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domingo, 6 de septiembre de 2015

LIBRO EL SENDERO DEL TAO (OSHO) Capitulo-I (III Escrito)










1. Capitulo- (III Escrito)
¿QUIÉN ES VERDADERAMENTE FELIZ?


El rey debe haber sido muy infeliz.  “Debo conseguir la felicidad”, se dijo el rey.  El médico real fue convocado.


-Quiero felicidad.  Hazme feliz y te haré rico.  Si no me haces feliz, te cortaré la cabeza -dijo el rey.


El médico se sintió perdido.  ¿Qué podía hacer?  ¿Cómo hacer feliz a alguien?  Nadie sabe cómo.  Nadie ha sido nunca capaz de hacer feliz a otro.  Pero el rey estaba loco y podía matar.

El médico dijo:

-Tendré que meditar, señor, y consultar las escrituras.  Vendré mañana por la mañana.


Meditó toda la noche y por la mañana llegó a una conclusión: “Es muy simple”.


Había consultado sus libros, pero la felicidad no se mencionaba en los libros de medicina.  El problema era difícil, pero él inventó algo, prescribió un remedio.  Dijo:


-Su majestad, tiene que encontrar la camisa de un hombre feliz y apropiársela.  Entonces obtendrá la felicidad y sabrá en qué consiste.


Era un remedio simple: encontrar la camisa de un hombre feliz y usarla.


El rey se alegró mucho al escuchar esto.  Dijo:


-¿Así de simple?


Entonces le dijo a su primer ministro:


-Ve y encuentra un hombre feliz y tráeme su camisa tan pronto como sea posible.


El ministro se fue.  Fue a ver al hombre más rico y le pidió su camina, pero él le dijo: “Puede usted llevarse todas las camisas que quiera, pero yo mismo soy infeliz, así que enviaré también a mis sirvientes a buscar un hombre feliz y su camisa.  Gracias por su remedio”.


Fue luego a visitar a muchas personas, pero ninguna de ellas era feliz.  No obstante, se mostraron dispuestos a ayudar a su rey: “Podemos dar nuestras vidas para que el llegue a ser feliz.  ¿Qué decir de las caminas?  Podemos dar nuestras vidas pero no somos felices; nuestras caminas no servirán”.


El ministro se sintió entonces muy desgraciado.  ¿Qué hacer? Ahora sería él el culpable; el médico había salido airoso, pero le había dejado con el problema y estaba muy preocupado. Entonces alguien dijo:


-No se preocupe tanto.  Conozco a un hombre feliz.  Usted debe haberlo escuchado alguna vez, en alguna parte; él toca su flauta por la noche, a la orilla del río.  Seguramente le ha escuchado alguna vez.


Él dijo:


-Sí, algunas veces en medio de la noche me he quedado encantado.  ¡Qué bellas notas!  ¿Quién es ese hombre?  ¿Dónde está?


-Esta noche iremos a buscarlo.  Él viene sin falta cada noche.


Efectivamente, esa noche fueron a la orilla del río y encontraron al hombre tocando con su flauta algo tremendamente hermoso.  Las notas tenían tanta gracia que alegraron al ministro, que exclamó:


-¡Ya he encontrado al hombre!


Cuando llegaron allí, el hombre dejó de tocar.


-¿Qué quieren ustedes?


-¿Es usted feliz? –inquirió el ministro.


-Soy feliz, soy felicidad.  ¿Qué quiere usted?


El ministro danzaba de contento.


-Sólo quiero que me de su camisa.


El hombre permaneció en silencio.


-¿Por qué se queda callado? –preguntó el ministro-  ¡Entrégueme su camisa!  El rey la necesita.


-Esto es imposible –dijo el hombre-, porque no tengo camisa alguna.  Usted no puede verlo porque está oscuro, pero estoy sentado aquí, desnudo.  Podría haber dado mi camisa, puedo dar mi vida, pero no tengo camisa alguna.


-Entonces, ¿por qué está tan feliz? –preguntó el ministro-.  ¿Cómo puede estar tan feliz?


