos, sino también como si estos fuesen los mejores, y llegan al término de sus días a una edad muy avanzada, rodeados de cuidados y comodidades, por lo mucho que los estiman dignos de procedencia y de honra, y con un espíritu mejor predispuesto que el de aquellos que se ven obligados por el instinto natural a rendir tales servicios.
Además evitan el matrimonio, porque comprenden claramente que sería el único o el principal motivo de ruptura de su hermandad. Otro motivo era su práctica, en verdad excepcional, de la continencia. Por eso ningún esenio toma esposa, pues la mujer es criatura egoísta, extraordinariamente celosa, astuta en apurar el carácter del hombre y dominarlo con la acción persistente de sus encantos.

En efecto, se vale de palabras halagüeñas y de otras artes como si actuara en la escena, y cuando ha embrujado ojos y oídos, y estos, como facultades subordinadas, quedan embaucados, domina la principal facultad, o sea, el espíritu. Si nacen hijos se muestra orgullosa y atrevida en su lenguaje. Donde antes hablara con falsa compostura, ahora lo hace con retadora insolencia y desvergonzadamente insiste en pretensiones hostiles a la hermandad.

Porque el hombre, tanto si se halla sometido a los encantos amorosos de la mujer o preocupado por su instinto hacia el cuidado de los hijos, no es el mismo en su trato con los demás hombres. Poco a poco se transforma en otro hombre, que ya no es libre, sino esclavo.

Tan estimada es la vida de estos hombres que, no solo individuos particulares, sino incluso grandes monarcas se llenaron de admiración y asombro hacia ellos, incrementando la reverencia que inspiran al concederles favores y honras».

A conclusión de estos relatos podemos decir que todos los autores no cristianos que hablan de los esenios lo hacen de forma admirada por su grande ética y la repulsa hacia cualquier especie de vicio o soberbia.

Los miembros de esta secta eran cabalistas y tenían grandes conocimientos esotéricos, también de magia. Se ponían en contraposición con los saduceos y los fariseos, pero eran tolerados y hasta respetados porque eran de antigua y estimable tradición (los profetas de la nación judía fueron prácticamente todos esenios) y los mismos soberanos y reyes los respetaban, como demuestra el relato de Flavio Josefo sobre el rey Herodes el Grande y el Eseno Manaem, que adivinó con mucho adelanto el futuro reino de Herodes, el cual siempre tuvo a los esenios en gran honor (Ant. jud. XV 373).

No sabemos bien de donde salga la palabra ‘esenios’, hay quien dice del arameo asaia, ‘médico’, y esto explicaría la mención que Filón de Alejandría hace en el De vita contemplativa de un grupo llamado en griego Therapeutaí, es decir ‘médicos, sanadores’. Los estudiosos son concordes en decir que los Therapeutaí corresponden a los esenios de la otra obra del mismo Filón, que aquí habría dejado el nombre en el idioma original y allí lo habría traducido en griego. Pero Filón dice que según él el nombre de los esenios significa ‘santos’, mas en el idioma hebreo no hay una palabra con este significado que pueda justificar el nombre de los esenios. Pero en arameo existe la palabra hassaja, que significa ‘píos’.

Los esenios se llamaban a si mismos ‘los Hijos de la Luz’, pero eran conocidos con varios nombres, como los ‘piadosos’, los ‘puros’, los ‘pobres en espíritu’ y también los ‘nazoreos’ (en el sentido de ‘consagrados’). Y esto nos interesa mucho porque puede ser un indicio más para llegar a la conclusión de que Jesús el Nazoreo era o había sido miembro de una de estas comunidades.

De hecho en las descripciones que hemos visto antes y sobre todo en la de Flavio Josefo (que es el más atendible de todos porque conoció directamente a los esenios) hay cosas notables típicas de los esenios que luego aparecerán en la predicación de Jesús, como la necesidad de no jurar (Mt 5, 33-37), la compasión (véase por ejemplo la parábola del buen samaritano en Lc 10, 25-37), la inmortalidad de las almas con las penas que aguardan a las que fueron malas (por ejemplo, Mt 13, 41-42).

