Capitulo-V (II Escrito)
Acatar la Torá
ESTAR ABIERTO AL TAO
(PREGUNTAS Y RESPUESTAS)
Se trata de algo muy significativo.
Lo primero: “¿Puedo creer en el Tao…?”.
El Tao no depende de la creencia. Tú no puedes creer en él.
El Tao no conoce un sistema de creencias. No dice: “Cree”. Esto es lo que han hecho otras religiones. Tao es el abandono de todos los sistemas de creencias. Entonces aparece una clase completamente nueva de confianza: la confianza en la vida.
Las creencias implican tener fe en los conceptos. Los conceptos se refieren a la vida. La confianza no se preocupa de los conceptos. La confianza es inmediata, en la vida, no en algo que se refiere a la vida. La creencia está muy lejos de la vida. Cuanto más fuerte sea la creencia, mayor es la barrera. El Tao no es ni la creencia ni la incredulidad, sino el abandono de toda creencia e incredulidad. Cuando abandonas toda las creencias e incredulidades y estás en contacto directo e inmediato con la vida, surge una confianza, un gran “sí” surge en tu ser. Este “sí” transforma, transforma completamente.
Por tanto, lo primero que preguntas: “¿Puedo creer en el Tao…?”. No, el Tao no es una creencia. No te acerques cruzando la puerta de las creencias o desembocarás en una filosofía, en una religión, en una iglesia, en un dogma, pero nunca desembocarás en la vida. La vida es, simplemente.
No es una doctrina que alguien predica. La vida simplemente está alrededor, por dentro y por fuera. Cuando dejas de mirar mediante las palabras, los conceptos, las verbalizaciones, se te revela; todo se vuelve muy claro como el cristal, muy transparente. En esa transparencia no estás separado del Tao; ¿Cómo puedes creer en el Tao o no creer? Tú eres el Tao. Ese es el camino del Tao: convertirse en el Tao.
La segunda cosa: “¿Puedo creer en el Tao, no interferir en la vida de otros…?”. Una vez has dejado de interferir en tu propia vida, has dejado de interferir en la vida de otros. Si continúas interfiriendo en tu propia vida, acabas por interferir en la vida de otros, lo que no es más que un reflejo, no es más que una sombra. Deja de interferir en tu propia vida; entonces toda interferencia desparece súbitamente porque es absurda. La vida ya está yendo a donde necesita ir, ¿qué sentido tiene interferir?
El río ya está fluyendo hacia el océano; ¿para qué interferir? ¿Para qué dirigirlo? Si empiezas a dirigir el río, lo matas; se convierte en un canal. Entonces deja de ser un río, entonces desaparece la vida, entonces es un prisionero. Puedes forzarlo para que vaya donde quieres llevarlo, pero entonces no habrá música ni danza; será como llevar un cadáver. El río estaba vivo, el canal está muerto. Que el canal sea un río sólo es un decir. No es un río, porque para ser un río hay que ser libre, fluir, buscar, seguir la propia naturaleza intrínseca.
La cualidad propia de un río está en no ser dirigido, en no ser arrastrado y empujado, en no ser manipulado. Una vez has comprendido que creces cuando no interfieres en tu propia vida, cuando entiendes que creces cuando nadie interfiere en tu vida, ¿cómo vas a poder interferir en la vida de otro?
Pero si tú interfieres en tu propia vida, si tienes un ideal sobre cómo tendría que ser, ella, el ideal produce interferencia.
El “tendría” es la interferencia. Si tienes algún ideal –el de querer ser como Jesús, o como el Buda, o como Lao Tzu, el de ser un hombre perfecto o una mujer perfecta, el de ser esto o aquello-, entonces vas a interferir. Tendrás un mapa, tendrás una dirección, tendrás un futuro predeterminado. Tu futuro ya estará muerto, habrás convertido tu futuro en pasado. Dejará de ser un fenómeno nuevo; lo has convertido en una cosa muerta. Cargarás con el cadáver, vas a interferir en todo, porque siempre que sientas que te estás extraviando, y por extraviarse entiendo extraviarse del ideal… nadie se ha extraviado nunca, nadie puede extraviarse. No es posible cometer un error. Déjame repetirlo: es imposible extraviarse, porque dondequiera que vayas está lo divino, y cualquier cosa que hagas culmina en lo divino.
Todos los actos son transformados naturalmente en la suprema bondad-y-maldad, todos. Pecador y santo, todos alcanzan la divinidad.
Dios no es algo que puedas evitar, pero si tienes algún ideal, puedes postergar su encuentro. No lo puedes evitar: tarde o temprano Dios va a tomar posesión de ti. Pero lo puedes postergar. Puedes postergarlo hacia el infinito; tienes esa libertad. Tener un ideal implica que estás en contra de la naturaleza.