-El día que lo perdí todo, la camisa también, alcancé la felicidad… El día que lo perdí todo.  En realidad no tengo nada, ni siquiera me tengo a mí mismo.  Yo no estoy tocando esta flauta; el todo está tocando a través de mí.  Soy una nada, una ausencia, un don nadie…


Éste es el significado de “pobre de espíritu”: uno que no posee nada, que no tiene nada, que no sabe nada, que es un don nadie. El Tao dice: cuando seas una nada llegarás a serlo todo. 

Afirma que eres y serás desgraciado.

Este Tao, este disolverse con el todo, este desaparecer en el cosmos, no se puede enseñar.  Puedes aprenderlo, pero no se puede enseñar.  Por eso Lieh Tzu y otros maestros taoístas no predican nada, no tienen nada que predicar.  Ellos hablan con parábolas.  Tú puedes escuchar el relato, y si lo escuchas realmente, algo se abrirá en ti como si fuera una explosión. 

Por tanto, todo depende de tu forma de escuchar.

El propio Lieh Tzu estuvo en silencio, sin hacer nada, aprendiendo a estar en silencio, aprendiendo a ser pasivo, a ser receptivo, aprendiendo a ser femenino; así es como se convierte uno en un discípulo.  Déjame decírtelo: no hay maestros sólo hay discípulos, porque esto es algo que no se puede enseñar. Entonces, ¿por qué se dice que hay maestros?  El Buda no te puede enseñar.  Lieh Tzu no te puede enseñar; entonces, ¿por qué se les llama maestros?  Por el contrario, si hay un discípulo, él aprende.


Por tanto, un maestro no es alguien que te enseña; un maestro es alguien en cuya presencia tú puedes aprender.  Permite que se conozca la diferencia: un maestro no es alguien que te enseña, porque no hay nada que enseñar.  Un maestro es alguien en cuya presencia es posible aprender.


Un buscador acudió a Jalaluddin Rumi, el místico sufí y le dijo:


-¿Me enseñarás?  ¿Me enseñarás, maestro?


Jalaluddin le observó y contestó:


-¿Me dejarás enseñar?


-¿Por qué no habría de dejarte enseñar? –respondió el hombre-.  He venido a aprender.


-Porque esto es lo más importante; ¿me dejarás enseñar? –dijo Jalaluddin-.  De otra manera no puedo enseñar, porque, en realidad, no es posible enseñar, sólo es posible aprender.  Si lo permites, entonces el aprendizaje florecerá.


Lieh Tzu estuvo con su maestro durante muchos años, sentado en silencio, sin hacer nada, volviéndose más y más pasivo.

Llegó el día en que se volvió absolutamente silencioso; no había un vestigio de pensamiento en su ser, ni una ola.  Su energía estaba completamente presente, era un embalse, un lago plácido sin olas, sin un soplo del viento; entonces lo entendió.

Es algo que se produce en sólo un momento.  La verdad no es un proceso, es un acontecimiento.  No es gradual, no necesita tiempo para producirse.  El tiempo, cuando es necesario, es un tiempo necesario para ti, porque ahora mismo no puedes estar en silencio.  Si puedes estar en silencio, cabe la posibilidad de que se produzca ahora mismo.  Siempre se produce en silencio.


¿Qué se produce en silencio?  Cuando estás en silencio no eres, los límites se disuelven, eres uno con la totalidad.


Permíteme contarte un cuento taoísta.


-Maestro, lo he conseguido –dijo un discípulo de Lao Tzu.


-Si dices que lo has conseguido –contestó Lao Tzu- entonces, es seguro que no lo has conseguido.


El discípulo esperó durante meses.  Entonces, un día dijo:


-Estabas en lo cierto, maestro.  Ahora, eso se ha conseguido.


Primero había dicho “lo he conseguido” y el maestro lo denegó. Luego, después de unos cuantos meses, un día se abrió algo en él como una explosión, así que manifestó: “eso se ha conseguido”.