Pero hay también cosas que Jesús parece haber criticado, como cuando él dice (Mt. 15, 20) «pero comer sin lavarse las manos no contamina al hombre», mientras que los esenios consideraban fundamental cumplir con las reglas de lavarse y orar antes de comer. Como ya hemos dicho antes las palabras de Jesús reflejan claramente una voluntad de quitar importancia a las normas exteriores para darla a la Conciencia, que permite hacer lo justo en cualquier ocasión.

Ya hemos visto que Juan el Bautista era un Nazareo, y es considerado como cierto por la mayoría de los estudiosos que él era el jefe de un grupo de esenios del Valle del Jordán, o por lo menos un personaje muy importante entre los esenios de aquella zona. No hay estudioso serio hoy en día que pueda dudar del hecho concreto de que Juan el Bautista fuese un esenio.

Una confirmación viene de Flavio Josefo, que en la Guerra de los judíos 2, 8, 8 dice que quien se aleja de la comunidad en el desierto «no tiene libertad de tomar el alimento que se encuentra fuera de la comunidad, sino que es forzado a comer hierba». Y sobre el Bautista, Mateo (3, 4) y Marcos (1, 6) nos dicen que comía miel salvaje y saltamontes. Mientras que Jesús, como veremos más adelante, dice que Juan no comía pan y no bebía vino (véase Mt 11, 16-19).

Además Flavio Josefo (Ant. jud. 18, 116) dice que Juan exhortaba «a la práctica de la justicia recíproca, a la piedad hacia Dios», y el mismo autor (Guerra jud. 2, 139) afirma que los primeros dos juramentos de los novicios esenios eran de «proceder con piedad hacia Dios y con justicia para con el próximo».

En el Oriente, entre Irán, Iraq, Siria y Jordania se quedaron y hasta hoy siguen existiendo pequeños grupos de personas que han sido llamadas de varias formas: ‘sabeos’ o ‘sabeanos’ por los mahometanos (del arameo saba ‘bautismo’, es decir ‘aquellos que se hace bautizar’); ‘cristianos de San Juan’ por los viajeros occidentales, porque están muy ligados al Bautista; pero ellos se llaman a si mismos ‘mandeos’ (mandaiia en su argot derivado del antiguo arameo, del arameo manda, ‘saber’), que significa ‘aquellos que buscan el conocimiento’.

Entre ellos, algunos pocos elegidos son Nozrai, ‘Nazoreos’, porque ya han logrado recibir la revelación y no les hace falta buscar. Es decir, todavía hoy el nombre que ha sido traducido como nazareno/nazareo/nazireo/nazoreo indica una persona que ha recibido la Iluminación. Entonces no cabe duda de que la denominación de Jesús como Nazareno tiene un sentido mucho más hondo e importante de lo que creen los que se presumen de cristianos pero que del Cristo Jesús casi nada saben y se contentan con creer que el Cristo fue llamado Nazareno porque vivió en la ciudad de Nazaret.

El Codex Nazaraeus (o Nazareus, o también Nazarenus o Nazoreus) es un texto de los mandeos que ha sido traducido ya en el siglo XIX (y de hecho Madame Blavatsky cita a menudo este texto); ahora es más bien conocido con su nombre mandeo, Ginza Rba o Ginza Rabba, ‘El Gran Tesoro’. Este texto esotérico pertenece a un grupo de secuaces de Juan el Bautista que rechazan a Jesús porque según ellos él había adulterado la doctrina de Juan. Vemos el pasaje literal: «Como Juan había nacido en Jerusalén en aquella era y luego se entretenía cerca del Jordán y bautizaba, Jesús vino […] para ser bautizado con el bautismo de Juan y por medio de la sabiduría de Juan para ser sabio. Pero él cambió la doctrina de Juan y cambió el bautismo del Jordán» (Codex Nazareus, II, 109).