Gurdjieff solía decir que todas las religiones están contra Dios y él tiene razón; ha logrado una gran revelación al respecto. Todas las religiones están contra Dios porque todas las religiones han proporcionado ideologías, ideales. No hace falta ideal alguno, no hace falta ideología alguna. Tendrías que vivir una vida simple, ordinaria; tendrías que permitir que Dios hiciese lo que él quiera. Si él quiere que seas de esta manera, bien. Si quiere que seas de aquella manera, bien. Permite que venga su reino, permite que se haga su voluntad. Y una vez disfrutas de la libertad que llega cuando no tienes ideal alguno, ¿cómo podrías interferir en la vida de otros?
Tú interfieres en la vida de tus hijos, tú interfieres en la vida de tu esposa, de tu esposo, de tu hermano, de tu amigo, de tu amado. Tú interfieres en sus vidas porque piensas que al hacerlo los estás ayudando. ¡Los estás estropeando! Tu interferencia se asemeja lo que los seguidores del Zen –ellos tienen la expresión correcta- llaman “calzar una serpiente”.
Tú estás ayudando, a lo mejor haces un gran esfuerzo, haces grandes cosas –calzas una serpiente- pensando: “¿Cómo puede caminar una serpiente sin zapatos? Puede que haya dificultades, que los caminos sean difíciles, que haya también espinas. La vida está llena de espinas, así que hay que ayudar a la serpiente, hay que calzar la serpiente”. ¡Matarás la serpiente!
Todo esfuerzo por mejorar a los demás es así, precisamente, pero hay un corolario natural: si estás tratando de mejorarte a ti mismo, tratarás de mejorar a otros. Tu propio malestar va a afectar a otros. Una vez dejas de mejorarte a ti mismo, una vez te aceptas tal como eres, incondicionalmente, sin amargura, sin queja, una vez te empiezas a amar tal como eres, toda interferencia desaparece.
La tercera cosa: aceptando lo que hay ahora, ¿puedo ser psicoterapeuta de profesión? Se llega a ser terapeuta, pero de una manera totalmente diferente, no a la manera freudiana; se llega a ser terapeuta en el verdadero sentido. ¿Y cuál es el sentido real de ser “terapeuta”? Él dará libertad; será simplemente una presencia, una luz, un disfrute. Él no va a cambiar al paciente, aunque el paciente pasará por un cambio. Él no hará ningún esfuerzo por hacer que se sienta bien.
No hará ningún esfuerzo por ayudarle a encajar en esta sociedad neurótica. Él no intentará hacer cosa alguna. Será simplemente una presencia, un agente catalizador. Él amará. Compartirá su energía con el paciente, verterá su energía sobre el paciente. Recuerda, además, que el amor es la verdadera terapia; todo lo demás es secundario.
En realidad, si hay tantos pacientes psiquiátricos en el mundo es porque no han sido amados, nadie los ha amado; por eso se han trastornado. Han perdido contacto con su centro, porque sólo con el amor uno llega a centrarse. Su enfermedad no es el problema real; el problema real consiste en que, en lo más profundo nunca han sido amados, nunca han conocido un ambiente de amor. Por tanto, un terapeuta taoísta simplemente dará su amor, su comprensión, su visión. Él compartirá su energía y no interferirá de manera alguna.
Y la curación va a producirse. La curación se producirá, no por esfuerzo alguno del terapeuta, sino por su no-esfuerzo, por su inactividad, por su tremenda pasividad. ¿Has observado cómo se produce? Algunas veces te enfermas, llamas al doctor, y el doctor llega. Súbitamente, sólo por entrar él en la habitación, tú ya no estás tan enfermo como antes. Él no te ha dado medicina alguna, sólo su presencia, su cuidado, su amor.
Él simplemente pone su mano sobre tu cabeza, te toma el pulso, y de repente sientes que se está produciendo un cambio. Y él no ha hecho cosa alguna, no ha dado medicina alguna, ni siquiera ha dado un diagnóstico. Incluso antes del diagnóstico, si el doctor es una persona amorosa, el cincuenta por ciento de la enfermedad desaparece. Con el otro cincuenta por ciento algo tendrá que hacer, porque también ignora que el ser humano no puede curar a nadie. La naturaleza es la que siempre cura. El ser humano sólo puede convertirse en un canal de la energía curativa; la curación funciona debido a eso. Simplemente al situarse tres o cuatro personas –personas amorosas- alrededor del paciente, el paciente sentirá una mejoría repentina tremenda, una transformación produciéndose dentro de él. ¿Qué ha sucedido? Estas cuatro personas, mediante el amor, se han convertido en vehículos del Tao.
