Una parte de nosotros, de nuestra Psique vive en la luz, a la vista de todos; otra sobrevive en la oscuridad, oculta para todos, empezando por nosotros mismos, y solo ocasionalmente se manifiesta tal y como es, generalmente para causar problemas allí donde actúa.
En ocasiones la vemos reflejada en aquellas características y acciones de los demás que más detestamos, y que nos negamos con vehemencia a reconocer en nosotros mismos.
En el fondo, sabemos y siempre hemos sabido que hay más de lo que podemos ver a simple vista, pero seguimos adelante, con temor, sin atrevernos a profundizar...
Sin embargo, nuestro verdadero Ser abarca mucho más que la pequeña porción de nuestra personalidad que hemos aprendido a aceptar; va mucho más allá de la limitada visión de nuestra consciencia, y en consecuencia, ignorada y rechazada, una gran parte de nosotros mismos vive... En la Sombra.
Esta dimensión desconocida de nuestro Ser que denominamos La Sombra representa a la vez nuestra mayor trampa y también nuestro mayor tesoro, pues en ella se halla toda nuestra capacidad para hacer el mal, así como todo nuestro potencial positivo por descubrir, con un enorme caudal de posibilidades para hacer el bien.
Según el psicólogo Carl Gustav Jung, quien, basándose en sus propias vivencias y en las investigaciones realizadas con sus pacientes, acuñó este concepto para nuestra sociedad contemporánea, la Sombra está compuesta por:
"Los rasgos del ser humano en parte reprimidos, en parte no vividos del todo que desde el principio fueron en gran parte excluidos por motivos morales, sociales, educativos o de otro tipo y por eso cayeron en la represión, es decir, en la disociación.”
Efectivamente, La Sombra nace en la infancia temprana, cuando somos seres inocentes que expresamos con total plenitud y sin ningún límite todo aquello que somos.
Sin embargo, el feedback -la respuesta- que recibimos de nuestro entorno, principalmente de nuestros padres y del resto de la familia, no es siempre positivo, por lo cual, y dado que necesitamos sentirnos aprobados por el entorno para poder pertenecer, pues de ello depende nuestra supervivencia, vamos negando aquellas características de nuestra forma de ser, de nuestras habilidades y capacidades, que no son bien recibidos por el clan familiar y la sociedad, apartándolas en el cuarto oscuro de nuestra propia psique, en donde han de quedar guardadas para que no causen problemas...
Eric Berne, Psicoanalista canadiense y fundador del Análisis Transaccional, estudió cuidadosamente esta realidad, y concluyó afirmando con su famosa frase -haciendo una analogía de los Cuentos de Hadas- que: “Todos nacemos príncipes y princesas, pero la civilización nos convierte en sapos.”
Este patrón de comportamiento, que conlleva sacrificar nuestra totalidad y con ello nuestra autenticidad, en aras de nuestra supervivencia física y psicológica, tiene su origen en la programación instalada en nuestro Cerebro Primario, también conocido como Instintivo o Reptiliano, que vincula la pertenencia a un grupo -familiar y/o social- con la supervivencia.
A su vez, esta programación está basada en nuestra experiencias colectivas en la época más primitiva de nuestra propia historia, es decir, en nuestra Prehistoria, durante la cual ningún ser humano aislado del grupo podía sobrevivir por si mismo.
Estas experiencias están grabadas a fuego en nuestra Mente Colectiva, y por supuesto en nuestro Cerebro Primario, que es el más primitivo de todo nuestro sistema cerebral, y el encargado -precisamente- de asegurar nuestra supervivencia.
Y para pertenecer hemos de ser aceptados por el grupo, por lo cual, y dado que como niñ@s que somos en ese momento dependemos totalmente de nuestro entorno para poder sobrevivir, pues nuestros propios recursos están aún en estado latente, y no podemos utilizarlos, estamos dispuestos a sacrificar aquello que se nos exija para poder optar a formar parte del grupo humano, que en esta etapa de nuestra vida es la familia biológica o la adoptiva.
Incluso aquellos niñ@s más rebeldes están sacrificando partes importantes de su propio ser para lograr ser aceptados y protegidos, porque en el fondo, ellos también se saben indefensos ante los inmensos e inciertos desafíos de la vida...
¿Qué representa nuestra Sombra para nosotros, ahora que somos adultos interdependientes que podemos actuar sin someternos a semejante chantaje psicológico?
¿Y qué relación tiene todo esto con la experiencia del Camino del Héroe?
La Sombra representa todo nuestro Poder perdido en esa etapa temprana de nuestra vida: Un Poder legítimo, que se nos ha concedido para expresarnos a nosotros mismos, para realizarnos como personas llevando a cabo nuestra Misión, nuestro Propósito Vital; en definitiva, para hacer nuestra contribución al Mundo y a la Vida.
El Héroe o la Heroína que van en busca de su mejor versión han de rescatar este Poder oculto en su propia Sombra, un Poder Interior ajeno a su vida consciente, pues solo así podrán hallar el Don que les hace únicos, el Don que les hace poderosos, el mismo que les dota de las alas con las que pueden remontarse sobre la infame y planificada mediocridad en la cual la sociedad y sus amos nos quieren aprisionar.
Joseph Campbell, autor de El Héroe de las Mil Caras, y gran divulgador del Arquetipo del Camino del Héroe, lo expresaba con estas palabras:
"Bajando al Abismo es como recuperamos los Tesoros de la Vida.
Cuando tropiezas, ahí está tu Tesoro.
La misma Cueva en la que temes entrar resulta ser la Fuente de lo que estas buscando.
La Cosa Maldita que tanto temías se ha vuelto el Centro.”
O con mi propia metáfora:
"Recorrer el Camino del Héroe hasta el final es como bajar a una oscura mina de carbón y salir por el otro lado con las manos llenas de diamantes.”
Te invito a reflexionar sobre todo ello y a aplicarlo a tu propia vida, viendo todo lo que te sucede desde esta nueva perspectiva.
Manuel Marques Robles
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