Lao Tzu le miró con gran compasión y amor, y le acarició la cabeza.  Le dijo entonces:


-Ahora está bien.  Cuéntame pues, qué ha sucedido.  Me gustaría escucharlo ahora.  ¿Qué ha sucedido?


-Hasta el día en que dijiste “Si dices que lo has conseguido, entonces es seguro que no lo has conseguido”, estaba esforzándome.  Estaba haciendo todo lo que podía. 

Estaba intentándolo duramente.  El día en que dijiste: “si dices que lo has conseguido, entonces no lo has conseguido”, lo entendí.  ¿Cómo puedo “yo” conseguirlo, si el “yo” es la barrera?  Así que tuve que dejar que sucediera.

Eso puede ser conseguido y los taoístas incluso lo llaman “eso”. Ellos no dicen “él”; ellos no dicen “ella”; ellos no dicen “Dios padre”.  Ellos no le dan un nombre personal; simplemente dicen “eso”.  “Eso” es impersonal, es el nombre del todo: “Tao” quiere decir “eso”.

-El Tao se ha conseguido –dijo-, y llegó sólo cuando yo no estaba allí.

Lao Tzu dijo:


-Cuéntale a los otros discípulos en qué situación se produjo aquello.


-Lo único que puedo decir es que yo no era bueno, no era malo, no era un pecador, no era un santo, no era esto, no era aquello, no era nadie en particular cuando sucedió eso –respondió el discípulo-.  Yo estaba simplemente en una actitud pasiva, en una tremenda actitud pasiva; era nada más que una puerta, una apertura.  Ni siquiera lo había invitado, porque incluso la invitación habría ido con mi firma.  Ni siquiera lo había invitado…  En realidad me había olvidado de eso por completo. Estaba sentado, nada más.  Ni siquiera estaba buscando, preguntando, averiguando.  Yo no estaba allí, y de repente eso me desbordó.


Así es como sucede.  A ti te puede suceder si te vuelves más y más pasivo.  El Tao es el camino de lo femenino.  Las demás religiones son agresivas, las demás religiones están más orientadas hacia lo masculino.  El Tao es más femenino.
Y recuerda: la verdad sólo viene cuando te encuentra en un estado femenino de consciencia; nunca de otra forma.  Tú no puedes conquistar la verdad.  Esto es una tontería; ni siquiera vale la pena pensar en ello, en que puedas conquistar la verdad. ¡La parte conquistando al todo!  La parte sólo puede permitir, la parte sólo puede dejarse llevar.

Este dejarse llevar se dará si puedes hacer una cosa: deja de aferrarte al conocimiento, deja de aferrarte a las filosofías, deja de aferrarte a las doctrinas, a los dogmas.  Deja de aferrarte a las iglesias y a las religiones organizadas, o de otra forma tendrás falsas concepciones, y estas falsas concepciones no dejarán que la verdad entre en ti.


Una hermosa parábola:


Las golondrinas se posaban en fila a lo largo de los aguilones de la granja, parloteando unas con otras con inquietud, hablando de muchas cosas, pero con el pensamiento puesto sólo en el verano y en el sur, pues se acercaba el otoño y el viento del norte estaba a punto de llegar.

Y de repente, un día desparecieron todas.  Todo el mundo habló entonces de las golondrinas y del sur.


-Creo que me iré al sur el próximo año –dijo una gallina.


El año se terminó y regresaron las golondrinas.  El año se terminó y se posaron otra vez en los aguilones, y en todo el corral se hacían comentarios sobre el viaje de la gallina.


Y una mañana muy temprano, con el viento del norte, súbitamente las golondrinas se echaron a volar mientras sentían el viento en sus alas y una fuerza les llegaba junto con el misterioso, antiguo conocimiento y una fe más que humana.

Se remontaron entonces hacia lo algo y abandonaron el humo de nuestras ciudades.

-Creo que el viento es el adecuado –dijo la gallina, así que extendió sus alas y salió corriendo del corral.  Continuó luego aleteando en dirección a la carretera y siguió un trecho más abajo hasta que llegó a un jardín.