Aquí vemos algo extraordinariamente interesante: Jesús aparece como un discípulo de Juan (porque vino a buscar su sabiduría), pero es acusado de haber adulterado la Enseñanza del Bautista y hasta de ser el falso Mesías (el Codex dice: «Jesús es Nebu, el falso Mesías, el destructor de la vieja religión ortodoxa»). Lo que se infiere es que Jesús fue parte del grupo de Nazareos de Juan el Bautista pero luego él o sus secuaces entraron en oposición sobre algún punto de la doctrina o de las prácticas y se alejaron. Es casi imposible saber si fue verdaderamente Jesús a oponerse o unos que siguieron sus enseñanzas (o que creyeron seguirlas).

Muchos estudiosos están convencidos de que Jesús entonces creó su proprio grupo de Nazoreos, aquel que después de su crucifixión sería guiado por «Santiago el hermano de Jesús», es decir Santiago el Justo, que no debe ser confundido ni con Santiago el Mayor ni con Santiago el Menor, ambos discípulos de Jesús. Este Santiago, Jacobo, aparece en los Evangelios como uno de los hermanos de sangre de Jesús, que en comienzo no lo creía el Mesías; pero luego se convirtió (y Jesús, una vez resucitado, se le apareció) y vino a ser nombrado por los Apóstoles Obispo de la Iglesia de Jerusalén, y es citado por San Pablo como una de la tres columnas de la Iglesia, junto con Pedro y Juan (véanse Juan 7, 3-5; 7, 10; Marcos 6, 3; Gálatas 1, 18-19; 2, 9). Sobre él y su muerte como mártir en Jerusalén (datada el 62 d.C.) nos habla Flavio Josefo (Antigüedades judías 20.9.1) y el historiador Hegesipo, que vivió en el siglo II y hace un relato más completo (su escrito es citado por Eusebio de Cesarea en la Historia eclesiástica).
Flavio Josefo (Antiguëdades judías 20.9.1):

«Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados».

Eusebio y la citación de Hegesipo (Historia eclesiástica II, 23, 1-19):

«Los judíos, cuando vieron perdida la esperanza que les animé a tramar un complot contra Pablo (pues este, al apelar al César, fue enviado por Festo a Roma), se dirigieron contra Jacobo (Santiago), el hermano del Señor, a quien los apóstoles entregaron el trono del episcopado de Jerusalén. Del modo siguiente osaron actuar contra él: Lo colocaron en el medio e intentaron hacerle negar la fe en Cristo ante todo el pueblo. Pero él, para sorpresa de todos, con una voz libre empezó a hablar con mayor seguridad de lo previsto y confesaba que nuestro Salvador y Señor Jesús es el Hijo de Dios. Ya no pudieron soportar el testimonio de un hombre tan grande, el cual era considerado el más justo de todos por la altura de sabiduría y piedad que había alcanzado a lo largo de toda su vida y lo asesinaron aprovechando la anarquía debida a que, muerto por aquel tiempo Festo en Judea, la dirección del país quedó sin gobernar y sin control.