Se puede ser terapeuta. El Tao no está en contra de la terapia, pero la terapia tendrá una cualidad diferente. Será wu wei, será acción en la inacción, será femenina. No será agresiva, no forzará al paciente para que se cure; será persuasiva. Simplemente seducirá al paciente para que esté saludable, eso es todo. Será una gran seducción. El terapeuta está centrado, con los pies en la tierra, fluye; su presencia, su luz, su amor ayudará para que la energía del paciente resurja, para que aflore a la superficie de su ser. Siempre ha estado allí; él ha perdido el contacto.
En los templos zen se trata a los locos. No se hace nada. Se les cuida. En el momento de orar, la persona demente viene y se sienta, pero nadie está rezando por ella en absoluto; eso no les concierne. Se ora como siempre, se canta como es usual y la persona demente se sienta. Cien monjes cantan y el canto es hermoso junto con la vibración, la atmósfera, y el silencio de una comunidad zen, y los árboles y el jardín rocoso, y la atmósfera en conjunto… El paciente se sienta, simplemente. En realidad ni siquiera se le llama paciente, porque llamar “paciente” a una persona es fijar la idea en su mente de que está enferma. Es una sugestión; es muy peligroso. No se le llama paciente: una persona que necesita meditación, una persona que necesita relajación, pero no un paciente.
No es que esté enfermo, o que algo no vaya bien, o que esté “chiflado”, no.
La idea misma de que alguien esté chiflado le produce la fijación: “Estoy loco”, y sigue repitiéndoselo e intenta con fuerza no serlo. Los hipnotistas han descubierto una ley llamada “la ley del efecto contrario”. Si te esfuerzas demasiado por no estar loco, te llegarás a enloquecer.
Tú puedes intentarlo y observar. Intenta no estar loco durante siete días; permanece consciente todo el tiempo: “No estoy loco”. Observa cada acto que ejecutas, ¡y al cabo de siete días te habrás vuelto loco! En un monasterio zen pensarás que esa persona necesita relajación, que ha estado en el mundo demasiado y se ha puesto muy tensa, que está muy cansada, eso es todo. No hay juicios, sólo compasión. No se le envía a un hospital, se le envía a un templo.
En la antigüedad los templos solían funcionar como sitios de terapia. El templo es un lugar adecuado para la terapia, porque parte de una idea diferente. Tú no eres un paciente, no se te tiene que hospitalizar, no tienes que recostarte en el diván del psiquiatra; tú vas al templo. Vas al templo a renovar tu contacto con la existencia, porque la existencia es la fuente de curación, de salud y sentido de la totalidad.
Sí, una persona puede ser un psicoterapeuta. En realidad, sólo un taoísta puede ser un psicoterapeuta auténticamente real.
Sin embargo, él no será un hacedor. Será simplemente un vehículo, un médium.
El peligro de tus charlas sobre el taoísmo está en que hay muchas personas irresponsables y perezosas que racionalizan sus malos hábitos diciendo que son taoístas inactivos. Por favor, aclara la diferencia que hay entre un taoísta y un escapista perezoso.
Lo primero: hay dos peligros que he mencionado; uno es el egoísmo y el otro es la pereza, el letargo. Recuerda, además, que si tienes que caer en una trampa, la de la pereza es mejor que la del egoísmo. Éste es más peligroso; la persona perezosa no hace nada malo; una persona perezosa no puede hacer mal alguno. Nunca hará algo bueno, de acuerdo, pero tampoco hará algo malo. No se ocupará de matar a otros, de torturar a otros, de crear campos de concentración, de ir a la guerra; no se molestará. La persona perezosa dice: “¿Para qué? Si puedo descansar, ¿para qué?”. Una persona perezosa no es peligrosa por naturaleza. La única cosa que puede echar a faltar es su propio crecimiento espiritual, pero ella no interferirá en el crecimiento de los demás; no será un obstáculo. No será un benefactor, pues las personas más maliciosas del mundo son los benefactores. Una persona perezosa está casi ausente. ¿Qué puede hacer? ¿Has oído alguna vez que algún perezoso haya hecho algo malo?
No, el problema real viene del egoísta y esta posibilidad existe para quien hace la pregunta. No te preocupes porque unos cuantos se vuelvan perezoso; déjalos, no hay nada malo. El problema real está en el egoísta, en el que quiera ser espiritual, en el que quiere ser especial, en el que quiere obtener poderes espirituales. El problema real está en el que quiere demostrar al mundo algo espiritualmente. Si tienes que fracasar, elige la pereza. Si no puedes fracasar, si tienes que evitarlo, vale la pena evitar ambos.
La pereza es simplemente como el resfriado común; no hay mucho de que preocuparse. El ego es como el cáncer. Es mejor no tener ninguno de los dos, pero si tienes que elegir y quisieras tener un asidero, el resfriado común está bien, puedes depender de él, nunca mata a nadie, nunca ha matado a nadie. Pero no escojas nunca el cáncer… y esa es la mayor posibilidad.