Al atardecer regresó jadeante.  En el corral contó a los pollos y gallinas cómo había ido hacia el sur hasta llegar a la autovía y cómo había visto pasar el tráfico del mundo y llegado luego a campos donde crecen las patatas.  Había visto además los rastrojos que dan de vivir a los humanos y, entonces, al final del camino, había encontrado un jardín sembrado de rosas, de bellas rosas, y al jardinero mismo allí presente.


-¡Qué cosa más interesante –dijeron las aves del corral-, y qué descripción tan hermosa, ¡de verdad!


Pasó el invierno y los meses amargos se alejaron dando paso a la primavera, y con ella a las golondrinas que llegaron otra vez.


Las aves de corral no aceptaron entonces que hubiese un mar en el sur.


-Tendrían que escuchar a nuestra gallina –alegaban.


La gallina se ha convertido ahora en la que sabe.  Sabe qué hay en el sur, pero ni siquiera ha salido del pueblo, sólo ha recorrido una corta distancia camino abajo. 
El intelecto es una gallina.  No puede ir muy lejos.  Pero una vez la gallina sabe algo, te pone sobre aviso; se convierte en un obstáculo.

Abandona tu intelecto, y no perderás nada.  Carga con tu intelecto, y lo perderás todo.  Abandona tu intelecto, y sólo perderás tu prisión, tu falsedad.  Abandona tu intelecto, y tu consciencia se remontará súbitamente hacia lo alto, desplegará sus alas…  y podrás ir al mismo sur, a los mares abiertos a los que perteneces.  El intelecto es un agobio para el hombre.


Una última cosa antes de adentrarnos en la parábola: el Tao empieza con la muerte.  ¿Por qué?  Para empezar, hay algo muy significativo.  El Tao dice que si entiendes la muerte lo entenderás todo, porque con la muerte tus límites se desvanecerán.  Con la muerte, tú desaparecerás.  Con la muerte, el ego será abandonado.  Con la muerte, la mente ya no estará presente.  Con la muerte todo lo que no es esencial será abandonado, y sólo permanecerá lo esencial.


Si puedes entender la muerte, serás capaz de entender en qué consiste el Tao, en qué consiste el camino sin sendero, porque la religión también es una forma de morir, el amor es también una forma de morir, la oración es también una forma de morir. La meditación es una muerte voluntaria.  La muerte es el fenómeno supremo.  Es la culminación de la vida, el crescendo, la cumbre más alta.  Tú conoces sólo una cumbre y esa cumbre es la del sexo, la cumbre más baja de los Himalayas.  Sí, es una cumbre, pero la más baja; la muerte es la más alta de las cumbres.


El sexo es nacimiento: es el comienzo de los Himalayas, la cumbre más baja.  Lo más elevado no es posible precisamente al comienzo.  Poco a poco, las cumbres se hacen más elevadas, y finalmente llegan al máximo.  La muerte es lo máximo, el sexo es el comienzo.  Entre el sexo y la muerte está toda la historia de la vida.


La psicología occidental empieza con la comprensión del sexo. La psicología oriental, la psicología de los budas, empieza con la comprensión de la psicología de la muerte.  La comprensión del sexo es muy primaria; la comprensión de la muerte es lo supremo.


Además, al entender la muerte puedes morir conscientemente. Si mueres conscientemente no volverás a nacer; no será necesario.  Ya habrás aprendido la lección; no serás devuelto otra vez a la rueda de la vida y de la muerte.  Habrás conocido; habrás aprendido.  No será necesario que se te envíe otra vez a la escuela: habrás trascendido.  Si no captas el significado de la muerte, tendrás que ser devuelto.  La vida es un estado de aprendizaje sobre la muerte.


La parábola:


“Cuando Lieh Tzu estaba comiendo a la vera del camino, en la ruta a Wei, vio una calavera centenaria.


Cogió una vara y señaló hacia la calavera y, dirigiéndose a su discípulo Pai Feng, dijo:


“Sólo ella y yo sabemos que tú nunca has nacido

y nunca morirás.  