En una cita de Clemente mencionada anteriormente se ha expuesto con claridad cómo se llevó a cabo la muerte de Jacobo; en ella relata que fue lanzado desde el pináculo del templo y lo golpearon con palos hasta la muerte. Sin embargo es Hegesipo (miembro de la sucesión de los apóstoles) quien expone más exactamente su vida; en el libro V de sus Memorias se refiere lo siguiente: «Jacobo, el hermano del Señor, es el sucesor, con los apóstoles del gobierno de la iglesia. A este todos le llaman "Justo" ya desde el tiempo del Señor y hasta nosotros, porque muchos se llamaban Jacobo. No obstante solo él fue santo desde el vientre de su madre; no bebió vino ni bebida fermentada; ni tocó carne; no pasó navaja alguna sobre su cabeza ni fue ungido con aceite; y tampoco usó del baño. Solo él tenía permitido introducirse en el santuario, porque su atuendo no era de lana, sino de lino. Asimismo, únicamente él entraba en el templo, donde se hallaba arrodillado y rogando por el perdón de su pueblo, de manera que se encallecían sus rodillas como las de un camello, porque siempre estaba prosternado sobre sus rodillas humillándose ante Dios y rogando por el perdón de su pueblo. Por la exageración de su justicia le llamaban "Justo" y "Oblías”, que en griego significa protección del pueblo y justicia, del mismo modo que los profetas dan a entender acerca de él.
Algunas de las siete sectas del pueblo, las que ya mencioné antes (en las Memorias), procuraban aprender de él acerca de la puerta de Jesús, y él les decía que se trataba del Salvador. Unos cuantos de ellos creyeron que Jesús era el Cristo, pero las sectas, a las que hemos aludido, no creyeron en la resurrección ni en su inminente regreso para pagar a cada uno según sus obras; no obstante todos los que creyeron lo hicieron por medio de Jacobo. Muchos fueron los convertidos, incluso entre los principales, y por ello hubo alboroto entre los judíos, los escribas y los fariseos, y decían que el pueblo peligraba aguardando al Cristo. Reuniéndose entonces ante Jacobo le decían: "Te lo rogamos: sujeta al pueblo, pues se encuentran engañados acerca de Jesús y creen que él es el Cristo. Te rogamos que aconsejes acerca de Jesús a cuantos acudan el día de la Pascua, pues todos te obedecemos. Porque nosotros y todo el pueblo damos testimonio de que tú eres justo y no haces acepción de personas. Así, pues, persuade a la multitud para que no yerre acerca de Cristo. Pues todo el pueblo y nosotros te obedecemos. Mantente en pie sobre el pináculo del templo, para que desde esa altura todo el pueblo te vea y oiga tus palabras. Ya que por la Pascua se unen todas la tribus, incluyendo a los gentiles”.

De este modo los aludidos escribas y fariseos colocaron a Jacobo sobre el pináculo del templo, y estallaron a gritos diciendo: “¡Tú, el Justo!, al que todos nosotros debemos obedecer, explícanos cuál es la puerta de Jesús, pues todo el pueblo está engañado, siguiendo a Jesús el Crucificado”. Entonces él contestó con voz potente: “¿Por qué me interrogáis acerca del hijo del hombre? ¡Él está sentado a la diestra del gran poder y pronto vendrá sobre las nubes del cielo!”. Y muchos creyeron de corazón y, por el testimonio de Jacobo, alabaron diciendo: “¡Hosanna al hijo de David!"; pero entonces, de nuevo los mismos escribas y fariseos comentaban: "Hemos actuado erróneamente al procurar un testimonio tan grande en contra de Jesús, pero subamos y arrojemos a este para que se confundan y no crean en él.” Así, gritaban diciendo: “¡Oh!, ¡oh!, también el Justo anda en error”, y con este acto cumplieron la escritura en Isaías: “(Saquemos al Justo, porque nos es embarazoso.) Entonces comerán los frutos de sus obras”. Entonces subieron y lanzaron abajo al Justo. Luego comentaban: “Apedreemos a Jacobo el Justo, y empezaron a apedrearlo, pues no había muerto al ser arrojado. Pero él, volviéndose, hincó las rodillas diciendo: "Señor, Dios Padre, te lo suplico: perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Mientras lo apedreaban, un sacerdote de los hijos de Recab, hijo de Recabín, de los que el profeta Jeremías dio testimonio, rompió a gritar diciendo: “Deteneos, ¿qué hacéis? El Justo pide por nosotros”. Y cierto hombre entre ellos, un batanero, golpeó al Justo en la cabeza con el mazo que usaba para batir las prendas, y de este modo fue martirizado Jacobo. Y allí le enterraron al lado del templo, y su columna todavía permanece cerca del templo. Fue un testigo verdadero para los judíos y griegos de que Jesús es el Cristo. E inmediatamente Vespasiano asedió Jerusalén».