Ahora bien, la persona que pregunta dice: “El peligro de tus charlas sobre el taoísmo está en que hay muchas personas irresponsables y perezosas…”.
Lo primero: cuando empiezas a pensar en los demás, estás cayendo en una trampa del ego. ¿Quién eres tú para que te metas en la vida de otros? Es su vida. Si se sienten perezosos, ¿quién eres tú para interferir? La persona que pregunta tiene a un benefactor en su ser; le preocupan mucho los demás; esto es algo peligroso. Y, por supuesto, ella desaprueba.
Esta pregunta tiene una desaprobación: “El peligro de tus charlas sobre el taoísmo está en que hay muchas personas irresponsables y perezosas que racionalizan sus malos hábitos diciendo que son taoístas inactivos”. ¿Quién eres tú para decir que sus hábitos son malos?
La pereza como hábito es mejor que estar obsesionado por la actividad. Estar obsesionado por la actividad es demencial. Una persona perezosa puede estar sana. Algunas veces se ha encontrado que las personas más perezosas son las más sanas. Tengo la impresión de que si la persona que pregunta conociera a Lao Tzu pensaría que es perezoso. Lao Tzu puede parecer perezoso al no pretender nunca fin o propósito alguno. Si la persona que pregunta conociera a Diógenes, pensaría que es perezoso. Si conociera al Buda pensaría que es perezoso. “Sentado debajo de un árbol bodhi… ¿qué estás haciendo? Podrías al menos dirigir una escuela primaria y enseñar a los niños, o puedes fundar un hospital y servir a la gente enferma. Hay tanta gente muriendo, pasando hambre… ¿qué estás haciendo aquí, sentado debajo del árbol bodhi?”.
Esa persona habría cogido al Buda para llevarle a trabajar. “¿Qué estás haciendo? ¿Sólo sentarte a meditar? ¿Acaso es éste el momento para meditar? ¿Es acaso el momento para sentarse en silencio sin más, y disfrutar de tu dicha? ¡Eso es egoísmo!”. Esta actitud condenatoria es realmente peligrosa: Te hace creer que eres más santo que el otro. “Soy mejor que tú. Tú… ¡perezoso!”. La persona que pregunta continúa enviando preguntas cada día, que no he respondido; cada día: “Esta gente es inútil, son hippies”.
Esa persona busca un amante, pero no puede encontrar uno aquí porque piensa que nadie aquí… Ella quiere a una “persona correcta” y no puede encontrar aquí a la persona correcta. Aquí son todos “hippies y yuppies”, y ella quiere a alguien que esté bien establecido. Escribió una carta: “Alguien bien establecido, que tenga una cuenta bancaria, que sea un caballero, un señor, que tenga prestigio, respetabilidad.
Aquí todos son unos hogalzanes, vagos, errabundos”. La persona que pregunta habría rechazado a Buda, habría rechazado a Lao Tzu: ellos no fueron personas “correctas”. Esta persona me escribe: “¡Esta gente de pelo largo!”. Escribe con tal repugnancia que debido a esta repugnancia se ha vuelto una persona muy antipática y así no encontrará un amante.
Lo ha estado buscando en Occidente durante un año. Primero fue a buscarlo en América, luego se fue a buscar a un hombre a Israel. No pudo encontrarlo en América; no pudo encontrarlo en Israel. ¡No lo va a encontrar en ninguna parte! Aunque se vaya al cielo, Dios le va a parecer un vagabundo. Esa persona tiene una actitud tan condenatoria que no puede amar a un simple ser humano.
Sí, existen las imperfecciones, existen las limitaciones, pero todo el mundo tiene estas limitaciones. Si quieres amar, tienes que amar a un hombre con todas sus limitaciones. Tú no puedes encontrar a la persona perfecta. La perfección no existe.
La existencia no permite la perfección, porque la perfección es muy monótona. Piensa simplemente en lo que es vivir con una persona perfecta… Después de veinticuatro horas te suicidarás. ¿Vivir con una persona perfecta? ¿Cómo sería tu vida? Él sería casi como una estatua de mármol: muerto. Cuando una persona se vuelve perfecta está muerta. Una persona viva nunca es perfecta, y mi enseñanza tiende básicamente hacia la totalidad y no hacia la perfección.
Se total y recuerda la diferencia. El ideal de la perfección dice: “Se de esta manera, sin ira, sin celos, sin ser posesivo, sin imperfecciones, sin limitaciones”. El ideal de la totalidad es completamente diferente: si estás enojado, enójate completamente. Si amas, ama por completo. Si estás triste, entristécete completamente. Nada se deniega, únicamente lo parcial se tiene que dejar y así una persona se vuelve hermosa.
Una persona total es hermosa. Una persona perfecta está muerta.
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