¿Crees que es ella la desgraciada?


¿Crees que somos nosotros los verdaderamente felices?”.


Es una declaración muy enigmática, un código que se debe descodificar: “Sólo ella y yo sabemos –dice Lieh Tzu, señalando hacia la calavera centenaria-, que tú nunca has nacido y nunca morirás.”  ¿Por qué dice “sólo ella y yo”?  
La calavera ha muerto de manera involuntaria, ambos están muertos.  Lieh Tzu ha muerto a través de la meditación. 
Lieh Tzu ha muerto porque ya no tiene ego, porque ya no está separado del todo, porque él ya no está.  Ésta es una muerte real, más profunda en verdad que la muerte de la calavera. 
No hay certeza de que el hombre que ha muerto lo haya sabido. No hay certeza: puede que lo haya sabido, puede que no.  Pero hay certeza de que Lieh Tzu lo sabe: su muerte es consciente.

No obstante, él aprovechó la situación.  La parábola aprovecha una situación.  Su discípulo Pai Feng estaba sentado a su lado, la calavera yacía allí y él señaló hacia la calavera: “Sólo ella y yo sabemos que tú nunca has nacido y nunca morirás”.


¿Quién muere?  Y ¿quién es el que nace?  El ego es el que nace, y el ego muere.  En lo profundo, donde no hay ego, tú nunca has nacido y nunca morirás.  Tú eres eterno, eres eternidad, eres el sustrato mismo, el material del que está hecha la existencia; ¿cómo puedes morir?  No obstante, el ego nace y el ego muere.


Tú nunca has nacido y nunca morirás, pero ¿cómo saberlo? 

Te gustaría esperar a que llegara la muerte?  Eso es muy arriesgado, porque si ves toda tu vida inconscientemente, no hay muchas posibilidades de que te puedas volver consciente cuando mueras.  No es posible, si toda tu existencia ha sido una continuidad de vivencias inconscientes; morirás en la inconsciencia, no serás capaz de saber.  Morirás en estado de coma, no serás capaz de observar y ver qué está pasando.
Ni siquiera fuiste capaz de ver la vida, ¿cómo vas a ver la muerte?   La muerte es más sutil.

Si realmente quieres saber, empieza entonces a volverte más alerta, más atento.  Vive conscientemente, aprende sobre la consciencia, acumula consciencia.  Conviértete en una gran llama de consciencia; entonces, cuando venga la muerte, serás capaz de observarla, serás capaz de verla y sabrás que “El cuerpo está muriendo, el ego está muriendo, pero yo no estoy muriendo porque soy el observador”.  Este observador es la esencia misma de la existencia. 

 A este observador se le llama “Dios” en otras religiones  y “Tao”, según Lieh Tzu y Chuang Tzu, el conocedor, el elemento que conoce, consciencia, atención, estado de alerta.

Empieza a vivir una vida consciente.  Haz lo que estás haciendo, pero hazlo como si fueras un testigo de ello: obsérvalo, continúa observándolo en silencio. 

No te pierdas en medio de las cosas; permanece alerta, permanece distante. 
Empieza con las pequeñas cosas: caminar por la calle, comer, tomar un baño, coger la mano de un amigo, hablar, escuchar; pequeñas cosas, pero permanece, recupéralo otra vez, encuéntralo otra vez.  Esto es lo que el Buda llama plena atención, lo que Gurdjieff llama recuerdo de sí.
Continúa recordando que eres un testigo.  Al comienzo es arduo, duro, porque nuestro sueño es prolongado.  Hemos dormido por muchas vidas; nos hemos acostumbrado a dormir, estamos roncando, metafísicamente.  Es una cosa difícil, pero si lo intentas, poco a poco un rayo de atención empezará a entrar en tu ser.  Es una posibilidad; difícil, pero posible, no es imposible.  Y es lo más valioso que hay en la vida.