Como si no fuera bastante lo que hemos dicho antes sobre el nazareato de Jesús, podemos averiguar sin ninguna duda que también su hermano de sangre Jacobo era un nazareo, porque leemos: «Jacobo, el hermano del Señor, es el sucesor, con los apóstoles, del gobierno de la iglesia. A este todos le llaman ‘Justo’ ya desde el tiempo del Señor y hasta nosotros, porque muchos se llamaban Jacobo. No obstante solo él fue santo desde el vientre de su madre; no bebió vino ni bebida fermentada; ni tocó carne; no pasó navaja alguna sobre su cabeza ni fue ungido con aceite; y tampoco usó del baño. Solo él tenía permitido introducirse en el santuario, porque su atuendo no era de lana, sino de lino. Asimismo únicamente él entraba en el templo, donde se hallaba arrodillado y rogando por el perdón de su pueblo, de manera que se encallecían sus rodillas como las de un camello, porque siempre estaba prosternado sobre sus rodillas humillándose ante Dios y rogando por el perdón de su pueblo». Es evidente y claro que Jacobo no solo era nazareo, sino además seguía algunas prescripciones típicas de los esenios, como el rechazo del aceite y las vestiduras de lino, pero por otro lado tenía diferencias con ellos, porque no «usó del baño», mientras que los esenios ‘normales’ hacían abluciones continuamente. Su forma de vivir es parecida a la que se puede intuir por Juan el Bautista, aunque haya diferencias también entre ellos dos porque Juan no vestía de lino sino de pieles de animales y comía saltamontes mientras que Jacobo no tocó carne (a menos que los saltamontes fuesen considerados algo diferente de la carne). Entonces cada uno de estos consagrados debía tener una conducta diferente y no sabemos si eran reglas establecidas según determinadas órdenes o si era algo debido a votos personales. Pero lo que sabemos con certitud es que Jacobo el hermano del Señor era un consagrado desde el vientre materno, como lo fue Juan. Otro pedazo más que se añade a nuestro puzle, empezando a darle una forma bastante clara.

Cerca de los hermanos de Jesús se puede ver también: Mc 3, 31-34; 6, 3-4; Mt 12, 46-50; 13, 55-56; Lc 8, 19-21; Jn 2, 12; 7, 3-10; Hch 1, 14. Además parece seguro que las Epístolas de Santiago y la de Judas hayan sido escritas por los dos hermanos de Jesús que tenían estos nombres y no por los Apóstoles.

Mucho se ha dicho sobre estos hermanos del Señor, y la cuestión merece un pequeño análisis. Ellos son muy incómodos, porque ponen un gran problema cerca de la virginidad de María. Es evidente que los que afirmaban que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo no pueden admitir que él tuviera hermanos por parte de madre, aunque el mismo Evangelio de Mateo, que habla de la concepción virginal de Jesús, en el cap. 1, 20-25, diga textualmente: «Pero mientras [José] pensaba en esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciendo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo. Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había hablado por medio del profeta, diciendo: “He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel”, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’. Y cuando despertó José del sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer; y la conservó virgen hasta que dio a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús». La conservó virgen significa que después María no siguió siendo virgen. 

Algunos Evangelios apócrifos pretenden que María haya sido consagrada ella también al Templo desde su nacimiento y que a los doce años haya sido confiada a José que era viudo y tenía hijos del matrimonio precedente. Estos textos tienen todos la característica de afirmar que María fuera extraordinaria desde su nacimiento: a los seis meses caminaba, a los siete años tenía habilidades de mujeres adultas y cosas por el estilo de los Evangelios que hablan de la infancia de Jesús en forma milagrosa. Esos Evangelios (Historia de José, Protoevangelio de Jacobo, el Evangelio del Seudo-Mateo) están todos unidos en decir que María se quedó virgen toda su vida, aunque no tengan acuerdo tampoco sobre la edad de la virgen al momento de parir. Pero el  Evangelio de Mateo dice que se quedó virgen solo hasta el parto: lo que es lógico es que después haya tenido otros hijos de forma ‘natural’.
El Evangelio de Mateo sabemos que fue privilegiado por los judeocristianos como los ebionitas y los nazoreos, que conocían bien la situación familiar de Jesús, puesto que los hermanos de él vivieron en aquellos lugares y no podían ser olvidados. Y las acusaciones que los padres de la Iglesia hacían contra algunos ebionitas y grupos parecidos eran de creer que Jesús fuese hijo de María y de un hombre, no del Espíritu Santo.

Podemos constatar algunos datos ciertos: en los Evangelios aceptados los hermanos de Jesús son mencionados con la madre, no con el padre. Veamos Mc 3, 31-32: «Entonces llegaron su madre y sus hermanos, y quedándose afuera, le mandaron llamar. Y había una multitud sentada alrededor de él, y le dijeron: He aquí, tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan» (hay pasajes correspondiente de Mt 12, 46-47 y Lc 8, 19-21). Y además Mt 13, 55-56: «¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿Dónde, pues, obtuvo este todas estas cosas?» (un pasaje análogo de Mc 6, 3-4). Y también Jn 2, 12: «Después de esto bajó a Capernaúm él con su madre, sus hermanos y sus discípulos; pero allí no se quedaron muchos días». Al leer estos textos con sinceridad no se puede dejar de notar que los hermanos están puestos en relación más bien con María que con José. Si no se dice que son hijos de ella, aún menos se dice que lo sean solo de él.

Segundo punto: Si queremos dar crédito a la historia de José viudo y de María siempre virgen debemos aceptar que los hijos de José, como dicen esos Evangelios, eran mucho más viejos que María, porque en los evangelios milagrosos que hemos citado antes José afirma que la chica tenía la edad de sus nietos. Entonces los hermanos de Jesús debían ser mucho mayores que él. Pero sabemos que Jacobo devino Obispo de Jerusalén y fue asesinando en el 62 d.C.: debía ser un hombre muy anciano. Y fue sucedido por otro hermano suyo y de Jesús, Simeón, que murió mártir en el 107 o 116 d.C.: ¿cuántos años habría debido tener este hombre para morir a comienzos del siglo II d.C. y haber nacido como mínimo 20 años antes de Jesús?

Punto tercero: quien niega la posibilidad de que Jesús tuviese hermanos de sangre apela a la pretensión de que fueran primos suyos, porque en hebreo la misma palabra significaría ‘hermano’ y ‘primo’. Esto está bien, pero por lo menos dos textos donde aparecen las menciones sobre los hermanos de Jesús, el Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles, fueron escritos en griego, idioma en que la palabra adelphós indica sola y exclusivamente al hermano de sangre, no al primo. Hay que tener mala voluntad para engañar a las personas con tales falsedades.
Una vez que admitamos que Jesús tuvo hermanos y que esos fueron hijos de María, es evidente que Jesús debía ser el primogénito, porque cuando fue la huida a Egipto (Mt 2, 13-23) solo son mencionados el niño y sus padres, sin otros hermanos. Como Mateo habla de los hermanos de Jesús, debemos pensar que no podía ‘olvidarlos’, sino que ellos simplemente todavía no habían nacido. El padre de la Iglesia Tertuliano (De Carne Christi, VII; Adversus Marcionem libri V, IV, 19; De monogamia, VIII; De virginibus velandis, VI) cree que Jesús tuvo verdaderos hermanos. Y otros con él, mas sus afirmaciones fueron juzgadas heréticas en el V Concilio de Constantinopla, donde se afirmó el Dogma de la Virginidad perpetua de María: un dogma creado en el siglo V contra testimonios contemporáneos. ¿Cuál será más fidedigno?

Concluyendo esta digresión parece imposible negar que Jesús tuvo hermanos de sangre, porque hay pruebas contemporáneas a los primeros secuaces, y el mismo San Pablo escribe, en griego (!), haber conocido a Jacobo, el hermano de Jesús. Y este hermano fue el primer Obispo de la Iglesia de Jerusalén, murió mártir y era un nazoreo desde que estuvo en el vientre materno. A la luz de esto, no nos extrañaría que el apelativo ‘nazoreo’ fuese usado para varios familiares de Jesús, porque ellos debían pertenecer a una familia tradicionalmente votada a la consagración o, en otros términos, una familia cuyos miembros pertenecían a un grupo particular, probablemente cercano a los esenios.