“Sólo ella y yo sabemos que tú nunca has nacido y nunca morirás.”  Se que tú nunca morirás porque nunca has nacido, pero no lo sabes.  Mi conocimiento no te va a ayudar, tienes que saberlo tú.  Tienes que convertirte en tu propia comprensión, en una luz para ti mismo.


“Crees que es ella la desgraciada?  ¿Crees que somos nosotros los verdaderamente felices?”.  Entonces él le hace una pregunta a su discípulo: “¿Quién es feliz?  ¿Los que están vivos o los que están muertos?  ¿Quién es realmente feliz?”.   Deja la pregunta. Es un koan: el discípulo tiene que meditar sobre la cuestión.


La parábola no dice nada, termina repentinamente.  Ahora el discípulo tiene que ponderarla.  Ahora tiene que meditar, tiene que estar consciente de la muerte, de la vida, del amor, de esto y de aquello.  También tiene que meditar en la pregunta: ¿Quién es realmente feliz?  ¿Eres feliz sólo porque estás vivo?  No lo eres; el mundo en su totalidad es muy desgraciado. 

En consecuencia se puede deducir una cosa, y se puede deducir incondicionalmente: el simple hecho de estar vivo no es suficiente para ser feliz; hace falta algo más para ser feliz, algo “más”.  Vida más atención consciente, con la luz de la atención consciente la oscuridad del ego desaparece.

En consecuencia, cuando la vida tiene un punto adicional de atención consciente, se producen grandes cosas.  Primero, el ego desaparece, y junto con el ego desaparece la muerte, porque sólo el ego puede morir, dado que el ego ha nacido. 

Con la desaparición del ego desaparece el nacimiento y la muerte.  Con la desaparición del ego tu separación de la existencia desaparece.

Éste es el significado de la crucifixión: el ego es crucificado. Cuando Jesús es crucificado nace Cristo; éste es el significado de la resurrección.  Por una parte crucifixión, por la otra resurrección.


Muere si quieres estar realmente vivo.  Es muy paradójico, pero tremendamente cierto, absolutamente cierto. 

Tal como estás, no estás ni vivo ni muerto.  Tú estás suspendido en el medio por eso hay infelicidad, tensión, angustia. 
Estás dividido: no estás ni vivo ni muerto.  Permanece, o bien completamente vivo, y sabrás lo que es la vida, o bien completamente muerto, y también sabrás lo que es la vida porque la totalidad abre la puerta del Tao.

Se total. El hombre que está dormido no puede ser total para nada.  Si estás comiendo no eres total; piensas en mil y una cosas, sueñas mil y un sueños, simplemente te llenas mecánicamente. 

Puedes estar haciendo el amor con tu compañera o compañero y no estar totalmente presente.  Puedes, tal vez, estar pensando en otras mujeres, hacerle el amor a tu esposa y estar pensando en alguna otra mujer.  O puedes, tal vez, estar pensando en el mercado, en los precios de las cosas que tú quieres comprar, un coche, una casa o mil y una cosas, y hacer el amor mecánicamente.

Se total en tus actos, y al ser total tendrás que estar alerta; nadie puede ser total sin estar alerta. 

Ser total implica no pensar en otra cosa.  Si estás comiendo, estás comiendo simplemente; estás totalmente aquí y ahora. 
El comer lo es todo: no te estás llenando únicamente; lo estás disfrutando.  El cuerpo, la mente, el alma, están todos en sintonía mientras comes: hay una armonía, un ritmo profundo entre los tres niveles de tu ser.  Entonces el comer se vuelve una meditación, el caminar se vuelve una meditación, el cortar leña se vuelve una meditación, el sacar agua del pozo se vuelve una meditación, el cocinar se vuelve una meditación.  Las pequeñas cosas se transforman, se convierten en actos luminosos, y cada acto se vuelve tan completo que adquiere la cualidad del Tao.


Cuando eres total no eres el hacedor.  Entonces Dios es el hacedor, o la totalidad es el hacedor; tú sólo eres un vehículo, un pasadizo, y volverse un pasadizo es dicha, es bendición.

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