Una mención especial a estas alturas del discurso merece el pasaje de la primera Carta de Pablo a los Corintios, 9, 5, que dice: «¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una esposa creyente, así como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?». Aquí, además de una prueba de que los hermanos de Jesús tenían un papel importante entre los primeros cristianos, podemos apreciar que ellos, como Cefas (es decir Pedro) y los apóstoles tenían esposas. Esto demuestra que el grupo de secuaces de Jesús seguramente, aun teniendo relaciones con los esenios, no pertenecían a los que rechazaban el matrimonio; todo lo contrario, tenían mujeres, lo que nos confirma que las Enseñanzas de Jesús eran diferentes en algunos punto a las de la mayoría de los esenios que le precedieron.
Volvemos ahora a tomar el hilo de nuestro discurso sobre los Nazoreos, diciendo que por la identificación entre ellos y los primeros cristianos nos socorre también una maldición pronunciada diariamente por los judíos ortodoxos desde el 70 d.C., la Birkat Ha Minim, la ‘duodécima bendición’. La versión moderna de esta plegaria ha sido modificada. Las mejores versiones antiguas son la babilonia y la palestina. La versión babilonia reza: «Y para los calumniadores no haya piedad, y puedan todos los que hacen maldades morir rápido, y sean todos ellos rápidamente destruidos; y arranca y aplasta y precipita y humilla a los insolentes, velozmente en nuestros días…».

La versión palestina, encontrada en un fragmento de la Genizah del Cairo, es la siguiente: «Y para los apostates no haya piedad, y el reino de los insolentes pueda ser rápidamente arrancado, en nuestros días. Y puedan los nozari (Nazoreos, en el sentido de ‘cristianos’) e los minim (‘herejes’) morir rápido; y sean ellos borrados del Libro de la Vida, y no sean inscritos con los justos…».

Para los hebreos que vivieron después de la destrucción del Templo, Nozari eran los judíos que creían en Jesús, es decir, los cristianos con los que ellos estaban en relación por el hecho de vivir en los mismos lugares. Esos primeros judeocristianos se refugiaron en la ciudad de Pella, en la Decápolis, al tiempo de la guerra judía (66-70), alejándose de Jerusalén, donde los últimos restos de cristianismo desaparecen al tiempo de la rebeldía de Bar Kocheba (135 d.C.).

La palabra ‘Nazoreo’ desaparece en la cultura cristiana occidental para reaparecer casi tres siglos después en la obra de un padre de la Iglesia: Epifanio (315 ca. – 403 d.C.), obispo de Salamina, en su obra Panarion adversus omnes haereses (‘La caja de remedios contra todos los herejes’) donde ataca ochenta herejías, entre la cuales está la de los Nazoreos. Estos son un grupo de judeocristianos, es decir, personas de origen judío que creen en Jesús pero siguen respetando la Ley mosaica, con sus reglas sobre la circuncisión, el respeto del sábado y las leyes sobre alimentación y sobre la pureza. Hay varios de esos grupos, testimoniados por los escritores cristianos que se ocuparon de herejías: los más conocidos son los ebionitas y los nazoreos, pero divididos entre ellos también.

Entre tales grupos algunos eran análogos a los demás cristianos (es decir que reconocían a Jesús como Hijo de Dios) pero consideraban fundamental o muy importante la ley mosaica; otros reconocían a Jesús como Mesías, pero no le atribuían naturaleza divina, sino de hombre que había recibido al Cristo en sí por gracia de su extraordinaria virtud (¡y esto era considerado monstruoso por los padres de la Iglesia!). En el principio esas personas seguían frecuentando las sinagogas, pues al empiezo no hubo una división rápida entre judíos y judeocristianos, mas como máximo en el siglo III todos los judeocristianos eran considerados herejes por los judíos y, lo que es más asombroso, fueron considerados herejes también por los cristianos, pues los padres de la Iglesia los acusaban de no ser ni judíos ni cristianos.

Lo que nos interesa ahora es tratar de entender las creencias de esos grupos cristianos de derivación esenia y directos descendientes de los secuaces de Jesús y de sus familiares, que eran llamados ‘desposynes’, del griego despósynoi, ‘del Señor’ (sobrentendido ‘hermanos’ o ‘familiares’).

GNOSIS DEVELADA

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